Mil años hace.
Sabur, gobernador de la región
occidental Al-Tagr al-Adna, la Marca Inferior, seguía los pasos de otras coras (provincias) de Al-Ándalus, y se
independizaba del califato de Córdoba proclamándose hayib. Nacía así en el año 1013 el reino de Badajoz.
Retrocedamos un poco. El que será llamado Abderramán
III (891-961), después de ser proclamado emir de Córdoba (912), dentro de las
medidas para restablecer el orden interno del emirato, introdujo en la corte
cordobesa a los saqalibah o eslavos,
esclavos de origen europeo, con la intención de introducir un tercer grupo
étnico y neutralizar así las continuas disputas que enfrentaban a sus súbditos
de origen árabe con los de origen bereber.
Ya como califa, en 930 Abderramán III recuperó el
control sobre la ciudad y el territorio de Badajoz, que hasta ese momento era
controlado por los marwánidas, descendientes del fundador de la que será la
ciudad árabe de Badajoz, levantado sobre un antiguo hisn al que llegaron por
primera vez en el año 875. La cerca defensiva de adobe fue derribada para
asegurar la sumisión de la ciudad.
Con las luchas por el poder en tiempos del califa
Hisham II (965-1013) el poder omeya va a llegar a su ocaso definitivo. En el
periodo 1009-1031 habrá 9 califas en medio de una anarquía total que traería la
independencia paulatina de las taifas. Badajoz, bajo el mandato de Sabur, uno
de los saqalibah o eslavos
introducidos por Abderramán III hizo lo propio en Badajoz en el año 1013, y es por ello
que este año celebramos el milenario del reino de Badajoz.
De Sabur, nos ha quedado su lápida sepulcral de
mármol que observamos en la foto inicial, conservada en el Museo Arqueológico Provincial de la Alcazaba. Mide 0,41 m por 0,35 m, y fue encontrada en 1880 al tirar las rasantes para
las obras del paseo de convalecientes, entonces en construcción, del Hospital
Militar de Badajoz de la Alcazaba, y actual Biblioteca de Extremadura.
El oficial Sr. Moreno, que prestaba servicio en el
Hospital Militar, cedió la lápida a D. Eduardo García Florindo, que se la vendió a
D. Luis Villanueva. Pasó en herencia a D. José
Mendoza Botello, que la donó al museo arqueológico al comienzo de 1939.
En el nombre de Allah, el clemente, el Misericordioso,
éste (es) el sepulcro de Sabur el háchib, compadézcase de élAllah. Murió en la noche del jueves
a diez noches pasadas de xaâba
del año tres y diez y cua
tro cientos (413); y testificaba
que no (hay) Dios sino Allah
Sabur dejó confiada la tutela de sus dos hijos
menores a su hombre de confianza Ibn al-Aftas, pero lejos de guiarlos al trono,
se autoproclamó rey de Badajoz, adoptando el título de Al-Mansur o Almanzor
(1022-1045 d.C.). Con Ibn al-Aftas se inicia la dinastía de los Aftásidas, que
durará hasta el año 1095 en que fue derrocada por los almorávides.
En el museo arqueológico tenemos una estela en
forma de dintel, o de friso, que perteneció al sepulcro de al-Mansur. Tiene una
longitud de 1,11 m; un ancho de la cara en que tiene la inscripción de 17 cm y
un grueso de 30 cm.
Esta
inscripción arábiga, de un solo renglón en caracteres cúficos florido tallado
en relieve, dice así: “Este es el sepulcro de Almanzor, apiádese Dios de él; murió año de siete
y treinta [y cuatrocientos] (1045)”.
La palabra
cuatrocientos no aparece por estar incompleta la lápida en la parte final
izquierda de la inscripción (recordar que en la escritura árabe se escribe de
derecha a izquierda, además de que es cursiva, enlazándose las letras unas con
otras formando, siempre que sea posible, un trazo continuo llamado
habitualmente ductus. Algunas letras
pueden unirse tanto a la que les precede como a la que les sigue. Otras sólo
pueden unirse a la anterior, pero no a la siguiente, rompiendo así la
continuidad del trazo).
Fue encontrada en la Alcazaba en abril de 1883, al
practicar unas excavaciones y ejecutar obras de reparo en la sala de autopsias
del Hospital Militar. Estaba empotrada
en un muro de ladrillo, sobre un arco de los subterráneos, a un metro de
profundidad del suelo. Se llevó al museo arqueológico. Tenía restos de cal y
barro.
