Vamos a
asomarnos en este artículo a lo que fue el Real Hospicio de la Piedad de Badajoz,
antiguamente sito en el edificio de futuro incierto de la actual Plaza de Minayo,
aglutinador de los antiguos Hospitales y demás instituciones de Beneficencia de
la ciudad.
Ya desde
antiguo se buscaban medios, y se dictaban leyes, tanto para limpiar España de
holgazanes y vagabundos, como en socorrer a los verdaderos mendigos, para
emplearlos y hacerlos útiles en la Agricultura, en las Fábricas, en los Arsenales
y en las Armas.
Entre los
siglos XIII y XV, con el fin de reformar las costumbres del Clero, establecer y
sostener la verdadera disciplina de la Iglesia, Badajoz cumplía con las Obras
de Misericordia: Tres hospitales o albergues se erigieron, llamados de la
Concepción, de la Piedad, y de la Cruz, agregándose posteriormente otras tantas
Cofradías, ampliando la de Piedad con nuevas disposiciones y el llamado de
Misericordia, con motivo de la peste general que padeció España en los años de
1506 y 1507.
Los nobles y
caritativos ciudadanos Seculares y Eclesiásticos daban dotes a las huérfanas;
erigían hospitales; hospedaban peregrinos, y alimentaban mendigos; sin importar
si eran válidos o inválidos; sí eran verdaderos o fingidos; de buena o mala
vida, ni buscarles algún trabajo de futuro y hacerlos útiles.
Esto les
libraba en parte, o así lo creían, de la pesada carga de ser ricos entre tanta
pobreza, y con estas acciones podían disfrutar, sin miedo al poder Divino, de
sus cuantiosas fortunas.
Cuando en el
siglo XVI el Emperador Carlos V, y la Reina Doña Juana, su madre, imponían y
recargaban penas a los ociosos, haraganes y malentretenidos, y cuando Felipe II
oía las súplicas del Reino, dirigidas a que se formasen albergues en que se
refugiasen los pobres, entonces los nobles y ciudadanos de Badajoz corrían
gustosos a los pies de sus Obispos para formar juntas y fundar obras pías,
ofreciendo sus rentas con el apreciable afán de casar huérfanas, enterrar
muertos, visitar y alimentar a los infelices emancipados en las cárceles.
Entonces el
Ayuntamiento proponía arbitrios, y se admitió por sus Majestades que se
recogiesen y lactasen los expósitos de esta Capital, con el producto de la
dehesa llamada Pie de Yerro.
En esta
caridad, al parecer, fundaba su asilo la ociosidad y sus secuaces los fingidos
pobres. Los piadosos hijos de Badajoz querían seguir teniendo presentes
aquellas disposiciones del siglo XIV de Enrique II:
"Los rufianes y los vagabundos sean echados
de las Ciudades, Villas y Lugares donde estuvieren, y ninguno sea osado de los
defender y amparar: pero algunos hay que por menester que han por su trabajo
podrían ganar de que viviesen ellos é otros, é no lo facen, antes quieren andar
por casas agenas gobernándose é a estos tales por mayor derecho tiene Santa
Iglesia del estirar el comer que ge lo dá, porque ellos dexan de la ganar,
pudiéndolo facer, é no quieren".
La idea, por
tanto, era la de que había que “corregir” a estos hombres y no darles limosna.
Ya el Señor
Bobadilla, siendo Corregidor de Badajoz, en el año 1668, procuró investigar e
informarse de las circunstancias de los que aparecían mendigos, escribiendo “que llegando a pedirle limosna un pobre muy
cuidado con un brazo vendado, reconociéndole de su orden un Cirujano, y
hallándole sano, y muy bueno, le envió a que los ejercitase en el remo de las
galeras”. Empezó a limpiar la Ciudad de hombres vagabundos, y de mujeres de
mala vida, entregadas a mendigar.
