Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

martes, 8 de marzo de 2011

Versión crítica de Richard Ford de los sitios de Badajoz en la Guerra de la Independencia

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El escritor inglés Richard Ford (1796–1858) recorrió España entre 1833 y 1836 para visitar los lugares donde había combatido su héroe, el duque de Wellington, durante las campañas de la Guerra de Independencia, conocida como The Peninsular War por los ingleses.

Con las notas del viaje escribió un libro que se publicó en 1845 con el título Handbook for Travellers in Spain and Readers at Home [Manual para viajeros por España y lectores en casa].

El editor no quiso publicar una versión anterior del libro porque consideraba que incluía opiniones demasiado hirientes para los españoles. Después de suprimir algunas cosas, aún esta edición, que finalmente apareció en 1845, seguía llena de juicios ácidos. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a Ávila, escribió que Santa Teresa fue una “monja enferma de amores” que fue incluida en el santoral en 1622 por el papa Gregorio XV gracias a los sobornos de Felipe IV, cuando en realidad debería haber sido “encerrada en un manicomio”.

Después de este aviso de cómo se las gasta Ford, vamos a centrarnos en esta ocasión en exponer el juicio crítico que hace Ford de los sitios de Badajoz, dejando para posterior ocasión la descripción y comentarios que hizo sobre Badajoz ciudad. Me resistiré a hacer comentarios intercalados para no despistar y cansar al lector.

…Kellermann y Víctor fracasaron ante sus murallas en 1808 y 1809. Cuando Bonaparte, en 1810, ordenó al mariscal Soult avanzar por Extremadura para ayudar a Massena en Torres Vedras, el Duque previó este avance y advirtió en vano a la Junta de que estuviese preparada. Ballesteros, como en broma, recibió orden de bajar al sur el mismo día en que Soult salía de Sevilla; después de esto, Olivenza hubo de rendirse sin luchar por decisión de su lamentable gobernador, Manuel Herk; pero Badajoz estaba al mando de Rafael Menacho, que era un valiente, y su fuerte guarnición recibió ayuda de un ejército mandado por Gabriel Mendizábal, quien, por desgracia, hizo caso omiso de todas las sugerencias que le hizo el Duque, con la consecuencia de que fue cogido por sorpresa, “en la plaza más fuerte de la comarca” por las fuerzas de Soult, quien, con quinientos hombres, derrotó por completo a once mil españoles en el Gévora. La batalla solamente duró una hora, y los franceses solo sufrieron cuatrocientas bajas. Como rasgo característico se podría mencionar que cuando se comunicó a Mendizábal la noticia de que Soult había tendido un puente sobre el Guadiana, él, que estaba jugando a las cartas, comentó: “¡Bueno, muy bien, pues mañana iremos a echar una ojeada!”, pero mañana, el eterno mañana, sorprendió al indolente y lo machacó, porque no se había ocupado de preparar su posición para atrincherarse en ella, aunque el Duque se lo le había recomendado repetidas veces. “Todo ello se habría podido evitar si los españoles hubieran sido cualquier otra cosa excepto españoles. Se oponen a cualquier medida que se tome para corregirles o salvarles y la hacen ineficaz”. “La presunción, la ignorancia y la torpeza de esta gente es realmente increíble”. “No hicieron nada de cuanto se les ordenó, más bien, al revés, pues lo que hicieron fue justo lo contrario de lo que se les había dicho” (véase Partes vol. XII, passim). El día 4 de marzo, Menacho, lamentablemente, fue muerto, y le sucedió el traidor José Imaz, que rindió la plaza a Soult, quien, al ver las tremendas fortificaciones, parece ser que observó: “Pocas fortalezas hay tan fuertes, pero qué mula cargada de oro podría entrar en esta”. Aurum per medios ire satellites: nuestros ingeniosos vecinos, que con tanta gracia critican a l’or de la perfide Albion, nunca sienten escrúpulos, ni en paz ni en guerra, por lo que se refiere a atacar o reblandecer murallas con ese pico metálico, que nuestros gobernantes, bien por demasiado honrados, o porque no han leído a Horacio, omiten muy sistemáticamente utilizar.