Originalmente debió estar emplazada en una pequeña Mezquita
árabe (probablemente la entrada a la rawda o Panteón de los reyes árabes de
Badajoz), que se conservaba aun en pie hasta el primer tercio del siglo XIX, según
testimonio de D. Gerónimo Mendaña, maestro ebanista, el cual se encontraba en
el Museo cuando fue llevada la lápida, y dio testimonio de haber visto muchas
veces dicha Mezquita. Debió formar cuerpo con la Iglesia de Santa María de
Calatrava como después veremos.
Como hemos dicho, este dintel debía formar parte
originariamente del sepulcro del Al-Mansur, y debía ser una versión resumida
del epitafio de otra lápida desaparecida.
Sobre esta lápida perdida de Al-Mansur, sabemos que hacia el año 1809, un canónigo llamado D.
Manuel de la Rocha, sacó copia fiel de una inscripción árabe que se veía
entonces en una “iglesia abandonada
dentro del castillo de Badajoz”. En 1865, el ya citado Sr. D. Luis
Villanueva, ilustrado correspondiente de la Real Academia de Historia, envió el
dibujó original a D. José Moreno Nieto, quien se apresuró a traducirla, siendo
publicada por el Sr. Barrantes, primero en la pág. XXXV de su prólogo a los Discursos
patrios de Dosma Delgado [1870], y después en la pág. 317 del tomo I de su Aparato
bibliográfico para la historia de Extremadura. En árabe ha sido impresa
casi en totalidad por el Sr. Codera en la pág. 359 del tomo IV del Boletín de
la Academia.
La traducción del
primero, dice así: “En el nombre de Dios piadoso,
misericordioso. Este es el sepulcro de Almanzor
Abdallah—ben—Mohamed—ben—Maslama, apiádese Dios de él y del que haga oración en
su favor. Murió el Martes 19 de Chumada 2º del año 437 (30 de Diciembre de
1045)”. La traducción de D. Eduardo Saavedra, difiere poco de la anterior:
“En el nombre de Dios, clemente y misericordioso. Este es el sepulcro de
Almanzor Abdalá, hijo de Mohámmed, hijo de Maçlama; apiádese Dios de él y de
quien pida para él su clemencia: murió en la noche del martes once noches por
andar de chumada postrero del año cuatrocientos treinta y siete, que fue el día
penúltimo de diciembre.”
Es singular
que en la inscripción se anote la correspondencia de las fechas mahometana y
juliana.
Con el dibujo de la inscripción vino una nota: “En
el castillo de la ciudad de Badajoz hay una iglesia antigua que llaman
Calatrava, aunque en ella no se ve insignia alguna de esta orden; se halla sin
uso y no se tiene noticia de cuándo le tuvo: está bien reparada por haber
servido en distintos tiempos para guardar pólvora y otros pertrechos de guerra.
Dentro de esta iglesia hay una puerta tapiada por donde, al parecer, se
subía a la torre; sobre dicha puerta se ve una piedra de alabastro con los
caracteres aquí dibujados, que su relieve será el grueso de un peso fuerte.
Tocándola sonaba hueco, y creyendo sería sepulcro, y este su epitafio, se
levantó la piedra, pero solo se halló una alhacena sin señal alguna de haber
estado depositado en ningún tiempo cadáver alguno”.
Esta lápida, por lo tanto, se quitó de su sitio aún
antes de que el edificio fuese demolido y desapareció. En la demolición de este
edificio se debió caer y desportillarse por un extremo la piedra con
inscripción árabe de 70 cm de largo por solos 13 de ancho, que se halló al
hacer las excavaciones de 1883 y que se conserva en el museo.
La lápida primeramente conocida era con seguridad
el epitafio, y la sencilla y concisa del museo debió ser un letrero que en la
fachada declarase el carácter y destino del edificio. Tal vez, por estar
cubierto con cal o yeso, no fue reparado por nadie este pequeño recuerdo
histórico, que confirma el contenido de la lápida perdida.
En el año de 1845 la Junta de Monumentos dispuso hacer
unas excavaciones en la Iglesia de Santa María de Calatrava, ya arruinada, donde,
según la expresión del Vocal encargado de practicarlas, D. Nicolás Giménez, “existían
hacía poco tiempo algunas lápidas con inscripciones árabes». Aun cuando las
excavaciones se profundizaron hasta 15 o 16 pies [4’20 a 4’48 metros], encontrándose
tres pavimentos de diferentes épocas, el más antiguo, de la árabe, columnas,
capiteles y basamentos, las lápidas no fueron entonces descubiertas.
