Mediado el siglo XIX, había en Badajoz
un mercado con cerca de cien cajones de mampostería en la Plaza Alta, propiedad
de varios particulares que los alquilaban a los vendedores.
El 20 de julio de 1855 El Correo de Badajoz empezaba un
artículo en estos términos: “El día 17 de
julio quedará eternamente grabado en el corazón de los hijos de Badajoz, cual
igual día en los invictos madrileños que sucumbieron en las calles de la
capital conquistando nuestras libertades”. Con este comienzo nos da a
entender que la tuvieron que liar parda. Badajoz no solía salir mucho en la
prensa nacional, pero en esta ocasión nos ganamos a pulso el derecho a la
repercusión mediática en los periódicos nacionales.
Vamos a situarnos antes un poco en esta
época de los espadones, en que los generales de prestigio lideraban los
partidos políticos y recurrían al pronunciamiento para intentar hacerse con el
gobierno o condicionar su rumbo, fenómeno que se repite una y otra vez durante el
reinado de Isabel II (1843-1868).
A mediados del siglo XIX estábamos en la
época moderada de Narváez, y parecía que estaba ya consolidada la implantación
del Régimen Liberal. La revolución de 1848 en Europa, en España no pasó de
algaradas y en un conato de insurrección. Narváez actúa con contundencia.
Va a ser la época de nuestro Donoso
Cortés, cuyo famoso discurso en las Cortes sobre la corrupción hará dimitir a
Narváez en 1850, o la de nuestro Bravo Murillo, que durante 1851 y 1852 intentó
crear una burocracia moderna y eficiente, y fue decisivo en el impulso de obras
públicas (ferrocarriles, carreteras, etc…), pero fracasará en el intento de
modificar la Constitución, lo que le hará dimitir.
El partido Moderado se va a ir
desintegrando tras tres efímeros gobiernos, lo que provocará el renacimiento de
los Progresistas. En 1854 se va a producir un pronunciamiento militar moderado
(sector del moderantismo puritano descontento), actividades insurreccionales
progresistas y una amplia movilización popular.
El 28 de junio de 1854 se produce el
pronunciamiento de O´Donnell (moderado), que no termina de triunfar, y los
Progresistas se movilizan a través de un manifiesto de Cánovas del Castillo,
que buscaba una regeneración liberal, que firmará también el propio O’Donnell.
Proliferan los levantamientos populares
apoyados por los progresistas, que se convierten en una revolución, una especie
de versión retrasada de las de 1848 en Europa. El gobierno dimite y se forma un
gobierno de coalición liberal de progresistas y moderados puritanos, encabezado
por Espartero (progresista) y en el que entra O’Donnell.
Comienza el bienio progresista
(1854-1856), donde se restaura la Milicia Nacional y los Ayuntamientos vuelven
a ser electivos, aunque se va a continuar en este periodo con la inestabilidad
política, con reestructuraciones del gobierno, levantamiento carlista,
desamortización de Madoz etc…
En este entorno se van a mover los
sucesos de julio de 1855 en Badajoz en los que nos vamos a sumergir.
Como principiábamos, mediado el siglo
XIX, había en Badajoz un mercado con cerca de cien cajones de mampostería en la
Plaza Alta, propiedad de varios particulares que los alquilaban a los
vendedores. La obra fue haciéndose por partes, iniciándose en 1843 y
culminándose en 1851. Había tres filas de puestos, dos paralelas a los lados
mayores de la plaza con un amplio espacio libre entre los mismos, y un tercero
cercano al Edificio del Peso.
Cuando el 20 de julio de 1854 se adhirió
Badajoz al alzamiento de otras provincias, con el general Trillo, gobernador de
la Plaza, a la cabeza de la Junta Revolucionaria, los vendedores ambulantes
pidieron tumultuosamente vender donde quisiera uno, lo que consiguen.
Son siempre buenos tiempos para
conseguir romper algunos derechos y prohibiciones con los cambios políticos,
pero como suele ocurrir en la mayoría de los casos, hay mucha gente preparada
para cambiar lo que haga falta para que todo siga igual.