Los Expósitos
de toda la Provincia en lo antiguo no tuvieron otro alivio ni socorro que el
haber cuidado de los de Badajoz su Ayuntamiento, y después su Cabildo
Eclesiástico. El Obispo Juan Marín del Rodezno, el Cabildo y Ayuntamiento solicitaron
la fundación de una Obra pía a favor de los Expósitos. Carlos II concedió para los
Niños Expósitos quinientos ducados, sobre las medias annatas en 1673 y un año
después concedió a la Ciudad que arrendase el Baldío de los “quatro millares de pie de hierro”
durante seis años, y de lo que produjese, diera al Cabildo cuatrocientos
ducados para ayuda de la educación y crianza de los Expósitos.
Felipe IV
concedió en 1694 cuatrocientos ducados al año, a lo que se añadió el Cabildo
Eclesiástico con doscientos, y el Secular con cuatrocientos. Se funda este año
el "Copatronato de Niños Expósitos
de Badajoz". Este mismo año de 1694, gracias al Mayorazgo dejado por
el capitán Don Sebastián Montero de Espinosa, Regidor de esta Ciudad, también se
fundó el originario Hospital de San Sebastián, para medicinar pobres de
enfermedades curables, donde el Arcediano titular de la Catedral Don Juan Vázquez
Morcillo le agregaría una Obra Pía para curar mujeres.
El Canónigo Penitenciario
de la Catedral Don Nicolás Montero de Espinosa solicitó un Hospicio para la
corrección de los hombres y mujeres de mal vivir, y por fin, Fernando VI mandó
se erigiese en 1757 un Hospicio en esta Ciudad, bajo su Real protección, con el
título de Nuestra Señora de la Piedad,
dotándolo con el producto de las “creces
de Aguardientes estancados” en el territorio que comprende este Obispado y
el de Coria, y los Pueblos de los Maestrazgos y Prioratos de las Ordenes
Militares de Mérida, Llerena y la Serena, continuando además la anterior Obra
Pía fundada por el Prelado y los dos Cabildos Eclesiástico y Secular, mandando
también reunir los residuos que quedaban de los tres Hospitales y cuatro
Cofradías de Concepción, Piedad, Cruz y Misericordia.
Se compraron
en 1758 las casas de Don Gonzalo de Carvajal, adyacentes a donde estaba por
entonces el Hospital de San Sebastián, en la actual Plaza de Minayo y por
entonces Campo de San Francisco, que hasta este lugar llegaba, y en 1759 las
siguientes, del marqués de Velamazán.
El obispo Don
Manuel Pérez de Minayo, que ejerció entre 1755 y 1779, fue fundamental en la búsqueda de arbitrios para levantar
la Casa Hospicio, en la actual “Plaza de Minayo”.
Carlos III en
1773, estableció para el gobierno del Real Hospicio una Junta.
Debido a las
necesidades de ampliación, el Patronato del Hospicio compró los corrales que
daban a la calle Lagares, actual calle Zurbarán. En 1774 compró parte del
corral del colegio de San Atón y en 1778 el llamado "corral del
Parque", ubicado frente a Puerta Pilar.
En diciembre de 1774 comenzaron a levantarse las paredes del Real Hospicio y Casa de la Piedad.
Se celebraron desde 1777 corridas de toros en la plaza de madera construida en el Campo de San Francisco, concedidas por el Rey, para continuar la obra, que hasta ese momento esdtaban a expensas del obispo Minayo.
En 1779 el Ayuntamiento cede al Hospicio la calleja interior entre la calle Lagares y el Campo de San Francisco, completando así la manzana que hoy ocupa el edificio. En junio de 1780 se entrega y ocupa eledificio.
En diciembre de 1774 comenzaron a levantarse las paredes del Real Hospicio y Casa de la Piedad.
Se celebraron desde 1777 corridas de toros en la plaza de madera construida en el Campo de San Francisco, concedidas por el Rey, para continuar la obra, que hasta ese momento esdtaban a expensas del obispo Minayo.
En 1779 el Ayuntamiento cede al Hospicio la calleja interior entre la calle Lagares y el Campo de San Francisco, completando así la manzana que hoy ocupa el edificio. En junio de 1780 se entrega y ocupa eledificio.
