Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Los mudos vestigios del campo de San Juan. López Prudencio (1919)

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Vamos en esta ocasión a visitar con José López Prudencio una de las obras de remodelación de la plaza de San Juan, visita que quedó plasmada en su artículo “Los mudos vestigios” recogida en su libro Relieves antiguos (Arqueros, Badajoz, 1925)

Los periódicos plañen con angustia por la desaparición de los jardines. Los cronistas locales, añoran, lacrimosos, las noches –¡oh! Noches venturosas de ensueño y de quimera, dicen transportados- pasadas deambulando por aquellos viales, sentados entre el fresco follaje, aspirando aromas fragantes y disfrutando clarores de luna y fulgores de ojos bellos y enamorados. Todo va a desaparecer para siempre. ¿No está justificado que estos sentimentales cronistas lloren desolados como el profeta de los trenos ante las soledad de Sión?

Las proyectadas obras de pavimentación del campo de San Juan donde van a hacer desaparecer los jardines que nos habla López Prudencio, comenzaron a realizarse en enero de 1919 con arreglo al plano e instrucciones del arquitecto municipal Rodolfo Martínez.

"Mientras estos dulces lamentos llenan los aires, el azadón prosigue impasible su tarea devastadora. Desaparecen los rosales olorosos, las palmeras ondulantes, los plátanos enhiestos, las fuentes murmuradoras. ¿Habrá dolor como este dolor nuestro?-exclaman los cronistas recordando al profeta-. Pero el pico demoledor, sin inmutarse, prosigue su labor; y después de aventar los nidos de estos dulces recuerdos comienza a exhumar –enigmáticos, misteriosos- vestigios de sucesos cuyas evocaciones, cuyas añoranzas, ha desvanecido por completo el soplo suave y letal de los años. Un día aparece la caja de un fusil de chispa; otro surge un casco de granada; más tarde asoma su risa macabra una calavera…"

En las excavaciones de entre 40 a 50 cm de profundidad que se llevaron a cabo para dicha pavimentación, se encontró un antiguo fusil de chispa y una bayoneta, al parecer, de granaderos franceses, armas que fueron enviadas a la Comisión Provincial de Monumentos. También se encontraron restos humanos en gran cantidad que fueron trasladados al osario del cementerio.

El piso de la plaza ya había sido rebajado anteriormente en metro y medio, quedando por dicho motivo a una altura exagerada el llamado “martillo de la agonía”, situado en la fachada de la catedral y que servía para llamar a dicho templo cuando se precisaban auxilios espirituales para algún enfermo en horas nocturnas.

"¿Cómo habíamos de sospechar, en las noches de ensueño que lloran nuestros cronistas, los trágicos misterios que yacían bajo nuestros pies? Nada tan intrigante como este hermético silencio de los vestigios.

¿De quién sería este fusil? ¿Qué día aciago caería de las manos de su dueño y quedó abandonado en esta plaza, que ante estos indicios la imaginamos, en aquellos momentos, convertida en campo de Agramante? ¿De quién será este cráneo? Cuando estaba sobre sus hombros, hace noventa años, acaso menos, ¿no pasearía triunfante su dueño por esta plaza, quizá imaginando o llorando alguna reforma como la que ahora presenciamos? ¿Como era entonces esta plaza?

Es muy desconsolador este impenetrable mutismo de las ruinas. Cuando desaparezca esta generación, ¿quién volverá a acordarse de los bellos jardines que tan dolorosamente lloran nuestros cronistas? Algún curioso que lea las colecciones de nuestros periódicos, ¿no sonreirá, un poco escéptico, ante el dolor de nuestros poetas? -¿Qué jardines –exclamará- serían estos? ¿A que llamarían jardines estos candorosos abuelos? Y ¿cómo sería entonces esta plaza? ¡Ha tenido tantas reformas!"

López Prudencio nos sigue narrando que, hojeando viejos periódicos, leyó lo que pudo ser el origen de la idea de urbanizar por primera vez la plaza. Fue en julio de 1833 cuando se ofreció el arquitecto José García Otero, que dirigía, por aquel entonces, una de las numerosas reformas que ha sufrido el puente de Palmas, realizar un proyecto de paseo en la por entonces llamada plaza del Rey. La plaza antes de su urbanización tenía grandes desniveles con el empedrado de su pavimento en mal estado. Antes de dos meses el paseo estaba hecho.

"¿Cómo era aquel paseo?¡Es desesperante este silencio de las ruinas! Desapareció como han desaparecido los jardines, los árboles, que conocimos y disfrutamos nosotros, como desaparecerán estas preciosidades que ahora se han tendido sobre la devastación de lo que pasó."

