Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

lunes, 12 de julio de 2010

El Guadiana se fue: ha llegado el océano. Badajoz 1876


El Guadiana se fue: ha llegado el océano. Estas fueron las palabras del telegrama con las que informaba el alcalde de Badajoz a Madrid sobre la terrible inundación que tuvo lugar durante los días 6 y 7 de diciembre de 1876.

Cuatro días consecutivos de lluvia a mares, hasta el punto de creer que era otro diluvio universal; cuatro días lloviendo incesantemente. Las calles desiertas, los comercios cerrados a las primeras horas de la noche, las gentes presagiando grandes catástrofes, las sombras de la noche aumentándose con las sombras de la desgracia, las tímidas luces de las farolas parecían cirios funerarios que iluminaban un gran cadáver, el cadáver de la ciudad.

Tres años de sequía y de malas cosechas, y cuando viene el agua, que tantas esperanzas prometía, se convierte en calamidad.

Badajoz parecía un puerto de mar, incomunicada excepto por Puerta Pilar. Desde el castillo, hasta donde la vista alcanzaba, todo era mar. El Guadiana llegó a alcanzar los 11 kilómetros de anchura en algún sitio. El “insignificante” Rivillas cubría hasta las copas de los árboles de la carretera inmediata a la muralla. El agua había rebasado las murallas de Badajoz. Los más ancianos no habían visto una inundación igual.



El agua, entrando por la puerta Trinidad, ha inundado la calle de este nombre y la que por entonces se llamaba de Peñas, actualmente Eugenio Hermoso, convirtiéndolas en un río, cubriendo casi las puertas de las casas. Se tenían que salvar con barcas a muchas familias, desplomándose varias casas y están próximas a caerse algunas más. Algunos vecinos estaban tan obcecados en no salir de sus casas a pesar de estar inundadas, que fue necesario vencer su resistencia a la fuerza.

En la parte del río y en la calle de este nombre, ha subido el agua hasta cerca del convento de Santa Ana, inundándose muchas casas, de las cuales se han derrumbado tres y otras están en peligro de venirse al suelo. En la calle de San Agustín se han hundido dos casas y otras tres en la de Morales.

El puente de Palmas ha desaparecido en parte; siete arcos han sido arrollados por la corriente. Puestos sobre la muralla contigua a la perta de Palmas, cuanto la vista alcanza en dirección a Portugal, es agua.

Son más de 100 las personas que habiendo quedado aisladas en los cortijos y casas de campo de esta ciudad que han podido salvarse gracias al esfuerzo de los barqueros y pescadores. De los molinos harineros del Guadiana situados más abajo del puente, sólo han quedado ruinas. Únicamente quedó el que construyó Mr. Passot.

Ante la imposibilidad de comunicarse con la estación de Badajoz, al otro lado del río, el gobernador hizo anunciar que entregaría una suma de consideración a los que se prestasen a cruzar a la estación, a fin de saber si existían comunicaciones con Madrid. Un padre y un hijo que hicieron la travesía, después de mil penalidades, fueron recompensados el padre con 50 duros y el hijo con 10.

Toda la línea férrea desde Badajoz a Don Benito estaba cubierta de culebras de agua y otros reptiles y de tortugas, hasta el punto de constituir una capa por encima de la que tuvieron que pasar lo trabajadores.

Mucho tiempo tardaría Badajoz en volver a la normalidad, ya que a pesar de las promesas iniciales, el puente de Palmas estuvo inutilizado durante años. Estaba así incomunicada la estación con la población, haciéndose el servicio por medio de barcas, al precio de 2 reales las personas. Incluso Alfonso XII, en su visita a Badajoz, del 4 de febrero de 1879, tuvo que atravesar el río en una barca con toldo de cristal y empavesado con los colores nacionales, unida por una maroma con la otra orilla.