Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Las calles del Badajoz antiguo. 1ª Parte. La ciudadela del siglo XIII


Quiero comenzar una serie de entradas dedicada a las calles del Badajoz antiguo. Pretendo hacerla interactiva, con los que por aquí se pasan, y quieran ayudarme, e ir aprendiendo como se fue transformando nuestra ciudad. Es por ello que con las aportaciones, sugerencias, hipótesis… de los habituales que tanto están enriqueciendo este humilde blog, y con los que se quieran ir incorporando, construyamos esta entrada que la iré modificando y actualizando.

Propongo que empecemos por el siglo XIII, siglo que el Reino de Badajoz se convirtio al cristianismo.

Comencemos por el recinto que cercan las vetustas murallas de la ciudadela conocida en Badajoz con el nombre feudal del Castillo.

Con este mapa podemos ver nuestro punto de partida con la situación real de los restos que aún se conservan:
Veamos también una vista cenital:

Veamos la estructura esquemática de las calles en 1645 para ir intuyendo como podría ser a grandes rasgos la estructura principal del callejero:

He elegido como compañía a Don José López Prudencio (1870–1949), primer defensor de la “raza” de los extremeños. Sus obras están impregnadas de su nostalgia del Badajoz antiguo.

Entre legajos se imaginaba como serían aquellos hombres y mujeres que habitaron su querido Badajoz. Fruto de estos viajes imaginarios tenemos su obra de 1926 “Libro de Horas Anónimas”, que como el mismo la describe, es un “breviario que contiene muy devotos rezos y salmos de profana añoranza para la augusta ciudad de Badajoz, en sus noches de invierno largas y evocadoras, en sus noches primaverales y otoñales tibias y sugerentes, en sus noches de luna estival blancas y nostálgicas”.
Para contar las vidas de las gentes de Badajoz que vinieron a partir de la cristianización de la ciudad en 1230, López Prudencio bucea en lo legajos de la época y con los datos que va anotando construye, con nostalgia, en la primera parte de su obra, como pudo ser la vida del Badajoz del siglo XIII dentro de la ciudadela.

Voy a ir entresacando los lugares que nos describe López Prudencio e irlos comentando “en voz alta” y empezar a imaginar como pudo ser la ciudadela del Castillo de esta época, aprovechando también la nostalgia que sentía López Prudencio, con el cual me siento identificado:

“Deambulando sobre aquellos terraplenes, montículos y ruinas, he sentido como si palpitase, bajo rispies, el alma dormida de la vieja ciudad sepultada.

No hace tanto en estos mismos parajes, cubiertos hoy sólo de vestigios mudos, enigmáticos, era aún la vida vigorosa y riente. Había suntuosos palacios, calles y plazas llenas de gentío y de liorna joyante; la Corredera, la Alcana, los Azogues, la calle de Sevilla, el Miradero…

Todo se ha hundido en el largo silencioso de este sosiego que se ha tendido, como un paño mortuorio, sobre aquellas opulencias de vida y de alegría.

Tan silencioso y yermo está el paraje donde bulló, años y siglos, la vida de la ciudad, que las huellas -borrosas e incoherentes- de aquella vida, ocultas en los viejos pergaminos, tiene fragancia de leyenda fabulosa y lejana… ¿Dónde estaba la casa de Doña Mayor Gutiérrez, la devota rica-hembra que fundó y dotó el convento de los Trinitarios? ¿Hacia donde caería la mansión de Juan Luz? ¿Y la de Juan Damor? ¿Y la de Martín Bragas de Fierro? ¿Y las de Doña Flor y de Doña Mafalda?”