Poco después en 1840 el paseo de 1833 fue rehecho. Estaba enlosado y tenía bancos de mampostería alrededor y grandes árboles; fue construido siendo alcalde D. José María Albarrán.

En el Diccionario geográfico de Madoz que ya comentamos, obra que se publicó entre 1846 y 1850, se dice que últimamente habían construido “un bonito salón de paseo paralelo a su lado mayor de Norte a Sur con árboles y asientos, todo con mucho gusto y comodidad, y es el punto de reunión más notable de la ciudad”.

Posteriormente otro alcalde, D. Tomás Vacas García, mandó construir en el año 1880 una nueva plaza con jardines a la inglesa y fuentes de hierro, cerrado todo por una sencilla verja, con algún puesto de agua con arreglo a un modelo que imponía el municipio, que propició en las ardorosas noches de verano la formación de numerosas y amenas tertulias que se prolongaban hasta hora muy avanzada.

Los jardines a la inglesa en 1891:


Estos jardines a la inglesa a principios del siglo XX:

Vista desde la calle de San Juan hacia la calle del Obispo:




En julio de 1919, en presencia del alcalde Sr. Trujillo y el arquitecto municipal Rodolfo Martínez, se efectuaron las pruebas de resistencia del nuevo pavimento de la por entonces llamada plaza de la Constitución, para la cual se hizo transitar por toda la plaza un camión cargado con un peso de 3.000 Kg. Las pruebas dieron excelente resultado. También se terminó el acerado de la puerta principal de la catedral, con lo que quedaron ultimados los trabajos de pavimentación.

Pongo una foto de cómo quedó la plaza para imaginarse mejor la angustia de ver desaparecer los jardines:


En 1923 comenzó la suscripción popular para costear la construcción del monumento al pintor Luis de Morales. La comisión del monumento, en vista de lo irrealizable del proyecto del escultor Aurelio Cabrera por falta de fondos, ya que costaba 150.000 pesetas (sólo se llegó a recaudar en total hasta febrero de 1925 algo menos de 15.000 pesetas), acordó realizar un concurso, mediante el cual fue concedida la ejecución al escultor Gabino Amaya Guerrero. El 17 de mayo de 1925 llegó a Badajoz la estatua de bronce de Luis de Morales, quedando depositada en la plaza de la Constitución. El 21 de junio, y en medio de gran animación, fue descubierta la estatua.

"Dentro de otros ochenta o noventa años, ¿no habrá algún cronista que se admire de estas dulces emociones que sentimos, entre la pena de los jardines y la esperanza de los encantos que ahora nos prometen el celo de los amantes de nuestro pueblo…?"

Aunque se hizo alguna que otra reforma, sobre todo la de 1960, pasaron esos otros ochenta o noventa años para que se abrieran nuevamente las entrañas del campo de San Juan, hoy plaza de España, durante la remodelación del año 2002. El seguimiento arqueológico sólo pudo realizarse en parte, ya que el espacio más próximo al perímetro de la catedral en forma de elipse que rodea al templo, es decir, toda la actual gran zona peatonal que encierra la vía por donde circulan los coches, ya tenía una capa de hormigón cuando comenzaron los trabajos los arqueólogos.

En las diferentes zanjas que se hicieron para las canalizaciones aparecieron restos óseos dispersos. Se realizó una excavación de urgencia al oeste de la Plaza, en la esquina situada entre la calle Zurbarán y la calle Obispo San Juan de Ribera. Aparte de restos óseos humanos y de animales, gran cantidad de fragmentos cerámicos y escoria de hierro, fueron asomando estructuras interesantes.

Junto a la acera, en la parte más a la izquierda de la fachada del edificio Díaz Ambrona, se encontraron los restos de cimentación de machones de mampostería encalada que se asocian a un edificio porticado. Dicho edificio se retranqueó en 1864 para regularizar la línea de fachada de la plaza. En el plano de Coello de mediados del s. XIX puede observase como sobresale dicho edificio. Seguramente, este pórtico, era originariamente parte del antiguo Hospital de la Piedad del siglo XV y que a comienzos del XIX pasó a ser un teatro.