La compra le fue otorgada y entregada a Soult el día diez, y en ella estaban incluidos la ciudad, los siete mil ciento cincuenta y cinco hombres de la guarnición, provisiones y bastiones intactos. Y eso que Imaz ya sabía perfectamente, incluso el día seis, que Massena estaba en plena retirada, y que Beresford, con veinte mil hombres, corría a reforzarle. Pero, en lugar de actuar de acuerdo con estas noticias, de las que Soult no estaba enterado, lo que hizo Imaz fue comunicárselas a los franceses, con lo cual les salvó de la destrucción y, lo que es peor, hizo esto precisamente cuando Lapeña estaba salvando a Víctor de la ignominia en Barrosa. Si Badajoz hubiera resistido, aunque no hubiese sido más que unos pocos días, los franceses no habrían tenido más remedio que evacuar Andalucía, y “nosotros”, como dijo el Duque, “habríamos salvado sin duda a España”. “Su caída fue, con toda certidumbre, el más fatal acontecimiento de esta guerra” (parte del 4 de diciembre de 1811).

El hecho mismo de que Soult pusiera sitio siquiera a Badajoz fue un error, lo que habría debido hacer Soult es marchar día y noche para acudir en ayuda de Massena en Torres Vedras, pero la envidia que sentía por su colega, mariscal como él, le indujo a demorarse a mitad del camino; y es evidente que, de haber sido Imaz leal, y de haber resistido Badajoz, Soult habría acabado tan mal como Massena.

En cuanto la fortaleza se hubo rendido a Soult, Beresford trató de recuperarla. Pero fracasó en este intento, por causa, como incluso el tolerante Duque dijo, “de su lamentable tardanza” (parte del 10 de abril de 1811); y cuando hubo dado a los franceses tiempo suficiente para impedir por completo su victoria, se arriesgó a la innecesaria batalla de Albuera, forzando así al Duque, como ha demostrado Napier, a pasar dos años más de aspérrimas operaciones militares.

El Duque decidió ahora tratar de hacer lo que le fuese posible en tal situación y, después de tomar Ciudad Rodrigo, hizo sus preparativos, y con tal secreto que ni amigos ni enemigos pudieron adivinar sus planes. El 16 de marzo de 1812 atacó Badajoz, mientras Soult y Marmont estaban demasiado lejos para salir en su defensa. La plaza había sido muy reforzada y estaba defendida ahora por el valiente Philipon, con cinco mil hombres a sus órdenes. Su defensa fue magnífica; y ahora no había ningún Imaz traidor, pero “ninguna época”, dice Napier (XVI, 5) “vio jamás tropas más valientes que las que entonces atacaron Badajoz y la conquistaron”. Estas operaciones fueron tan delicadamente calculadas que Soult pensó que el Duque tuvo que haber interceptado algunos partes de Marmont. Empero, el Duque se vio forzado a perder once preciosos días por causa de un tiempo insólitamente desfavorable, y por la mala conducta de los portugueses; pues la ciudad de Elvas, aunque muy cercana, rehusó enviarle siquiera medios de transporte. De modo que los hombres y los elementos se opusieron conjuntamente a los planes del Duque; pero, como César en Ilerda (Lérida), él solo se bastó para estar a la altura de la situación, venciendo todos los obstáculos. Lo que dijo Voltaire de Marlborough se puede decir también de Wellington: “Cet homme, qui n’ai jamais assiégé de ville qu’il n’ai prise, ni donné de bataille qu’il n’ait gagné”; pero es que ambos pertenecen a esa raza incambiada e incambiable que produce Príncipes Negros y Nelsons, y que vence en Agincourts y en Trafalgares.

