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Vamos a viajar en esta ocasión con nuestra máquina del tiempo al Badajoz de la segunda mitad del siglo XVIII, donde la ciudad parecía ya olvidar los sonidos de la guerra tras el pacífico reinado de Fernando VI. A la muerte de éste, el 10 de agosto de 1759, le sucedió en el trono su hermanastro Carlos de Borbón y Farnesio, rey de Nápoles. Tras arreglar sus asuntos napolitanos, dejando a su hijo Fernando como sucesor, llegó a Barcelona el 17 de octubre.
Se juntó la Ciudad en Ayuntamiento, nombrando a cuatro de sus regidores en Caballeros Comisarios para celebrar Reales Fiestas por la Aclamación del nuevo rey de las Españas, Carlos III, bajo la dirección de Don Ramón de Larumbe, Intendente General del Ejército, y Provincia de Extremadura, Corregidor de Badajoz y su Partido.
Como en ocasiones precedentes, comenzaron a prepararse los Adornos, Arcos y Carros Triunfantes, Artificios de Fuegos…, en fin, todo el despliegue acostumbrado de arte efímero.
Llegamos temprano a la cita, para no perdernos detalle, aprovechando así para observar como celebraban nuestros antepasados estas fastuosas fiestas que iban a dar comienzo en este día 19 de noviembre de 1759. Esta sería la última vez que se celebraría una fiesta de Aclamación Real en la Plaza Alta, como las que se habían realizado mayo de 1666 para Carlos II, en noviembre de 1700 para Felipe V, en febrero de 1724 para Luis I ó en enero de 1747 para Fernando VI.
Llegamos a la Plaza Alta, la ya definitivamente inacabada Plaza Mayor de Badajoz, interrumpida su construcción en 1703 debido a la Guerra de Sucesión, lugar principal de los actos, acompañados del cronista oficial. Observamos que se había vuelto a construir, junto a las Casas del Ayuntamiento, el acostumbrado teatro de doce varas de cuadro, adornado de ricas colgaduras y cubierto el pavimento de vistosas alfombras, en esta ocasión debajo del pabellón formado en los dos balcones de en medio se colocaron los retratos de las nuevas majestades, Carlos y María Amalia, traídos de la corte, tapados por un rico velo de color plata imitando una cándida nube. Bajo los Reales Retratos escribieron dos Poemas.
Enfrente del teatro, la Ciudad había erigido un Arco Triunfal de quince varas, que servía de magnífico pórtico a la por entonces llamada calle Zapatería, actual Moreno Zancudo, dedicado al triunfo sobre la Fortaleza. Coronando el arco estaba Hércules sujetando al León Nemeo, en alusión a la primera de sus doce misiones, al cual mató y le despojó de su piel, invulnerable a cualquier arma, la cual utilizó como armadura desde entonces. Zeus, quien admiraba la fortaleza y resistencia del león, lo inmortalizó con su propia constelación, Leo. Se quería así representar que sólo un león podía ser el trofeo del invicto valor de las Armas de España, el cual figura en su escudo.
Al lado derecho estaba colocada la Estatua de la Fortaleza, con un puñal en una mano, metido entre llamas, y en la otra, muchos corazones ardiendo en un ara (altar). Al lado izquierdo estaba la estatua de la Nobleza, con un sol en el pecho, y en la mano un espejo. En la pilastra del lado derecho, la estatua de la Paz, con un ramo de olivo en una mano y en la otra las Armas de la Ciudad. En la pilastra del lado izquierdo la estatua de la Lealtad junto a la cual había un perro en acción de hacerle halagos. En el lugar principal de la fachada del arco estaban unidos los dos Escudos de Armas de España y de Sajonia.
Son las 10 de la mañana. Vemos como se da orden de formar a una de las 12 compañías que guarnecen la Ciudad, la del capitán más antiguo, que tenía el honor de custodiar el Estandarte Real, dirigiéndose seguidamente los soldados a sus puestos, sirviendo de guarnición al Teatro y a las Casas del Ayuntamiento. El destacamento del Regimiento de Caballería de la Reina y el de Dragones de Frisia ocuparon el lado derecho de la Plaza frente a frente, y el izquierdo el Regimiento de Infantería de Granada.