Apareció también una estructura frente a donde actualmente está la Universidad de Mayores, que los arqueólogos denominaron “bodega”, en muy buen estado de conservación. A escasos centímetros del suelo actual hay una estancia abovedada a la que se accede a través de una rampa de 2,58 m. de longitud por 0,77 m. de anchura con una pendiente del 40%, con un suelo formado por lajas rectangulares de pizarra de irregulares dimensiones, y que se adentra en la línea de la fachada. Desde dicha fachada, desciende la rampa hacia el noreste con acceso a través de un arco de ladrillo a una habitación abovedada también con ladrillo, de suelo empedrado a base de cantos rodados, de un tamaño de 3,23 x 2,36 m., y con una altura de 2,02 m. Las paredes son de mampostería bien carenada, con su parte superior acabada con cinco hiladas de ladrillo donde arranca la bóveda. En la clave de la bóveda se abre un orificio cuadrado de 0,64 m. de lado. Parece una construcción de época contemporánea, típica de la arquitectura popular extremeña de finales del s. XVIII ó del s. XIX, que debió ser una estancia subterránea de algún edificio de dicha fachada, dedicada al almacenaje. Esta estructura rompe los estratos islámicos.

A pocos metros de la “bodega”, un poco más al sur, frente al bar de esquina (La Ría), apareció un suelo de época islámica en muy buen estado de conservación, con una longitud de 4,70 m. y una anchura que oscila entre los 2,20 m y 2,80 m, realizado con una base de cal y canto, con un revestimiento de pintura de color rojo a la almagra. Este suelo se ve roto por tres tumbas antropomorfas posiblemente cristianas.

Se hizo en este área un sondeo para poder crear una secuencia arqueológica, encontrándose cerámica medieval islámica en producciones tanto comunes como vidriadas, meladas y verdes, así como piezas con decoración en cuerda seca y en verde y manganeso. Destacó el descubrimiento de un candil de piquera, de pasta blanca y decorado en cuerda seca parcial, del siglo XI.

Las estructuras exhumadas son estancias domésticas dentro de un núcleo de hábitat hispanomusulmán, formados por restos constructivos de mampostería irregular no concertada, con piedras de pizarra, granito y cuarcita, mezclada con cantos rodados, fragmentos de ladrillo y teja y escoria de hierro, trabados con barro, sin fosa de cimentación. Parece haber dos momentos constructivos diferentes.

Los suelos encontrados son pavimentos realizados con cal y canto sobre una base de cantos rodados, y luego revestidos con una capa de pintura de color rojo almagra. Estos suelos están documentados en ciudades hispanomusulmanas como Mérida, Córdoba, Mértola…

Por la cultura material asociada, básicamente elementos cerámicos fechados en el siglo XI, parece ser representativo del momento de auge que vive la ciudad taifa de Badajoz, aunque al no existir un estudio en profundidad, no se descarta cronologías previas. Se documentan cerámicas idénticas a las aparecidas en las excavaciones del aparcamiento de Montesinos del año 2001.

Parece que la población que ocupaba este espacio estaba compuesta posiblemente por un grupo de pequeños artesanos o comerciantes. Estos niveles islámicos se ven rotos por elementos medievales cristianos, posiblemente una necrópolis, con enterramientos en fosa antropomorfa, con individuos en posición decubito supino, orientados de oeste este.

¿Cuánta gente habrá paseado por la plaza del Rey, más tarde de Isabel II, luego de la Constitución y finalmente de España, aunque siempre campo de San Juan…?

En el siglo XIX, Don Antonio Gutiérrez Mora donó al museo arqueológico una hoja de lanza de hierro, con nervio bastante pronunciado, de una longitud de 17 cm, y el cabo hueco de 9 cm. ¡Fue hallada a cuatro metros de profundidad en la plaza de San Juan!

¿Pasarán otros ochenta o noventa años para que los mudos vestigios del campo de San Juan vuelvan a surgir?


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viernes, 16 de septiembre de 2011

Badajoz en la faz de España de Gerald Brenan (1949)

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Estaba el sol del 5 de abril de 1949 en su ocaso cuando Gerald Brenan llegaba a la estación de Ferrocarril de Badajoz procedente de Castilla la Mancha. Badajoz le traía singulares y lejanos recuerdos escolares: el saqueo de las tropas de Wellington, el poema de Thomas Hood…

Recordaba cómo, en Bible in Spain, Borrow cruzaba los brezales silvestres que rodeaban la ciudad, escuchando a las lavanderas cantar sus canciones junto al río, sus gitanos…

Después de haber oído y leído tanto sobre Badajoz por fin llegaba ”en la grisácea luz del atardecer a aquella blanca ciudad apelotonada en su colina, que era la famosa fortaleza del Guadiana”.