Las trincheras se abrieron ante Badajoz el 16 de marzo, y la obra defensiva exterior de Picuriña fue rematada heroicamente el día 24 por orden del general Kemp. Puro y simple valor inglés quedó solo ante el peligro en estos trabajos, pues, debido a la tremenda ineficiencia de nuestro ministerio en Londres, nuestro ejército, como dice el Duque, “no estaba en condiciones de llevar a cabo un sitio en toda regla”. Lo que hizo, según Picton, fue apelar a Badajoz, in forma pauperis, suplicando, no destruyendo; cada día que pasaba era precioso, pues Soult avanzaba desde Sevilla, Marmont desde Castilla; y, de esta forma, situado entre dos fuegos, el Duque vio que su presa le iba a ser arrancada de las manos antes de que ambos enemigos se juntasen. El 6 de abril se declararon practicables las brechas abiertas en los bastiones de Santa Trinidad y Santa María, al sudeste; y a las diez en punto de aquella misma noche se inició el ataque que tan bien describe Napier (XVI, 5); los obstáculos resultaron ser mucho más tremendos de lo que los ingenieros habían explicado, y no había fuerza humana capaz de vencerlos. Por desgracia, además, hubo que atrasar la hora fijada para el ataque, dando así al inteligente enemigo la oportunidad de preparar nuevas defensas: y las valientes tropas mandadas por Colville y Barnard fueron diezmadas por los franceses, que estaban seguros detrás de los nuevos atrincheramientos: hasta las escalas de los ingleses resultaron ser demasiado cortas para asaltar las fortificaciones enemigas; menos mal que, entretanto, la quinta división, a las órdenes de Walker, consiguió penetrar en el bastión de San Vicente, que está cerca del río al oeste; y Picton, convirtiendo una finta en un verdadero ataque, conquistó el alto castillo situado al nordeste, que los franceses nunca pensaron que fuera a ser atacado, por lo que lo habían dejado relativamente indefenso. Fue de esta misma manera, exactamente, como la fuerte ciudadela de Illiturgis fue sorprendida y conquistada a los españoles por Escipión (Tito Livio, XXVIII, 20). Esto fue lo que decidió la batalla, pues los franceses, viéndose atacados de flanco y por delante, se vieron perdidos, y así es como cayó Badajoz en manos inglesas.

La ciudad, según es uso en la guerra y de los ataques a sangre y fuego, fue saqueada, aunque tanto los oficiales como el Duque hicieron cuanto estuvo en su mano para impedir excesos. El Duque mismo se vio obligado a retirarse para no ser muerto a tiros por sus propios, furiosos soldados. Estos tristes sucesos, tan deplorables como inevitables, son ahora equiparados por los que nos calumnian con los de San Sebastián, calificándolos de horrores que solamente una nación “bárbara e incivilizada” como la inglesa sería capaz de perpetrar; y, sin embargo, no se cometió en Badajoz una décima parte de las atrocidades de Lérida, Tarragona y otros lugares, ni hubo allí ningún Víctor británico que, como en Uclés, diera ejemplo de lujuria, incendiarismo y pillaje, y un largo etcétera.

Los ingleses, entre muertos y heridos, perdieron cinco mil hombres. Philipon se retiró a San Cristóbal, rindiéndose al día siguiente, y el Duque le trató con todo el honor debido a un valiente enemigo: los mariscales franceses, desconcertados y vencidos, no tenían ahora otro recurso que la retirada y Marmont se refugió en Salamanca, mientras Soult escapaba a Sevilla; fue entonces cuando Hill avanzó sobre Almaraz, destruyendo los fuertes y forzando al enemigo a huir ante él hasta Navalmoral. Una vez más las bayonetas inglesas habían despejado un camino hacia Andalucía, y el Duque se preparaba para arrojar a Soult a Albuera, donde, ciertamente, no le habría tratado à la Beresford; pero en ese momento, como suele ocurrir, sus planes se frustraron por culpa ajena. Ciudad Rodrigo no estaba abastecida, pues los españoles se habían olvidado de enviar allá las provisiones que les habían aportado los ingleses. Fue así como se privó al Duque de redondear su victoria, y fue así como Soult se salvó de nuevo…


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viernes, 4 de marzo de 2011

Del Badajoz Hispano-Visigodo y Mozárabe. 2ª parte

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De la búsqueda del pasado romano de Badajoz por parte de la historiografía pacense, hasta hace muy poco, se pasó en el siglo XX a los estudios de su época musulmana. Si exceptuamos los trabajos de María Cruz Villalón[1], poco se ha estudiado sobre la época hispano-visigoda y mozárabe de la ciudad.

Las excavaciones arqueológicas de las últimas décadas van confirmando la existencia de una continuidad de ocupación humana en Badajoz desde muy antiguo, como vimos en el pasado número de Sharia, y que aunque tenemos escasa información documental de la época cristiana anterior a la “reconquista” del siglo XIII, todos los indicios apuntan a la existencia de un núcleo poblacional de cierta importancia a partir del siglo VI.

Vamos a comenzar a relatar en esta ocasión el origen de las numerosas piezas del arte monumental que llamamos visigodo, que en realidad, es la manifestación postrera del arte clásico, donde nada o muy poco es atribuible a los visigodos, sino que le decimos visigodo por florecer en la época de su dominio en la península...

