Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Lápidas sepulcrales musulmanas de Badajoz. 1ª parte: Reino de Badajoz


Mil años hace.
Sabur, gobernador de la región occidental Al-Tagr al-Adna, la Marca Inferior, seguía los pasos de otras coras (provincias) de Al-Ándalus, y se independizaba del califato de Córdoba proclamándose hayib. Nacía así en el año 1013 el reino de Badajoz.

Retrocedamos un poco. El que será llamado Abderramán III (891-961), después de ser proclamado emir de Córdoba (912), dentro de las medidas para restablecer el orden interno del emirato, introdujo en la corte cordobesa a los saqalibah o eslavos, esclavos de origen europeo, con la intención de introducir un tercer grupo étnico y neutralizar así las continuas disputas que enfrentaban a sus súbditos de origen árabe con los de origen bereber.

Ya como califa, en 930 Abderramán III recuperó el control sobre la ciudad y el territorio de Badajoz, que hasta ese momento era controlado por los marwánidas, descendientes del fundador de la que será la ciudad árabe de Badajoz, levantado sobre un antiguo hisn al que llegaron por primera vez en el año 875. La cerca defensiva de adobe fue derribada para asegurar la sumisión de la ciudad.

Con las luchas por el poder en tiempos del califa Hisham II (965-1013) el poder omeya va a llegar a su ocaso definitivo. En el periodo 1009-1031 habrá 9 califas en medio de una anarquía total que traería la independencia paulatina de las taifas. Badajoz, bajo el mandato de Sabur, uno de los saqalibah o eslavos introducidos por Abderramán III hizo lo propio en Badajoz en el año 1013, y es por ello que este año celebramos el milenario del reino de Badajoz.

De Sabur, nos ha quedado su lápida sepulcral de mármol que observamos en la foto inicial, conservada en el Museo Arqueológico Provincial de la Alcazaba. Mide 0,41 m por 0,35 m, y fue encontrada en 1880 al tirar las rasantes para las obras del paseo de convalecientes, entonces en construcción, del Hospital Militar de Badajoz de la Alcazaba, y actual Biblioteca de Extremadura.

El oficial Sr. Moreno, que prestaba servicio en el Hospital Militar, cedió la lápida a D. Eduardo García Florindo, que se la vendió a  D. Luis Villanueva. Pasó en herencia a D. José Mendoza Botello, que la donó al museo arqueológico al comienzo de 1939.

 El epitafio, que está tallado sobre esta estela tabular con la parte superior arqueada, presenta un cúfico simple de tradición cordobesa, aunque con rasgos arcaizantes y mayor rigidez en su factura. El contenido de la lápida es típico de las inscripciones funerarias andalusíes en las ciudades.
En el nombre de Allah, el clemente, el Misericordioso,
éste (es) el sepulcro de Sabur el háchib, compadézcase de él
Allah. Murió en la noche del jueves
a diez noches pasadas de xaâba
del año tres y diez y cua
tro cientos (413); y testificaba
que no (hay) Dios sino Allah

 La fecha corresponde al 9 de noviembre del año 1022.
 
Sabur dejó confiada la tutela de sus dos hijos menores a su hombre de confianza Ibn al-Aftas, pero lejos de guiarlos al trono, se autoproclamó rey de Badajoz, adoptando el título de Al-Mansur o Almanzor (1022-1045 d.C.). Con Ibn al-Aftas se inicia la dinastía de los Aftásidas, que durará hasta el año 1095 en que fue derrocada por los almorávides.
 
En el museo arqueológico tenemos una estela en forma de dintel, o de friso, que perteneció al sepulcro de al-Mansur. Tiene una longitud de 1,11 m; un ancho de la cara en que tiene la inscripción de 17 cm y un grueso de 30 cm.

Esta inscripción arábiga, de un solo renglón en caracteres cúficos florido tallado en relieve, dice así: “Este es el sepulcro de Almanzor, apiádese Dios de él; murió año de siete y treinta [y cuatrocientos] (1045)”.
La palabra cuatrocientos no aparece por estar incompleta la lápida en la parte final izquierda de la inscripción (recordar que en la escritura árabe se escribe de derecha a izquierda, además de que es cursiva, enlazándose las letras unas con otras formando, siempre que sea posible, un trazo continuo llamado habitualmente ductus. Algunas letras pueden unirse tanto a la que les precede como a la que les sigue. Otras sólo pueden unirse a la anterior, pero no a la siguiente, rompiendo así la continuidad del trazo).
Fue encontrada en la Alcazaba en abril de 1883, al practicar unas excavaciones y ejecutar obras de reparo en la sala de autopsias del Hospital Militar. Estaba empotrada en un muro de ladrillo, sobre un arco de los subterráneos, a un metro de profundidad del suelo. Se llevó al museo arqueológico. Tenía restos de cal y barro. 