El escritor e hispanista británico Gerald Brenan, gracias a una herencia, tuvo los suficientes medios económicos para marcharse a Granada, donde, desde 1919 hasta 1936, residió largas temporadas en busca de tranquilidad para dedicarse a sus pasiones favoritas, la lectura y las caminatas. Allí le conocieron como don Geraldo. En 1949 regresa a España para hacer un recorrido turístico de poco más de dos meses al estilo de los viajeros románticos del siglo XIX, y como consecuencia de él publica en 1950 el libro de viajes The face of Spain (Turnstile Press, Londres, 1950) que se tradujo por primera vez como La faz actual de España (Trad. de M. Amilibia, Buenos Aires, Losada, 1952) y posteriormente en España como La faz de España (Trad. de D. Santos, Barcelona, Plaza y Janes, 1985).

Tras apearse en la Estación de Tren, atravesó el puente, y tras subir a través de las estrechas calles, llegó al hotel:

Demostró ser un lugar bien llevado y moderno, con un salón y un cocktail bar (en absoluto como el de Borrow). Nos dijeron que era un punto de parada para los automovilistas que viajaban entre España y Lisboa”.

Después de reservar habitación sale para tomar una copa:

Badajoz, como nos reveló la primera ojeada, ha conservado su planta morisca. Sus calles son empinadas y estrechas, y pocas admiten el tráfico rodado. Siguiendo una de ellas, salimos a lo que evidentemente era el centro de la ciudad, la plaza de la Catedral. La multitud nos asombró. Arriba y abajo de la calle que la atraviesa, la cual, puesto que sigue paralelamente el borde del cerro, es relativamente llana, avanzaba una densa masa de gente de clase media, hablando, riendo, gesticulando. Era la hora del paseo de la tarde: las chicas llevaban sus mejores galas; los jóvenes habían peinado y puesto brillantina en sus cabellos, y tantos rayos y destellos de ojos y dientes pasaban entre ellos, que uno habría dicho que era algún día especialmente festivo. ¡Que contraste esta escena de vida y alegría con el mortecino y melancólico aspecto de La Mancha!”.

Tomamos una copa en uno de los grandes cafés que estaban frente a la catedral, y luego nos unimos a la procesión de doble sentido que iba arriba y abajo por la estrecha calle. En un punto concreto, señalado por una cuesta más empinada, su carácter cambió: los paseantes de clase media daban media vuelta, y una procesión de gente de clase trabajadora los sustituía. Siguiéndoles, llegamos a la plaza del mercado, conocida como la plaza Alta. Es un recinto oblongo formado por altas y blancas casas con arcadas, con ese reservado aire de esfinge de las casas construidas al estilo clásico, y datado, imagino, de principios del siglo XVII. En su extremo más alejado se ve prolongada por dos hileras de edificios más bajos pero más macizos, cuyas arcadas son sostenidas o bien por cortas columnas o por pesados pilares de ladrillo: esas casas, me dijeron, se remontan al siglo XIII. Son con mucho lo más impresionante que tiene Badajoz, y vistas a la luz de las farolas, con sus paredes gruesas, blancas y con incrustaciones calizas, y sus interiores parecidos a sótanos, y las torres del castillo árabe alzándose espectralmente tras ellas, satisfacen todos los deseos no expresados de aventura y misterio. Es también el barrio de la prostitución en la ciudad: regresando a él más tarde aquella misma noche, cuando la hora del paseo había terminado, descubrimos que había adquirido una siniestra y maligna cualidad. Los burdeles, que ocupan la calle de la Encarnación, habían soltado a sus ocupantes, y chicas chillonamente vestidas y desvestidas se paseaban por entre las arcadas e intercambiaban miradas con tipos que merodeaban al estilo apache y soldados borrachos. La Policía abandona su puesto en la plaza a las diez de la noche y las estrechas callejuelas que conducen colina abajo están a oscuras. A partir de entonces no es un sitio recomendable para pasear.”

Al día siguiente continúa Brenan su paseo por Badajoz:

Badajoz, vista a la luz de la mañana, ofrece una impresión mucho menos excitante. Uno ve entonces una deslustrada y pequeña ciudad provinciana con un núcleo de tenderos y oficiales de clase media, unos cuantos soldados, contrabandistas, mercaderes de ganado y tratantes de caballos, y un amplio grupo marginal de extrema pobreza…

Desde la catedral subimos hasta más allá de la plaza Alta, al castillo morisco. Es una espléndida ruina en descomposición, coronada como una dama eduardiana con extraños y desvencijados objetos que resultan ser nidos de cigüeñas…

