Vimos en la primera parte las lápidas conservadas
del reino taifa de Badajoz, reino que desaparece en el año 1094.
Eran tiempos del último rey aftásida, Umar
al-Mutawakkil. Ya vimos que cuando Alfonso VI conquistó Toledo en el año 1085,
los reinos taifas pidieron ayuda a los almorávides saharianos de Yusuf, que
derrotaron a Alfonso VI en la batalla de Zalaca en el año 1086. Yusuf tiene que
regresar apresuradamente a África al morir su hijo.
En el año 1088 regresan los almorávides a la
península, pero son derrotados en el cerco de la fortaleza de Aledo con la
deserción de muchos de los reyes de las taifas musulmanas, lo que motivó que,
en el tercer desembarco de 1090, el emir viniera con la decisión de
destituirles a todos y quedarse él como único rey de todo al-Andalus.
Entre los años 1090 y 1092 caían en la órbita
almorávide los reinos de Granada, Córdoba, Sevilla y otras pequeñas taifas del
Sur y el Levante peninsular.
En Badajoz, al-Mutawakkil se veía acorralado entre
la presión de Alfonso VI y la de los almorávides, intentando salvar la
soberanía sobre su reino jugando a dos barajas. Después de colaborar con los
almorávides en la conquista de Sevilla, pacta con Alfonso VI a cambio de las
plazas de Lisboa, Sintra y Santarem, que son entregadas en el año 1093.
Los almorávides no se decidieron a atacar Badajoz
por miedo a que Alfonso VI acudiera en su ayuda, y prefirieron utilizar el
soborno y el descontento que había en la ciudad para tramar un complot. En 1094 al-Mutawakkil fue detenido y
asesinado en su traslado a Sevilla. Termina con el Reino de Badajoz la época
más espléndida en la historia de nuestra ciudad.
Los almorávides acabarán recuperando gran parte de
al-Andalus, pero las luchas con los cristianos son constantes.
Hacia el año 1125, un nuevo poder estaba surgiendo
en el Magreb, el de los almohades. El
empuje bélico de los almohades comienza a imponerse en África en la década de
1130, lo que obligó a los almorávides a disminuir las fuerzas militares de la
Península, lo cual es aprovechado por los cristianos.
En lo que a Badajoz respecta, podemos destacar que
en 1134 se vuelve a dar una encarnizada batalla a las puertas de Badajoz, nuevamente
cerca de Zalaca (Sagrajas), en el mismo lugar que la batalla del año 1086. Se
enfrentaron importantes huestes cristianas reclutadas por nobles salmantinos,
que habían devastado el territorio, haciéndose de abundante botín. Tasufin,
futuro tercer emir almorávide, nieto de Yusuf, derrota nuevamente con su
ejército a los cristianos.
En 1135 Alfonso VII, se corona Imperator totius Hispaniae, y al igual
que el futuro primer rey de Portugal Alfonso Enríquez, redoblará la presión
bélica hacia el Sur, reconquistando Coria en 1142.
En 1143 muere el emir almorávide Ali, sucediéndole
su hijo Tasufin, que tiene que intentar hacer frente en África la imparable
ofensiva almohade. Como al perro flaco todo se le vuelven pulgas, el muladí Ibn
Qasi inaugura en agosto de 1144, en el Algarve, las rebeliones en al-Andalus
contra los almorávides.
Bueno, este es el contexto en el que nos vamos a
mover para poder entender mejor la información que tenemos de la lápida
sepulcral de este periodo encontrada en Badajoz, y que temporalmente la podemos disfrutar en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz.
En las excavaciones hechas para las obras que se
ejecutaban en el cuartel de la Bomba de Badajoz, que estaba situado en el
baluarte de San Juan, hoy desaparecido, se encontraron en Octubre de 1876 dos
lápidas de mármol con inscripciones arábigas.
Las lápidas fueron descubiertas en la obra para el
ensanche del cuartel de la Bomba dirigida por el coronel, comandante de
Ingenieros, Juan Quiroga. Se encontraron el 23 de octubre de 1876, a tres
metros de profundidad, en terreno de acarreo, en la zanja practicada a espaldas
de la cara izquierda del baluarte de San Juan, para cimiento del muro circular
de entrada a las dependencias del citado cuartel, hacia donde estaba proyectada
la cocina (Las obras fueron terminadas en 1881). Bajo las piedras se
encontraron huesos, ladrillos rotos y dos candiles de barro también
quebrados. Al no encontrar más restos, se
pensó que debía ser un sitio especial y privilegiado, y no un cementerio.
