Bajo el título “Le Voyageur François, ou La Connaissance de l'ancien et du nouveau monde” (El viajero francés, o el conocimiento del antiguo y viejo mundo) se compiló en 42 volúmenes una vastísima colección de relatos de viajes presentados en forma de cartas. Fueron publicados entre 1765 y 1795. Al supuesto autor se le identifica simplemente como el Voyageur François.
De los 42 tomos, los veintiséis primeros pertenecen a Joseph de Laporte (1714-1779), los otros fueron redactados por Louis Abel de Bonafons de Fortenay (1736-1806) y por Louis Domairon (1745-1807). La obra se reeditó en varias ocasiones y pronto se tradujo a las principales lenguas europeas. Existe una versión española con el título “El viagero universal, ó noticia del mundo antiguo y nuevo. Obra recopilada de los mejores viageros”, publicada entre 1795 y 1801, en 43 volúmenes, aunque está bastante modificada por el traductor.
El extracto que vamos a traducir de la carta número CXCVII del volumen XVI, publicado en 1772, está escrito por Laporte, y está dedicado a España. Como en los demás volúmenes, el espíritu ilustrado con el que se exponen los más diversos aspectos, tiene un objetivo fundamental claramente didáctico. Veamos lo referente a Badajoz:
“Un carruaje tirado por cuatro mulas me lleva de Elvas a Badajoz; yo había tenido la precaución de no llevar nada que pudiera ser confiscado. Los cocheros casi llegan a pedir comisión cuando saben que llevas mercancías. Practican entre sí un lenguaje mudo con signos para hacerse entender. A menudo, un latigazo de cierta manera es suficiente para decir algo a la gente de la aduana. Los viajeros son siempre engañados por estos pillos a poco que se enteren de sus asuntos.
Al salir de Elvas yo había cambiado algunas monedas portuguesas de oro por monedas de España con un cinco por ciento de pérdida. Son los curas los que hacen este comercio usurero, y si tú les dejas tu oro, son los primeros en traicionarte.”
Llega a Badajoz, donde lo primero que hace es procurarse un nuevo carruaje y esta es la descripción que de ella hace:
“Esta ciudad, capital de la provincia de Extremadura, situada en un promontorio a orillas del Guadiana, tiene un notable puente magnífico […] defendida por algunas estructuras construidas a la moderna, pero a pesar de que se jacta de haber resistido dos siglos sin ser rendida, creo que es difícil que resista hoy un vigoroso ataque, y ni siquiera ser el refugio de un golpe de mano repentino.
Su territorio es muy fértil, y toda la campiña está plantada con viñas, limoneros, naranjos y olivos. Se alimenta de una gran cantidad de ganado vacuno y ovejas, que tienen una lana muy fina, y muy valiosa.
La ciudad no es grande, y tiene sólo unos cuatro mil habitantes. Las casas están bien construidas, y las calles son lo suficientemente amplias. La catedral está ubicada en la plaza de armas, así como la casa del gobernador. Otras iglesias constituyen tres parroquias y hay algunos conventos".
Como todo buen libro de viajes, detalla como es el alojamiento de los lugares por donde pasa:
"Está mal el alojamiento en Badajoz, y hay la obligación de tener que proveerse de alimentos. Por lo demás es más bien parecida a todas las ciudades españolas, pero en los lugares donde los porteadores paran para el almuerzo o la cena, delante de la puerta de la posada, hay una especie de pequeño mercado de verduras, carne y caza. A veces vamos a comprar comida a la panadería y a la carnicería, donde, sin embargo, no siempre hay lo que uno quiere. Hay que llevar heno en el carro, y botellas para llevarlas a la taberna para el vino, sin las cuales corremos el riesgo de envenenarnos con las botellas de cobre mal estañado y llenas de verdín.
Hay que cocinar uno mismo, porque los encargados del lugar no hacen más que la cama. En la temporada de los guisantes, se puede hacer uno una gran provisión, y nos divertimos recogiéndolos por el camino. Los vegetales tienen un sabor y un gusto exquisito, incluso comiéndolos crudos. Tomando precauciones, nunca faltan estos alimentos, incluso hay suficiente para dar a los Ermitaños que nos encontramos en el camino, y que ofrecen agua a los viajeros, pero debe tener cuidado con estos falsos devotos, que sólo viven de las limosnas si ellos creen ser los más débiles, o del robo, si creen ser los más fuertes.
Se ven en todas partes sábanas blancas, y usted paga de acuerdo con la petición del número de colchones de cama. Proporcionan dos por cuatro monedas, cogiendo los que uno quiere de los que están apilados, y cuando hay muchos huéspedes tan sólo se les da algo por las molestias causadas. Los franceses prefieren esta forma de vida que comer siguiendo el capricho de una mala cocinera, y pagar incluso lo que queda, y pelearse con una camarera por las sábanas blancas. Las camas están siempre limpias, porque están hechas con dos bancos y tablas, donde se extiende el colchón. Nunca se es molestado por pulgas o chinches, como en la mayoría de nuestras camas albergue que están provistos de cortinas. Cuando varios pasajeros siguen la misma ruta, los coches esperaran para salir juntos para ir más seguros contra los ladrones…”
Y continúa su viaje en dirección a Mérida…
.