Desde hacía un año, el ayuntamiento era
progresista, el gobernador civil era progresista, pero claro, los propietarios
de los puestos también eran progresistas. Pronto comenzaron sus reclamaciones.
El Ayuntamiento había concedido otro sitio a los vendedores ambulantes que
quisieran, sin pagar alquiler, aunque no estaba muy bien acondicionado y no
tenía cajones, mientras que se instruía el expediente de reclamación de los
propietarios.
Los propietarios finalmente consiguen
que se dictara una real orden prohibiendo vender comestibles fuera de los
cajones de la plaza del mercado. Durante siete meses estuvo el Ayuntamiento
intentando negociar a la baja el precio de los alquileres con los propietarios.
En abril de 1855 traslada a los vendedores a otro lugar aún peor, hasta que no
tuvo más remedio de dictar un bando el 1 de julio de 1855 con la prohibición de
vender fuera de los lugares asignados en los puestos de la Plaza Alta, o bien
en su casa, que entraría en vigor a los quince días.
Llegó el día 16 de julio, día de entrada
en vigor de la prohibición, presentándose en la plaza alguaciles y agentes para
señalar a los vendedores los cajones que debían ocupar, so pena de ser
multados.
Los cuatro cajones para expender carne se
ocuparon inmediatamente, ya que los que la venden la recibían del Ayuntamiento,
que tenía el derecho de comprar y matar las reses, no permitiendo que ningún
particular lo hiciese por su cuenta, a no ser que pagase como impuesto la piel,
manos y menudo de las reses.
Después llegaron los panaderos, a los
cuales les fue intimada la orden de ocupar sus cajones, la cual desobedecieron
marchándose a sus casas, excepto tres que se pusieron a vender.
Los expendedores de hortalizas no
aparecieron, instalándose en la plaza del Reló, que estaba junto a la torre de
Espantaperros, y en las afueras de la puerta de Trinidad.
El día 17 de julio el alcalde 1º ordena
que se clausuren los puestos que estén colocados fuera del mercado, y se
impongan multas de seis reales. Se pagaron las multas, pero empezaron a
proferirse gritos y amenazas de que esa noche destruirían los cajones.
Al anochecer, sobre las ocho, se fueron reuniendo
varios grupos de vendedores en la plaza de San Juan, que finalmente formaron
uno solo. Como a estas cosas y alborotos se apunta todo el mundo que tiene algo
que protestar, y además había ya un latente cabreo en la población por la falta
de jornales, el asunto de los cajones prendió la mecha.
Empezaron a gritar ¡Abajo los cajones!
¡Abajo el ayuntamiento! ¡Mueran los santones!, hasta que, después de romper los
cristales de la casa de la viuda de Carrillo y sobrinos, uno de los
propietarios de cajones, pasaron a la plaza del Mercado y comenzaron a
derribarlos sin oposición de la autoridad. Con las puertas y demás maderas
hicieron una hoguera que iluminaba esa parte de la ciudad, formando después barricadas
en las ocho bocacalles que dan acceso hacia la Plaza Alta, quedando tras ellas,
armados y dispuestos a defenderlas.
La barricada más notable por su
fortaleza y número de defensores fue la de la calle Mesones, hoy San Pedro de
Alcántara. La destrucción seguía, aumentando el número de hombres, mujeres e
incluso niños que se sumaban a la demolición y al jaleo.
Las tropas se habían concentrado en los
cuarteles, numerosas patrullas recorrían la población, y todo hacía suponer que
se iba a dar un combate.
La Milicia Nacional se reunió en
diferentes puntos, con la compañía de artillería en la plaza de San Andrés.
Como habíamos dicho al principio, con la
llegada nuevamente en 1854 de los progresistas y Espartero al poder, se
restaura la Milicia Nacional, que había sido disuelta por Narváez en 1844, encomendando
más tarde sus tareas a la recién creada Guardia Civil. Nació durante el Trienio
Liberal (1820-1823). Abolida por Fernando VII, reapareció nuevamente en 1837
durante la Regencia de Mª Cristina. Fue uno de los caballos de batalla de la
rivalidad y lucha por el poder de Narváez y Espartero, líderes de las dos
facciones liberales, los moderados y los progresistas. En 1856 volverá a ser
disuelta, en este caso por O’Donnell.
