Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

viernes, 29 de junio de 2012

Badajoz al terminar el siglo XIX


“…y cuando, pasados los siglos, los curiosos encuentren estos insignificantes apuntes en los puestos de libros viejos ó en los rincones de las guardillas, surgirá ante sus ojos, palpitante y viva, la generación presente con sus tipos, sus trajes, sus costumbres, sus viviendas, sus monumentos…”

Este era el humilde objetivo del periodista Sinesio Delgado al escribir sus apuntes de viaje titulado “España al terminar el siglo XIX” y publicado en 1897. Trabajo que muestra el incesante trajín de cuatro años, acompañado por su inseparable compañero Ramón Cilla, autor de los dibujos.

Siguiendo la serie de artículos dedicados a esta época, dejemos que nos cuente Sinesio como era el Badajoz de finales del siglo XIX. La calidad de las fotos no es buena, al no haber conseguido escanearlas directamente del original, pero creo pueden ayudar a visualizar el texto:

"Formidable aspecto presenta la ciudad de Badajoz, rodeada de imponentes fortificaciones, vista desde la verde y extensa llanura, regada por el caudaloso Guadiana, donde se levanta el montículo que la sirve de asiento.

A pesar de lo cual cuéstale a uno trabajo intimidarse con todo aquel aparato guerrero que no encuadra bajo aquel cielo azul purísimo y brillante, en aquella atmósfera despejada y tibia, sobre aquella alegre pradera inacabable. Compréndese que el aspecto militar se conserva por puro compromiso, sin ánimo de pelea, por el bien parecer de una plaza fronteriza, y para que no lo tomen a desprecio nuestros vecinos los portugueses, de cuyo carácter apacible y dulce no son de esperar ataques vigorosos.

Una vez en la estación, a la cual afluyen varios coches de un tranvía que no creo que tenga otro objeto, porque el casco de la población es excesivamente reducido, puede optarse por uno de estos vehículos ó alguno de los coches de hoteles.

Nosotros tomamos la determinación de entrar en uno de éstos, y por poco nos pesa, porque las calles de Badajoz no son en general muy anchas y hubimos de tropezar con un carro de la limpieza que en un tris estuvo que nos mandara a la eternidad.

Se entra en la capital por un magnífico puente sobre el Guadiana, puente defendido en sus dos extremos por hermosas puertas con torreones, garitas y terraplenes, para que desde luego pueda el viajero formarse idea del carácter de la población en que va a albergarse. A la izquierda de este puente, en la parte que da al río, la muralla es sencilla; pero en la que mira a la campiña del Oeste, y por consiguiente a Portugal, está formada por tres órdenes de defensas que imposibilitarían, ó poco menos, el asalto. Muros, garitas, fosos, contrafosos, aspilleras, reductos, perfectamente dispuestos y acondicionados, demuestran que la frontera está bien guardada en Badajoz... Actualmente y por fortuna crece en los fosos y en los glacis fresca y abundante hierba y pacen tranquilamente rebaños de ovejas en los puntos estratégicos.

¡Así sea por muchos años!

No hay que decir que la vida de la ciudad es militar esencialmente. La parte más importante del caserío la constituyen los cuarteles, dependencias de administración, parques, etc., y entre los transeúntes predominan los soldados de todas las graduaciones y de todas las armas.

La población es alegre, perfumada, vistosa... Las casas, blancas como la nieve, deslumbran de día, y contribuyen a aumentar la claridad de la luz eléctrica por la noche; en casi todos los balcones hay enormes tiestos cuajados de rosas y claveles; claveles y rosas que forman el principal adorno en el tocado femenino.





Forman el eje ó centro el campo de San Juan ó plaza de la Constitución y la calle de San Juan. Es el primero una especie de glorieta a que afluyen las vías principales, y en la cual está la catedral gótica, y es la segunda un callejón estrecho, embaldosado, en que los desocupados se pasan la tranquila existencia viendo desfilar al mujerío.

