El escritor inglés Richard Ford (1796–1858) recorrió España entre 1833 y 1836 para visitar los lugares donde había combatido su héroe, el duque de Wellington, durante las campañas de la Guerra de Independencia, conocida como The Peninsular War por los ingleses.
Con las notas del viaje escribió un libro que se publicó en 1845 con el título Handbook for Travellers in Spain and Readers at Home [Manual para viajeros por España y lectores en casa].
El editor no quiso publicar una versión anterior del libro porque consideraba que incluía opiniones demasiado hirientes para los españoles. Después de suprimir algunas cosas, aún esta edición, que finalmente apareció en 1845, seguía llena de juicios ácidos. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a Ávila, escribió que Santa Teresa fue una “monja enferma de amores” que fue incluida en el santoral en 1622 por el papa Gregorio XV gracias a los sobornos de Felipe IV, cuando en realidad debería haber sido “encerrada en un manicomio”.
Después de este aviso de cómo se las gasta Ford, vamos a centrarnos en esta ocasión en exponer el juicio crítico que hace Ford de los sitios de Badajoz, dejando para posterior ocasión la descripción y comentarios que hizo sobre Badajoz ciudad. Me resistiré a hacer comentarios intercalados para no despistar y cansar al lector.
…Kellermann y Víctor fracasaron ante sus murallas en 1808 y 1809. Cuando Bonaparte, en 1810, ordenó al mariscal Soult avanzar por Extremadura para ayudar a Massena en Torres Vedras, el Duque previó este avance y advirtió en vano a la Junta de que estuviese preparada. Ballesteros, como en broma, recibió orden de bajar al sur el mismo día en que Soult salía de Sevilla; después de esto, Olivenza hubo de rendirse sin luchar por decisión de su lamentable gobernador, Manuel Herk; pero Badajoz estaba al mando de Rafael Menacho, que era un valiente, y su fuerte guarnición recibió ayuda de un ejército mandado por Gabriel Mendizábal, quien, por desgracia, hizo caso omiso de todas las sugerencias que le hizo el Duque, con la consecuencia de que fue cogido por sorpresa, “en la plaza más fuerte de la comarca” por las fuerzas de Soult, quien, con quinientos hombres, derrotó por completo a once mil españoles en el Gévora. La batalla solamente duró una hora, y los franceses solo sufrieron cuatrocientas bajas. Como rasgo característico se podría mencionar que cuando se comunicó a Mendizábal la noticia de que Soult había tendido un puente sobre el Guadiana, él, que estaba jugando a las cartas, comentó: “¡Bueno, muy bien, pues mañana iremos a echar una ojeada!”, pero mañana, el eterno mañana, sorprendió al indolente y lo machacó, porque no se había ocupado de preparar su posición para atrincherarse en ella, aunque el Duque se lo le había recomendado repetidas veces. “Todo ello se habría podido evitar si los españoles hubieran sido cualquier otra cosa excepto españoles. Se oponen a cualquier medida que se tome para corregirles o salvarles y la hacen ineficaz”. “La presunción, la ignorancia y la torpeza de esta gente es realmente increíble”. “No hicieron nada de cuanto se les ordenó, más bien, al revés, pues lo que hicieron fue justo lo contrario de lo que se les había dicho” (véase Partes vol. XII, passim). El día 4 de marzo, Menacho, lamentablemente, fue muerto, y le sucedió el traidor José Imaz, que rindió la plaza a Soult, quien, al ver las tremendas fortificaciones, parece ser que observó: “Pocas fortalezas hay tan fuertes, pero qué mula cargada de oro podría entrar en esta”. Aurum per medios ire satellites: nuestros ingeniosos vecinos, que con tanta gracia critican a l’or de la perfide Albion, nunca sienten escrúpulos, ni en paz ni en guerra, por lo que se refiere a atacar o reblandecer murallas con ese pico metálico, que nuestros gobernantes, bien por demasiado honrados, o porque no han leído a Horacio, omiten muy sistemáticamente utilizar.