Comencemos con la que habitó doña Mayor, que según López Prudencio, “estaba en la calle que iba desde la torre del Apendiz a Santa María de los Freires”.
Los freires de Alcántara en 1270 al delimitar su feligresía en la parroquia de Santa María de Calatrava decían: “e como torna con la metat de la call de Doña Mayor Gutierrez”
Y ¿qué sabemos de esta Iglesia?. Desde el año 1235, poco después de la reconquista, se cita en la alcazaba una iglesia de Santa María de Calatrava. Le fue adjudicada a la Orden de Alcántara, junto con una encomienda, por haber servido en la conquista de Badajoz el maestre don Arias Pérez Gallego con sus caballeros.

En el año 1845 la Junta de Monumentos de Badajoz dispuso hacer excavaciones en las ruinas de Santa María de Calatrava, donde, dice el informe de su vocal don Nicolás Giménez, encargado de dirigirlas, "existían hace pocos años algunas lápidas con inscripciones árabes."
El resultado, según el mismo documento, fue descubrir tres solerías:

La más somera era obra, al parecer, del siglo XIX, cuando aquella iglesia fue parte de un Hospital Militar, por los años 1805 y 1806

La segunda correspondió sin duda a la iglesia de Calatrava cuando fue parroquia, después de la regeneración o en la época del renacimiento;

Y la tercera, que está a la profundidad de 15 o 16 pies (4.20 a 4.48 metros), fue del tiempo de los árabes. En esta superficie están basadas unas columnas de piedra mármol que sostenían todo el edificio y que, según la dirección de la excavación, de los que hasta ahora se han encontrado, deben ser hasta catorce. Dos fustes de esas columnas y un capitel de mármol, se llevaron al Museo Arqueológico Provincial. Otros se utilizaron, relabrándolos, para sostener los faroles del alumbrado público de la ciudad, y algunos, que pasaron a servir de grava en las carreteras del Ayuntamiento. Pavimento y columnas, a juzgar por la profundidad a que se encontraron, aunque aumentada por la acumulación de escombros en esa parte, pudieron pertenecer a un aljibe, semejante al de la casa de la Veletas, de Cáceres.

Como ya vimos en la entrada de los cementerios, los investigadores hablan que en este lugar pudo estar la Rawda o cementerio principesco de la alcazaba.

En otra parte del libro, López Prudencio nos describe la entrada por la puerta del Alpendiz:

“Desde que la comitiva cruzó la puerta del Apendiz, guarnecida por la vieja torre moruna que aún sigue enhiesta, como una añoranza remota de aquellos días, la gentil Teresa ha descorrido el cortinaje de la litera, ávida de mirar la población. La casa de Juán Durán, con sus ricos blasones en el portalón; la de Domingo Iáñez Bejarano, con su vieja torre cuadrada; la de Juán Luz…”
Bueno, de momento, sabemos que la Iglesia de Calatrava torna con la mitad de la llamada calle de “Doña Mayor Gutiérrez”, que se hizo merecedora de ello.

López Prudencio nos habla en varias ocasiones de “la Corredera”, nombre de calle que aún subsiste en muchos pueblos, por ser antes corredera de caballos:

“Martín Rubio compro a su pariente Pero López una casa en el centro de la Corredera, frente a la casa de Don Velasco Bejarano”.
“La Corredera era una de las principales ruas de la Ciudad. Terminaba en los Azogues, donde se solía levantar el tablado cuando en la Semana Santa representaban los misterios de la Pasión los clérigos y los hermanos de las cofradías. Hacia el centro de esta calle es donde se yergue el caserón de Don Velasco; la flanquean dos torres; entre las dos se extiende la "delantera" (como entonces denominaban a los atrios o cavedíos de las casas grandes) “
López Prudencio nos indica en otro lugar que la "Plazoletita de los Azogues" era “vecina a la Parroquia de Santa María de los Freires y cercana a la Catedral de Nuestra Señora de la See.

En esta Plaza es donde se debía tener el trato y comercio público ya que la propia palabra azogue, procedente del árabe, así nos lo indica. En esta plaza murió Martín Rubio a consecuencia de las disputas de los Portugaleses y Bejaranos, pero esta es otra historia.