Se agregaron Obras
Pías que estaban mal administradas en el Obispado para acrecer sus rentas en
1780, y en los años 1794 y 1795 hubo el impulso del que será Príncipe de la Paz,
Manuel Godoy, entonces Duque de la Alcudia, y primer Secretario de Estado, dentro
de su afán en beneficio de los Hospicios y Casas de Expósitos.
Se fueron
venciendo y superando las dificultades, aumentando rentas, colocando Cunas en
toda la Provincia, pagando a las Nutrices, estableciendo escuelas de primeras
letras, fomentando las fábricas, vistiendo a los infelices, proveyéndoles del
necesario alimento. Se agregaron otras Obras Pías, aumentó sus Camas, y
organizó finalmente el refugio y asilo de todos los necesitados, dictando
providencias, y las ordenanzas para su gobierno y estabilidad.
Se había
conseguido erigir en una sola institución el Hospicio, la Casa de Expósitos, de
Huérfanos, de Peregrinos, de Inválidos y de Enfermos, y también en 1795, se mandó
agregar el Hospital de San Sebastián al Real Hospicio, quedando así reunidas
todas las instituciones de Beneficencia.
Durante la Guerra de la Independencia fue utilizado el edificio del Hospicio como Hospital Militar.
Durante la Guerra de la Independencia fue utilizado el edificio del Hospicio como Hospital Militar.
En 1852 se
aprueba el traslado del Hospital de San Sebastián a los locales del Hospicio,
abandonando éste su primitivo lugar, compartiendo así el mismo edificio.
El edificio
sufrió diferentes reformas, fundamentalmente las realizadas en 1891-1892 y en
1925.
Está compuesta por dos cuerpos, siguiendo así la composición de la fachada de dos plantas. Está labrada con mármol blanco de Borba por el maestro cantero Gaspar de las Nieves.
Coronando el cuerpo superior, hasta la República de 1931, en que se desmontó, había un escudo de Manuel Pérez de Minayo y Zumela, obispo de Badajoz desde 1755 hasta su muerte en 1779, el gran impulsor de la construcción del edificio. Estaba situado bajo la cornisa curva que cobija la portada. Actualmente está conservado en el Museo Arqueológico Provincial, aunque sin la mitra episcopal que lo timbraba, como vemos en la imagen.
A finales de
los años 40 del siglo XX se produce el traslado de la Maternidad, Jardín
Infantil y Hogares a los nuevos locales construidos en la por entonces
carretera de Olivenza y hoy avenida María Auxiliadora, quedando así el edificio
como Hospital de San Sebastián, que debe su aspecto actual a las obras de los
años 80, al que añadieron una nueva planta y se derribaron los edificios
adyacentes (antiguo hospital de San Sebastián y casa de los Ordenandos).
Portada del Edificio
El diseño del edificio se atribuye a Diego de Villanueva, arquitecto de la Corte, al realizar el primer proyecto, pero por motivos económicos la obra no pudo empezar hasta diciembre de 1774, ya con el impulso de la recien creada Junta nombrada por Carlos III un año antes. Se realiza un nuevo proyecto del arquitecto local Nicolás de Morales Morgado, el cual diseñó la portada al gusto de dicha Junta de Gobierno del Hospicio. El obispo Minayo donó 140.000 reales para que pudiesen empezar. La obra se entregaría y ocuparía casi 6 años después, en junio de 1780.Portada del Edificio
Está compuesta por dos cuerpos, siguiendo así la composición de la fachada de dos plantas. Está labrada con mármol blanco de Borba por el maestro cantero Gaspar de las Nieves.
Coronando el cuerpo superior, hasta la República de 1931, en que se desmontó, había un escudo de Manuel Pérez de Minayo y Zumela, obispo de Badajoz desde 1755 hasta su muerte en 1779, el gran impulsor de la construcción del edificio. Estaba situado bajo la cornisa curva que cobija la portada. Actualmente está conservado en el Museo Arqueológico Provincial, aunque sin la mitra episcopal que lo timbraba, como vemos en la imagen.