La compra le fue otorgada y entregada a Soult el día diez, y en ella estaban incluidos la ciudad, los siete mil ciento cincuenta y cinco hombres de la guarnición, provisiones y bastiones intactos. Y eso que Imaz ya sabía perfectamente, incluso el día seis, que Massena estaba en plena retirada, y que Beresford, con veinte mil hombres, corría a reforzarle. Pero, en lugar de actuar de acuerdo con estas noticias, de las que Soult no estaba enterado, lo que hizo Imaz fue comunicárselas a los franceses, con lo cual les salvó de la destrucción y, lo que es peor, hizo esto precisamente cuando Lapeña estaba salvando a Víctor de la ignominia en Barrosa. Si Badajoz hubiera resistido, aunque no hubiese sido más que unos pocos días, los franceses no habrían tenido más remedio que evacuar Andalucía, y “nosotros”, como dijo el Duque, “habríamos salvado sin duda a España”. “Su caída fue, con toda certidumbre, el más fatal acontecimiento de esta guerra” (parte del 4 de diciembre de 1811).
El hecho mismo de que Soult pusiera sitio siquiera a Badajoz fue un error, lo que habría debido hacer Soult es marchar día y noche para acudir en ayuda de Massena en Torres Vedras, pero la envidia que sentía por su colega, mariscal como él, le indujo a demorarse a mitad del camino; y es evidente que, de haber sido Imaz leal, y de haber resistido Badajoz, Soult habría acabado tan mal como Massena.
En cuanto la fortaleza se hubo rendido a Soult, Beresford trató de recuperarla. Pero fracasó en este intento, por causa, como incluso el tolerante Duque dijo, “de su lamentable tardanza” (parte del 10 de abril de 1811); y cuando hubo dado a los franceses tiempo suficiente para impedir por completo su victoria, se arriesgó a la innecesaria batalla de Albuera, forzando así al Duque, como ha demostrado Napier, a pasar dos años más de aspérrimas operaciones militares.
El Duque decidió ahora tratar de hacer lo que le fuese posible en tal situación y, después de tomar Ciudad Rodrigo, hizo sus preparativos, y con tal secreto que ni amigos ni enemigos pudieron adivinar sus planes. El 16 de marzo de 1812 atacó Badajoz, mientras Soult y Marmont estaban demasiado lejos para salir en su defensa. La plaza había sido muy reforzada y estaba defendida ahora por el valiente Philipon, con cinco mil hombres a sus órdenes. Su defensa fue magnífica; y ahora no había ningún Imaz traidor, pero “ninguna época”, dice Napier (XVI, 5) “vio jamás tropas más valientes que las que entonces atacaron Badajoz y la conquistaron”. Estas operaciones fueron tan delicadamente calculadas que Soult pensó que el Duque tuvo que haber interceptado algunos partes de Marmont. Empero, el Duque se vio forzado a perder once preciosos días por causa de un tiempo insólitamente desfavorable, y por la mala conducta de los portugueses; pues la ciudad de Elvas, aunque muy cercana, rehusó enviarle siquiera medios de transporte. De modo que los hombres y los elementos se opusieron conjuntamente a los planes del Duque; pero, como César en Ilerda (Lérida), él solo se bastó para estar a la altura de la situación, venciendo todos los obstáculos. Lo que dijo Voltaire de Marlborough se puede decir también de Wellington: “Cet homme, qui n’ai jamais assiégé de ville qu’il n’ai prise, ni donné de bataille qu’il n’ait gagné”; pero es que ambos pertenecen a esa raza incambiada e incambiable que produce Príncipes Negros y Nelsons, y que vence en Agincourts y en Trafalgares.