La Catedral de Nuestra Señora de la See, está en la parte del recinto a la que se llega entrando tanto por la puerta del Alpendiz al Este como por la puerta del Capitel al Oeste. Es la parte más alta y meridional, ocupada hoy en gran parte por el edificio del antiguo Hospital Militar, vasto edificio comenzado a construir en la primera mitad del siglo XIX y ampliado más tarde hacia Norte, hasta alcanzar las ruinas de la que fue esta iglesia de Santa María del Castillo.
Se estableció en este templo la sede catedral desde los días inmediatos a la reconquista, por lo que se le conoció, además de con ese nombre, con los de Santa María la Obispal y la Sede, para diferenciarlo del templo cercano de Santa María de Calatrava o de los Freires que vimos antes.

En Badajoz, como en todas las ciudades reconquistadas a los musulmanes, debió de establecerse la catedral en la mezquita mayor, después de consagrada, y así lo asegura repetidamente Solano de Figueroa. Pero al-Bakri, según se dijo, escribe que `Abd ar-Rahmán b.Marwan, el Gallego, en fecha próxima al año 900, edificó en Badajoz la mezquita mayor, de ladrillo y argamasa, con un alminar de piedra, y otras varias, una de ellas en el interior de la alcazaba, lo que ha de interpretarse como que aquella no lo estaba. Pudieran compaginarse ambos testimonios suponiendo que, arruinada la principal mezquita de la ciudad en alguno de sus asedios, pasara a serlo la del recinto alto.

El santuario islámico fue catedral desde 1230 hasta la traslación de la sede episcopal al nuevo templo de San Juan, por los años de 1269 al 70, aunque su consagración no tuvo lugar hasta el de 1284. Poco tiempo después, a causa de guerras y despoblaciones, volvió la sede catedralicia a Santa María del castillo, abandonando por unos años el edificio recién construido.

López Prudencio también nos indica que de la plazoletita sale una calle llamada “ la Alcana, que va en dirección de la sinagoga”.

Alcaná es otra palabra que procede del árabe que indica el sitio en que estaban las tiendas de los mercaderes.

Seguramente esta calle pasó a llamarse "Mercaderes", por donde la comitiva de las celebraciones de las fiestas pasaba, como la celebración del casamiento del Infante Don Sancho en 1281 con su tía la grande Doña María de Molina, dirigiéndose al palacio de la Obispalía, situado en la plazoleta que forman las Calatravas con Santa María de la See. Por las ruas y callejas contiguas correrían las muchedumbres para tomas sitio en las bocacalles…

López Prudencio también cita la calle "Sevilla", “junto a la casona de Doña Mafalda… “, supongo que iría a parar a la puerta del Alpendiz.

Uno de los lugares de la Alcazaba que intuyo más debía de gustar a López Prudencio es el subirse a esta torre del Alpendiz:

“Desde el alto rellano de la torre, oteamos un panorama que apenas pudiera concebirse hoy. La extensa vega de Mérida, que ya en el tiempo que nos hemos trasladado se llamaba así, desde el Albercón hasta los términos de Malpartida y Sarteneja, es un inmenso viñedo, parcelado en múltiples majuelos que se distribuyen profusamente entre el vecindario de la ciudad, sin distinción de clases, ni de razas; porque son muchos los judíos que poseen viñales. Poco mas o menos nos ocurre en las márgenes del Rivillas y del Calamón. Hay además frondosos olivares; numerosas huertas y cercados llenos de frutales y profusas legumbres; y en las orillas del Guadiana, del Gévora, del Rivilla, del Calamón y en las “tomas” fabricadas en los valles que forman los alcores del Cerro Gordo, del cerro de San Miguel, del de las Liebres, se destacan como blancos cisnes, multitud de aceñas”.

El recinto del Castillo está atestado de viviendas que forman calles angostas, tortuosas, empinadas; hay plazoletas de traza caprichosa e irregular, un poco sombrías, por la altura de las casas torreadas, o de las iglesias a que sirven de atrio; plazuelas de luz diluida, de pavimento enlosado o empedrado con guijos en cuyas junturas nace la hierba; como las de León, en las de Santiago.