Portada del Hospicio y Hospital Provincial a comienzos del siglo XX |
La imagen de la Virgen de la Piedad, que aún se encuentra en la portada
del edificio, era la del antiguo Hospital de la Piedad situado en el campo de San Juan. Está situada en una hornacina con arco de medio punto enmarcada por pilastras que sostienen un frontón triangular a modo de tejado a dos aguas con un angelote.
El cuerpo inferior el acceso al edificio se hace por un arco escarzano o corvado, reforzado con un dintel.
El
escudo real situado en el dintel es el de Carlos III. En muchos lugares se dice erroneamente que es el escudo de Fernando VI (1713-1759), que fue quién mandó erigir el Real Hospicio como vimos, pero mi tocayo murió dos años después de su mandato de 1757, y realmente se edificó ya durante el reinado de su medio hermano Carlos entre los años 1774 y 1780.
Puede observarse claramente los cuarteles correspondientes a los Ducados de Parma
y Toscana introducidos en las reforma del escudo durante el reinado de Carlos
III (1759-1788).
El cuartel de los Ducados de
Parma-Médicis (de oro y seis flores de lis de azur
distribuidas de arriba a abajo, tres, dos y una) está en la parte izquierda central y
el de Toscana-Farnesio (de oro y cinco roeles de gules
distribuidos en el campo de arriba a abajo, dos, dos y uno, un tortillo de azur
en jefe cargado de tres flores de lis de oro) en la parte derecha central. Representan su herencia italiana.
Carlos III también sustituye en el escudo el
Collar de la Orden del Espíritu Santo (con su característica paloma) por el de la Orden de Carlos III,
creada mediante Real Cédula de 19 de septiembre de 1771,
manteniendo el Toisón de Oro, que es esa piel de cordero que cuelga de la parte inferior.
Otra diferencia es que partir de Carlos III, las armas de Castilla, León y Granada ocupan la posición central en el escudo junto con el escusón con los lises de la casa de Borbón.
Al escudo real le falta la corona, también desmontada en la República de 1931, de cuya época, sin embargo, se conserva los escudos republicanos con la corona mural labrada en las puertas de madera.
Tanto la corona real como el escudo de Minayo, como hemos dicho, están custodiados por el Museo Arqueológico Provincial. Sería interesante que en una futura restauración pudiesen volver estas piezas a su lugar original.
Funciones del Real Hospicio de Nuestra Señora de la Piedad
La primera era
la de lactar y criar a los niños expuestos.
Después, se
han de mantener y educar en él todos éstos y los demás pobres miserables y
desamparados.
Y por último,
se tenían que corregir y mantener los que se apliquen por las Justicias, o por
aquellos a cuyo cargo esté su educación, en el caso que se puedan habilitar en
la casa Hospicio departamentos para ello, y que sus rentas fueran suficientes.
Estaban
separados los dos sexos, con oficinas de Fábricas de lana y lino, de Zapatería,
de Carpintería y Sastrería, y Escuela de primeras letras, además de los
correspondientes Dormitorios y Refectorios para el descanso y alimento.
Se les daba
una ocupación honesta, además del servicio y limpieza de la casa, en las
Fábricas de hilados y tejidos de paños groseros, picotes, estameñas y lienzos,
según su edad, robustez, inclinación y disposición en estas manufacturas,
señalándoles alguna tarea diaria.
Los enfermos
del este Real Hospicio se pasaban para su curación al agregado Hospital de San
Sebastián, y cuando moría alguno, se enterraba en el Cementerio o Campo Santo
de dicho Hospital.