Las trincheras se abrieron ante Badajoz el 16 de marzo, y la obra defensiva exterior de Picuriña fue rematada heroicamente el día 24 por orden del general Kemp. Puro y simple valor inglés quedó solo ante el peligro en estos trabajos, pues, debido a la tremenda ineficiencia de nuestro ministerio en Londres, nuestro ejército, como dice el Duque, “no estaba en condiciones de llevar a cabo un sitio en toda regla”. Lo que hizo, según Picton, fue apelar a Badajoz, in forma pauperis, suplicando, no destruyendo; cada día que pasaba era precioso, pues Soult avanzaba desde Sevilla, Marmont desde Castilla; y, de esta forma, situado entre dos fuegos, el Duque vio que su presa le iba a ser arrancada de las manos antes de que ambos enemigos se juntasen. El 6 de abril se declararon practicables las brechas abiertas en los bastiones de Santa Trinidad y Santa María, al sudeste; y a las diez en punto de aquella misma noche se inició el ataque que tan bien describe Napier (XVI, 5); los obstáculos resultaron ser mucho más tremendos de lo que los ingenieros habían explicado, y no había fuerza humana capaz de vencerlos. Por desgracia, además, hubo que atrasar la hora fijada para el ataque, dando así al inteligente enemigo la oportunidad de preparar nuevas defensas: y las valientes tropas mandadas por Colville y Barnard fueron diezmadas por los franceses, que estaban seguros detrás de los nuevos atrincheramientos: hasta las escalas de los ingleses resultaron ser demasiado cortas para asaltar las fortificaciones enemigas; menos mal que, entretanto, la quinta división, a las órdenes de Walker, consiguió penetrar en el bastión de San Vicente, que está cerca del río al oeste; y Picton, convirtiendo una finta en un verdadero ataque, conquistó el alto castillo situado al nordeste, que los franceses nunca pensaron que fuera a ser atacado, por lo que lo habían dejado relativamente indefenso. Fue de esta misma manera, exactamente, como la fuerte ciudadela de Illiturgis fue sorprendida y conquistada a los españoles por Escipión (Tito Livio, XXVIII, 20). Esto fue lo que decidió la batalla, pues los franceses, viéndose atacados de flanco y por delante, se vieron perdidos, y así es como cayó Badajoz en manos inglesas.
La ciudad, según es uso en la guerra y de los ataques a sangre y fuego, fue saqueada, aunque tanto los oficiales como el Duque hicieron cuanto estuvo en su mano para impedir excesos. El Duque mismo se vio obligado a retirarse para no ser muerto a tiros por sus propios, furiosos soldados. Estos tristes sucesos, tan deplorables como inevitables, son ahora equiparados por los que nos calumnian con los de San Sebastián, calificándolos de horrores que solamente una nación “bárbara e incivilizada” como la inglesa sería capaz de perpetrar; y, sin embargo, no se cometió en Badajoz una décima parte de las atrocidades de Lérida, Tarragona y otros lugares, ni hubo allí ningún Víctor británico que, como en Uclés, diera ejemplo de lujuria, incendiarismo y pillaje, y un largo etcétera.
Los ingleses, entre muertos y heridos, perdieron cinco mil hombres. Philipon se retiró a San Cristóbal, rindiéndose al día siguiente, y el Duque le trató con todo el honor debido a un valiente enemigo: los mariscales franceses, desconcertados y vencidos, no tenían ahora otro recurso que la retirada y Marmont se refugió en Salamanca, mientras Soult escapaba a Sevilla; fue entonces cuando Hill avanzó sobre Almaraz, destruyendo los fuertes y forzando al enemigo a huir ante él hasta Navalmoral. Una vez más las bayonetas inglesas habían despejado un camino hacia Andalucía, y el Duque se preparaba para arrojar a Soult a Albuera, donde, ciertamente, no le habría tratado à la Beresford; pero en ese momento, como suele ocurrir, sus planes se frustraron por culpa ajena. Ciudad Rodrigo no estaba abastecida, pues los españoles se habían olvidado de enviar allá las provisiones que les habían aportado los ingleses. Fue así como se privó al Duque de redondear su victoria, y fue así como Soult se salvó de nuevo…
Con las notas del viaje escribió un libro que se publicó en 1845 con el título Handbook for Travellers in Spain and Readers at Home [Manual para viajeros por España y lectores en casa].
El editor no quiso publicar una versión anterior del libro porque consideraba que incluía opiniones demasiado hirientes para los españoles. Después de suprimir algunas cosas, aún esta edición, que finalmente apareció en 1845, seguía llena de juicios ácidos. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a Ávila, escribió que Santa Teresa fue una “monja enferma de amores” que fue incluida en el santoral en 1622 por el papa Gregorio XV gracias a los sobornos de Felipe IV, cuando en realidad debería haber sido “encerrada en un manicomio”.