Sólo hay una extensa explanada, larga y estrecha, delante del viejo muro, hacia lo que hoy llamamos laderas del Castillo. Es el Miradero. En esa parte del muro, hoy derruida y sustituida por un muro más interior, se abre la puerta de Mérida. De ella desciende un camino cubierto, cuyos muros subsisten a trozos. Se divisan también las torres de varias iglesias dentro del murado recinto: la torre cuadrada de Santa María de la See, todavía en pie y adherida a la moderna fábrica del hospital militar, la torre aguda de Santa María de Calatrava, a doce pasos de la See, al campanario, el campanario de la ermita de las Lágrimas, cerca de la puerta que, más adelante, se llamará de la Traición; la torre de la parroquia de San Pedro, la de la parroquia de Santiago. Se ve la calle larga de los Mercaderes llena de tiendecitas lóbregas angostas, en cuyo fondo se columbran las caras afiladas de los judíos; al final de esta vía se extiende la plaza de los Azogues ocupada por los tenderetes de los hortelanos, los olleros de Salvatierra, los regatones, los buhoneros, agujeteros, albarderos, recoberos…”

Desde la torre milenaria del Alpendiz…

“Hemos subido a la torre, desde ella hemos visto mudo y yermo, el teatro de todas estas historias. ¡Quién sabe si han sido realidad o han sido solo un sueño, como nos parece siempre todo lo pretérito, en lo absoluta desaparición!”.
Continuará...
(Esta entrada estará modicándose con las aportaciones vuestras)
LA ENTRADA ANTERIOR DE LOS CEMENTERIOS ESTA ABIERTA PARA IR COMENTANDO LAS EXCAVACIONES QUE SE ESTAN REALIZANDO EN EL BALUARTE DE MENACHO

sábado, 22 de septiembre de 2007

Los antiguos cementerios de Badajoz. Fernando Castón Durán

En pocos sitios como en los camposantos puede uno pasear e imaginar como eran las gentes de nuestras generaciones precedentes.
Cuando leí la descripción que Henao da en 1870 sobre el cementerio de la Alcazaba...

"El cementerio está construido con elegancia y en buenas condiciones, donde se ven soberbios sepulcros de mármol y jaspe con estatuas y figuras alegóricas, que convierten aquella mansión de la muerte en un verdadero monumento del arte"

...empecé a intentar recordar quien de los escritores de huellas de nuestro pasado nos podía acompañar en este viaje donde descansaron los restos de nuestros antiguos moradores. Y rápidamente vino a mi memoria nuestro entrañable licenciado Pero Pérez, nombre con que le gustaba firmar al canónigo y archivero Fernando Castón Durán (1882-1951), en honor de fray Pero Pérez, primer obispo de la diócesis pacense, una vez reconquistada la ciudad por el rey Alfonso IX de León en 1230.

¿Cuantos papeles de lo antiguo habrán pasado por sus manos de archivero, cuanto trabajo y legajos ordenó para los que vinieron después…?

Muchas perlas nos fue dejando en los periódicos Norma, Hoja del Lunes, Hoy y en la Revista de Estudios Extremeños. En dos libros se recopilaron muchos de sus trabajos. En uno de ellos, "Viejos valores pacenses", publicado en 1949, viene su trabajo sobre los antiguos cementerios de Badajoz:

"Pocos ignoran que el circuito de las iglesias y sus alrededores acogía hasta no hace mucho los cuerpos de los difuntos cristianos. La estrechez de lugar no era problema en Badajoz dado el número de sus parroquias, conventos, ermitas y hospitales.

Algunos de estos píos edificios han desaparecido por la injuria de los años y de los hombres. En los que subsisten como la Catedral, San Agustín y los Gabrieles, todavía se conservan abundantes huellas en sus muros y enlosados, de lápidas, nichos y sepulturas. Merecen citarse las bien acondicionadas criptas de la Catedral y de los Gabrieles y las de Santa María, por la rancia nobleza de sus inscripciones funerarias.

