Propongo que empecemos por el siglo XIII, siglo que el Reino de Badajoz se convirtio al cristianismo.
Veamos la estructura esquemática de las calles en 1645 para ir intuyendo como podría ser a grandes rasgos la estructura principal del callejero:
Entre legajos se imaginaba como serían aquellos hombres y mujeres que habitaron su querido Badajoz. Fruto de estos viajes imaginarios tenemos su obra de 1926 “Libro de Horas Anónimas”, que como el mismo la describe, es un “breviario que contiene muy devotos rezos y salmos de profana añoranza para la augusta ciudad de Badajoz, en sus noches de invierno largas y evocadoras, en sus noches primaverales y otoñales tibias y sugerentes, en sus noches de luna estival blancas y nostálgicas”.
Para contar las vidas de las gentes de Badajoz que vinieron a partir de la cristianización de la ciudad en 1230, López Prudencio bucea en lo legajos de la época y con los datos que va anotando construye, con nostalgia, en la primera parte de su obra, como pudo ser la vida del Badajoz del siglo XIII dentro de la ciudadela.
Voy a ir entresacando los lugares que nos describe López Prudencio e irlos comentando “en voz alta” y empezar a imaginar como pudo ser la ciudadela del Castillo de esta época, aprovechando también la nostalgia que sentía López Prudencio, con el cual me siento identificado:
“Deambulando sobre aquellos terraplenes, montículos y ruinas, he sentido como si palpitase, bajo rispies, el alma dormida de la vieja ciudad sepultada.
No hace tanto en estos mismos parajes, cubiertos hoy sólo de vestigios mudos, enigmáticos, era aún la vida vigorosa y riente. Había suntuosos palacios, calles y plazas llenas de gentío y de liorna joyante; la Corredera, la Alcana, los Azogues, la calle de Sevilla, el Miradero…
Todo se ha hundido en el largo silencioso de este sosiego que se ha tendido, como un paño mortuorio, sobre aquellas opulencias de vida y de alegría.
Tan silencioso y yermo está el paraje donde bulló, años y siglos, la vida de la ciudad, que las huellas -borrosas e incoherentes- de aquella vida, ocultas en los viejos pergaminos, tiene fragancia de leyenda fabulosa y lejana… ¿Dónde estaba la casa de Doña Mayor Gutiérrez, la devota rica-hembra que fundó y dotó el convento de los Trinitarios? ¿Hacia donde caería la mansión de Juan Luz? ¿Y la de Juan Damor? ¿Y la de Martín Bragas de Fierro? ¿Y las de Doña Flor y de Doña Mafalda?”
Comencemos con la que habitó doña Mayor, que según López Prudencio, “estaba en la calle que iba desde la torre del Apendiz a Santa María de los Freires”.
Los freires de Alcántara en 1270 al delimitar su feligresía en la parroquia de Santa María de Calatrava decían: “e como torna con la metat de la call de Doña Mayor Gutierrez”
Y ¿qué sabemos de esta Iglesia?. Desde el año 1235, poco después de la reconquista, se cita en la alcazaba una iglesia de Santa María de Calatrava. Le fue adjudicada a la Orden de Alcántara, junto con una encomienda, por haber servido en la conquista de Badajoz el maestre don Arias Pérez Gallego con sus caballeros.
En el año 1845 la Junta de Monumentos de Badajoz dispuso hacer excavaciones en las ruinas de Santa María de Calatrava, donde, dice el informe de su vocal don Nicolás Giménez, encargado de dirigirlas, "existían hace pocos años algunas lápidas con inscripciones árabes."