La vestimenta
de los varones tenía que ser camisa interior de lienzo basto, chupa y calzón de
los paños groseros que se labraban en dichas Fábricas, medias de lana, o en su
lugar calcetas de hilaza, zapatos ordinarios, y un ropón del mismo paño pardo o
de mezclilla, con su valona, y tenían que tener cosido al lado izquierdo un
medallón con la efigie de nuestra Señora de la Piedad. Las mujeres podían ser
vestidas con camisa del mismo lienzo, pañuelo de tela gruesa de algodón o lino,
enaguas de bayeta, y jubón de estameña o picote pardo, procurándose que hubieran
algunas basquinas y mantillas, para que fueran saliendo en algunos días
festivos, con la licencia del Rector, acompañadas de la Superiora o Maestra,
que debían cuidar de la compostura y juicio, para que viera el público la buena
educación que se les daba.
Como hemos
dicho, la lactancia de los Expósitos era el principal motivo de la fundación; por
ello, para poder recogerlos, había tornos con su cuerda y campanilla, en casa y
sitio proporcionado de los Partidos de Badajoz, Mérida, Llerena, Villanueva de
la Serena, Zafra, Alcántara, Fregenal, Alburquerque y Jerez, en cuyas
Casas-tornos tenían personas que cuidaban de vestir, limpiar y buscar
prontamente quien les diera el pecho, o les administre otra especie de alimento,
mientras encontraban Amas saludables. Había habitaciones dentro de estas mismas
casas en que se podían ocultar las mujeres frágiles el tiempo preciso, hasta
que salían del lance, guardando todo sigilo, para que de este modo no padeciesen
deshonor ni hiciesen abortos, o infanticidios.
Los niños
entregados eran bautizados aunque se dijese que ya lo estaban, incluso aunque
trajesen su cédula de identidad. Se anotaban en un Libro, expresando el día,
hora y nombre que traía la cédula que se le encontrase, y no habiéndola, el día
en que se bautizó, y nombre que se le puso, y las señas por si fuera necesario
averiguar su identidad, así como el nombre y habitación del Ama que se encargue
de su lactancia.
En Badajoz se hacían
mensualmente los pagos a las Amas en una Oficina del Real Hospicio, donde el Médico
y Cirujano informaban sobre la salud de los Infantes, y sobre la buena o mala
calidad de la leche de las Nutrices.
Los Expósitos
podían ser cuidados por las Amas hasta que cumplieran los seis años (de los que
tenían que lactar dieciocho meses). Por falta de educación, mala conducta,
etc…, se le podía quitar el niño. Si las
Amas, llevadas del cariño y amor que esto engendraba, quisiesen quedarse con
ellos, podían adoptarlos, siempre que estas y los maridos no fueran viciosos,
blasfemos, ni obscenos, y que pudieran, aunque sea pobremente, criarles y
mantenerles.
Cuando
llegaban los niños varones a la edad de catorce años, se debía procurar darles
destino, fuera del Hospicio, para que no le fueran gravosos, ni a ellos la
perpetua reclusión, excepto los que fueran útiles en las manufacturas y
Fábricas, para que estas no tuvieran decadencia, pero los que no fuesen
necesarios se debían aplicar a las que hubiera en la Provincia, a los
Astilleros y Arsenales, a las Fábricas de Lonas y Jarcias, al Real servicio, o
reemplazo de Milicias o a la Marina.
Las niñas o
mujeres Expósitas y Huérfanas tenían que ser educadas por Maestras útiles,
ocupándolas en las labores propias de su sexo, como era coser las ropas, hilar,
hacer calcetas de hilo, medias de lana, tejer lienzos, mantelerías,
tranzaderas, cordones… Debían de permanecer en el Hospicio hasta la edad de
quince años, y no debían salir de él sino para tomar estado con persona
honrada, y que tuviera oficio, u otro arbitrio con que mantenerlas, o para servir en alguna casa decente bajo
sueldo mensual, o bajo el trato de vestirla y alimentarla, y pasados cinco años
en su servicio, la tenía que dotar con la cantidad de cincuenta ducados.
Todos los
últimos Lunes y Martes de cada mes se tenían que pelar los muchachos y hombres Hospicianos:
en el Miércoles y Jueves inmediatos se registraban todos sus vestidos de lana
por las mujeres del Hospicio, y en el Viernes y Sábado siguientes tenían que
mirar y reconocer por dichas mujeres las tablas, jergones y demás ropas de las
camas.