Después de este aviso de cómo se las gasta Ford, vamos a centrarnos en esta ocasión en exponer el juicio crítico que hace Ford de los sitios de Badajoz, dejando para posterior ocasión la descripción y comentarios que hizo sobre Badajoz ciudad. Me resistiré a hacer comentarios intercalados para no despistar y cansar al lector.
…Kellermann y Víctor fracasaron ante sus murallas en 1808 y 1809. Cuando Bonaparte, en 1810, ordenó al mariscal Soult avanzar por Extremadura para ayudar a Massena en Torres Vedras, el Duque previó este avance y advirtió en vano a la Junta de que estuviese preparada. Ballesteros, como en broma, recibió orden de bajar al sur el mismo día en que Soult salía de Sevilla; después de esto, Olivenza hubo de rendirse sin luchar por decisión de su lamentable gobernador, Manuel Herk; pero Badajoz estaba al mando de Rafael Menacho, que era un valiente, y su fuerte guarnición recibió ayuda de un ejército mandado por Gabriel Mendizábal, quien, por desgracia, hizo caso omiso de todas las sugerencias que le hizo el Duque, con la consecuencia de que fue cogido por sorpresa, “en la plaza más fuerte de la comarca” por las fuerzas de Soult, quien, con quinientos hombres, derrotó por completo a once mil españoles en el Gévora. La batalla solamente duró una hora, y los franceses solo sufrieron cuatrocientas bajas. Como rasgo característico se podría mencionar que cuando se comunicó a Mendizábal la noticia de que Soult había tendido un puente sobre el Guadiana, él, que estaba jugando a las cartas, comentó: “¡Bueno, muy bien, pues mañana iremos a echar una ojeada!”, pero mañana, el eterno mañana, sorprendió al indolente y lo machacó, porque no se había ocupado de preparar su posición para atrincherarse en ella, aunque el Duque se lo le había recomendado repetidas veces. “Todo ello se habría podido evitar si los españoles hubieran sido cualquier otra cosa excepto españoles. Se oponen a cualquier medida que se tome para corregirles o salvarles y la hacen ineficaz”. “La presunción, la ignorancia y la torpeza de esta gente es realmente increíble”. “No hicieron nada de cuanto se les ordenó, más bien, al revés, pues lo que hicieron fue justo lo contrario de lo que se les había dicho” (véase Partes vol. XII, passim). El día 4 de marzo, Menacho, lamentablemente, fue muerto, y le sucedió el traidor José Imaz, que rindió la plaza a Soult, quien, al ver las tremendas fortificaciones, parece ser que observó: “Pocas fortalezas hay tan fuertes, pero qué mula cargada de oro podría entrar en esta”. Aurum per medios ire satellites: nuestros ingeniosos vecinos, que con tanta gracia critican a l’or de la perfide Albion, nunca sienten escrúpulos, ni en paz ni en guerra, por lo que se refiere a atacar o reblandecer murallas con ese pico metálico, que nuestros gobernantes, bien por demasiado honrados, o porque no han leído a Horacio, omiten muy sistemáticamente utilizar.
La compra le fue otorgada y entregada a Soult el día diez, y en ella estaban incluidos la ciudad, los siete mil ciento cincuenta y cinco hombres de la guarnición, provisiones y bastiones intactos. Y eso que Imaz ya sabía perfectamente, incluso el día seis, que Massena estaba en plena retirada, y que Beresford, con veinte mil hombres, corría a reforzarle. Pero, en lugar de actuar de acuerdo con estas noticias, de las que Soult no estaba enterado, lo que hizo Imaz fue comunicárselas a los franceses, con lo cual les salvó de la destrucción y, lo que es peor, hizo esto precisamente cuando Lapeña estaba salvando a Víctor de la ignominia en Barrosa. Si Badajoz hubiera resistido, aunque no hubiese sido más que unos pocos días, los franceses no habrían tenido más remedio que evacuar Andalucía, y “nosotros”, como dijo el Duque, “habríamos salvado sin duda a España”. “Su caída fue, con toda certidumbre, el más fatal acontecimiento de esta guerra” (parte del 4 de diciembre de 1811).
El hecho mismo de que Soult pusiera sitio siquiera a Badajoz fue un error, lo que habría debido hacer Soult es marchar día y noche para acudir en ayuda de Massena en Torres Vedras, pero la envidia que sentía por su colega, mariscal como él, le indujo a demorarse a mitad del camino; y es evidente que, de haber sido Imaz leal, y de haber resistido Badajoz, Soult habría acabado tan mal como Massena.