Fue hacia el 1778 cuando se publicó la real decisión de suspender los enterramientos en las iglesias, Los pueblos se hicieron los remolones; pero las Cortes de 1812 urgieron su cumplimiento. Razonábanlo con motivo de higiene y de estética litúrgica. No se debía consentir el remover el enlosado de los templos ofreciendo lamentables espectáculos y desniveles en su planta.

Badajoz cesó de sepultar en sus iglesias el 22 de Diciembre de 1813, obedeciendo atento oficio del Ayuntamiento al Vicario general del Obispado, por el que se invitaba que ordenara -a los caballeros párrocos y prelados de las comunidades religiosas de esta población para que a partir del expresado día 22 no se diera sepultura a cadáver alguno en otro sitio ni lugar que el corral de San Francisco, que confina con la calleja de Zumbadero-

Por tanto, el primer cementerio de Badajoz fuera de las iglesias, siquiera de índole provisional, estuvo emplazado en el terreno hoy ocupado por la Delegación de Hacienda. Lo bendijo el cura del Sagrario, don José Falcato Astorga, no sin advertir por escrito que -en dicho camposanto debe ponerse de inmediato una cruz de palo que levante fuera de tierra como la estatua de un hombre regular; que para obviar que entren perros u otro animal es indispensable que se reedifiquen las tapias que se hayan destruidas y derrotadas; que se manden tapar todos los portados que tiene el citado camposanto con el convento, y que se abra una portada decente en el paraje que parezca más oportuno para entrar en él con los cadáveres, pues por dentro del convento es indecente y casi impracticable la entrada que hay-.

El cementerio con carácter de permanente se estableció en 15 de Septiembre de 1821 en el Castillo, hacia el Noroeste, cerca de la llamada Puerta de Carros, donde existían las ermitas del Rosario de los Morenos, que se reservó para capilla, y de la Consolación, que cedió todo su recinto, portal, coro alto y bajo, patio y huerto para la fábrica de nichos y sepulturas. Los que ya peinamos canas recordamos bastante de la estructura y disposición de este cementerio, y el visitante de hoy descubrirá en lo que resta de muro no pocos vestigios emocionales.

En 1833, con motivo del cólera que azotó esta ciudad, se dejó de enterrar en el Castillo, trasladándolo al cerro de la Luneta, situado al Norte del fuerte de San Cristóbal, al que sirvió de reducto artillado en los sitios de la plaza por los franceses. En el mismo altozano, pseudo San Marcial y pseudo San Miguel, como se le ha llamado erróneamente estos días. Cuando la verdad es que el monte de San Miguel se halla al lado de acá del Guadiana, junto al Calamón, entre el cerro del Viento y el de la Mayas.

Hasta el año 1838 se estuvo utilizando este cementerio, en cuya fecha se volvió al del Castillo, puesto que -presentaba un objeto de horror, tristeza y desolación, conmoviéndose el corazón a la sola idea de que las personas de un más tierno amor y cariño, yacen en un lugar de olvido y abandono, expuestas a que los lobos, perros y fieras, hagan de desaparecer sus últimos restos-.

A las dos de la tarde del día 8 de Diciembre de 1839, con asistencia corporativa de la ciudad, se bendijo el camposanto actual en el descenso del Cerro del Viento.

