Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

lunes, 26 de noviembre de 2007

La caldera del portugués ó el estandarte del Corpus. 1384. 1ª Parte

No son pocos los que recuerdan y echan de menos las visitas guiadas al casco antiguo de Don Francisco Pilo Ortiz, donde contaba numerosas anécdotas e historias de nuestro Badajoz antiguo, (algunas de las cuales estamos viendo en el blog) y entre las que más gustaban era la del caballero portugués Juan Páez Gago robando el estandarte de Badajoz, que trajo consigo su muerte en la famosa caldera de aceite hirviendo. No soy muy dado a las alabanzas personales ni a las "pasadas de mano por el lomo", como Paco suele decir, pero éstas visitas guiadas de Amigos de Badajoz de Pilo, Álvaro Meléndez… fueron decisivas en mi interés por conocer la historia de nuestra ciudad. Sirva como muestra, en cuanto a su persona, la reseña que hizo la periodista María de las Mercedes Barrado en la Revista de Estudios Extremeños el año pasado:
www.dip-badajoz.es/publicaciones/reex/rcex_1_2006/resena_rcex_1_2006.pdf (pág. 521-523)

Una de las más curiosas y lejanas leyendas de Badajoz que nos ha llegado hasta nuestros días es ésta que hace referencia a lo acaecido en Badajoz en 1384 con motivo de haberse robado la bandera de la ciudad por los portugueses en ocasión de estarse celebrando la fiesta del Corpus Christi.

Volvamos a esta segunda mitad del siglo XIV...

Ya habíamos hablado de que en 1382 se concentró en Elvas un fuerte ejército portugués de Fernando I, reforzado por tropas inglesas bajo el mando del hijo del rey de Inglaterra, para la toma de Badajoz.

Frente a ellos, en Badajoz se puso personalmente al mando de las tropas castellanas el propio rey Juan I. Ante ello los portugueses no se decidieron a lanzar un ataque definitivo, llegando a un acuerdo de paz en agosto de éste año, el llamado "Tratado de Elvas".

Este acuerdo puso fin a la tercera guerra entre Portugal y Castilla de Fernando I "El inconsciente". Las negociaciones se habían iniciado a espalda de los ingleses (estaban inmersos en la guerra de los cien años con los franceses) y fue promovido por Pedro de Luna (futuro Benedicto XIII también llamado Papa Luna) enviado del Papa Clemente VII para solucionar esta crisis.

Tras la firma de este tratado fue entonces cuando tuvo lugar el torneo de justas entre Miles Windsor y Tristan de Roye en Badajoz que ya vimos.

Una de las cláusulas de este tratado de Elvas era que la hija de Fernando I de Portugal, la infanta Doña Beatriz, se casaría con el infante Don Fernando (hijo de Juan I y futuro Fernando I de Aragón), pero a esto, que su madre y esposa de Juan I, Doña Leonor de Aragón muere el 13 de septiembre y entonces Fernando I de Portugal ofrece a su antiguo cuñado Juan I el que se case con la Infanta Doña Beatriz (era la quinta vez que Fernando I de Portugal prometía a su hija y heredera y eso que la Infanta sólo tenía 12 años).

Por fin la Infanta Doña Beatriz se casa con Juan I en Mayo de 1383, y en Badajoz se celebra con gran fausto.

Cuando todo parecía arreglado, va y se muere Fernando I de Portugal el 22 de Octubre de este año, y sin hijo varón. Su mujer, Leonor Téllez de Meneses decide que la reina de Portugal sería su hija Beatriz, esposa de nuestro Juan I, pero entonces sale a la palestra João, hijo bastardo de Pedro I de Portugal, y por lo tanto hermanastro de Fernando I. Después de un intento de invasión de Portugal de nuestro Juan I en 1384, en 1385 sufrimos un descalabro en Aljubarrota, siendo proclamado João como rey de Portugal, con el nombre también de Juan I, que aquí en España se le llamo "el falso".

Dentro de este contexto, que en Portugal se llamó la Crisis portuguesa de 1383-1385 se producen, al parecer, los sucesos que dan pie a la leyenda de la caldera del portugués y del estandarte.

Empecemos a ver como trascribió esta leyenda Nicolás Díaz y Pérez (1887):

"Desde muy antiguo que, al decir de una leyenda extremeña, había en Badajoz la tradicional costumbre de hacer preceder la procesión del Santísimo Corpus Christi, de un hombre conduciendo una enorme caldera de hierro, llamada por el vulgo la caldera del portugués, mientras que la misma solemnidad se celebraba por los portugueses en la ciudad de Elvas, siguiendo a una bandera llamada comúnmente El Estandarte de Badajoz"

Nicolás Díaz y Pérez se puso a buscar esta caldera y según le contaron, ésta caldera se custodiaba hasta el siglo XVI en el Ayuntamiento de Badajoz. Asegura que en el antiguo edificio del Ayuntamiento, levantado a principios del siglo XVI, cuando se hicieron las casas y portales de la llamada Plaza Alta, en uno de cuyos frentes estaba situado el referido edificio, al costado izquierdo del llamado Peso-Real, había en su piso de abajo una habitación llamada de la caldera del portugués.

El Peso Real era el antiguo Mirador de la Ciudad. En su plata baja acoge actualmente una comisaría de Policía (supongo que Pilo ya habrá preguntado por la caldera). Debió de construirse o reformarse en 1548, según podemos leer en la inscripción que conserva la nueva puerta que se construye y que antecede a la entrada musulmana de la Alcazaba y que dice así:

"LA ILUSTRE CIUDAD DE BADAJOZ MANDO HACER ESTA OBRA I CASAS, SIENDO CORREGIDOR DON NUÑO DE LA CUEVA. ANNO IVDXLVIII. CIVITAS PACIS. ANNO DE 1548"

La planta baja de este edificio fue utilizada para diversos fines, pero lo cierto es que durante mucho tiempo los funcionarios del ayuntamiento, encargados de controlar el buen funcionamiento del mercado semanal, disponían de una habitación en dicho edificio. ¿sería la llamada habitación de la caldera del portugués?

Bueno, sigamos viendo la trascripción de la leyenda:

"Las fiestas celebradas en Badajoz a la segunda mitad del siglo XIV, el día de la solemne procesión del Santísimo Corpus Christi, eran cosa de verse…"
Veamos el origen de esta celebración:

A fines del siglo XIII surgió un movimiento eucarístico en Bélgica, que dio origen a varias costumbres eucarísticas; por ejemplo, la exposición y bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la Misay la fiesta del Corpus Christi. Tras el milagro eucarístico de Bolsena, en el que la sangre manó de una hostia consagrada, en 1264 el Papa Urbano IV por medio de la bula "Transiturus de hoc mundo" hace extensiva dicha festividad a toda la Iglesia, pero la muerte de este Papa ese mismo año frenó la difusión de la fiesta. El Papa Clemente V en 1311 ordenó una vez más la adopción de esta fiesta y en 1317, Juan XXII promulga una recopilación de leyes extendiendo la fiesta a toda la Iglesia.

Finalmente, el Concilio de Trento a mediados del siglo XIV promueve especialmente y declara la costumbre de que todos los años haya un día al año que se celebre el sacramento de la Eucaristía con singular veneración y solemnidad y que sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos.