Del paseo de San Juan, enfrente de la calle del mismo nombre, parte la de Moreno Nieto, una de las principales de Badajoz, que tiene buenos edificios, entre ellos el Casino (un Casino muy elegante) y el palacio episcopal, y va a terminar en la plaza de Minayo, formada por un cuartel (¡y cómo no!), el seminario, el hospicio y hospital provincial y el teatro de Ayala, muy bonito, bien acondicionado y de construcción reciente.

En el centro de esta plaza se levanta la estatua en bronce de Moreno Nieto, que con Ayala, Hernán Cortés y Pizarro, forma la plana mayor de extremeños ilustres.

Detrás del teatro, y casi como continuación de esta plaza, está la de San Francisco, con otros dos cuarteles y un kiosco para la música, y por último, pocos pasos más allá, ya sobre la muralla, cierra la serie de plazoletas una glorieta en cuyo centro puede verse, si se quiere, un sencillo monumento dedicado a la memoria de Menacho, que defendió briosamente la ciudad contra los ataques de los franceses en 1811.

La perspectiva que se domina desde esta glorieta, asomándose por cualquiera de las troneras destinadas a los cañones, es verdaderamente encantadora. Una llanura florida, abrillantada por el sol de Abril, que se pierde en Portugal, y a la derecha, recostado en una colina, un pueblecito, Elvas, blanco como la espuma...

¡Las horas muertas se pasaría uno allí, apoyado en el muro, respirando aquella atmósfera templada y saturada de perfumes del campo!

Al otro extremo, tomando por la calle de San Juan arriba, se va a parar a una plazoleta de donde arrancan algunas callejuelas tortuosas y empinadas, de casucas bajas y enjalbegadas hasta la nitidez, que conducen a la plaza alta ó del mercado. Consérvase esta plaza en el mismo ser y estado de hace muchos siglos y no deja de resultar pintoresca, animada y alegre por el abigarrado conjunto de sus edificios, con soportales la mayoría; soportales de distintas épocas, uniformados por la cal, niveladora de castas.

Allí mismo, a dos pasos, está la plazuela de San José, que entre otras cosas, tiene un soportal árabe muy notable y una cruz de principios del siglo XVII.

La bajada desde esta plazuela hasta la muralla que da sobre el río se hace ó puede hacerse por la calle de San Atón (no vayan ustedes a creer que es Antón, como yo creí al leer el rótulo, burlándome tontamente de la errata). Y en esta calle hay una casa, notabilísima por su arquitectura, en сuya fachada existe una lápida conmemorativa que dice sobre poco más ó menos: «Aquí nació en 1090 San Atón, obispo de Pistoya».

La vía, tortuosa y desigual como todas las de la barriada, es de tan áspera pendiente que, a pesar de estar empedrada de puntiagudos guijarros, ofrece al transeúnte el constante peligro de una descalabradura.

En la parte baja de esta calle y en todas las adyacentes habita la gitanería, que abunda en Badajoz que es un portento, y pulula que es una bendición de Dios por todas las avenidas del puente.

En el cuadro formado por aquellas casas blanquísimas, bajo aquel sol espléndido, parecen figuras obligadas las de los mocetones bronceados, con su pantalón estrecho, su pavero enorme y su vara en el cinto, y las de las hembras casi negras, con sus faldas de volantes, su pañuelo terciado y su cabellera como el ébano enmarañada, revuelta y cuajada de flores.
 


 
Lo que primero llama la atención al recorrer la ciudad son los rótulos de las calles. Empléanse en ellos azulejos de regular tamaño, gastando un azulejo para cada letra, de modo que cuando el título es un poco largo viene a ocupar media fachada.








Así, por ejemplo, en la plaza de Minayo, como llevo dicho, está el edificio destinado a hospicio y hospital provincial, y así consta en el letrero correspondiente, que no tiene menos de veintisiete azulejos, como pueden ustedes comprobar tomándose la incomodidad de contar las letras.

En cuanto a trajes hay poco característico.



Los hombres del pueblo visten generalmente sombrerón de alas anchas (cordobés, para decirlo más pronto), algunos chaquetón listado con coderas de paño de otro color, y los labradores y gente del campo zajones amplios que bajan hasta la espinilla.