El resultado, según el mismo documento, fue descubrir tres solerías:
La más somera era obra, al parecer, del siglo XIX, cuando aquella iglesia fue parte de un Hospital Militar, por los años 1805 y 1806
La segunda correspondió sin duda a la iglesia de Calatrava cuando fue parroquia, después de la regeneración o en la época del renacimiento;
Y la tercera, que está a la profundidad de 15 o 16 pies (4.20 a 4.48 metros), fue del tiempo de los árabes. En esta superficie están basadas unas columnas de piedra mármol que sostenían todo el edificio y que, según la dirección de la excavación, de los que hasta ahora se han encontrado, deben ser hasta catorce. Dos fustes de esas columnas y un capitel de mármol, se llevaron al Museo Arqueológico Provincial. Otros se utilizaron, relabrándolos, para sostener los faroles del alumbrado público de la ciudad, y algunos, que pasaron a servir de grava en las carreteras del Ayuntamiento. Pavimento y columnas, a juzgar por la profundidad a que se encontraron, aunque aumentada por la acumulación de escombros en esa parte, pudieron pertenecer a un aljibe, semejante al de la casa de la Veletas, de Cáceres.
Como ya vimos en la entrada de los cementerios, los investigadores hablan que en este lugar pudo estar la Rawda o cementerio principesco de la alcazaba.
En otra parte del libro, López Prudencio nos describe la entrada por la puerta del Alpendiz:
“Desde que la comitiva cruzó la puerta del Apendiz, guarnecida por la vieja torre moruna que aún sigue enhiesta, como una añoranza remota de aquellos días, la gentil Teresa ha descorrido el cortinaje de la litera, ávida de mirar la población. La casa de Juán Durán, con sus ricos blasones en el portalón; la de Domingo Iáñez Bejarano, con su vieja torre cuadrada; la de Juán Luz…”
Bueno, de momento, sabemos que la Iglesia de Calatrava torna con la mitad de la llamada calle de “Doña Mayor Gutiérrez”, que se hizo merecedora de ello.
López Prudencio nos habla en varias ocasiones de “la Corredera”, nombre de calle que aún subsiste en muchos pueblos, por ser antes corredera de caballos:
“Martín Rubio compro a su pariente Pero López una casa en el centro de la Corredera, frente a la casa de Don Velasco Bejarano”.
“La Corredera era una de las principales ruas de la Ciudad. Terminaba en los Azogues, donde se solía levantar el tablado cuando en la Semana Santa representaban los misterios de la Pasión los clérigos y los hermanos de las cofradías. Hacia el centro de esta calle es donde se yergue el caserón de Don Velasco; la flanquean dos torres; entre las dos se extiende la "delantera" (como entonces denominaban a los atrios o cavedíos de las casas grandes) “
López Prudencio nos indica en otro lugar que la "Plazoletita de los Azogues" era “vecina a la Parroquia de Santa María de los Freires y cercana a la Catedral de Nuestra Señora de la See”.
En esta Plaza es donde se debía tener el trato y comercio público ya que la propia palabra azogue, procedente del árabe, así nos lo indica. En esta plaza murió Martín Rubio a consecuencia de las disputas de los Portugaleses y Bejaranos, pero esta es otra historia.
La Catedral de Nuestra Señora de la See, está en la parte del recinto a la que se llega entrando tanto por la puerta del Alpendiz al Este como por la puerta del Capitel al Oeste. Es la parte más alta y meridional, ocupada hoy en gran parte por el edificio del antiguo Hospital Militar, vasto edificio comenzado a construir en la primera mitad del siglo XIX y ampliado más tarde hacia Norte, hasta alcanzar las ruinas de la que fue esta iglesia de Santa María del Castillo.
Se estableció en este templo la sede catedral desde los días inmediatos a la reconquista, por lo que se le conoció, además de con ese nombre, con los de Santa María la Obispal y la Sede, para diferenciarlo del templo cercano de Santa María de Calatrava o de los Freires que vimos antes.
En Badajoz, como en todas las ciudades reconquistadas a los musulmanes, debió de establecerse la catedral en la mezquita mayor, después de consagrada, y así lo asegura repetidamente Solano de Figueroa. Pero al-Bakri, según se dijo, escribe que `Abd ar-Rahmán b.Marwan, el Gallego, en fecha próxima al año 900, edificó en Badajoz la mezquita mayor, de ladrillo y argamasa, con un alminar de piedra, y otras varias, una de ellas en el interior de la alcazaba, lo que ha de interpretarse como que aquella no lo estaba. Pudieran compaginarse ambos testimonios suponiendo que, arruinada la principal mezquita de la ciudad en alguno de sus asedios, pasara a serlo la del recinto alto.