El Corpus Christi o Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, será por lo tanto, la fiesta destinada a celebrar la Eucaristía. La Celebración se lleva a cabo el siguiente jueves al octavo domingo después del Domingo de Pascua (es decir, 60 días después del Domingo de Pascua; formalmente es el jueves que sigue al noveno domingo siguiente a la primera luna llena de primavera del hemisferio norte).

Sigamos:

"Y después de la extraordinaria pompa del culto religioso que los vecinos de fuera y dentro del Castillo tributaban, como buenos católicos, al cuerpo de Dios, las músicas, danzas, cabalgatas, juegos de cintas y cañas, representaciones de autos y farsas sacramentales y otros alegres entretenimientos, como el de correr lanzas y toros, no era acaso lo que menos hacía llamar en tropel a las gentes de las aldeas y pueblos cercanos al almenado Castillo, alcázar principal y asiento otras veces de los reyes árabes de la Lusitania y del Algarve.

Los buenos portugueses de aquella época, olvidando por un momento las eternas rivalidades que de siempre los desunían con los turbulentos españoles, atravesaban en aquel día alegremente la frontera, sin recordar siquiera que algunas veces la habían pasado en son de guerra, para medir sus valerosas armas con las no menos temibles de los intrépidos castellanos.

Entre los muchos festejos que en Badajoz tenían lugar en aquella fiesta, había predilección por las farsas y representaciones y por carreras de caballos, habiéndose creado un buen premio para el caballero que diese mayor número de vueltas alrededor de un círculo anteriormente demarcado, sustentando en la mano derecha el pesado estandarte de la ciudad, con cuya insignia las huestes cristianas entraron victoriosas en Badajoz cuando lo ganaron a los sectarios de Mahoma.

Aquella función, cuando las luchas de destreza y de fuerza entretenían a la nobleza y causaban el encanto del populacho embrutecido por la guerra en la que hacían servir los señores, era siempre por nobles y plebeyos deseada, y fue también la que tuvo origen la tradición que nos ocupa."


Como vemos todavía en el siglo XIV el castillo era el centro de las celebraciones. La solemne procesión debía salir de la iglesia de Santa María del Castillo y llegar a la catedral de San Juan.

Ya leímos a López Prudencio que: “La Corredera era una de las principales ruas de la Ciudad. Terminaba en los Azogues, donde se solía levantar el tablado cuando en la Semana Santa representaban los misterios de la Pasión los clérigos y los hermanos de las cofradías." La "Plazoletita de los Azogues" era “vecina a la Parroquia de Santa María de los Freires y cercana a la Catedral de Nuestra Señora de la See”.

“La Corredera”, debía ser la corredera de caballos, es decir donde se debían celebrar las carreras.

Sigamos:

"En el año 1384, en la víspera de la festividad de la romería de Badajoz, hallábanse reunidos varios jóvenes en la sala de armas del gobernador de la ciudad de Elvas. Uno de ellos, llamado Juan Páez Gago, sobrino del gobernador, y acaso el más temerario, sino el más valiente, concibió el arrojo de hacer una apuesta con sus compañeros sobre coger la bandera española o estandarte de Badajoz, y traerla dentro de los muros de la ciudad portuguesa.

El intrépido y atrevido portugués llegó al siguiente día a Badajoz, consiguiendo entrar con oros caballeros en las funciones, y al tomar parte en la corridas de caballos, empuñó, cuando le tocó en suerte, el glorioso estandarte, dando con él la primera vuelta a todo galopar de su fogoso caballo,; después dio la segunda con no menos brío, y a la tercera, en vez de volver a la estacada, donde las gentes presenciaban el espectáculo, emprendió una precipitada carrera en dirección a Portugal, y huyo gritando: ¡O estandarte levo…! ¡O estandarte levo…!. "


Vamos a ver que día pudo ocurrir esto. Según mis cálculos, la primera luna llena de la primavera de 1384 fue el 6 de Abril, por lo tanto el Domingo de Pascua fue el día 11 de Abril, y si le sumamos 60 días, el Jueves 10 de Junio se tuvo que celebrar el Corpus Christi en Badajoz.

¿Es posible que se pudiera producir este suceso?

Como ya hemos visto en agosto de 1382 se firmo el tratado de paz con los portugueses, y en mayo de 1383 se casaron Juan I y la Infanta portuguesa Doña Beatriz, por lo tanto una vez finalizadas las tres guerras contra Fernando I de Portugal se había abierto una presumible paz duradera donde el primogénito de este matrimonio reinaría sobre Castilla y Portugal.

Pero con la muerte de Fernando I en Octubre de este año, parte de la nobleza y el pueblo portugués vieron con muchas reticencias el que nuestro Juan I empezase a utilizar los títulos y armas de Portugal y empezaron las maquinaciones. El ambiente se iría haciendo inestable, hasta que el 6 de Abril de 1385 se proclama rey Joao I o hasta que se confirma su reinado con su victoria en Albujarrota en agosto de 1385. Dentro de esta paz inestable, es posible que en el Corpus de junio de 1384 se pudieran dar estos hechos.

Sigamos:

"Quedaron todos los españoles atónitos y sin poder tomar decisión por el primer momento. Recuperada en breve la serenidad y la energía, momentáneamente perdida, partieron a todo galopar trece caballeros en seguimiento del osado portugués galopando y mejor, movidos por el vehemente deseo de la venganza de un hecho tan ruin; pero el portugués llevaba gran delantera, y animado ya por el corto espacio que le separaba de Elvas tomó la dirección de una de sus puertas acosando a su caballo para más pronto entrar en la plaza; mas por desgracia suya, estaba levantado el puente levadizo. Entonces, cubierto él de sudor, y su fogoso caballo de espuma, se dirigió a otra puerta, pero también estaba levantado el puente levadizo: como por lo anterior, le era vedado el tránsito en la plaza.

Y era que el gobernador de ella había visto a gran número de españoles galopar en dirección a Elvas, y por temor al peligro, a causa del hecho cometido por el intrépido portugués, mandó cerrar las puertas de la ciudad.

Viendo indignado el valerosos Juan Páez Gago que en breve le alcanzarían las espadas y lanzas enemigas, no temió su vida, y arrogando el glorioso estandarte por encima de las murallas, exclamó cayendo sobre su rendido caballo en el foso: ¡Morra o home!… ¡Fique a fama…!

Entonces se lanzaron sobre él todos los españoles, hiriéndole en su cuerpo con espadas y lanzas, le llevaron a Badajoz, donde le dieron muerte arrojándolo en una caldera de aceite hirviendo."


Por este suceso, hasta mucho tiempo después de esta trágica aventura se llevaba delante de la procesión del Santísimo Corpus Christi, en Badajoz, una caldera, mientras que en Elvas se conducía el estandarte castellano.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Portugaleses y Bejaranos. Las luchas del Badajoz del siglo XIII

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Convulsos tiempos aquellos del siglo XIII. Badajoz sufría la venida de sus nuevos pobladores cristianos tras la toma de la ciudad en 1230.

Las luchas por el poder eran constantes. Las mezquitas se reconvertían en iglesias y ermitas, las familias nobles se asentaban en sus nuevas casas señoriales y palacios. Difícil equilibrio la llegada de las órdenes militares, el nuevo cabildo y obispado, el nuevo concejo. Dos linajes se disputaban la supremacía. Los portugaleses y los bejaranos.

