Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

domingo, 9 de junio de 2013

Alarde y revista general que Felipe II pasó a sus tropas en la dehesa de Cantillana en 1580. 2ª parte



Felipe II
Como dijimos en la 1ª parte, en la crisis sucesoria de Portugal de 1580, Felipe II (1556-1598) había llamado a sus mejores hombres de armas a Badajoz para hacer prevaler sus derechos dinásticos, y a primeros de junio ya se encontraba en Badajoz el grueso del ejército.

Estamos en la época de los famosos Tercios españoles. Los Tercios eran una unidad militar móvil del ejército español durante el reinado de los Austria. Su reputación se extendió por toda la vieja Europa: era la unidad más mortífera y expeditiva de los ejércitos regulares modernos y cubrieron la etapa más brillante de los anales militares españoles. La hegemonía de los tercios españoles se fraguó en el siglo XVI y se consolidó en el XVII. En esta época mezclaban picas y armas de fuego, pues sus compañías estaban compuestas por piqueros y arcabuceros.

En la dehesa de Cantillana se van a reunir un total de once tercios: cuatro de elite (uno alemán y tres italianos), que tendrán la responsabilidad de los combates, y siete tercios bisoños (reclutas o soldados sin experiencia), que estaban destinados a ocupar posiciones y guarnecer las plazas conquistadas:

Pedro González de Mendoza
Tercio de Nápoles (italianos súbditos de Aragón, dentro de la casa de Austria), comandados por Pedro González de Mendoza.

Tercio del Estado de Milán (súbditos de la casa de Austria), comandado por Pedro de Sottomayor. (Esta unidad pasó a ser conocida como Tercio de Lombardía del ejército de Italia).

Tercio de italianos (mercenarios de estados italianos no dependientes de la casa de Austria), comandado por Pedro de Médicis.

Tercio de alemanes tudescos (mercenarios católicos de origen germánico de estados no dependientes de la casa de Austria) comandados por Jerónimo Lodron.

Tercios de bisoños: Como fuerza auxiliar se reclutaron siete dentro de los dominios de Castilla y León, la mayoría castellanos, sin gran preparación militar. Estas tropas de segunda línea estaban comandadas por Gabriel Niño, Martín Argote, Luis Enríquez, Pedro de Ayala, Antonio Moreno, Diego de Córdova y Rodrigo Zapata.

Durante su estancia en Badajoz, el propio Felipe II hará el oficio de General de los ejércitos y todas las noches dará la contraseña a los centinelas; también mandó disponer diversos cuerpos de guardia por todo Badajoz y en el puente que separa un país de otro.

El 13 de junio de 1580 se va a realizar la revista del ejército reunido en el llano de Cantillana, a una legua de Badajoz. Se erigió para ello un tablado, vistosamente adornado.


El campamento de la dehesa de Cantillana estaba guardado por una parte por el río Gévora. Por la parte que mira a Portugal se fortificó con trincheras, además de haber un bosque, y el Norte se guardó también con trincheras. Se hizo un campamento para cada nación, con sus plazas de armas, de viandas y de mercados; y en el cuartel de la infantería Italiana es donde se puso el tablado.

A las siete de la mañana de este día llegó el Rey, con la Reina, el Príncipe, las Infantas y el Cardenal Alberto de Austria, hermano de la Reina y toda la Corte, ocupando cada uno su lugar.

El Duque de Alba se acercó a donde estaba el Rey acompañado del gran Prior Don Fernando su hijo, de don Pedro de Toledo, Sancho Dávila, Luis Dovara, Hernando de Toledo, y de otros muchos caballeros. Iba el Duque vestido de azul y blanco, sombrero con plumas, espada y daga de plata. Le mandó el Rey subir al tablado, en donde le pusieron una silla.

Sancho Dávila
El duque de Alba le explicó la disposición y colocación de las tropas; más tarde el Monarca, acompañado del Duque y de Sancho Dávila, bajó del tablado y recorrió e inspeccionó detenidamente a todas las unidades, la artillería, munición y material de toda clase, quedando muy satisfecho y felicitando al General.