De los 42 tomos, los veintiséis primeros pertenecen a Joseph de Laporte (1714-1779), los otros fueron redactados por Louis Abel de Bonafons de Fortenay (1736-1806) y por Louis Domairon (1745-1807). La obra se reeditó en varias ocasiones y pronto se tradujo a las principales lenguas europeas. Existe una versión española con el título “El viagero universal, ó noticia del mundo antiguo y nuevo. Obra recopilada de los mejores viageros”, publicada entre 1795 y 1801, en 43 volúmenes, aunque está bastante modificada por el traductor.
El extracto que vamos a traducir de la carta número CXCVII del volumen XVI, publicado en 1772, está escrito por Laporte, y está dedicado a España. Como en los demás volúmenes, el espíritu ilustrado con el que se exponen los más diversos aspectos, tiene un objetivo fundamental claramente didáctico. Veamos lo referente a Badajoz:
“Un carruaje tirado por cuatro mulas me lleva de Elvas a Badajoz; yo había tenido la precaución de no llevar nada que pudiera ser confiscado. Los cocheros casi llegan a pedir comisión cuando saben que llevas mercancías. Practican entre sí un lenguaje mudo con signos para hacerse entender. A menudo, un latigazo de cierta manera es suficiente para decir algo a la gente de la aduana. Los viajeros son siempre engañados por estos pillos a poco que se enteren de sus asuntos.
Al salir de Elvas yo había cambiado algunas monedas portuguesas de oro por monedas de España con un cinco por ciento de pérdida. Son los curas los que hacen este comercio usurero, y si tú les dejas tu oro, son los primeros en traicionarte.”
Llega a Badajoz, donde lo primero que hace es procurarse un nuevo carruaje y esta es la descripción que de ella hace:
“Esta ciudad, capital de la provincia de Extremadura, situada en un promontorio a orillas del Guadiana, tiene un notable puente magnífico […] defendida por algunas estructuras construidas a la moderna, pero a pesar de que se jacta de haber resistido dos siglos sin ser rendida, creo que es difícil que resista hoy un vigoroso ataque, y ni siquiera ser el refugio de un golpe de mano repentino.
Su territorio es muy fértil, y toda la campiña está plantada con viñas, limoneros, naranjos y olivos. Se alimenta de una gran cantidad de ganado vacuno y ovejas, que tienen una lana muy fina, y muy valiosa.
La ciudad no es grande, y tiene sólo unos cuatro mil habitantes. Las casas están bien construidas, y las calles son lo suficientemente amplias. La catedral está ubicada en la plaza de armas, así como la casa del gobernador. Otras iglesias constituyen tres parroquias y hay algunos conventos".
Como todo buen libro de viajes, detalla como es el alojamiento de los lugares por donde pasa:
"Está mal el alojamiento en Badajoz, y hay la obligación de tener que proveerse de alimentos. Por lo demás es más bien parecida a todas las ciudades españolas, pero en los lugares donde los porteadores paran para el almuerzo o la cena, delante de la puerta de la posada, hay una especie de pequeño mercado de verduras, carne y caza. A veces vamos a comprar comida a la panadería y a la carnicería, donde, sin embargo, no siempre hay lo que uno quiere. Hay que llevar heno en el carro, y botellas para llevarlas a la taberna para el vino, sin las cuales corremos el riesgo de envenenarnos con las botellas de cobre mal estañado y llenas de verdín.
Hay que cocinar uno mismo, porque los encargados del lugar no hacen más que la cama. En la temporada de los guisantes, se puede hacer uno una gran provisión, y nos divertimos recogiéndolos por el camino. Los vegetales tienen un sabor y un gusto exquisito, incluso comiéndolos crudos. Tomando precauciones, nunca faltan estos alimentos, incluso hay suficiente para dar a los Ermitaños que nos encontramos en el camino, y que ofrecen agua a los viajeros, pero debe tener cuidado con estos falsos devotos, que sólo viven de las limosnas si ellos creen ser los más débiles, o del robo, si creen ser los más fuertes.
Se ven en todas partes sábanas blancas, y usted paga de acuerdo con la petición del número de colchones de cama. Proporcionan dos por cuatro monedas, cogiendo los que uno quiere de los que están apilados, y cuando hay muchos huéspedes tan sólo se les da algo por las molestias causadas. Los franceses prefieren esta forma de vida que comer siguiendo el capricho de una mala cocinera, y pagar incluso lo que queda, y pelearse con una camarera por las sábanas blancas. Las camas están siempre limpias, porque están hechas con dos bancos y tablas, donde se extiende el colchón. Nunca se es molestado por pulgas o chinches, como en la mayoría de nuestras camas albergue que están provistos de cortinas. Cuando varios pasajeros siguen la misma ruta, los coches esperaran para salir juntos para ir más seguros contra los ladrones…”
Y continúa su viaje en dirección a Mérida…
.