Los antiguos moradores de Badajoz mozárabes y judíos veían con esperanza el fin de las guerras y una nueva etapa se abría, pero la llegada de los nuevos señores comenzó a germinar nuevos nubarrones. Dos clanes se estaban formando…

Dos mujeres sobresalían en la ciudad. Doña Mayor Gutiérrez, noble portugalesa, que de sus obras pías hasta hoy nos han llegado noticias, y Mari Domingo, la bejarana, cuya bravura trascendió hasta la Corte Real.

Gran influencia tenía Doña Mayor, no en vano su hijo Alfonso Godinez que fue privado de Alfonso X y luego de Sancho IV, contaba con gran ascendiente en la corte castellana.

Medio siglo de entresijos y disputas trajeron de nuevo el sonido de las armas a Badajoz.

Aún vagan sobre Badajoz miles de almas en penitencia como recuerdo de la infamia y de la envidia…

Una vez hecha esta licencia por mi parte en la introducción de esta entrada, comencemos a ver la denominada "leyenda de los Portugaleses y Bejaranos", sobre los terribles hechos acaecidos a finales del siglo XIII en Badajoz durante el reinado de Sancho IV el Bravo, teniendo como telón de fondo las discordias y luchas fratricidas habidas entre las dos familias de abolengo de la ciudad.

Comencemos, contextualizando el panorama en que se encontraba la península ibérica en la época de que ocurrieron estos hechos.

El mismo año que pasó Badajoz a manos de Alfonso IX de León en 1230, éste fallece, sucediéndole Fernando III el Santo, que pasa a ser rey de Castilla y de León. A éste le sucede Alfonso X el Sabio en 1252, el cual tuvo la desgracia de sobrevivir la muerte de su heredero Fernando de la Cerda en 1275 (toma el apodo de "de la Cerda" por haber nacido con un mechón de pelo en el hombro).

El rey Sabio dejó dicho en su testamento que el reino debía pasar a su nieto primogénito, el Infante don Alfonso de La Cerda (hijo de Fernando, del cual su dinastía heredó su apodo) y al mismo tiempo desheredaba a su segundo hijo, Sancho. Pero nada de esto ocurrió.

Bastante complicado resumir el problema sucesorio de la muerte a Alfonso X de 1284, pero lo cierto es que Sancho se alzó como rey sin respetar la voluntad de su padre y fue coronado en este mismo año. Fue reconocido por la mayoría de los pueblos y de los nobles, pero al mismo tiempo hubo un grupo bastante numeroso de partidarios de los Infantes de la Cerda, que reclamaban el acatamiento del testamento en cuestión. Durante todo el reinado de este monarca hubo luchas internas y peleas por alcanzar el poder.

Y cuando en un punto de un reino hay alzada una bandera de rebelión, a ella apelan y recurren los descontentos de todas partes, y los que temen el rigor de las leyes ó de la autoridad. Así se proclamó a don Alfonso de la Cerda como su rey en Badajoz, como ahora veremos, que trajo consigo que todos aquellos que eran del linaje de los bejaranos fueran degollados "entre omnes et mugeres quatro mjll y mas”.

Estos dramáticos hechos fueron transmitidos de boca en boca por los juglares, siendo recogidos por los escritores de cada época.

Vamos a dejar que nos lo cuente nuestro Lorenzo de Sepúlveda, cronista y poeta del Badajoz del XVI, que nos ha legado un hermoso romance que da cuenta de estos sangrientos sucesos en sus "Romances nuevamente sacados de historias antiguas" de 1551:

Allá dentro en Badajoz
dos bandos hay muy contrarios,
uno los Portugaleses
contra de los Bejaranos.

Acusan los Portugueses
a el su contrario bando,
sobre el gozar de las tierras
queriendo ser ventajado.

El rey Don Sancho está en Burgos,
las querellas le han llegado;

el Rey por los Portugueses
se mostraba aficionado.

Quitar los heredamientos
mandó a los Bejaranos,
y que de ellos todos gocen

los que eran ajustados.

Los Bejaranos se quejan,
viéndose desheredados;
importunaron al Rey
que revoque lo mandado,

porque andan muy perdidos,
de sus haberes privados.

El Rey viendo su razón
y que eran agraviados,
mandó luego dar sus cartas
en que en ellas ha mandado

que luego los Portugaleses
vuelvan a los Bejaranos

todos sus heredamientos
sin haber cosa faltado.

A Badajoz se trujeron
y les fue notificado;
no lo quisieron cumplir
ni volverles lo tomado.

Al rey tornara a quejarse
todo el bando Bejarano.

El rey le dio por respuesta,
que pues no cumplían su mando,

y habían tan gran poder
como tenían sus contrarios,

hagan por fuerza cumplirlas,
si no quisieren de grado.

Con esto que dijo el Rey
gran orgullo habían cobrado;
llegaron a Badajoz,
apercibieron su bando.

Todos con armas secretas
con presteza se han armado;
dijeron que cumplan luego
las cartas que el Rey ha dado.

No quieren los Portugueses,
mas aquesos Bejaranos

echan la mano a sus armas,
en ellos hacen estrago.

Alzáronse con la villa
viendo el mal que habían obrado;

cobraron miedo del Rey
que se lo habría demandado;

témense mucho de muertos
no podrán ser escapados.

En la villa que es muy fuerte
puesto han muy gran recado
de gentes y bastimentos,
y contra el Rey se han lanzado.

Nombran rey a Don Alfonso
que es hijo de Don Fernando.

El Rey con crecido enojo
su mensaje había enviado

al maestre de Calatrava,
don Rodrigo era llamado,

y al gran maestre de Temple
y a otros muchos hijosdalgo,
y a Córdoba y a Sevilla
a todos les ha rogado,
que cerquen en Badajoz

todo el bando Bejarano.

Como ellos lo supieron
al castillo se han pasado;
alzáronse con la Muela
que era muy fortificado.

Los del Rey allí los cercan;
mas luego se han concertado,
que den el castillo al Rey,
y ellos les han segurado
que el Rey los perdonaría
sin castigar lo pasado.

Debajo de este seguro
luego se habían entregado;
ansí también el castillo
los del Rey lo habían cobrado.

El Rey con crecido enojo
mandó matar todo el bando:
entre hombres y mujeres
cuatro mil han degollado.

Todos los mató en un día,
que ninguno no han dejado,
que hobiese por apellido,
sobre nombre, Bejarano.

La justicia fue cruel,
según que vos he contado;

pero los que son traidores
merecen haber tal pago.


¿De que historias antiguas habían nacido estos versos de Sepúlveda?

A Ferrán Sánchez de Valladolid se le atribuye la labor de ordenar una espesa red de crónicas de España, como la llamada Versión amplificada de 1289. Ferrán compone la Crónica de Alfonso X y la Crónica de Sancho IV, con el aparente propósito de reconciliar las dos figuras reales. Luego proseguirá el género con la Crónica de Fernando IV.

La Crónica de Sancho IV tenía dos objetivos: justificar el linaje del rey que encarga esta tarea historiográfica y mostrar la maldad de los poderosos, cuyas actitudes tantos problemas trajo al reino y al rey.

Veamos que podemos sacar de la crónica de Sancho IV, que podemos encontrar en el manuscrito de la Biblioteca Nacional 829 (olim F-31):

"E estando el rrey don Sancho en Burgos llególe mandado en commo la su çibdad de Badajoz oujeran contienda los vnos con los otros de los linajes que auja y vnos de bejaranos et otros portogaleses et la contienda que entre ellos ouo fue sobre demandas et acusaçiones que los portogaleses fazian a los bejaranos por que dezian que aujan tomado los mas dellos algunos de los términos de que se aprouechauan."