A continuación, una vez vuelto Felipe II al tablado, las tropas, encabezadas por el maestre de campo del duque de Alba, Sancho Dávila y Daza (1523-1583), apodado el “rayo de la guerra”, que mandaba la línea, formaron en orden de batalla y realizaron magistralmente algunos ejercicios.

El espectáculo fue imponente: la variedad, riqueza y policromía de las armas, uniformes, estandartes, divisas y arneses que brillaban sobre el verde campo primaveral y, sobre todo, la admirable marcialidad, soltura, disciplina y aire de seguridad de aquellos “magníficos señores soldados” que sabían que iban a la victoria, producía un efecto emocionante.


Entraron en el campamento primero los hombres de armas, y caballos ligeros, procedentes de Ciudad Rodrigo, donde habían estado alojados para bajar después a Extremadura. Cada compañía era guiada por su Capitán, todos ricamamente aderezados con muy galanes sayetes, faldones, casacas, y penachos, en hermosos caballos. (Los sayetes eran una especie de cota o túnica para la guerra)

Siguieron a estos las siete banderas de Infantería Española, que vinieron de Sicilia, y Milán a cargo de Pedro Sotomayor.

Tras ellas, doscientos jinetes de la costa del reino de Granada y luego las cien lanzas de los continos, con su Capitán don Álvaro de Luna, con sayetes de terciopelo morado, y franjas de oro y seda.

Venía después el tercio de Luis Enríquez de infantería Castellana, y detrás once banderas de infantería Española del Reino de Nápoles, que traía cargo Pedro González de Mendoza, Prior de Ibernia, de la orden de San Juan, y luego los tercios de Antonio Moreno, y Gabriel Niño y Pedro de Ayala, que también se levantaron en Castilla.

El encargado de organizar el campamento fue el ingeniero militar Juan Bautista Antonelli, que señalaba las estancias y cuarteles a cada uno. (Diseñó y construyó algunos baluartes y fuertes militares en Europa para la Corona Española durante la segunda mitad del siglo XVI).


Llegó también Francés de Álava, Capitán general de la artillería, con tres tenientes suyos, y el capitán Jacobo Palearo (apodado el Fratin), ingeniero militar, seis gentiles hombres, un Preboste y un Aposentador, los ingenieros de fuegos artificiales, artilleros, y todos los oficiales necesarios para el servicio de la artillería, con sus cabos y maestros. Traía don Francés seis cañones gruesos, cuatro medias culebrinas y cuatro medios cañones todos encabalgados, con otros aparejos y encabalgamientos de respeto, dieciséis falconetes todos encabalgados, veintisiete esmeriles también encabalgados, y tres mil pelotas para los seis cañones, con la demás peletería necesaria para las otras piezas, con las municiones convenientes e ingenios necesarios, herramienta para los gastadores y provisiones para toda la artillería.

Eran los gastadores mil quinientos con sus armas en sus compañías, con sus Capitanes y banderas. Traía además Francés de Álava 50 barcas en carros para hacer puentes. Iban también con los mayordomos de la artillería, tenedores de bastimentos, comisarios y otros oficiales, cada uno en su lugar: y los carros y bagajes iban repartidos en escuadras con banderillas para ser conocidos y sus cabos que los guiaban: la demás artillería y municiones para ella, que era otra tanta, iba embarcada en la armada. Y para proteger la artillería venían cuatro banderas de infantería Alemana. Y toda la gente entró haciendo salves con la arcabucería.

Una vez terminado el alarde y revista, se volvió el Rey a Badajoz, quedándose el Duque en el Ejército.