En cuanto la fortaleza se hubo rendido a Soult, Beresford trató de recuperarla. Pero fracasó en este intento, por causa, como incluso el tolerante Duque dijo, “de su lamentable tardanza” (parte del 10 de abril de 1811); y cuando hubo dado a los franceses tiempo suficiente para impedir por completo su victoria, se arriesgó a la innecesaria batalla de Albuera, forzando así al Duque, como ha demostrado Napier, a pasar dos años más de aspérrimas operaciones militares.
El Duque decidió ahora tratar de hacer lo que le fuese posible en tal situación y, después de tomar Ciudad Rodrigo, hizo sus preparativos, y con tal secreto que ni amigos ni enemigos pudieron adivinar sus planes. El 16 de marzo de 1812 atacó Badajoz, mientras Soult y Marmont estaban demasiado lejos para salir en su defensa. La plaza había sido muy reforzada y estaba defendida ahora por el valiente Philipon, con cinco mil hombres a sus órdenes. Su defensa fue magnífica; y ahora no había ningún Imaz traidor, pero “ninguna época”, dice Napier (XVI, 5) “vio jamás tropas más valientes que las que entonces atacaron Badajoz y la conquistaron”. Estas operaciones fueron tan delicadamente calculadas que Soult pensó que el Duque tuvo que haber interceptado algunos partes de Marmont. Empero, el Duque se vio forzado a perder once preciosos días por causa de un tiempo insólitamente desfavorable, y por la mala conducta de los portugueses; pues la ciudad de Elvas, aunque muy cercana, rehusó enviarle siquiera medios de transporte. De modo que los hombres y los elementos se opusieron conjuntamente a los planes del Duque; pero, como César en Ilerda (Lérida), él solo se bastó para estar a la altura de la situación, venciendo todos los obstáculos. Lo que dijo Voltaire de Marlborough se puede decir también de Wellington: “Cet homme, qui n’ai jamais assiégé de ville qu’il n’ai prise, ni donné de bataille qu’il n’ait gagné”; pero es que ambos pertenecen a esa raza incambiada e incambiable que produce Príncipes Negros y Nelsons, y que vence en Agincourts y en Trafalgares.
Las trincheras se abrieron ante Badajoz el 16 de marzo, y la obra defensiva exterior de Picuriña fue rematada heroicamente el día 24 por orden del general Kemp. Puro y simple valor inglés quedó solo ante el peligro en estos trabajos, pues, debido a la tremenda ineficiencia de nuestro ministerio en Londres, nuestro ejército, como dice el Duque, “no estaba en condiciones de llevar a cabo un sitio en toda regla”. Lo que hizo, según Picton, fue apelar a Badajoz, in forma pauperis, suplicando, no destruyendo; cada día que pasaba era precioso, pues Soult avanzaba desde Sevilla, Marmont desde Castilla; y, de esta forma, situado entre dos fuegos, el Duque vio que su presa le iba a ser arrancada de las manos antes de que ambos enemigos se juntasen. El 6 de abril se declararon practicables las brechas abiertas en los bastiones de Santa Trinidad y Santa María, al sudeste; y a las diez en punto de aquella misma noche se inició el ataque que tan bien describe Napier (XVI, 5); los obstáculos resultaron ser mucho más tremendos de lo que los ingenieros habían explicado, y no había fuerza humana capaz de vencerlos. Por desgracia, además, hubo que atrasar la hora fijada para el ataque, dando así al inteligente enemigo la oportunidad de preparar nuevas defensas: y las valientes tropas mandadas por Colville y Barnard fueron diezmadas por los franceses, que estaban seguros detrás de los nuevos atrincheramientos: hasta las escalas de los ingleses resultaron ser demasiado cortas para asaltar las fortificaciones enemigas; menos mal que, entretanto, la quinta división, a las órdenes de Walker, consiguió penetrar en el bastión de San Vicente, que está cerca del río al oeste; y Picton, convirtiendo una finta en un verdadero ataque, conquistó el alto castillo situado al nordeste, que los franceses nunca pensaron que fuera a ser atacado, por lo que lo habían dejado relativamente indefenso. Fue de esta misma manera, exactamente, como la fuerte ciudadela de Illiturgis fue sorprendida y conquistada a los españoles por Escipión (Tito Livio, XXVIII, 20). Esto fue lo que decidió la batalla, pues los franceses, viéndose atacados de flanco y por delante, se vieron perdidos, y así es como cayó Badajoz en manos inglesas.