Vamos a ir facilitando la lectura. Parece ser que dice: Y estando el rey Sancho en Burgos le llegó noticia de cómo en su ciudad de Badajoz había disputas entre los linajes que había, bejaranos y portugaleses, siendo la disputa sobre demandas y acusaciones que los portugaleses hacían a los bejaranos porque decían que habían tomado algunos términos de que se aprovechaban.

"Et por ende que don Alfonso Rodríguez que era priurado del rrey que tomasen los heredamjentos a los bejaranos et los entregasen a los portogaleses."

y por orden de Don Alfonso Rodríguez, que era privado del rey, que tomasen los heredamientos a los bejaranos y los entregasen a los portugaleses.

Debe de referirse a Don Alfonso Godínez, que como hijo de Doña Mayor Gutiérrez era de origen portugués, que fue privado de Alfonso X y luego de Sancho IV, y que contaba con gran ascendiente en la corte castellana.

Según algunos, este apellido Godínez es patronímico ya que procede del nombre propio de Godino muy usado entre los godos. Hay cronistas que señalan que, desde Asturias pasaron a Portugal donde poblaron Coimbra, descendiendo de ellos cierto caballero portugués de nombre Godino que fue padre de Elvira Godínez, mujer de Alboazar Ramírez, hijo natural del rey Ramiro II. Alfonso Godínez fue Señor de Jareicedo (Cáceres), siendo muy apreciado por el rey don Sancho "el Bravo", a cuya Real Cámara perteneció.

Sigamos con la crónica de Sancho IV "El Bravo":

"E por esta rrazón andudieron fuera de la çibdad algunos de los bejaranos querellándose al rrey del mal que resçiberon en tornarles lo suyo et el entregarlo a los otros et pidiéronle por merced muchas vezes que gelo mandase entregar. Et a cabo de gran tiempo veyendo el rrey que los agraujaua mandoles dar sus cartas en commo gelo entregasen. E desque llegaron las cartas a Badajoz non quisieron conplirlas los portogaleses et tornáronse commo de cabo los bejaranos a dar querella al rey que non querían conplir sus cartas et con grand afincamjento que le fazían díxoles que, pues que ellos naturales eran de Badajoz, que tamaño et mayor lugar aujen ellos commo los portogaleses que quando sus cartas non quisiesen conplir los portogaleses que ellos deujen fazer por que las cunpliesen. Et con esta palabra que les dixo el rrey fueronse los bejaranos para Badajoz et aperçibieron todos sus parientes et a todo su vando et desque leyeron las cartas en conçejo et non las quisieron los portogaleses cumplir et commo yuan aperçebidos pelearon con ellos et mataron muchos de los portogaleses en guisa que se apoderaron de toda la çibdad. Et desque fueron entendiendo quán mal lo aujan fecho, tomaron grand miedo del rey que los mataría por esta rrazon et alçáronse en la Villa de Suso que es muy fuerte et desque la oujeron bien basteçido et fueron bien apoderados Della et con el miedo que aujan tomado del rey oujeron a tomar boz de don Alfonso fijo del infante don Fernando."

Y por esta razón salieron de la ciudad algunos de los bejaranos quejándose al rey del mal que recibieron al quitarle lo suyo y entregándoseles a los otros, y pidiéndole al rey muchas veces que se lo devolviesen. Y al cabo de gran tiempo viendo el rey que los agraviaban, les mandó orden para que se les devolviesen. Y desde que llegaron las órdenes del rey a Badajoz, no quisieron cumplirlas los portugaleses y volvieron los bejaranos a quejarse al rey que no querían cumplir el mandato real y con gran afincamiento que le hacían les dijo que, pues como ellos eran naturales de Badajoz, y como eran mas, cuando los portugaleses no quisieran cumplir su mandato, ellos debían hacer cumplirlo. Y con estas palabras que les dijo el rey regresaron los bejaranos a Badajoz y prepararon a todos sus parientes y a todo su bando y desde que leyeron los mandatos en el concejo y no las quisieron los portugaleses cumplir y como se habían preparado, pelearon con ellos y mataron a muchos de los portugaleses, apoderándose de toda la ciudad. Y desde que se dieron cuenta del mal que habían hecho, temieron que el rey los mataría por esta razón y se hicieron fuertes en la Villa de Suso que era muy fuerte y abasteciéndola bien y bajo su poder, y temerosos del rey, tomaron parte a favor de don Alfonso, hijo del infante don Fernando.

Habla de la Villa de Suso, refiriéndose a la ciudadela del castillo.

Sigamos:

“E el rey don Sancho enbió luego mandar a don Rodrigo, maestre de Calatrava, et al maestre de Santiago et al maestre de Alcantara et al maestre del Temple et al prior del Ospital et a los del reynado de Seujlla et de Cordoua que fueses a çercar a Badajoz. E los que estauan en la villa alçáronse en la muela de ençima del castillo e, desque y llegaron estas gentes, todas troxieron pleito con los del castillo que los segurauan de parte del rrey que non les farían mal njnguno. Et ellos por este aseguramjento dieron el castillo. Et dado el castillo mandó el rey que matasen a todos aquellos que eran del linaje de los bejaranos et mataron entre omnes et mugeres quatro mjll y mas.”

Y el rey don Sancho envió luego mandar a don Rodrigo, maestre de Calatrava, y al maestre de Santiago y al maestre de Alcántara y al maestre del Temple y al prior del Hospital y a los del reino de Sevilla y de Córdoba que fuesen a sitiar a Badajoz. Y los que estaban en la villa se alzaron en la muela de encima del castillo y, desde que llegaron estas gentes, todos negociaron con los del castillo que les aseguraron de parte del rey que nos les harían mal ninguno. Y ellos por esta promesa rindieron el castillo. Y rendido el castillo mandó el rey que matasen a todos aquellos que eran del linaje de los bejaranos y mataron entre hombres y mujeres a mas de cuatro mil.

Y hasta aquí lo referente a estos sucesos en esta Crónica de Sancho IV que dieron origen a los versos de Sepúlveda.

(No he conseguido encontrar este tal don Rodrigo ¿maestre de Calatrava?, quizás fuese el prior)

Pero ¿Cuando se produjeron estos hechos?

Matías Lozano en su libro “Badajoz y sus murallas” de 1983, nos trascribe esta leyenda en parecidos términos, pero añade que en 1288 vino a Badajoz Sancho IV a intentar poner fin a las repetidas guerras civiles que arruinaban la ciudad, consiguiendo aparentemente que hicieran las paces. También añade que los decapitaciones se produjeron el 19 de Mayo de 1289 en el que después se llamó Campo de San Roque y que al lugar de los enterramientos se le llamo del Osario, después llamado Ensario.

Añade Matías Lozano, que este lugar del Osario, es posible que partiera de las proximidades de la margen derecha del riachuelo Rivillas y que continuara a los largo del camino de los Lagares, paralelo al antiguo camino de Mérida, terminando en las proximidades de la ermita de San Roque.