Es posible que, oculta la inscripción con una capa
de cal y barro, de la que conservaba señales cuando llegó al Museo, no hicieron
los Investigadores alto en ella, tomándola por el dintel de una portada, como,
en efecto, tal era su colocación cuando fue descubierta en 1883.
La iglesia
de Calatrava fue edificada con todas las paredes de piedra y tenía tres
naves, con arcos de ladrillos descansando sobre pilastras de mármol, y encima
de ellas tapiería de tierra con hormigón de cal. El cuerpo de la iglesia estaba
cubierto con madera, cabrios y cañas con sus tijeras entrantes a tejavana.
La iglesia
debió abandonarse a finales del siglo XV o primera veintena del XVI, ya que en
1530 ya no tenía feligreses. En 1567 el cuerpo de la iglesia ya estaba
descubierto. La capilla era de bóveda y en el arco toral, que era de ladrillo,
tenía una reja de palo con una cruz encima, con sus puertas con cerradura y
llave. En el cuerpo de la iglesia había tres portadas de arcos de ladrillo, dos
cerradas y la otra tenía unas puertas de castaño con su clavazón de hierro, con
cerrojo y cerradura por fuera, y aldaba por dentro, y cuatro aldabos [gradas]
de ladrillo y piedra por donde se baja para entrar en la iglesia.
A la derecha de dicha puerta había una portada
pequeña debajo de un arco de ladrillo, por donde se entraba a una habitación
pequeña que estaba debajo de la torre que servía de sacristía. En 1567 vivía
una mujer que barría la iglesia. La torre era de cantería y de mampuesto de piedra
y ladrillo y cal, y no había escalera para subir a ella, y encima del arco
toral estaba el esquilón con su cadena.
La iglesia estaba solada de ladrillo, pero en 1567
la nave de en medio estaba por algunas partes solada y por otras partes no, y
las otras dos partes estaban llenas de tejas que se habían caído del tejado y
lleno de hierba, y la pila de bautizar estaba ciega, que es de ladrillo y cal.
Al lado de la Epístola, es decir, en el lado derecho desde el punto de vista de
los fieles mirando hacia el altar, había una alacena pequeña de piedra de
mármol y encima de ella una piedra de mármol llena de letras antiguas.
En el siglo XVI al describir los arcos de ladrillo
que había sobre las columnas de mármol, decía que eran como los de la mezquita
de Córdoba.
En este lugar pudo estar la Rawda o cementerio
principesco de la alcazaba.
Tras la guerra de la Independencia se producen una
serie de reparaciones del Hospital Militar, pero no es hasta el proyecto de
Manuel Ubiña de 1850, que se construyen dos crujías reaprovechando parte de los
muros existentes, obra que finaliza en 1853. Es el proyecto de Javier Ortiz de
1859 el origen del aspecto y diseño del actual edificio, en el que se absorbía
la torre de la iglesia de Santa María la Real. En 1857 dicha iglesia servía de
almacén de paja del hospital, aunque la titularidad era del Ayuntamiento.
Solicita la cesión del edificio para prisión militar, cosa que se acepta. Poco
después se solicita la cesión del inmueble para incorporarlo a la estructura
del Hospital, cosa que se hace a cambio de la reparación de la torre de
Espantaperros. En 1864 las obras ya están completas. Los muros que sustentan
las crujías, de 1 metro de espesor, se asientan en unos cimientos macizos de
entre 3 y 6,5 metros de profundidad hasta alcanzar la caliza del terreno,
atravesando escombros.
Según Amador de los Ríos esta inscripción
desapareció al construirse una nueva planta del Hospital Militar y supone que
fue utilizada en la cimentación del mencionado edificio.
Según Vicente Barrantes, las columnas de la iglesia
se utilizaron como pedestales del alumbrado público y las sepulturas de los
reyes moros se utilizaron en la cimentación del Hospital militar. La losa
sepulcral se ha perdido hacía pocos años. Unos dicen que se metió en el
cimiento del Hospital, donde se “aprovecharon” muchas piedras romanas y árabes,
y otros en una cisterna de la calle Granado.
Tanto el epitafio de Sabur como el dintel con el de
al-Mansur forman parte del escaso número de inscripciones funerarias que se han
conservado de soberanos musulmanes de al-Ándalus.
Tomás Romero de Castilla dice que apareció otra
lápida de piedra negra o azul, muy fina y muy pulimentada, con caracteres
semejantes a los de las otras dos. Salió partida en cuatro pedazos, siendo
triturada para aprovechar los cascotes en la obra del jardín que se estaba
construyendo. Probablemente era una lápida sepulcral de alguno de los otros
reyes de Badajoz...