Algunos mozos he visto con gorros parecidos a las barretinas, pero terminados en punta como los que usan los sacristanes, rojos en su mayoría ó de otro color vivo y con una borla en la punta. Dícenme que son portugueses; yo ni quito ni pongo nacionalidad.


Las mujeres, algunas de las cuales son muy guapas, llevan pañuelo a la cabeza, atado en la nuca para recoger el pelo, y sobre la chambra el inevitable pañuelo de sandía, corto y encarnado, ó con ramos grandes de este color.

Y... nada más tengo que decir de Badajoz por ahora.

En vista de lo cual, y para matar la noche, como si no lleváramos en el alma veinte horas mortales de tren lento, nos metimos en el café Suizo, situado en la plaza de la Constitución, para lo que ustedes gusten tomar. Es de advertir, antes de pasar adelante, que en Badajoz no hay gran afición a la vida de café, según nos ha confesado un badajocense auténtico y legítimo, y para atraer concurrencia, tanto el Suizo como la Cervecería inglesa, que está en la calle de San Juan, han tenido que apelar a la varita mágica del canto.

Cuando nosotros entramos casi todas las mesas estaban ocupadas por labriegos que habían venido a la cuestión de quintas, y todas las miradas convergían hacia un tabladillo cercano al mostrador y pudorosamente oculto por un telón en que campeaban y hasta campaban... por sus respetos los atributos de la música.

Legados a las paredes había grandes cartelones que anunciaban:

«¡INDESCRIPTIBLE SUCESO¡
¡el jongleur equilibrista señor... Tal¡»

Y, además, en un espejo podía verse el programa de la función de aquella noche... que se ofrecía gratuitamente a los consumidores.

Consistía éste en tres romanzas ó coplas del citado Sr. Tal, otras tres de la Srta. Cual y dos dúos intercalados por la señorita Cual y el Sr. Tal. Por lo visto nada de prestidigitación ni de jongleur equilibrista. Pero había que conformarse.

Al fin, después de varios preámbulos y sinfonías ejecutados a conciencia por un piano y dos violines, se alzó perezosamente la cortina y apareció la Srta. Cual, muy modosita y muy candorosa, con sus mangas de farol y todo...

Cantó la romanza de la reina de Los diamantes de la corona, según tuvo la bondad de participarme Cilla, que caza esas cosas al vuelo, porque yo, dicho sea sin tratar de ofender a la Srta. Cual, me quedé sin oír una sola palabra, y se retiró entre tímidos aplausos (á los cuales uno desde aquí los míos) para que descansaran los tres jóvenes de la orquesta y nos preparásemos nosotros a admirar el clou del espectáculo, el indescriptible suceso...

Transcurrieron veinte minutos, que se me hicieron veinte siglos por la impaciencia y por la mala noche pasada, y se presentó en el tablado nuestro hombre.

Lucía el vistoso y extravagante uniforme de tambor mayor, llevaba a guisa de bastón un largo plumero, y en vez de borlas un manojo de cebollas sujetas al palo con un bramante. Aquel detalle cómico, que un público inteligente hubiera sabido apreciar en lo que valía, pasó completamente inadvertido para los que habían ido a las quintas.

Y otro tanto ocurrió cuando acabó de cantar aquello de:

«Melitón Parche y Redoble
bravo militar...»

acompañándose con taconazos, muecas y golpes de plumero.

¿Lo hizo bien? ¿Lo hizo mal? ¿Tenía gracia el Sr. Tal? ¿No la tenía? ¡Vaya usted a saberlo! Y aunque lo supiera usted, ¡vaya usted a describirlo, cuando lo mismos carteles anunciaban que el suceso era indescriptible!

De todos modos, crueldad sería hacer una crítica concienzuda de los trabajos del jongleur, cuando el presenciarlo no costaba más que treinta céntimos, café comprendido..."







sábado, 2 de junio de 2012

La estatua de Moreno Nieto. Badajoz 1896

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Fotografía de los años 20 del siglo XX

Vamos a comentar en esta ocasión las vicisitudes pasadas para poder erigir en la plaza de Minayo de Badajoz una de las estatuas más relevantes, y que con ocasión de la reciente remodelación, vuelve a ser protagonista destacada. 