Que la muerte de los Bejaranos se produjera el 19 de Mayo de 1289 y que Sancho IV viniera a Badajoz en 1288, parece ser que viene de nuestro gran recuperador de “cuentos y tradiciones” Nicolás Díaz y Pérez (1887), que esta vez si da a conocer su fuente, el libro juvenil de Fidel Fita y Colomé y Aureliano Fernández-Guerra y Orbe de 1880 “Recuerdos de un viaje a Santiago de Galicia”, aunque no puede despreciar tomar estas fechas, considera que esta leyenda no tiene el menor fundamento.

¿Y que nos cuenta el Padre Fita y Don Aureliano para que el mismísimo Don Nicolás desconfíe?

Aparte de que a Sancho IV el Bravo, primero se le apodó “el Pravo” (En el diccionario RAE: Perverso, malvado y de dañadas costumbres), añade que el ataque de los bejaranos a los Portugaleses se produce cuando alboreaba el día de Pascua, 10 de Abril, haciéndolo coincidir con la muerte del obispo celebrando misa en la Catedral.

Yo tampoco me puedo resistir exponer esta historia:

“Acercase la hora de la misa mayor, y ni canónigos ni servidores de la iglesia, nadie se atrevía a dirigirse al templo. Un santo y anciano sacerdote no puede llevar en paz que deje de celebrarse el oficio divino; penetra en la Catedral, acompañado de su fiel paje, hace abrir las puertas, repicar las campanas, se reviste, sube al altar mayor, espera largo rato; pero la iglesia está vacía: ni un alma, excepto el preste y su monaguillo, atravesó los umbrales. Por fuera asordan el espacio gritos de venganza y enojo, maldiciones y blasfemias, y el incesante golpear de las armas. Comienza la misa; y en la plegaria que sigue al introito, pide con vehementísima caridad el celebrante que, al renovarse en tal glorioso día el sacrificio del Unigénito de Dios nuestro Redentor y Maestro, no falte devoto pueblo que lo presencie y ensalce y glorifique. Vuélvese para la salutación de rúbrica, y párase inmóvil y absorto al contemplar llena toda la iglesia de inmenso y devotísimo concurso. Renueva la salutación al principar el ofertorio, y entre los asistentes ve infinitas damas con riquísimos brocados, próceres y magnates con garnachas y preciadas lobas, guerreros ilustres de acerina malla cubiertos, caballeros en cuyos mantos resplandecía la verde cruz de Alcántara, dos o tres monges que ceñían mitra episcopal, y algún prelado a quien el mismo celebrante cerró los ojos en el lecho de muerte. Entonces conoció que los muertos se habían levantado de sus sepulturas para asistir a la santa misa; y en los momentos pidió con ardorosas lágrimas por los vivos y los difuntos. Pero al volverse y decir Ite, missa est, aquel inmenso pueblo de ultratumba desapareció como por ensalmo; y al inclinar sobre el altar el sacerdote la cabeza y pedir a la Trinidad Santísima que admitiese el tributo de su fiel servidumbre, espiró en aquel punto, quedando yerto cadáver. No debía permanecer ya entre los vivos quien se había ofrecido de esta manera en sacrificio con la hostia inmaculada para aplacar la justa ira del cielo.”

¿Y de donde viene esta historia?

26 años antes se publicó “El Aniversario” de Ángel de Saavedra, Duque de Rivas.

“El Aniversario” se publicó en 1854 como la Leyenda Tercera del Tomo III de Romances históricos y leyendas.

El Aniversario, es uno de los acabados modelos en el género fantástico, hábilmente mezclado con la vida real, donde reviven llenas de interés y de verdad las tradiciones populares de la edad media.

Según Eugenio de Ochoa “La tradición en que se funda la tercera de estas leyendas, la menos esmerada en su forma, es una de las mas admirablemente bellas que conocemos: sacada de una antigua crónica de Badajoz lleva en sí un carácter tal de grandeza y terror al mismo tiempo, que no es posible pensar en ella sin sentirse profundamente sobrecogido. Aquel templo lleno de improviso con las sombras de los antiguos conquistadores de la ciudad; aquel celebrante que, cumplida su misteriosa misión, cae muerto cual si le hubiera herido un invisible rayo, son imágenes cuya grandiosa novedad pasma y aterra: no tiene la edad media, tan rica de tradiciones poéticas, otra que lo sea mas que esta, ni acaso tanto. El contraste entre la última escena de este tremendo drama y las dos anteriores que preparan su desenlace, da á este un realce indecible: desde el alcalde cogido y volteado por un novillo de cuerda, hasta el sacerdote que
“En la desierta catedral en donde
Ni aun ornan el altar lucientes cirios,
Y cuya soledad lo asombra y pasma,
Entra despavorido,”

hay toda la distancia que separa á la materia del espíritu, a la tierra del cielo.

Ángel de Saavedra nos cuenta que Badajoz arde en fiestas con motivo del aniversario de su expugnación. Pero una antigua rivalidad entre Bejaranos y Portugaleses estalla de nuevo y ambos bandos se atacan con sañuda impetuosidad. La refriega se prolonga toda la noche y aún dura al siguiente día. Tan terrible suceso retiene en sus casas a los habitantes de la ciudad, y si bien la campana del templo llama a los fieles, sin que se sepa quién la impulsa, pues en la catedral, donde había de celebrarse la festividad del aniversario, sólo se encuentra el sacristán que ayuda a misa todo amedrentado y el sacerdote que la dice, más muerto que vivo, nadie concurre al santo sacrificio ante el temor de ser víctima de los furiosos contendientes. Y cuál no sería la tremenda sorpresa del preste, cuando al volverse para exclamar: El Señor sea con vosotros, -exclamación que había sido precedida de honda y ardiente plegaria, por medio de la que se impetraba de Dios pusiera término a la feroz reyerta y atrajese al templo a los fíeles- advierte que el sagrado recinto está ocupado por la más extraña e impresionante multitud...

- I -
La velada

Hundiéndose en los mares de Occidente
tras de las lomas áridas y adustas,
lindes de Lusitania y de Castilla,
un sol de otoño, entre rosadas brumas,

recortó con sus últimos destellos
las altas frentes y erizadas puntas
de las torres y montes convecinos.
que a Badajoz defienden y circundan.

Y en cuya catedral los sacros bronces,
que en la región de las tormentas zumban,
para el sol venidero le anunciaron
festividad solemne y pompa augusta.

Las del aniversario de aquel día
en que el Séptimo Alfonso de la furia
y del poder triunfando sarraceno
expugnó a Badajoz tras larga lucha.

(¿Alfonso VII? Según la numeración cronológica real del Reino de León, Alfonso IX debería ser conocido como Alfonso VIII de León, pero su denominación con el ordinal IX es la más habitual. ¿se refiere a Alfonso VII (1105-1157)? )

Y en que purificando su mezquita
del falso rito y prácticas inmundas,
del Gólgota a la enseña triunfadora
maldita se humilló la media luna.

De la insigne ciudad voto solemne
aquel festejo popular, que aún dura,
fundó de gratitud en homenaje,
sin que dejara de cumplirlo nunca.

Y desde la conquista memoranda
tendido habían al paso dos centurias,
hasta el suceso grande y misterioso,
que hoy quiere recordar mi humilde pluma.

(Vuelve a hablar que habían pasado dos centurias desde la conquista de Badajoz ¿?)

***

Del alto campanario el gran rimbombe
de gozo la ciudad mísera inunda,
que bien ha menester de regocijos
después de un año de dolor y angustias.