Los pobres del
Hospicio de uno y otro sexo, así niños como adultos, se tenían que poner ropa
limpia todos los Domingos. Todos los meses tenían que mudar calzones y demás
ropa exterior, para que se refrescara la que se quitaban, y las mujeres
pudieran registrarla y limpiarla con mayor facilidad.
La hora de
levantarse de los Hospicianos y Hospicianas era desde primero de Octubre a las
seis y media, y desde primero de Mayo a las cinco, y media de la mañana. Había
por semanas dos individuos con el cargo de Despertadores, los cuales, luego de
oir la hora señalada de cinco y media o seis y media, en voz clara cantarán el
Alabado, a cuyas voces se vestían los demás, e hincados de rodillas se
persignaban todos en comunidad, cantando el Trisagio y pasando luego a lavarse
las manos y cara, y enseguida a barrer, limpiar y asear sus departamentos, para
lo que también se destinaban por meses o semanas los que habían de cumplir con
este servicio; y los demás pasaban a entretenerse en sus respectivos patios
hasta las seis o las siete, según la estación del año, a la que se tocaba y
acudían a Misa de comunidad, con separación de sexos; y concluida ésta, y dadas
gracias a Dios, seguirá el desayuno, también en comunidad, hasta que se hiciese
la señal de abrir sus oficios y talleres.
Todos los
primeros días de cada mes se había de poner limpia una sábana de las dos que
tenía cada cama, y lo mismo la almohada, y para el primer día de cada tres
meses se tenía que mudar y poner el jergón limpio.
Los dormitorios
de hombres y mujeres se tenían que barrer todos los días, y en cada dormitorio
de hombres había un Celador; y en cada uno de los de mujeres una Celadora, para
que cuidase del barrido, aseo y limpieza, y de que se hiciese las camas, y
asimismo de impedir que en los dormitorios de hombres y mujeres hubiera fuego
de braseros de noche o de día. También tenían que cuidar de la modestia,
silencio, juicio y buen orden con que tenían que estar de noche las personas de
su dormitorio.
Los referidos
Celadores y Celadoras, y los Maestros y Maestras y Rectora tenían que cuidar de
que todos los pobres se laven las manos y caras en la hora señalada, y que las
mujeres se peinasen.
Los
Refectorios se tenían que barrer todos los días por las mañanas y después de
comer por aquellos y aquellas que respectivamente se señalase, y tenían que
poner manteles limpios todos los Domingos.
Entraban por
las mañanas en las Escuelas y Oficinas, después del desayuno, permaneciendo
hasta que se tocase a comer; y por la tarde desde las tres hasta las siete,
desde primero de Mayo hasta fin de Octubre, y desde primero de Noviembre hasta
fin de Abril a las dos de la tarde hasta las cinco.
Se cantaba
todos los días, una hora antes de comer, la Doctrina Cristiana por el Catecismo
acostumbrado del Padre Gerónimo de Ripalda, llevando uno la voz, y repitiendo
todos, para que de este modo la aprendiesen con más facilidad.
Desde primero
de Noviembre hasta fin de Abril se tocaba a cenar a las ocho y desde primero de
Mayo hasta fin de Octubre a las ocho y media, habiendo antes rezado todos en
comunidad el Rosario, y cantado la Salve en los Sábados.
Los Niños y
Jóvenes del Hospicio, si lo permitía el tiempo, salían juntos los Domingos y días
de fiesta por la tarde con el Rosario por la calle, cantando devotamente, y después
iban al campo.
Otro de los
objetos que tenía el Hospicio, en virtud de la unión y agregación que tenía con
los cuatro Hospitales, era la de recoger los Peregrinos y pobres caminantes, el
costear sepultura a los que se entierran de Misericordia, y el curar y
medicinar a los pobres que padezcan enfermedades, que exijan el remedio de las unciones.
Se disponía de una sala y cocina a la entrada del Hospital de Concepción, e inmediata a el patio, para que en ella se hospedasen, por un máximo de tres
días.