Nació José Moreno Nieto en Siruela (Badajoz) en 1825. Fue bautizado con los dos apellidos del padre al llevar su madre el apellido Godoy, por aquel entonces fuertemente denostado. Con tan sólo dos años queda huérfano de padre, médico de profesión. Su tío paterno, párroco en Peñalsordo, se percata de la memoria prodigiosa de su sobrino y lo envía a estudiar Humanidades a Guadalupe, pero al ser la orden exclaustrada por la desamortización de Mendizábal, tuvo que seguir los estudios en el seminario de Toledo. Aquí se va a interesar especialmente por las lenguas semíticas, entre ellas el árabe. Estudia también Leyes en Toledo y se licencia en Derecho en 1846 por Madrid.

Gana la Cátedra de Árabe de la Universidad de Granada. Imparte sus clases y se interesa por la traducción al español de los rótulos en árabe de la Alhambra. Preside la Academia de Ciencias y Literatura. Tomó parte en las contiendas políticas, poniéndose de parte de los progresistas, en representación de los cuales fue diputado a Cortes por Granada el año 1854. Peleó contra los racionalistas y los neocatólicos, procurando hallar una fórmula intermedia en lo filosófico y en lo político. Esta tendencia le llevó a la Unión Liberal.

En 1859 consigue la Cátedra de Historia de los Tratados en la Facultad de Derecho de Madrid. En 1863 termina por encargo del Gobierno su Gramática de la Lengua Arábiga, escrita en español. Académico de la Real de la Historia en 1864. En 1865 fue elegido diputado a Cortes por Badajoz. Con Amadeo de Saboya es nombrado rector de la Universidad de Madrid.

En 1874 era director general de Instrucción pública. Reconoció la monarquía de Alfonso XII, afiliándose luego al partido conservador de Cánovas. En 1876 fue nombrado presidente del Ateneo de Madrid, cargo que ostentará hasta su muerte.
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Su vida está en sus discursos, y principalmente en los del Ateneo, donde con tanta elocuencia, con tanto calor y tan profundo saber defendió su eclecticismo político y filosófico y sus ideas cristianas, entonces rudamente combatidas por los oradores de la izquierda.

Tan pronto como llegó a Badajoz la triste nueva del fallecimiento de Moreno Nieto, acaecido en Madrid el día 25 de febrero de 1882, los representantes de la prensa periódica de la capital, se reunieron el 4 de marzo en el palacio de la Diputación provincial, con objeto de tratar la forma de honrar de un modo digno y levantado, la memoria del sabio académico y orador elocuentísimo, acordándose por unanimidad:

1º Continuar en la provincia la suscripción iniciada en Madrid para socorrer a la familia del modesto catedrático, que había quedado en el mayor desamparo, para lo cual se excitaría a los pueblos para que nombrasen comisiones encargadas de la recaudación, así como se abrirían suscripciones en los periódicos de la localidad;

2º Acudir a la Diputación provincial para que patrocinase y se interesase en el pensamiento de erigir un Monumento, tal como una estatua, al esclarecido extremeño, honra de esta provincia, cuyo proyecto y trazado, así como la dirección de las obras se ofreció a hacer graciosamente el arquitecto provincial Ventura Vaca;

3° Interesar asimismo en este pensamiento al Excelentísimo Ayuntamiento de esta capital, suplicándole al propio tiempo acuerde dar el nombre de Moreno Nieto a una de las calles de esta ciudad, y

4° Asociarse al pensamiento emitido por el Boletín-Revista del Instituto de Badajoz, de celebrar una solemne velada literaria en honor del docto catedrático.

Para realizar estos acuerdos se nombraron comisiones. La suscripción en favor de la familia se abrió en todos los pueblos, periódicos y Corporaciones, remitiéndose a Madrid lo recaudado, y la velada literaria se verificó con toda solemnidad en el Paraninfo del Instituto el día 2 de octubre de 1882.