[Pueden leer el resto del artículo en la revista Sharia nº 69 de marzo de 2011 en las páginas 17 y 18]

[Pueden leer el anterior artículo en la revista Sharia nº 68 de noviembre de 2010 pulsando aquí]
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martes, 1 de marzo de 2011

Los lirios del Fuerte. Estampas de Manuel Alfaro

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No hay recuerdo de quién los puso.

Si fue para poder fabricar pócimas de amor o para ahuyentar los malos espíritus.

O quizás adornan las tumbas de las mujeres antiguas para que la Diosa griega Iris transportara sus almas al mundo subterráneo.

Después se hizo un fuerte para protegerlos…

Nos estamos refiriendo a los Lirios de invierno (Iris planifolia), que están entre las flores más bellas y apreciadas desde la Antigüedad y por todas las culturas como símbolo de pureza. Nos los encontramos por doquier en el fuerte de San Cristóbal.

El lirio recibió su nombre latino Iris de la Diosa griega que simboliza el Arco Iris y, en general, representa la unión entre la Tierra y el Cielo, entre los dioses y los hombres, unión que el arco iris hace sensible.

Luis VII adoptó el Lirio en su emblema durante las Cruzadas, al Lirio se le llamaba "Flor de Luis" y con el tiempo evoluciono a "Flor de Lis", este emblema de tres hojas luego se convirtió en el símbolo de la verdad, la sabiduría y el valor.

El Lirio o Iris, adquiere otros significados, como: Elevación del espíritu. Pureza, Ternura.

Si se regala significa que tengo algo importante que decirte.

Los lirios que aún resucitan todos los años en el fuerte de San Cristóbal evocan en muchos pacenses recuerdos inolvidables.

Fue una de las estampas que nos dejó Manual Alfaro Pereira (1888-1956), nacido en Badajoz, cronista, periodista local, poeta y crítico taurino, dueño de un establecimiento de ultramarinos, que dejó en la memoria de muchos pacenses aquellas charlas radiofónicas de los jueves al mediodía, pintando lugares, personas y ocurrencias de sucesos pretéritos.

Pocos como él supieron mostrar las costumbres, los hábitos, los ambientes pacenses, la vida social de los moradores de la ciudad.

Veamos unos retazos de sus recuerdos que el ayuntamiento de Badajoz editó en 1956 póstumamente bajo el título “Badajoz. Estampas retrospectivas”.

Escojo para ello algunas líneas de lo que dejó escrito sobre los lirios del Fuerte en sus recuerdos de principios del siglo XX, aquellos tiempos en que el fuerte de San Cristóbal “constituía plácida atalaya sobre la que numerosas familias dejaban transcurrir las horas de los domingos y días festivos”:

“…Mientras se desarrollaban comentarios entre las personas mayores, los niños jugaban al corro o a la comba; las mayorcitas paseaban escoltadas, distraídas en cortar candiles y lirios, montones de lirios, de cuya planta estaba invadido el Fuerte, con los que construían coronas que las niñas colgaban a sus cuellos de regreso a la Ciudad.

Las horas se iban consumiendo apaciblemente hasta que un fuerte silbato, procedente de la Estación, ponía en actitud expectante a los paseantes, pues anunciábase la salida del tren de Madrid.

Era exactamente las cuatro y veinte de la tarde… Un general movimiento de curiosidad, repetido todos los domingos y días festivos, agolpaba al público sobre el puente de Palo para ver pasar por la garganta de la sierra al perezoso convoy, en cuyas ventanillas asomaban curiosos los viajeros que recibían cómicos adioses desde el Puente.

El tren, al paso bajo el Fuerte, expelía por su máquina negro humazo que hacía huir a las gentes a toda prisa.

Una vez se había internado entre las huertas del Gévora, parecía que el principal, o al menos uno de los principales objetivos, estaba realizado.

Cuando la tarde llegaba a preludiar sus horas finales, se deshacían los corros, recogíanse los cordeles de las combas para iniciar el desfile…

…La luz de los bellos atardeceres con sus maravillosas puestas de sol. Envolvía la linda ciudad de Elvas, que se destacaba nítida entre los cárdenos del crepúsculo, proyectando sus luces sobre las líricas coronas de lirios que pendían en los cuellos infantiles, como símbolo de feminidad y pureza.
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