Originalmente debió estar emplazada en una pequeña Mezquita árabe (probablemente la entrada a la rawda o Panteón de los reyes árabes de Badajoz), que se conservaba aun en pie hasta el primer tercio del siglo XIX, según testimonio de D. Gerónimo Mendaña, maestro ebanista, el cual se encontraba en el Museo cuando fue llevada la lápida, y dio testimonio de haber visto muchas veces dicha Mezquita. Debió formar cuerpo con la Iglesia de Santa María de Calatrava como después veremos. 

Como hemos dicho, este dintel debía formar parte originariamente del sepulcro del Al-Mansur, y debía ser una versión resumida del epitafio de otra lápida desaparecida. 

Sobre esta lápida perdida de Al-Mansur, sabemos que hacia el año 1809, un canónigo llamado D. Manuel de la Rocha, sacó copia fiel de una inscripción árabe que se veía entonces en una “iglesia abandonada dentro del castillo de Badajoz”. En 1865, el ya citado Sr. D. Luis Villanueva, ilustrado correspondiente de la Real Academia de Historia, envió el dibujó original a D. José Moreno Nieto, quien se apresuró a traducirla, siendo publicada por el Sr. Barrantes, primero en la pág. XXXV de su prólogo a los Discursos patrios de Dosma Delgado [1870], y después en la pág. 317 del tomo I de su Aparato bibliográfico para la historia de Extremadura. En árabe ha sido impresa casi en totalidad por el Sr. Codera en la pág. 359 del tomo IV del Boletín de la Academia. 


La traducción del primero, dice así: “En el nombre de Dios piadoso, misericordioso. Este es el sepulcro de Almanzor Abdallah—ben—Mohamed—ben—Maslama, apiádese Dios de él y del que haga oración en su favor. Murió el Martes 19 de Chumada 2º del año 437 (30 de Diciembre de 1045)”. La traducción de D. Eduardo Saavedra, difiere poco de la anterior: “En el nombre de Dios, clemente y misericordioso. Este es el sepulcro de Almanzor Abdalá, hijo de Mohámmed, hijo de Maçlama; apiádese Dios de él y de quien pida para él su clemencia: murió en la noche del martes once noches por andar de chumada postrero del año cuatrocientos treinta y siete, que fue el día penúltimo de diciembre.


Es singular que en la inscripción se anote la correspondencia de las fechas mahometana y juliana.
Con el dibujo de la inscripción vino una nota: “En el castillo de la ciudad de Badajoz hay una iglesia antigua que llaman Calatrava, aunque en ella no se ve insignia alguna de esta orden; se halla sin uso y no se tiene noticia de cuándo le tuvo: está bien reparada por haber servido en distintos tiempos para guardar pólvora y otros pertrechos de guerra. Dentro de esta iglesia hay una puerta tapiada por donde, al parecer, se subía a la torre; sobre dicha puerta se ve una piedra de alabastro con los caracteres aquí dibujados, que su relieve será el grueso de un peso fuerte. Tocándola sonaba hueco, y creyendo sería sepulcro, y este su epitafio, se levantó la piedra, pero solo se halló una alhacena sin señal alguna de haber estado depositado en ningún tiempo cadáver alguno”.

Esta lápida, por lo tanto, se quitó de su sitio aún antes de que el edificio fuese demolido y desapareció. En la demolición de este edificio se debió caer y desportillarse por un extremo la piedra con inscripción árabe de 70 cm de largo por solos 13 de ancho, que se halló al hacer las excavaciones de 1883 y que se conserva en el museo. 

La lápida primeramente conocida era con seguridad el epitafio, y la sencilla y concisa del museo debió ser un letrero que en la fachada declarase el carácter y destino del edificio. Tal vez, por estar cubierto con cal o yeso, no fue reparado por nadie este pequeño recuerdo histórico, que confirma el contenido de la lápida perdida. 

En el año de 1845 la Junta de Monumentos dispuso hacer unas excavaciones en la Iglesia de Santa María de Calatrava, ya arruinada, donde, según la expresión del Vocal encargado de practicarlas, D. Nicolás Giménez, “existían hacía poco tiempo algunas lápidas con inscripciones árabes». Aun cuando las excavaciones se profundizaron hasta 15 o 16 pies [4’20 a 4’48 metros], encontrándose tres pavimentos de diferentes épocas, el más antiguo, de la árabe, columnas, capiteles y basamentos, las lápidas no fueron entonces descubiertas. 