La Comisión correspondiente se presentó en la Diputación Provincial en la noche del 5 de marzo de 1882, en el momento que esta Corporación celebraba sesión extraordinaria, terminada la cual, la Comisión celebró con el señor Gobernador y todos los señores Diputados asistentes una sesión privada, consiguiéndose que se apoyara con entusiasmo la iniciativa del pensamiento de elevar una estatua al Sr. Moreno Nieto, consiguiendo el compromiso de la Diputación de una consignación futura de una cantidad para este fin.

La Diputación acordó: celebrar solemnes honras por el descanso del virtuoso finado; costear una lápida conmemorativa que se colocaría en la casa donde nació Moreno Nieto, en Siruela; poner su retrato en el salón de sesiones; consignar por espacio de seis años en el presupuesto provincial una cantidad que, con el nombre de Premio Moreno Nieto, se concederá al alumno del Instituto que lo alcanzare, previa oposición, y por último, abrir una suscripción que encabezarán los señores Diputados para socorrer a la familia del Sr. Moreno Nieto.

En abril la Diputación acordó fijar la cantidad de 7.500 pesetas para contribuir a levantar el Monumento que la prensa de la capital tiene en proyecto.

A su vez el Excmo. Ayuntamiento concedió a la prensa el terreno necesario en la plaza de Minayo para el emplazamiento del pedestal que ha de sostener la estatua; dio el nombre de Moreno Nieto a la calle de Santa Catalina [actual calle Obispo San Juan de Ribera], y acordó contribuir con 7.500 pesetas para levantar la estatua proyectada por la prensa de Badajoz.

El citado arquitecto, Sr. Vaca, formuló el proyecto de la estatua, que remitido para su conformidad a la Academia de San Fernando de Madrid, fue aprobado.

Con estos elementos y aquellas promesas, la Comisión empezó activamente sus gestiones, y sin un céntimo entonces en caja, dio principio a sus trabajos, sin contar con más caudal ni más recursos que su inteligencia y su pluma, como decía uno de los individuos de la Comisión de la prensa en el discurso que pronunció en el acto solemne de colocar la primera piedra para el Monumento.

Se empezó por contratar la piedra para el gran pedestal que había de sostener la estatua, con D. Salvador de Rivas, de Málaga, a pagar cuando se recaudasen fondos; y dispuestos ya el número y magnitud de los sillares, según lo calculado por el señor arquitecto. En concreto se encargaron 1.306,17 pies cúbicos de piedra sipia fina, en 27 sillares. Se procedió al transporte; pero aquí surgió una dificultad.

Había que pagar ese transporte por la línea de los ferrocarriles andaluces y la de Badajoz; y como la Comisión tenía el pensamiento de solicitar alguna rebaja en el importe del transporte, en consideración al objeto a que se destinaba la piedra, necesariamente había que pagar antes de solicitar esa gracia, según manifestó a la Comisión el agente comercial de la línea; debiendo instruirse el correspondiente expediente para la devolución de lo que acordasen aquellas empresas. Además, de no hacerse el pago a la llegada a la estación de los vagones con la piedra, devengaría esta derechos de almacenaje, como así sucedió; pues por pronto que se acudió al remedio, pasaron bastantes días. En esta situación, se acudió a la Sucursal del Banco de España en Badajoz, y se tomaron en calidad de préstamo, tres mil pesetas. Con esta cantidad y lo recaudado ya de algunos particulares, se procedió a pagar el transporte de la piedra, deduciéndose más tarde la bonificación acordada por las empresas de los caminos de hierro andaluces y línea de Badajoz.

Pero el tiempo pasaba, la recaudación era exigua, y el pagaré del Banco vencía y había que renovarle (por carecer de fondos para cancelarle) y acumular a él los intereses devengados; y esto sucedió varias veces, hasta que en 26 de mayo de 1884, se hizo el pago por un particular.

Así y todo, la Comisión dio los pasos necesarios para contratar con el distinguido escultor Sr. D. José Grajera, el modelo de la estatua que había de servir para la fundición de la misma, si ésta se hacia de bronce, ó la estatua definitiva en mármol.