No quedaron abandonados los huesos de los sepultados en los viejos cementerios de la ciudad. En Abril de 1845 se exhuman y trasladan. Leamos el oficio del Ayuntamiento al Cabildo: -Deseando que no se vuelvan a repetir la profanación que más de una vez se ha hecho en el antiguo cementerio del Castillo, y queriendo también que los que ya existen en el de la Luneta se recojan y unidos se coloquen en el camposanto del Cerro del Viento…-"

A tiempos más remotos nos podríamos remontar, como al Campo del Osario, en el actual barrio de San Roque, donde enterraron a los Bejaranos ajusticiados por el rey Sancho IV como castigo por su sublevación en 1289, o más remotos como el Maqbara Al Marda o cementerio de enfermos (posiblemente el encontrado en las excavaciones del aparcamiento subterráneo de Menacho), la Rawda o cementerio principesco de la alcazaba (en la iglesia de Calatrava) o el de mártires donde estaba el cuartel de La Bomba…

¿Descubrirán algo más en las actuales obras de ampliación del baluarte de Menacho?

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Tras las huellas de San Pedro de Alcántara en Badajoz.

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Para este viaje, vamos a acompañar a Ángeles Morán Márquez, que nos ha legado en su libro "Nombres claros de Extremadura", publicado a comienzos de 1915, una colección de biografías y semblanzas, delineadas con aquellos relieves más acentuados y más a propósito, para dejar grabadas en las tiernas imaginaciones de los pequeños escolares, las figuras de aquellos grandes hombres que honraron la historia de Extremadura, y cuyos nombres decoran hoy las calles de esta capital.

La existencia de este libro se la debemos a nuestro Ayuntamiento, que para la celebración de los juegos florales que organizó el Ateneo de Badajoz en 1914, dotó a las escuelas de esta capital de un libro de lecturas donde se pusieran, con vigorosos contornos, ante la imaginación de los niños, las figuras de los grandes hombres que han llenado de días gloriosos el transcurso de la historia de Extremadura.

Imaginemos que estamos en los comienzos del siglo XX, dando un paseo con Doña Ángeles por los parajes donde anduvo San Pedro de Alcántara en Badajoz, cuando no existía ni el barrio de Antonio Domínguez ni el del Cerro de Reyes, cuando Badajoz aún quedaba lejos dentro de sus murallas…

"Poco antes de verter en Rivilla sus escasas aguas el arroyuelo Calamón, pasa por una hondonada fresca y pintoresca; allí lo atraviesa un puente estrecho, desvencijado y musgoso.


Los viejos del lugar suelen denominar a este puente el Puente de los Frailes. En las dos eminencias del terreno, que forman la hondonada del río, se ven grandes hoyos, como de haber sacado tierra o piedra para edificaciones; y aquellas hoquedades se conocen aún por el nombre de Hoyos de los Mártires. Pasado el puente y dirigiéndonos río arriba, encontramos pronto unos paredones, no muy altos ya, pero largos y gruesos, sin traza de cerca rural, sino con señales evidentes de haber sido base de una edificación mayor.

-Dicen que ahí estuvo el convento de los frailes que hicieron el puente-, me dijo en una ocasión, al ver mi perplejidad ante aquellos restos de muro, un anciano campesino que a la sazón pasaba por aquel sitio.

Mirando, río abajo, se divisa desde allí, como una cinta blanca que corta el verde de una ladera, la carretera de Sevilla, que a poco más de dos kilómetros, atraviesa otro arroyuelo -también afluyente del Rivilla-, mediante un corto puente que todos conocemos como con el nombre de San Gabriel, tomado del riachuelo que discurre por su ojo único entre verdes cañaverales y altos álamos. En estos nombres y en estos parajes hay huellas venerables de un varón insigne por su santidad, que, hace cerca de cuatro siglos, edificó a los hijos de Badajoz, durante varios años con el ejemplo de sus virtudes.

En efecto, en aquel paraje, donde todavía persisten los paredones mencionados, no ha habido nunca un convento, sino la llamada ermita de los Mártires, con algunas habitaciones, escasas y no muy amplias, destinadas a santeros o ermitaños; pero allá por el año 1519 esas habitaciones se encontraban habitadas por un corto número de frailes descalzos que habían hecho, desde aquel retiro angosto, llegar a todos los ámbitos de la ciudad el aroma de sus virtudes.