De un año de ansiedad y de miseria
en que la tuvo la enconada pugna
de dos linajes nobles y ambiciosos,
de Badajoz azote y amargura:

«Portugaleses», lusitana estirpe,
y «Bejaranos», extremeña alcurnia:
rivales poderosos, que el dominio
de la infeliz ciudad fieros disputan,

y que poner en paz don Sancho «el Bravo»
logró hace poco con prudencia suma,
gozando el pueblo, aunque por breves horas,
de tal monarca la presencia augusta.

¡Quiera el cielo que dure aquella calma,
y que no quede en la ceniza oculta
pequeña chispa, que, tomando cuerpo,
los pasados incendios reproduzca!

***

Por las calles y plazas la nobleza
mézclase afable a la plebeya turba,
y unidos los hidalgos y pecheros
la velada alegrar todos procuran.

Del alguacil o arquero nadie teme
en tal noche insolencia inoportuna,
ni que el toque obligado de la queda
venga a dar fin a la función nocturna.

Con matizadas telas los balcones
y luminarias a la noche insultan,
y suenan por doquiera tamboriles,
rabeles, pitos, flautas y bandurrias.

Mas el centro común de aquella fiesta,
donde la gente principal se agrupa,
es de la catedral la extensa plaza,
que adornan arcos de ramaje y murta.

Arde en su centro rutilante hoguera,
y sobre su pirámide, que ondula,
de fácil llama, saltan los muchachos
con tal audacia, que mirarlo asusta.

Aquel rojo esplendor la plaza llena,
refleja del gran templo en las columnas,
en las lejanas torres, en las casas,
en los humanos rostros que circulan

y si con viva luz perfila y corta
cuanto alcanza en redor, sombras oscuras
causa también, tan vagas, tan movibles,
que con formas fantásticas lo abulta.

Allá en los soportales se establecen
puestos mezquinos de confites, frutas,
licor, torrados, nueces, chucherías,
y a un tiempo gritos mil su venta anuncian.

El aceite en que hierven los buñuelos
infecta el aire más que lo perfuma,
los populares cánticos lo aturden,
con voces discordantes y confusas.

***

Avanza ya la noche, a paso lento
entre celajes al cenit la luna,
pero aún no es el concurso numeroso,
ni aún reinan confusión y barahunda,

pues va a salir enmaromado un toro,
y la gente juiciosa, y la machucha,
y las damas, no quieren un tropiezo
con quien no acata canas ni hermosura.

Sólo la gente joven y los guapos,
con algazara por las calles cruzan,
mientras que los balcones y las rejas
las mujeres, solícitas, ocupan.

***

Que el feroz animal ya sale avisan
gritos, carreras, luminarias, bulla,
y muchos, que en las calles y las plazas
de valientes la echaban, se atribulan.

Y algún portal, o pilarón, o verja
para esconderse demudados buscan:
que es una cosa el esperar al toro,
y otra quedarse cuando asoma y bufa.

Con una luenga soga, en que se ensartan
chulos, pillos, borrachos y granujas,
y al animal por el testuz sujeta
para impedirle que se ponga en fuga,

un guadianeño buey enorme, blanco,
de inmensa y reforzada cornadura,
corre, atropella, embiste, retrocede,
retemblando la tierra a sus pezuñas.

Unos, huyendo, súbense a las rejas,
mas las damas de adentro, si son chuscas,
para obligarlos a volver al riesgo,
los vejan, los pellizcan, los empujan.

Otros al paso al fiero buey recortan
con garbo y gentileza, y con que alguna
flor o cinta se ganan, como en premio
de su serenidad, arte y bravura.

También hay quien con gracia y gentileza,
manejando la capa a la andaluza,
y consiguiendo estrepitoso aplauso,
al feroz animal engaña y burla.

Pero tal vez algunos por el aire
vuelan a impulso de las corvas puntas,
o por tierra revuélcanse, las ropas
y las carnes también rotas y sucias.

***

Tal sucedió al alcalde. ¡Desdichado!
Con vara, con linterna y con la chusma
de alguaciles detrás, la ronda hacía,
lejos del toro, y lejos de trifulcas,

cuando el vil animal volvió de pronto,
de un rehilete huyendo que le punza,
atropelló de pillos la gran sarta
que dejan la maroma por la fuga,

y tomando una oscura callejuela,
tal vez del campo y de reposo en busca,
tropezó con la ronda de improviso,
y fue justo que hiciera de las suyas.

Llevó buen revolcón el pobre alcalde,
y alta grita además, que la gentuza,
¡villana propensión!, aplaude siempre
que al que manda le espetan una tunda.

Afortunadamente no fue cosa,
y salió sin lesión de tanta angustia,
con varios desgarrones en la capa
y maldiciendo tan pesadas burlas.

Este incidente, y que la medianoche
ya la campana de la Vela anuncia,
volver al toro hicieron a su establo,
dando al demonio la ovación nocturna.

***

Entonces, sí, que calles y que plazas
honradas fueron por la gente culta,
y por damas gallardas y galanes,
con ricas vestes y pintadas plumas.

Empezó la función a ser más noble,
sí no tan bulliciosa, y las bandurrias,
vihuelas, menestriles y panderos
sones de danza armónicos modulan.

Doncellas de alto fuste entonces salen,
y del contento general disfrutan,
luciendo ricas y elegantes galas,
que su beldad y su linaje ilustran.

Mas entre todas ellas descollando,
como erguido ciprés entre las murtas,
como azucena en medio de las flores,
como entre las estrellas la alma luna,

y la atención universal llamando,
y calle abriendo respetosa turba,
doña Leonor de Bejarano llega,
preconizada Sol de Extremadura.

Son sus ojos luceros rutilantes
que a los del cielo con su lumbre ofuscan,
ébano son las trenzas y los rizos
que por su cuello de marfil ondulan,

soberana su altiva gentileza,
y su rostro el compendio en que se juntan
gracia, beldad, modestia, altanería,
alto talento y discreción profunda.

Tendió con inquietud la vista en torno,
como quien algo que le importa busca,
y en un sillón que colocara un paje
sobre una alfombra de labor moruna

sentóse, de sus dueñas circundada,
con modestia y con noble compostura.
El concurso la admira y la contempla,
y damas y galanes la saludan.

Y los «Portugaleses» en su obsequio
más asiduos mostrándose que nunca,
cercáronla, corteses, elogiando
sus gracias, joyas, talle y hermosura.

Sus extremos y el ver que en el concurso
las señoras no están de aquella alcurnia,
y que a doña Leonor le dejan sola
ser reina del festejo, inspira alguna

sospecha en los astutos y medrosos
de que la enemistad aun arda oculta
de ambos linajes y que aun pueda un día
la paz romper que Badajoz disfruta.

- II -
El embozado. -La dama. -El rapto

En un rincón de la plaza,
detrás de unos pilarones,
que cortaban de la hoguera
el paso a los resplandores,

un siniestro grupo forman,
bañado en sombra, tres hombres,
envueltos en capas negras
que ocultan luengos estoques;

con el embozo el semblante
hasta las cejas esconden,
y calados los birretes,
en silencio están inmobles.

El uno de cuando en cuando
con gran recato se pone
a observar cuanto en la plaza
acontece aquella noche.

Y cuando su rostro asoma
y a la roja luz lo expone,
bríllanle en dos ojos negros
dos relámpagos atroces.