Las tropas de la guarnición militar
formaron en sus respectivos cuarteles. El capitán general Manuel Lebrón, decide
no tomar una parte directa y activa en los sucesos mientras que no hubiese una
confrontación y se le reclamase su ayuda.
Por orden del gobernador civil Ramón
Cuervo, se reúnen las fuerzas disponibles de 20 guardias civiles y 30 carabineros,
que ocupan la muralla del castillo más próxima al mercado y bocacalles
inmediatas a la plaza del Reloj, quedando a la expectativa.
El gobernador civil se proponía que la
Guardia civil y Carabineros entrasen por una parte en la plaza del mercado al
mismo tiempo que él penetraba por otras bocacalles con la Milicia Nacional,
pero resultaba que una parte de dicha Milicia, y no la menor, se puso de parte
de los vendedores, y habían incluso pasado a defender las barricadas, lo que
hizo que el gobernador no creyese prudente, por poder producirse un conflicto
mayor, la intervención.
La tensión aumentaba. Un grupo armado
baja desde la plaza por la calle Jarilla a exigir la retirada de la Guardia
civil y Carabineros, que logra ser contenido por oficiales de la Milicia Nacional,
que convencieron de que dicha fuerza no se retiraría sin órdenes superiores.
Todo quedaba en tensa espera, hasta que
las fuerzas de la guardia civil y carabineros son relevadas por la compañía de
artillería de nacionales, con su jefe a la cabeza, el subinspector Vicente
Orduña, retirándose a sus respectivos cuarteles por orden del gobernador civil.
A las cuatro de la madrugada del día 18 las
patrullas de la Milicia Nacional regresaron a sus cuarteles, donde se personó
el gobernador civil para darles una alocución. Viendo que el alboroto no tenía
carácter político, el gobernador mandó descansar a las fuerzas, quedando sólo
un retén de 100 hombres.
Pero amanecía el día 18, y los
alborotadores triunfantes exigieron la renuncia del Ayuntamiento y la
destrucción del matadero, que encarecía mucho el precio de la carne en
perjuicio de las clases pobres.
A las cuatro de la tarde se publica un
bando en que se participa al pueblo que el Ayuntamiento había dimitido. Querían
evitar que el conflicto pudiera ir en aumento. En una reunión celebrada en casa
del Capitán general, a la que asistieron los oficiales de la Milicia Nacional,
quedó autorizado su subinspector Vicente Orduña para disponer la elección de un
nuevo ayuntamiento.
Vicente Orduña, después de una corta
alocución en que exhortaba al orden y tranquilidad, citó al vecindario para que
a las cinco esa misma tarde en las Casa Consistoriales, con el fin de nombrar
otro Ayuntamiento, que lo sería interinamente hasta que se eligiese otro nuevo.
Reunió dos vecinos de cada uno de los doce barrios en que la ciudad estaba
dividida, a fin de que votaran los concejales.
Casualidades o no, el propio Vicente Orduña
fue elegido alcalde 1º.
El primer bando del nuevo alcalde
constitucional facultó a los vendedores ambulantes para que se colocara cada
uno donde mejor fuera de su antojo, presentándose en la plaza del mercado,
donde hizo que cesaran en su faena destructora los que derribaban los cajones,
prometiéndoles enviar presidiarios para que sacaran los escombros.
El 9 de agosto el gobernador civil Ramón
Cuervo será “trasladado” por el Consejo de ministros a Ciudad Real. El nuevo
gobernador José Montemayor intenta reorganizar la Milicia Nacional mediante un
expurgo, pero los considerados desafectos se negaron a entregar las armas,
teniendo el gobernador que revocar sus disposiciones.
A mediados de septiembre se autoriza al
Ayuntamiento para limpiar la plaza del mercado de los escombros y paredones que
aún tenía, y pocos días después, se aprobó el expediente que presentó a la
Diputación el Ayuntamiento para desescombrar la plaza del mercado con su
propuesta de gasto, indicando que los depositase en el castillo.
Y muerto el perro, se acabó la rabia…
1 comentario:
Muy interesante. Gracias por la información.
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