Poco a poco la plaza se va llenando. A las 3 de la tarde comienza la Aclamación. La balconería de la plaza ostentaba variedad de colores en multitud de galas. Las torres, almenas y murallas coronadas del popular concurso.
La Ciudad había acondicionado el balcón principal de la casa del Peso, que está sobre el arco que da a la plaza de San José, para el Conde de la Roca y su señora, a los cuales acompañarán sus invitados, caballeros y señoras, tanto españoles como portugueses, a quienes se les tiene preparado un refresco. Le correspondía este honor, de presidir el Mirador de la Ciudad, a la máxima autoridad militar, que en este caso le correspondía al Conde de la Roca y Sacro Imperio, Vicente Javier de Vera Ladrón de Guevara, Caballero del Hábito de Santiago, Mariscal de Campo, Gobernador Militar de Badajoz, Alcalde de su Castillo y Comandante en ínterin del Ejército y Provincia de Extremadura.
La Ciudad también había acondicionado otro balcón para el Obispo, Cristóbal Rojas Sandoval, y el cabildo eclesiástico, así como otro para la madre del Alférez Mayor de la ciudad y sus invitados.
Para dar comienzo a los actos, salió el Mayordomo de la Ciudad con el Real Estandarte en una rica fuente de plata, que tras hacer tres respetuosas reverencias, lo depositó en las manos del Caballero Intendente Corregidor, quién lo pasó a las del Alférez Mayor Don Rodrigo Becerra de Moscoso, miembro de la familia que desde el año 1558 era poseedora de este apetecido distintivo, dado a Hernando Becerra de Moscoso, del destacado linaje de los Becerra originarios de Galicia, llegados a Badajoz en la reconquista, cuya casa solariega tuvieron en la actual calle Meléndez Valdés, que desde finales del XVI hasta mediados del XVIII llevó el nombre de Hernando Becerra hasta que pasó a ser conocida como Granado. La hermana de Hernando, Leonor, fue la esposa del pintor Luis de Morales.
Tras las palabras protocolarias del Alférez Mayor, se corrieron los velos de plata de los retratos de los reyes, dando señal la Torre de la Plaza, a cuyos ecos respondieron con alegres repiques las campanas de la Catedral, seguidas de todas las que tenía Badajoz en parroquias y conventos. Los cañones empezaron a disparar, dieron salvas los fusiles de todas las murallas y plazas de la ciudad, mezclándose con los aplausos y los vivas. Los porteros salieron con varias fuentes de plata, llenas de monedas, que fueron arrojadas al Pueblo inquieto, cuya multitud las recogía más en el aire que en la tierra. Una vez serenado el tumulto, se comenzó a organizar la carrera o comitiva para dar la acostumbrada vuelta a la ciudad.
El Alcalde de la Hermandad desfiló por el Arco de la Fortaleza, acompañado de los Ministros de Justicia, todos a caballo. A estos le seguían los batidores de Caballería, espada en mano, sonando siempre los clarines y timbales del Regimiento de la Reina. Luego venían los Gremios, con sus carros triunfales que representaban las “cuatro partes del Mundo”.
En primer lugar el gremio de los Carpinteros, que representaban a Asia, formando doce parejas a caballo imitando los trajes de estas provincias: Tres parejas de Tártaros, con triunfales de tafetán verde, mantos encarnados, turbantes también de tafetán verde, caídos hasta media espalda, con frontillos bordados y hachetas de armas. Tres parejas de Persas, con ropas talares de tafetán carmesí, forros amarillos, recogidas las faldas en un cíngulo (cordón) celeste, con calzas hasta el tobillo, mosquetón al hombro, sombrerillo puntiagudo aturbantado de varios colores, con penacho de plumas y manto dorado. Tres parejas de Egipcios, con justacones (casaca de la época, deformación de la palabra francesa justaucorps) de tafetán carmesí, ceñidores amarillos, mantos celestes, calzas largas amarillas, botines encarnados, alfanjes damasquinos (sable, corto y corvo, con filo solamente por un lado, y por los dos en la punta), turbantes a lo armenio, con penacho de plumas y cetros de rosetas. Tres parejas de Árabes, con ropas talares celestes, bandas anchas encarnadas y mantos morados, alfanjes a su usanza, con turbantes hojalatados hasta la espalda, con disforme volumen de telas varias, bigote y barba larga y una florida granada en la mano. Tras estos doce jinetes le seguía su carro triunfal, tirado por unos bien imitados tigres, en el que iba una ninfa que representaba a Asia, ricamente vestida, a quien servía de trono un valiente tigre. Llevaba esta en la mano un sol en el que se podía leer “Viva Carlos tercero”.