Al ver llegar tan gallarda
a doña Leonor, quedóse
como encantado un momento,
y en temblor convulso rompe.

Retírase, y en voz baja,
pero en la cual se conoce
gran turbación, de este modo
dice a los dos que le oyen:

«Ya está en la plaza... ¡Oh cuán bella!...
Sus ojos como dos soles
ha girado en busca mía...
Me lo dice el alma a voces,»

Uno de los dos, del brazo
lo sacude y le interrompe,
con acento que parece
satánico acento: «Joven,

»si ella te ama y tú lo sabes,
y te la niegan feroces
el padre y hermanos, sólo
por los antiguos rencores,

»con tu espada y con tu esfuerzo
tu amor ardiente se logre.
Y queden los 'Bejaranos'
hundidos de un solo golpe.»

Tiembla el mancebo un instante,
que la importancia conoce
del consejo, y decidido
de esta manera responde:

«Si ese desdeñado novio
que su familia le impone,
porque es del rey favorito,
baila con ella esta noche.

»será, os juro por mi sangre,
rayo abrasador mi estoque,
y de los 'Portugaleses'
restablecido el renombre.»

El otro, que hondo silencio
guardó tenaz hasta entonces,
y que de los tres mostraba
ser el más viejo en su porte,

«Hablas -le dijo- cual debe
hablar en tu caso un noble.
Bailará, sí, no lo dudes;
haz lo que te cumple entonces.

»Pues preparado está todo
con tal secreto y tal orden,
que doña Leonor tu esposa
será, aunque lo impida el orbe.»

Tornan a hundirse en silencio
los tres, y a quedarse inmobles.
Y atento la plaza observa
con grande ansiedad el joven.

***

Aquel grosero bullicio
y atronadora alegría,
que en las fiestas populares
nos aturde y nos fastidia;

y la confusión de gentes
incultas y poco limpias,
que nos sofoca y estrecha
y la diversión nos quita,

ya de la alegre velada
desaparecido habían,
para aparecer de nuevo
al celebrarse la misa.

Y aquel tropel de borrachos
y chicos y de chicas,
que disgustos causan sólo
y desazones y riñas,

también rendido o disperso
en hondo sueño yacía
dejando la extensa plaza
más desahogada y tranquila.

No incomodaba la hoguera,
ya leve llama y ceniza,
y sólo de los balcones
las luminarias ardían,

cuyo fulgor, combinado
con el que, argentada y limpia,
en cenit daba la luna
entre blancas nubecillas,

formaba una luz tan grata,
ya plateada, ya rojiza,
y una claridad tan dulce,
tan templada, tan benigna,

que de mágica apariencia
la extensa plaza vestía,
dando más realce a la gala,
y más encanto a las lindas.

Los sonoros instrumentos
armonizaban las brisas,
y el baile duraba alegre
entre las personas finas.

¡Qué matizados ropajes,
cuántas pluma, cuánta cinta
la plaza, como las flores
el vergel risueño, pintan!

¡En cuántas lucientes joyas,
de las estrellas envidia,
las antorchas y la luna
relampaguean y brillan!

¡Cuántos ojos hechiceros
abrasan a los que miran
con los ardientes vislumbres
de sus aleves pupilas!

¡Cuánto delicado talle,
que al laurel gallardo imita
cuando el céfiro halagüeño
en el jardín lo acaricia,

arrebata corazones,
y voluntades cautiva!
¡Qué atmósfera deliciosa
en Badajoz se respira!

***

Ninguna dama desdeña,
por encumbrada y altiva,
tomar ya parte en la danza,
mostrando su gallardía,

con los nobles caballeros
que obsequiosos las convidan,
para que luzcan su garbo
y ostenten sus galas ricas.

Y a respetuosa distancia,
si aún quedan, pobres familias
cariñosas las aplauden,
envidiosas las admiran.

Doña Leonor solamente
aún no ha dejado su silla,
y algo tiene su semblante
que inquietud interna indica;

por más que afable en sus labios
brille apacible sonrisa,
que a los saludos y obsequios
corresponde agradecida,

y que ni un punto deponga
la reserva noble y digna
que corresponde al orgullo
de su encumbrada familia.

***

Ya en Oriente albo destello
y una nube purpurina
anunciaban que la aurora
del mar Tirreno salía

cuando el padre y los hermanos
de doña Leonor divina,
acompañando a un mancebo
de cortesana hidalguía,

y del más vistoso traje,
y de figura expresiva,
se acercaron gravemente
a la hermana y a la hija,

y pídenle cariñosos,
mas con voz imperativa,
que con aquel caballero,
que para suyo destinan,

salga a animar con su garbo,
su beldad y bizarría
el fin de la alegre danza,
pues que ya la noche expira.

Ella, aunque el alma le parte
y el pecho le martiriza
tal mandato, disimula
discreta, sagaz y lista.

Y, aunque alguna excusa intentan
balbucir, la llama altiva
que en los ojos de su padre,
anunciando enojo, brilla,

le aterra, y cubriendo astuta
el disgusto que la agita,
en pie se pone gallarda
entre universales vivas.

***

Apenas en pie se puso,
al lado del caballero,
doña Leonor Bejarano
con noble y turbado aspecto,

y en torno un circo formaba
el regocijado pueblo,
para darles el tributo
de aplausos y acatamientos,

en el rincón de la plaza
donde estaban en silencio
los tres hombres embozados
tronó alarido tremendo.

Y los tres hombres las capas
arrojando a un mismo tiempo,
y mostrándose vestidos
de coseletes de hierro,

con la presteza del rayo,
confusión sembrando y miedo,
en la mano los estoques
vuelan de la plaza al centro.

El desorden, la sorpresa
turban el concurso inmenso;
huyen niños y mujeres
con pavorosos lamentos.

Unos a otros se atropellan,
sin saber dónde está el riesgo.
Los hombres se arremolinan,
ignorando qué es aquello.

Se oyen gritos espantosos,
desnúdanse mil aceros,
puertas ciérranse y balcones
con presteza y con estruendo.

Doña Leonor se desmaya
en brazos del caballero;
cuando los tres agresores
llegan, y el más joven de ellos

al dichoso le traspasa
de horrenda estocada el pecho.
Y mientras de ardiente sangre
inunda la tierra el muerto,

los otros dos, animosos,
asen con feroz denuedo
a la exánime doncella
y arrebátanla violentos.

A darle tardo socorro
llegan su padre y sus deudos,
y pasmados reconocen
el osado mancebo

de la estirpe «Bejarana»
al enemigo más fiero,
y de los «Portugaleses»
al más gallardo y soberbio.

Arrójanse a la venganza...
Mas ¿qué pueden sus esfuerzos,
desarmados, sorprendidos
y con sayos de festejo,

si los del contrario bando,
traidores, llevan cubiertos
con las galas los arneses,
para combate dispuestos?

«¡Traición! ¡Traición y venganza!»,
gritan furiosos aquéllos.
«¡Muerte! ¡Sangre y exterminio!»,
con altivas voces éstos...

Del gran rey don Sancho «el Bravo»
rotos quedan los conciertos,
y de la civil discordia
reanimados los incendios.

- III -
La batalla. -La misa

¡Infeliz Badajoz!... ¡Oh sol, detente!
Niega hoy tu luz al turbio Guadïana,
y en nubes de oro y grana
quédate reclinado en el Oriente.