La ciudad, según es uso en la guerra y de los ataques a sangre y fuego, fue saqueada, aunque tanto los oficiales como el Duque hicieron cuanto estuvo en su mano para impedir excesos. El Duque mismo se vio obligado a retirarse para no ser muerto a tiros por sus propios, furiosos soldados. Estos tristes sucesos, tan deplorables como inevitables, son ahora equiparados por los que nos calumnian con los de San Sebastián, calificándolos de horrores que solamente una nación “bárbara e incivilizada” como la inglesa sería capaz de perpetrar; y, sin embargo, no se cometió en Badajoz una décima parte de las atrocidades de Lérida, Tarragona y otros lugares, ni hubo allí ningún Víctor británico que, como en Uclés, diera ejemplo de lujuria, incendiarismo y pillaje, y un largo etcétera.
Los ingleses, entre muertos y heridos, perdieron cinco mil hombres. Philipon se retiró a San Cristóbal, rindiéndose al día siguiente, y el Duque le trató con todo el honor debido a un valiente enemigo: los mariscales franceses, desconcertados y vencidos, no tenían ahora otro recurso que la retirada y Marmont se refugió en Salamanca, mientras Soult escapaba a Sevilla; fue entonces cuando Hill avanzó sobre Almaraz, destruyendo los fuertes y forzando al enemigo a huir ante él hasta Navalmoral. Una vez más las bayonetas inglesas habían despejado un camino hacia Andalucía, y el Duque se preparaba para arrojar a Soult a Albuera, donde, ciertamente, no le habría tratado à la Beresford; pero en ese momento, como suele ocurrir, sus planes se frustraron por culpa ajena. Ciudad Rodrigo no estaba abastecida, pues los españoles se habían olvidado de enviar allá las provisiones que les habían aportado los ingleses. Fue así como se privó al Duque de redondear su victoria, y fue así como Soult se salvó de nuevo…
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5 comentarios:
Es una verguenza,que haya gente que sea capaz de torcer los hechos de esta manera,esta forma infantil de mentir,solo sirve para denigrar a quien quieren enaltecer. Si fuera ingles me daria vergueza leerlo.
A.CANOVAS
Pues yo estoy totalmente de acuerdo con lo que escribe ya que las cosas sucedieron más o menos de esa forma.
Y con respecto a Santa Teresa de Jesús tampoco va muy desencaminado. Como muestra, valga un ejemplo:
Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan... Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento... Los días que duraba esto andaba como embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era mayor gloria, que cuantas hayan tomado lo criado.
En fin, yo creo que sobran comentarios ¿o no?
¡Bienvenido/a a Europa Napoleónica!
"Nunca me ha gustado el campo. Me pareció siempre algo triste, con sus interminables barrizales, sus casas vacías y sus caminos que no llevan a ninguna parte. Pero si a todo esto le añades la guerra, entonces ya resulta insoportable".
-L. F. CELINE, Viaje al fin de la noche.
Algo parecido, tomando una introducción de Arturo Pérez-Reverte, sentimos al hablar de la Europa Napoleónica (1792-1815): una mezcla de curiosidad histórica, documentación rigurosa, disfrute y a la vez rechazo ante los millones de muertos que sembraron los campos de batalla desde Egipto hasta Waterloo.
No obstante, queremos que la creación de esta Web (30 de Abril 2009) sirva modestamente para dar a conocer una etapa militar y convulsa de la mano de Napoleón Bonaparte (1769-1821), sin duda, unos de los mejores estrategas de la Historia, sentado junto a los más grandes: Alejandro Magno, Aníbal Barca y Julio César.
Cordiales saludos,
Europa Napoleónica
http://europanapoleonica.blogspot.com/
ok.trop cool et je reviendrai la prochaine fois.
This is cool!
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