Estaban bastante bien conservadas, y parecía que
eran epitafios de “personajes moros de importancia”. La Comisión de Monumentos
reclamó las lápidas para el Museo, pero el coronel Quiroga dispuso que se
trasladaran al Museo del Cuerpo de Ingenieros, para que pudieran trocarse con
otros objetos del Museo Arqueológico Nacional.
Vamos a ver en esta ocasión la más antigua de las
dos, dejando para una 3ª parte la otra lápida encontrada. Las dimensiones de
esta primera piedra son 57 centímetros de alto, 28 de ancho y 3 de grueso. El
capitán de Ingenieros, Carlos Vila, dibujó unos facsímiles, que fueron
remitidos a la Comisión de Monumentos junto con certificados y la traducción
hecha por el Padre Lerchundi.
La lápida es rectangular con los lados verticales
más largos. Las epigrafías ocupan todo el cuerpo de la lápida, que está rodeada
por un filete tallado en relieve. El texto tallado en relieve, se divide en 9
renglones separados por filetes igualmente tallados, en un cúfico simple muy
evolucionado.
Una primera aproximación de la traducción de la
lápida podría ser:
En el nombre de Dios clemente y misericordioso. Este
es el sepulcro del mártir asesinado injustamente. Séale Dios misericordioso, Ubayd
Allah ibn Mohamed ibn Ahmed, hijo del asesinado, de Mérida. Le mataron los almorávides,
el día de su salida y esto sucedió el domingo día veintinueve del mes de
Ramadán el Grande, del año de quinientos treinta y nueve.
En el texto, a los almorávides se les llama los mulattamun,
los velados, es decir, los que llevan el litam, el velo, en el
que uno de sus extremos pasa por debajo de la barba y cubre el rostro dejando
al descubierto solamente los ojos, que no sólo protege las vías respiratorias y
la parte baja cara del sol, sino que también impide la entrada por la boca de
los malos espíritus.
Los almorávides adoptaron esta costumbre de llevar velo
de los bereberes sanhaya, llevándolo en cualquier lugar, incluso en los
entornos urbanos, como forma de mostrar sus credenciales puritanas. Prohibieron
que nadie más pudiera portarlo, convirtiéndolo en la prenda distintiva de la
clase gobernante almorávide.
Según la lápida, nuestro protagonista falleció a
manos de los almorávides el 25 de marzo de 1145.
Como hemos avanzado, el muladí Ahmad ibn Qasi
inauguró en agosto de 1144, en el Algarve, las rebeliones en al-Andalus contra
los almorávides, haciéndose con el control de Mértola, dónde se proclama imán.
Ibn Qasi hace un llamamiento a la rebelión, al que
responde Sidray ibn Wazir, que se hace con el control de Évora, e Ibn
al-Mundir, que hace lo propio con Silves. Ambos conquistan después Beja por
cuenta de Ibn Qasi, que pasa así a controlar el actual Algarve y gran parte del
Alentejo portugués.
En octubre de 1144, Ibn Wazir y Ibn al-Mundir juran
fidelidad a Ibn Qasi en Mértola, recibiendo el gobierno de Beja y de Silves respectivamente
con sus territorios.
El 22 de febrero de 1145 muere el emir almorávide
Tasufin combatiendo a los almohades, y el 3 de marzo de 1145, Ibn Hamdin, que
se había rebelado contra los almorávides en Córdoba, se autoproclama emir.
Sidray ibn Wazir traiciona y rompe los lazos con
Ibn Qasi, reconociendo a Ibn Hamdin como emir, a lo que responde Ibn Qasi
enviando un ejército al mando de Ibn al-Mundir contra Sidray, que es derrotado,
yendo después Sidray contra el propio Ibn Qasi al que le arrebata, ya en 1146, Mértola
y Silves. Ibn Qasi huye a África a buscar el apoyo almohade. Sidray ibn Wazir
se convierte en el Señor de Occidente.