No vengan a alumbrar tus resplandores,
de sangre y muerte y exterminio llenas,
sus márgenes amenas:
cubra noche eternal tantos horrores.

Mas, ¡ah!, no llega a ti mi voz, y tiendes,
inmutable siguiendo tu carrera,
el paso por la esfera,
y sobre Badajoz tu lumbre extiendes.

Mírala arder en espantable guerra,
de la discordia al hórrido alarido,
y otra vez encendido
el fuego del infierno en esta tierra.

Mira de los incendios el espanto,
y cómo el humo en sofocante nube
hasta tu trono sube
a ennegrecer tu rutilante manto.

Mira arroyos de sangre en el Guadiana
perderse enrojeciendo sus cristales.
Mira las infernales
furias triunfando de la raza humana.

¡Maldición! Maldición a los primeros
que rompieron la paz tan santo día,
y que en batalla impía
desnudaron los bárbaros aceros!

***

Si inermes los altivos «Bejaranos»,
por la traidora saña sorprendidos,
pudieron ser vencidos,
ya empuñan hierro sus feroces manos.

Y arden en ira y en atroz venganza,
y vestidos los bélicos arneses,
de los «Portugaleses»
cébanse sin piedad en la matanza.

Y los «Portugaleses», defendiendo
la presa que les dio su alevosía,
sacian la saña impía
lago de sangre a Badajoz haciendo.

Cunde voraz la formidable llama,
las casas y palacios devorando
del uno y otro bando,
y por altas techumbres se derrama.

Calles y casas, plazas y jardines
campo son horroroso de pelea,
y la muerte pasea
de la ciudad los últimos confines.

Blasfemias, gritos, voces y lamentos,
y el crujir de las armas atronante,
y polvo sofocante
llenan y enciende los delgados vientos.

No es entre hombres la lucha, es entre fieras,
o más bien entre monstruos del infierno...
¿Y nadie, ¡oh Dios eterno!,
teme el rayo, terror de las esferas?

¿Nadie recuerda, ¡oh ceguedad impía!,
el santo aniversario en que rendido
un pueblo agradecido
debe ante ti postrarse en este día?...

Alguien lo recordó... Sobrepujando
una campana del combate horrendo
el tormentoso estruendo,
al templo está los fieles convocando...

Mas, ¡ay!, que no la escuchan los feroces,
y aquella voz del Cielo se ahoga y hunde,
y el rumor la confunde
de ardientes armas y tremendas voces.

Y si el enfermo, el niño y el anciano
y la doncella tímidos la escuchan,
el terror con que luchan
torna su afán de obedecerla vano.

Nadie, ¡oh sacro metal!, obedecerte
puede, aunque quiera, en tan infausto día.
¿Quién cruzar osaría
calles do reinan exterminio y muerte?

***

Uno solo, obediente a aquel mandato
y de alta obligación al santo grito,
se alza, sale, las calles atraviesa,
desprecia los peligros:

el santo sacerdote, que aquel día
celebrar de la Iglesia los oficios
debe en la catedral; su santo celo
le da santo heroísmo.

Armas, furias, estragos atraviesa
incólume, y del Cielo protegido
del sacro templo la cerrada puerta
ábrese y le da asilo.

En la desierta catedral, en donde
ni aun ornan el altar lucientes cirios,
y cuya soledad lo asombra y pasma,
entra despavorido.

Sólo halla a un joven sacristán temblando,
más que, por el combate y exterminio,
cuyo rumor duplícase en las bóvedas
del lóbrego edificio,

porque nadie ha tocado la campana,
que dio a los fieles el sonoro aviso,
sonando por sí sola o compelida
por impulso divino.

Al saberlo, pasmado el sacerdote
advierte lo que manda aquel prodigio,
siente algo en su interior que lo engrandece
le da extraño brío.

Y, aunque desiertos mire iglesia y coro
y presbiterio, y en aquel recinto
no más viviente que el cuitado joven
trémulo y semivivo:

«No quede -exclama- en tan infausto día
sin culto el templo del Señor bendito,
y, pues tú y yo bastamos, celebremos
el santo sacrificio.

»Que, aunque desnudo de aparato y pompa,
subirá al trono del Señor lo mismo.
Logre hoy del Sacramento la presencia
este olvidado sitio.»

Se anima el sacristán (a ambos fuerza
impulso superior), corre al proviso
y prepara el altar, al altar sube
el preste revestido.

La misa empieza con fervor devoto,
en la tierra y altar los ojos fijos.
Antes de leer la epístola se vuelve,
siguiendo el sacro rito,

a decir: «El Señor sea con vosotros»,
y no encuentra, ¡oh pavor!, a quién decirlo,
que están desiertas naves y capillas
y su ámbito vacío.

Anonádase, tiembla, se confunde,
y oyendo resonar lejanos gritos
y el rumor del combate que arde fuera,
en el santo recinto

trémulo torna, y a la imagen santa
de nuestro Redentor, hondos gemidos
lanzando que del alma le salían,
entre lágrimas dijo:

«Señor, Señor, piedad... ¿Cómo consientes
que así te ofendan tus feroces hijos;
y que cuando debieran prosternados
adorarte sumisos,

»recordando el favor con que libraste
esta infeliz ciudad de los impíos,
se estén cual torvas fieras devorando,
ofendiéndote inicuos?

»¿Cómo, Señor, permites que tu templo
en tal festividad quede vacío,
y que tu cuerpo y sangre nadie adore,
más que tu siervo indigno?»

La epístola leyó, y «el Señor sea
con vosotros» tornó a decir, y frío
quedó cual mármol, de concurso inmenso
el templo viendo henchido.

Más ¡qué concurso! ¡Oh Dios! ¡Concurso helado,
que ni alienta, ni muévese, ni brillo
muestra en los ojos!... Turba de esqueletos...
vivientes de otro siglo.

¡Esqueletos! Envueltos en sudarios
los más; algunos con ropajes ricos
deslustrados y rotos; muchos visten
sayal de San Francisco;

varios, armas mohosas y abolladas;
algunos, los más altos distintivos;
y hay de todas edades, sexos, temples,
sin orden confundidos.

Abiertas de la iglesia en suelo y muros
estaban de sepulcros y lucillos
las losas, el silencio era espantoso
y el ambiente más frío.

Sí. Los conquistadores denodados,
que a Badajoz ganaron para Cristo,
salieron con los suyos de las tumbas
a adorar a Dios vivo;

y a celebrar el santo aniversario,
asistiendo del culto a los oficios,
ya que sus descendientes infernales
los tienen en olvido.

Tiembla el joven sirviente. El sacerdote
aterrado prosigue el sacrificio.
Consagra, alza, consume, vuelve luego
y halla el concurso mismo.

«Marchad; la misa concluyó», pronuncia,
y al punto desparece aquel gentío.
Tórnase en nada, y ciérranse las losas
de tumbas y lucillos.

No tenían que esperar los bienhadados
la bendición humana; ya benditos
estaban del Señor. Fuera del templo
prosigue el exterminio.

No pudo más el santo sacerdote,
una misión terrible había cumplido.
Fue a recoger de su fervor el premio,
y muerto a tierra vino.

Madrid, mayo de 1854.
FIN

Enhorabuena a los que habéis conseguido acompañarme hasta aquí, aunque os hayáis saltado algunos párrafos...

Queda pendiente hablar de la fecha de la entrada de los cristianos en Badajoz.

Un saludo