El santuario islámico fue catedral desde 1230 hasta la traslación de la sede episcopal al nuevo templo de San Juan, por los años de 1269 al 70, aunque su consagración no tuvo lugar hasta el de 1284. Poco tiempo después, a causa de guerras y despoblaciones, volvió la sede catedralicia a Santa María del castillo, abandonando por unos años el edificio recién construido.
López Prudencio también nos indica que de la plazoletita sale una calle llamada “ la Alcana, que va en dirección de la sinagoga”.
Alcaná es otra palabra que procede del árabe que indica el sitio en que estaban las tiendas de los mercaderes.
Seguramente esta calle pasó a llamarse "Mercaderes", por donde la comitiva de las celebraciones de las fiestas pasaba, como la celebración del casamiento del Infante Don Sancho en 1281 con su tía la grande Doña María de Molina, dirigiéndose al palacio de la Obispalía, situado en la plazoleta que forman las Calatravas con Santa María de la See. Por las ruas y callejas contiguas correrían las muchedumbres para tomas sitio en las bocacalles…
López Prudencio también cita la calle "Sevilla", “junto a la casona de Doña Mafalda… “, supongo que iría a parar a la puerta del Alpendiz.
Uno de los lugares de la Alcazaba que intuyo más debía de gustar a López Prudencio es el subirse a esta torre del Alpendiz:
“Desde el alto rellano de la torre, oteamos un panorama que apenas pudiera concebirse hoy. La extensa vega de Mérida, que ya en el tiempo que nos hemos trasladado se llamaba así, desde el Albercón hasta los términos de Malpartida y Sarteneja, es un inmenso viñedo, parcelado en múltiples majuelos que se distribuyen profusamente entre el vecindario de la ciudad, sin distinción de clases, ni de razas; porque son muchos los judíos que poseen viñales. Poco mas o menos nos ocurre en las márgenes del Rivillas y del Calamón. Hay además frondosos olivares; numerosas huertas y cercados llenos de frutales y profusas legumbres; y en las orillas del Guadiana, del Gévora, del Rivilla, del Calamón y en las “tomas” fabricadas en los valles que forman los alcores del Cerro Gordo, del cerro de San Miguel, del de las Liebres, se destacan como blancos cisnes, multitud de aceñas”.
El recinto del Castillo está atestado de viviendas que forman calles angostas, tortuosas, empinadas; hay plazoletas de traza caprichosa e irregular, un poco sombrías, por la altura de las casas torreadas, o de las iglesias a que sirven de atrio; plazuelas de luz diluida, de pavimento enlosado o empedrado con guijos en cuyas junturas nace la hierba; como las de León, en las de Santiago.
Sólo hay una extensa explanada, larga y estrecha, delante del viejo muro, hacia lo que hoy llamamos laderas del Castillo. Es el Miradero. En esa parte del muro, hoy derruida y sustituida por un muro más interior, se abre la puerta de Mérida. De ella desciende un camino cubierto, cuyos muros subsisten a trozos. Se divisan también las torres de varias iglesias dentro del murado recinto: la torre cuadrada de Santa María de la See, todavía en pie y adherida a la moderna fábrica del hospital militar, la torre aguda de Santa María de Calatrava, a doce pasos de la See, al campanario, el campanario de la ermita de las Lágrimas, cerca de la puerta que, más adelante, se llamará de la Traición; la torre de la parroquia de San Pedro, la de la parroquia de Santiago. Se ve la calle larga de los Mercaderes llena de tiendecitas lóbregas angostas, en cuyo fondo se columbran las caras afiladas de los judíos; al final de esta vía se extiende la plaza de los Azogues ocupada por los tenderetes de los hortelanos, los olleros de Salvatierra, los regatones, los buhoneros, agujeteros, albarderos, recoberos…”
Desde la torre milenaria del Alpendiz…
“Hemos subido a la torre, desde ella hemos visto mudo y yermo, el teatro de todas estas historias. ¡Quién sabe si han sido realidad o han sido solo un sueño, como nos parece siempre todo lo pretérito, en lo absoluta desaparición!”.