El Ateneo de Badajoz se suma a la Prensa periódica en éste proyecto. A pesar de que uno de los principales valedores de este proyecto, Rubén Landa Coronado, tuvo que huir tras los sucesos del 5 de Agosto de 1883, la Comisión continuó sus trabajos, y después de remover cuantas dificultades se la presentaban, tuvo la satisfacción de que a las tres de la tarde del día 25 de noviembre de 1883, se pusiera en la citada plaza de Minayo con una solemnidad inusitada, la primera piedra del Monumento. Se enterró bajo ella una caja de zinc con recuerdos de la ocasión.

Animados por este resultado, los individuos de la Comisión siguieron desde entonces, con más entusiasmo si cabe, sus gestiones. Se dirigían instancias, comunicaciones y circulares a los señores senadores, y diputados a Cortes por la provincia, a los ayuntamientos y otros, en demanda de auxilios: y al entonces ministro de la Guerra, el Excmo. Sr. D. José López Domínguez, se elevó una instancia especial, con fecha 23 de Diciembre de 1883, rogándole se sirviera disponer, con arreglo a los trámites de rúbrica en estos casos, que se cediera a la Comisión el bronce necesario de desechos de cañones para la estatua, y que esta se fundiera en una de las maestranzas del Estado. El general accedió, pero el cambio político y la salida del Gabinete del ministro de la Guerra, no permitieron el llevar a término este asunto.

Con fecha 22 de julio de 1884, la Diputación provincial entregó a cuenta de las 7.500 pesetas. Hasta ese momento la Comisión ha hecho cuanto humanamente ha sido posible; el primer paso, quizás el más importante, estaba dado: la colocación de la primera piedra; un vallado de madera que cerraba el extenso sitio, en la plaza de Minayo, donde continuaban los sillares para el gran pedestal de la estatua.

Hasta finales de 1887 no se comenzará a colocarse en la plaza de Minayo de Badajoz el pedestal de la estatua.

En 1894 todavía se pedía en el Congreso que se concediesen los bronces necesarios para la fundición de la estatua, cosa que no se consiguió hasta junio de 1894.

En agosto de 1895 se sacó a concurso en Badajoz la construcción de la escultura por el precio de doce mil pesetas.

Badajoz inauguró por fin la estatua al ateneísta insigne el día 1 de octubre de 1896, con la solemnidad y pompa debidas, asistiendo a ella el pueblo de la ciudad, con las autoridades a la cabeza, una comisión de Siruela, otra en representación del Ateneo de Madrid.

La inauguración se verificó a las cinco de la tarde, a cuya hora salió de la casa capitular numerosísima comitiva, precedida por los maceros municipales, recorriendo por las llamadas por entonces plaza de la Constitución y calle de Moreno Nieto hasta la plaza de Minayo, donde se levanta la estatua. Descubierta ésta después de un breve discurso del gobernador, el presidente de la comisión de la prensa, hizo entrega de ella al alcalde de Badajoz. Se entregó una corona en nombre de la señora viuda, agradeciendo con elocuentes y sentidas frases la honra que a Moreno Nieto hacía el pueblo extremeño. En nombre del Ateneo se habló también, y entregó otra corona.

Dedicatoria  con el año 1897 erróneo
En cuanto al monumento, el autor del pedestal, como dijimos, fue el arquitecto Ventura Vaca. Éste tiene 4,40 metros de alto, con chaflanes en los cuatro ángulos, con palmas, ocupando 16 metros cuadrados. En el plano delantero se puso la dedicatoria y el año 1896. Actualmente pone erróneamente 1897, quizás al reponer los números caídos en algún momento. La estatua, del escultor Aniceto Marinas García, fue fundida en los importantes talleres de los señores Masriera y Campins, de Barcelona. Mide 2,30 metros, y aparece Moreno Nieto en pie, desabrochada la levita, pensativo y cogiendo en la mano derecha un grueso infolio que apoya contra la cadera. La figura planta sobre la pierna izquierda.

Como última curiosidad, decir que durante la segunda República fue sustituido el escudo monárquico que lucía en la parte superior del pedestal por el Republicano con la corona mural, que actualmente se conserva.





Fotografía de antes de la última remodelación de la plaza
Fotografía tras la última remodelación de la plaza y antes de la muerte y tala de los cedros

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