Bueno, he intentado hacer un pequeño resumen de los
acontecimientos que sucedieron alrededor de la fecha en que nuestro
protagonista de la lápida muere, aunque es difícil establecer con toda seguridad los
acontecimientos ya que, algunas veces, las fuentes se contradicen.
De la información que tenemos de la lápida, podemos
extraer que nuestro protagonista difunto fue considerado un mártir, muerto por
los almorávides, y que le mataron “el día
de su salida”.
¿de la salida de quién?, ¿del difunto?, ¿de los
almorávides?
Saavedra (1877) traduce “en día de perfidia y tribulación” en vez de “el día de su salida”, y Codera (1884) siguiendo esta traducción, interpreta
que nuestro protagonista era de las huestes de Ibn Qasi y que tuvo la fatalidad
de introducirse en Badajoz “para probar
fortuna por su partido”, interpretación que también comparte Matías Ramón
Martínez Martínez (1905).
Traducción del Padre Lerchundi |
El Padre José Lerchundi traduce “el día de su salida” en vez de “en día de perfidia y tribulación” de
Saavedra, siendo publicada esta traducción por Rodrigo Amador de los Ríos
(1883), aunque en su propia traducción dice “en el día de la desolación y de espanto”.
Tomás Romero de Castilla publica en el catálogo del
Museo de 1886 la traducción de Lerchundi, y en una carta de 1878 dirigida a la
Real Academia de la Historia, interpreta que es el día que expulsan a los
almorávides, en el contexto de la rebelión comenzada en el Algarve.
Nicolás Díaz y Pérez (1887) publica tanto la
traducción de Amador de los Ríos como la de Lerchundi.
Lévi-Provençal (1931) lo traduce como “el día de la salida de ellos”, y Ramón
Revilla (1932) lo traduce como “en día de
turbulencia y espanto”.
Terrón Albarrán (1991), siguiendo la traducción de
Lévi-Provençal, sostiene que Sidray ibn Wazir se hace al comienzo del año 1145
con el control de la ciudad de Badajoz, añadiéndola a sus dominios, suponiendo
que esto se debe producir entre mediados de enero y finales de febrero de 1145,
deduciendo que la muerte del difunto es a causa de un motín de los almorávides
contra los seguidores de Sidray ibn Wazir.
M. Ángeles Pérez Álvarez (1992), que se basa en
Lévi-Provençal y en Lerchundi, traduce “el
día de su partida” e interpreta que el difunto debió morir al abandonar la
ciudad de Badajoz sumida en conflictos. Maria Antonia Martínez Núñez (2013)
también sostiene esta traducción, pero interpreta que son los almorávides los
que salen de Badajoz.
Las fuentes árabes no dicen claramente cuando
Badajoz se rebela contra los almorávides, o cuando pasa bajo el control de
Sidray ibn Wazir, pero me inclino a pensar que esta lápida es la prueba de que
pudo ser el 25 de marzo de 1145 el día del alzamiento, fecha de la muerte de nuestro protagonista,
que se alzaría ese día contra los dirigentes almorávides de la ciudad, que
intentaron en un primer momento sofocar la rebelión sin éxito y fueron
expulsados. De hecho, es en el mes de Ramadán de este año, del 24 de febrero al
25 de marzo, cuando se da el alzamiento general en el resto de al-Andalus, pues,
después de Córdoba, lo hace Murcia, después Valencia, y por los mismos días
Málaga, Almería y otras muchas ciudades, según los cronistas.
A diferencia de cuando se crearon las primeras
taifas del siglo anterior, en la que lo hicieron los jefes militares, ahora la
revuelta contra los almorávides la encabezan los religiosos, jueces (qadíes) y
hombres de letras.
El considerar a nuestro difunto como mártir
refuerza la idea que las revueltas tienen un origen religioso.
Para terminar, como extraña curiosidad, me llama la
atención que en el cuarto renglón empezando por arriba, esté borrado el término
“Ibn” (hijo de) de la filiación “Ibn Ahmed”, y que sobre esta filiación, está escrito en
caracteres más pequeños el texto “hijo del asesinado” (ibn al-maqtul).
Finaliza este renglón con al-Maridi, lo que podría indicar que debió ser natural de Mérida, o
de familia de Mérida.
Espero volver pronto con la siguiente lápida…