El Gremio que le seguía era el de los Sastres, que representaba a África: Tres parejas a lo Turco, de ropa talar de tafetán doble carmesí, franjeado de plata, justacon de tafetán carmesí, forrado de felpa moteada y turbante, con cetros morados. Tres parejas de Argelinos, con justacones de tafetán doble celeste, franjeado de plata, tonelete (faldón) encarnado, calzón turquesco, babuchas, tahalí (tira que cruza desde el hombro derecho por el lado izquierdo hasta la cintura, donde se sujeta la espada), alquicel blanco (vestidura morisca a modo de capa), todo orlado de flueco (flecos), turbante de media luna con garzota (plumaje o penacho), con gumía (daga un poco encorvada), pistolas y lanza. Tres parejas de Moros Bárbaros con ropas talares de tafetán doble celeste, capas encarnadas, botines, broqueles (escudo pequeño) y lanza, con turbantes disformes de cuatro colores de tafetán follado. Tres parejas de Moros de Cafrería (parte de África situada al sur del ecuador no musulmana), con justacones de tafetán verde, toneletes de tafetán encarnado, botines con sobrebotillas doradas, adargas (escudo de cuero, ovalado o de forma de corazón) plateadas, carcajes de flechas, turbantes de tres colores y penacho de plumas). Si carro triunfal, tirado de leones, representaba elevadas montañas con ásperos riscos y espesos bosques, con una ninfa ricamente aderezada sobre el coronado Rey de la selva.
El Gremio de los Barberos representaba a América: Tres parejas de indios con turbantes de plumas y toneletes de varios colores, arcos, flechas, carcajes de saetas, pectoralillos bordados, collares, brazaletes, pulseras, grilletes y sobregrilletes con cadenas doradas. Tres parejas de Angola florida, imitando su desnudez, turbante de plumas y toneletes de colores varios, justaconcillos blancos con listas carmesíes, cadenas doradas, brazaletes y pulseras, grilletes y sobregrilletes, y en la mano una hasta en una hacheta de armas como una roseta. Tres parejas de Brasílicos, demostrando sus carnes grabadas de colores, con turbantes de laurel y penacho de plumas, bandas azules, y en ellas los carcajes de plumas y flechas, brazaletes, pulseras, grilletes anchos, arco, flechas y hacha de armas. Tres parejas de Guineos, demostrando lo denegrido de sus carnes y lo crespo de sus cabellos, en la mollera un lazo encarnado con cuatro plumas de varios colores, rizas (rizos) hasta media espalda, petos largos.
Seguía a los Gremios y carros triunfales, la Ciudad, representada por sus regidores, vestidos todos de terciopelo negro, con chupas de tisú de oro, sombreros galoneados de lo mismo, con vistosas cucardas (escarapelas) de color encarnado, montados en sus hermosos caballos, presididos por el corregidor Ramón de Larrumbe.
A continuación el Real Estandarte, en manos del Alférez Mayor, seguido de la Caballería de Dragones de Frisia, que marchaban al son de Fagot y Oboes.