Es posible que, oculta la inscripción con una capa de cal y barro, de la que conservaba señales cuando llegó al Museo, no hicieron los Investigadores alto en ella, tomándola por el dintel de una portada, como, en efecto, tal era su colocación cuando fue descubierta en 1883. 

La iglesia de Calatrava fue edificada con todas las paredes de piedra y tenía tres naves, con arcos de ladrillos descansando sobre pilastras de mármol, y encima de ellas tapiería de tierra con hormigón de cal. El cuerpo de la iglesia estaba cubierto con madera, cabrios y cañas con sus tijeras entrantes a tejavana. 

 La iglesia debió abandonarse a finales del siglo XV o primera veintena del XVI, ya que en 1530 ya no tenía feligreses. En 1567 el cuerpo de la iglesia ya estaba descubierto. La capilla era de bóveda y en el arco toral, que era de ladrillo, tenía una reja de palo con una cruz encima, con sus puertas con cerradura y llave. En el cuerpo de la iglesia había tres portadas de arcos de ladrillo, dos cerradas y la otra tenía unas puertas de castaño con su clavazón de hierro, con cerrojo y cerradura por fuera, y aldaba por dentro, y cuatro aldabos [gradas] de ladrillo y piedra por donde se baja para entrar en la iglesia. 

A la derecha de dicha puerta había una portada pequeña debajo de un arco de ladrillo, por donde se entraba a una habitación pequeña que estaba debajo de la torre que servía de sacristía. En 1567 vivía una mujer que barría la iglesia. La torre era de cantería y de mampuesto de piedra y ladrillo y cal, y no había escalera para subir a ella, y encima del arco toral estaba el esquilón con su cadena. 

La iglesia estaba solada de ladrillo, pero en 1567 la nave de en medio estaba por algunas partes solada y por otras partes no, y las otras dos partes estaban llenas de tejas que se habían caído del tejado y lleno de hierba, y la pila de bautizar estaba ciega, que es de ladrillo y cal.  

Al lado de la Epístola, es decir,  en el lado derecho desde el punto de vista de los fieles mirando hacia el altar, había una alacena pequeña de piedra de mármol y encima de ella una piedra de mármol llena de letras antiguas.

En el siglo XVI al describir los arcos de ladrillo que había sobre las columnas de mármol, decía que eran como los de la mezquita de Córdoba. 

En este lugar pudo estar la Rawda o cementerio principesco de la alcazaba. 

Tras la guerra de la Independencia se producen una serie de reparaciones del Hospital Militar, pero no es hasta el proyecto de Manuel Ubiña de 1850, que se construyen dos crujías reaprovechando parte de los muros existentes, obra que finaliza en 1853. Es el proyecto de Javier Ortiz de 1859 el origen del aspecto y diseño del actual edificio, en el que se absorbía la torre de la iglesia de Santa María la Real. En 1857 dicha iglesia servía de almacén de paja del hospital, aunque la titularidad era del Ayuntamiento. Solicita la cesión del edificio para prisión militar, cosa que se acepta. Poco después se solicita la cesión del inmueble para incorporarlo a la estructura del Hospital, cosa que se hace a cambio de la reparación de la torre de Espantaperros. En 1864 las obras ya están completas. Los muros que sustentan las crujías, de 1 metro de espesor, se asientan en unos cimientos macizos de entre 3 y 6,5 metros de profundidad hasta alcanzar la caliza del terreno, atravesando escombros. 

Según Amador de los Ríos esta inscripción desapareció al construirse una nueva planta del Hospital Militar y supone que fue utilizada en la cimentación del mencionado edificio. 

Según Vicente Barrantes, las columnas de la iglesia se utilizaron como pedestales del alumbrado público y las sepulturas de los reyes moros se utilizaron en la cimentación del Hospital militar. La losa sepulcral se ha perdido hacía pocos años. Unos dicen que se metió en el cimiento del Hospital, donde se “aprovecharon” muchas piedras romanas y árabes, y otros en una cisterna de la calle Granado. 

Tanto el epitafio de Sabur como el dintel con el de al-Mansur forman parte del escaso número de inscripciones funerarias que se han conservado de soberanos musulmanes de al-Ándalus. 

Tomás Romero de Castilla dice que apareció otra lápida de piedra negra o azul, muy fina y muy pulimentada, con caracteres semejantes a los de las otras dos. Salió partida en cuatro pedazos, siendo triturada para aprovechar los cascotes en la obra del jardín que se estaba construyendo. Probablemente era una lápida sepulcral de alguno de los otros reyes de Badajoz...