Entre todos ellos se distinguía un joven como de veinte años, cuya probada santidad había hecho que los superiores de la Orden lo designaran como guardián, a pesar de su juventud y de no haber recibido las órdenes sagradas.

Veamos cuál era la causa de que se encontraran allí estos religiosos.

Vivía por entonces en Badajoz un noble caballero llamado D. Gome Hernández de Solís, casado con una dama de no menos esclarecido linaje, llamada Dª Catalina de Silva. Ambos cónyuges, poseedores de gran fortuna y llenos sus corazones de piedad y celo religiosos, quisieron consagrar al bien de las almas gran parte de su caudal, fundando, en las cercanías de Badajoz, un monasterio de Franciscanos.

Cabalmente por aquellos días, el dos de Julio de aquel año, se había constituido la Orden en la Provincia de Extremadura y eligiéndose como primer Provincial al virtuoso Fr. Ángel de Valladolid, el cual, conocidos los deseos del piadoso matrimonio de Badajoz, se apresuró a escoger alguno de los más ejemplares, entre sus religiosos, para que se encargaran de la fundación.

Entre ellos, y a su frente, venía el piadoso joven a que antes nos referimos. Había nacido de la noble familia de los Garabitos y Sanabrias, de Alcántara. […]

Su nombre era Pedro; había estudiado leyes en Salamanca y su vocación ardiente le llevó a los 15 años, a tomar el hábito de la orden en el Eremitorio de Majarrete, a una legua de su pueblo natal. Cinco años llevaba en religión, veinte contaba de edad, y ya el fuego divino de su fervor despedía fulgores que indujeron a su prelado a confiarle misión tan delicada como la fundación que en Badajoz solicitaba la piedad de D. Gome Solís, cabiéndole a esta ciudad la gloria de tener la primera fundación del Santo de Alcántara.

El convento nuevo se edificó en la meseta no muy amplia que hay a la falda de una colina, situada a unos dos kilómetros del mencionado puente, arroyo arriba, y en su margen izquierda. Todavía subsiste la edificación, reformada ya, y convertida en depósito de pólvora de la guarnición; y a lado del edificio, bajando la colina, está la huerta, donde el Santo se retiraba a orar junto a una capilla que allí se levantó bajo la advocación de San Juan Evangelista.

[…]

Dos años duró la fábrica; durante ellos, aquel santo joven y sus compañeros residieron en la ermita de los Mártires, desde donde a diario iban a la obra del convento atravesando aquellos campos, muchas veces llevando a sus hombros pesados materiales, necesarios para la edificación. La fama de sus virtudes se extendió de tal modo en Badajoz, que no sólo los devotos patronos de la nueva fundación, sino todos los vecinos de la ciudad, acudían a la ermita a diario con objeto de contemplar los raptos de aquella piedad sublime y pedir al joven religioso el consuelo con sus consejos y enseñanzas en todas las tribulaciones de la vida.

[…]

He aquí por qué decíamos arriba que todos esos parajes estaban llenos de las huellas y los recuerdos de aquel Santo bendito; porque, desde la ermita de los Mártires hasta el Polvorín, fueron durante aquellos años, todos los contornos regados con los ejemplos de piedad y abnegación heróica, de caridad fervorosa que fluían a raudales del corazón de este insigne hijo de Extremadura, y los tiempos, que han obscurecido los recuerdos y han arruinado o modificado las edificaciones, no han borrado esos nombres que sirven, como de hitos, para desenterrar la historia de los sucesos. El nombre de los Mártires, desaparecida la ermita, queda vagando por aquellos contornos y se refugia en los hoyos de donde se sacó el material para la edificación.

La huella de aquellos frailes benditos, tan grabada quedó en aquellos sitios, que todavía se conservan en el nombre que los viejos dan al puente, u el nombre titular del convento que el Santo fundó, San Gabriel, queda aún flotando sobre las hondas del arroyuelo que fecunda aquellos campos, lamiendo la colina donde el convento se levantaba y regando su huerta."

[...]