La comitiva bajó de la Plaza Alta hasta la calle de las Carnicerías, donde los religiosos descalzos tenían tapizadas las paredes de su nuevo convento de San Gabriel, en el que aún no se había empezado a construir su iglesia, hoy llamada de la Concepción. Pasando a la siguiente calle, para salir a la plaza de San Juan pasando por otro Arco Triunfal erigido junto al palacio de Don Ramón de Larumbe, dedicado a la Paz, formado sobre cuatro elevadas columnas, que imitaban el jaspe azul con betas de oro, rematadas por cornisas, imitando el Arco Celeste, cercado de nubes por la parte exterior, cubriendo toda la extensión del arco por su parte inferior, ricos tafetanes carmesíes, guarnecidos de plata y oro en brillantes galones. Por el lado que da a la plaza estaban colocados, sobre las nubes, los retratos de los reyes y en la parte superior una gran Corona Real. Al otro lado los blasones de España y Sajonia. A los lados de los retratos estaban los de Hernán Cortés y Francisco Pizarro, vestidos de Gala Militar con insignia de Generales y Conquistadores. A los pies de cada uno, los trofeos a su valor, Armas vencidas y Reyes aprisionados. A los lados de los Escudos de Armas colocaron las estatuas del Cid Campeador y la del Gran Capitán, vestidos de Armas, y armados de lanzas, el primero pisando despojos de guerra y el segundo cabezas de Moros.
En la Plaza de San Juan había formado el Regimiento de Milicias de Trujillo, enfrente del palacio del Caballero Intendente, el cual estaba cubierto de ricos tafetanes carmesíes, galoneados de plata y oro.
Tras repetir la aclamación, haciendo salva la tropa, continuó la carrera por las calles acostumbradas, pasando junto al palacio del obispo, adornado de ricas tapicerías. En la plaza de San Francisco se volvió a aclamar con las mismas salvas. Por la calle del Pozo, actual calle Menacho, se llegó al siguiente Arco Triunfal, dedicado al Afecto, por el que se llegaba a la Plazuela de las Descalzas, hoy López de Ayala. El convento de las Descalzas, como el de San Onofre, estaban adornados de vistosas colgaduras.
El arco del Afecto ocupaba todo el ancho de la calle del Pozo, de arquitectura corintia con pedestales, columnas y cornisas imitando la piedra lapislázuli, adornados con multitud de ramas, frutos y flores, distribuidas en vistosos festones. La figura principal del arco era una estatua que representaba el Afecto, que tenía alas y estaba coronada de Laureles, demostrativo de las victorias. En una mano tenía un Pez y en otra un Ramo de flores. En el frente principal del Arco se ostentaba la Liberalidad (Artes Liberales), derramando de su Cornucopia (vaso en forma de cuerno que representa la abundancia) un tesoro de preciosidades, con un Compás en la mano y un Águila al lado. Al lado izquierdo de la Liberalidad, se veía la Magnificencia con morrión (armadura de la parte superior de la cabeza, hecha en forma de casco, y que en lo alto suele tener un plumaje o adorno) en la cabeza y en el brazo una rodela. Al lado opuesto se veía el Agradecimiento, con sus demostrativos en las manos, y a su lado una cigüeña. De la otra parte estaba la Inmortalidad con alas, un Anillo de oro en la mano y a su lado el Ave Fénix. En la parte inferior de uno y otro lado se veían cuatro figuras que representaban a España, Persia, la India y la Berberia, hermosamente dibujadas con las divisas propias de las Naciones que la habitan. En las claves del arco se colocaron los escudos de armas de los Reyes Católicos, y demostrativo del rendimiento las armas de los Condes de Torre del Fresno, cuyo palacio estaba ricamente tapizado. Se repitió la Aclamación.
Se continuó hasta la Plazuela de la Soledad, donde esperaba la Tropa de Milicias de Badajoz. Frente al palacio del Conde de la Roca, Gobernador Militar de la Ciudad, se levantaba otro arco triunfal, dedicado a la Majestad, con cuatro pedestales corintios que formaban dos opuestos frentes, cuyas cornisas imitaban al jaspe rojo y los basamentos de amarillo y rosado. En lo alto de las columnas se colocaron las estatuas de la Justicia, Clemencia, Poder y Liberalidad. Sobre la cornisa superior del Arco se elevaba una especie de ático, o segundo cuerpo, donde descansaban los Retratos Reales, guarnecidos de trofeos militares, todo ello cubierto por un Manto Regio de color carmesí en forma de pabellón, ceñido de una corona imperial.
Se realizó la última Aclamación, con las salvas de las Milicias de Badajoz, regresando por las calles de los Mesones, a la Plaza Alta todo el festivo aparato. La noche de este día, a quien las muchas luces no dejaron parecer noche, fue la primera de las tres en que se vio iluminada toda la Ciudad…
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