En el castillo hay otros edificios de fechas posteriores, así como un espacio abierto donde estuvo en su tiempo la ciudad interior, con los palacios de los duques de Feria, el arzobispo y los Caballeros de Calatrava. Este espacio forma hoy en día una especie de parque: los niños juegan allí entre desmoronadas paredes y zanjas, y soldados y trabajadores contemplan la vista a su ibérica manera, melancólica y carente de curiosidad. Por que hay una buena vista: las almenas dominan el río, y a su alrededor se extiende la gran llanura verde, desprovista de árboles, salpicada de pequeñas granjas, pero sin ningún pueblo que rompa la monotonía…

Es abajo, en el río, donde el carácter oriental de Badajoz se hace más manifiesto. No había lavanderas que canten como aquellas sirenas de los tiempos de Borrow, pero sí muchas llevando fardos y cántaros en la cabeza. Esto es algo que uno no ve en Andalucía. La mayoría de los pobres iban descalzos, y había más mulas y asnos de los que he visto en ninguna otra ciudad española
.”

Después de comer Brenan coge un taxi para visitar el lugar donde se produjo la batalla de Zallaka o Sagrajas de 1084. De regreso fue a la Plaza de la Catedral a tomar un café:

“¡Allí estaba de nuevo, aquella aceleración del pulso de las seis de la tarde, cuando la dormida ciudad despierta durante una hora o dos a una vida furiosa! Una vez más vimos las multitudes bien vestidas alineándose arriba y abajo por la calle estrecha: una vez más se detenían en un cierto punto y volvían atrás, para ser sustituidas allí por aún más densas multitudes de gente de clase trabajadora. Roncas mujeres amazónicas chillando sus mercancías, ciegos vendedores de lotería tanteando las paredes como lagartijas mientras caminaban, mujeres tan avanzadas en su embarazo que sus barrigas parecían apuntarle a uno como cañones, hombres con muletas, mujeres con cestos, gitanas descalzas, trabajadores, soldados. Luego llegamos a la plaza Alta y a las blancas y cavernosas arcadas, y subimos hasta el recinto del castillo. Una bandada de pájaros trazaba círculos en el aire sobre nuestras cabezas y, en los rotos arcos de las ruinas, se erguían las cigüeñas con su sabia mirada emplumada, haciendo resonar de tanto en tanto sus picos a su característica manera breugheliana, o abriendo y cerrando sus alas con solemne simbolismo.”

Es entonces cuando Brenan va a descubrir una de nuestras maravillas, la vista carmesí del atardecer desde la Alcazaba:

Una nube carmesí, suave como el ala de una polilla, se había extendido sobre el cuarto oriental del cielo, y bajo ella discurría el río, poco profundo, dividido en canales, serpenteando ahora en pálidas mangas, ahora en brillantes remansos, sobre su lecho guijarroso. Una hilera de mulas y caballos lo cruzaba, ya que los hombres que habían estado cavando en busca de arena regresaban a casa, y la llanura estaba transformándose de verde oscuro en marrón.”

A continuación la ciudad se transforma:

Entonces empezó a sonar la hora del ángelus... con un sonido como el golpear de pequeños platillos: el círculo de pájaros se hizo más rápido, y empezaron a sacar luces en las calles de bajo. Ya es hora de bajar (el guardia está haciendo sonar un silbato), y mientras descendemos por un sendero rocoso pasamos junto a algunas viviendas gitanas que han sido construidas entre las ruinas. Fuera de ellas, en el mismo suelo, arde un fuego, un hombre está martilleando una vasija de cobre, hay niños desnudos llorando, un atisbo de un pecho moreno, mientras de los bajos dinteles salen arrastrándose mujeres con bebés en los brazos y nos rodean, mendigando una limosna. Escapamos. Bajamos a través de una rota arcada del castillo y llegamos a la plaza Alta. Allá han encendido las luces. La multitud está arremolinándose y girando como los pájaros en el aire allá arriba. Pero, mientras observamos, se produce un cambio: los vendedores callejeros se están marchando, la gente que ha salido de compras vuelve a sus casas con lo comprado, la población nocturna está empezando a salir. Prostitutas recostadas indolentemente contra los arcos, soldados con rostros abotagados y ansiosos mirando hacia todos lados, las tabernas llenas. Apresuramos el paso. Ahora estamos en la larga calle comercial entre los paseantes de clase media. Destellos de ojos y dientes, oleadas de voces, estallidos de repentinas risas. Luego llegamos a la plaza: un instante más, y estamos resguardados en los asientos de felpa roja de un café. Hemos visto Badajoz.

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