Los cuatro
Hospitales llamados de la Piedad, Misericordia, Cruz y Concepción, por Real
orden de doce de Abril de 1757, se agregaron al Real Hospicio, como vimos.
Siendo una de
las obligaciones del Hospital de la Piedad el hospedar a los pobres Peregrinos,
y no existiendo dicho Hospital, por haberse vendido, se previno una Sala para
este objeto en el Hospital de la Concepción.
En el Hospital
de la Santa Cruz, en la Primavera de cada año, se suministraba la curación de
Unciones a Pobres Galicados, naturales de esta Provincia, en las piezas de el
de la Concepción.
Se ponían
carteles en los puestos públicos diez días antes de la entrada, convocando
Enfermos, los que se presentarán con certificación de su pobreza, explicando su
estado, naturaleza y vecindad en el día que señale el mismo cartel, y el Médico
y Cirujano, reconocerán a el pretendiente,
inquirirán si es enfermedad propia de esta curación , y con su informe
verbal se decretará allí por el Juez Conservador su admisión o exclusión, y por
números irán colocándose en sus camas, y matriculándose en el Libro, que a este
fin tenía el Administrador.
Las Fábricas
Las Fábricas
Las Fábricas eran
uno de los objetos principales de los Hospicios para dar honesta ocupación a los
pobres de ambos sexos, para que sus manos ayudasen a su manutención, y para
que, instruidos de estas elaboraciones, pudieran hacerse útiles.
Para el Establecimiento de la Fábrica de Tejidos había un Mayordomo que
cuidaba los Telares, Tornos, instrumentos y demás muebles y materias de las
Oficinas destinadas para dichas Fábricas, desmotado, lavado y cardado de
Estambres de Lanas, y para los Tejidos groseros de Paños, Bayetillas y Sargas,
que son los únicos artículos que se tejían; también eran buenos en el batanado, tundido y prensado , y en el tintado de las Telas por las sumas en que contribuía el Público, por ser el único refugio que tiene la Capital, y
asimismo en los Hilados y Tejidos de Linos, Estopa y Cáñamo, y en los de labor
para mantelería, de que hay mucha falta en esta Ciudad, y por lo mismo producía muy bien a el Hospicio,
La gran fama que tenía la Fábrica de Tintes, hacía que se mirase este ramo con la
mayor atención, por haber sido de mucho el provecho que rendía a esa Real Casa.
Para su fomento, desde su fundación, se estableció, que fuese a medias el
producto entre el Maestro y el Hospicio, deduciendo primero los gastos, y de
este modo seguirá mirando como parte de sueldo del Maestro de la Fábrica las
utilidades que le rinde.
Las Ordenanzas
de las Fábricas de Sastrería, Zapatería, Carpintería y Herrería decían:
“Con el justo objeto de estimular la
aplicación de los Niños Expósitos y Acogidos, observando ellos el premio que se
les concede, y el aprecio que se hace de los que se adelantan en sus oficios,
fomentándoles y haciéndoles capaces de subsistir por sí, con utilidad propia y
del Estado, para evitar la corrupción de costumbres que se advierte en los que
hasta aquí han salido a enseñarse fuera de la Real Casa con Maestros
particulares : Y para que en algún tanto vayan acreciendo los fondos piadosos,
o por lo menos no sean tan costosas las ropas, calzones, y demás obras
indispensables, para reparar los edificios, se han establecido Escuelas de
Sastrería, Zapatería, Carpintería y Herrería, en donde, sin salir de su propia
Casa, y de la vista de sus Jefes, puedan los pobres aprender un oficio capaz de
sostenerles, y al mismo tiempo radicarles mas y mas en la sana moral, y en las
buenas costumbres.”
Dentro del
Real Hospicio había una Academia de Aritmética, Geometría práctica y Dibujo,
con el fin de que los demás Maestros y Oficiales de dentro y fuera de la Real
Casa se instruyesen en estas Artes, y pudieran perfeccionarse en sus oficios.
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