Otro día pasaron por Badajoz el regimiento de Alemanes, cuyo coronel era el Conde Jerónimo de Lodron, estando el Rey mirándolos desde una ventana de su palacio. También paso Pedro de Médicis capitán general de la infantería Italiana delante de ella, con sus tres coronelías; cuyos coroneles eran Próspero Colona, que levantó sus gentes en tierras de Francisco de Médicis gran Duque de Toscana, Carlo Espinelo, y Vicente Garrafa Prior de Ungria, que la hicieron en Nápoles, desde donde se fueron al alojamiento de Cantillana.

El 27 de Junio, después de haberse reunido todas las fuerzas de tropa y entregado Elvas, Villaviciosa etc…, el campamento se puso en marcha, y en pleno orden de batalla desfiló delante del Rey, que estuvo esperando en una elevación, haciéndosele salvas de gruesos cañones, acompañadas de las de los cazadores y mosqueteros, y luego a dos millas, en las proximidades del río Caya, se planteó el campamento.

Al frente el Duque de Alba con su Estado Mayor; su hijo Fernando de Toledo, Maestre de la caballería; Sancho Dávila; Francés de Álava, Maestre de la artillería;

A continuación la vanguardia de infantería, con los destacamentos de los Tercios viejos españoles de Nápoles y Lombardía, mandados por los Maestres de Campo Mendoza y Sotomayor.

A la derecha; los tres regimientos italianos de los Coroneles Espinelo, Garafa y Colona, mandados todos por su Capitán General Pedro de Médicis.

A la izquierda, las dieciséis banderas de alemanes con su Coronel Jerónimo de Lodron.

En el centro; seguía el cuerpo de batalla con la infantería española de Luis Enríquez, organizada en Andalucía, y los Tercios nuevos españoles de los Maestres Zapata, Argote y Valencia.

A retaguardia los también nuevos Tercios españoles de Ayala, Niño de Zúñiga y Moreno.

Terminaba la formación, venía numerosa manga de arcabuceros españoles. Las unidades de esta especialidad de cada Tercio flanqueaban el suyo respectivo, cubriendo también su retaguardia.

Los cuerpos guardaban entre sí una distancia de ochenta pasos.

La artillería, que se componía de cincuenta y siete piezas de todas clases, con sus sirvientes y tren correspondiente, desfilaba entre la vanguardia y el cuerpo de batalla, conducida por Francés de Álava.

El ejército de Felipe II se apoderará de todo el reino en una rápida y brillantísima campaña.

Ana de Austria
De la estancia del Rey en Badajoz podríamos contar muchas historias, que en alguna ocasión hemos contado y otras que ya relataremos. Quedémonos de momento con la muerte de Ana de Austria (1549-1580), hija del emperador Maximiliano II.

Al final de aquel verano se extendió a Extremadura la epidemia del Catarro que ya reinaba en Portugal y de ella estuvo gravemente enfermo el Rey, que recobró la salud. La Reina, que también la padeció, murió de ella el 26 de Octubre.

El Rey fue á pasar los primeros días de luto al convento de San Gabriel, donde estuvo retraído algún tiempo.

Doña Ana de Austria había tenido su último hijo el 14 de febrero de 1580, hallándose embarazada cuando murió. Se enterró en el convento de Santa Ana de Badajoz. Aunque se ordenó que su cuerpo se trasladara al monasterio del Escorial, al parecer sus entrañas y feto fueron dejadas en el convento de Santa Ana.

El Rey salió de Badajoz para Lisboa el 5 de Diciembre de 1580 enviando a Madrid a su primogénito el príncipe Diego y a las Infantas. (Al príncipe Diego de Austria le sorprenderá la muerte casi dos años después a muy temprana edad, cuando tan sólo contaba con 7 años). El título pasaría al siguiente de sus hermanos, el infante Felipe, futuro Felipe III)

Seis meses fue Badajoz la sede desde donde se dirigía la primera potencia Europea, y donde alcanzará el Imperio español su apogeo, convirtiéndose en el primer imperio mundial, que tenía territorios en todos los continentes del planeta tierra.

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sábado, 1 de junio de 2013

Alarde y revista general que Felipe II pasó a sus tropas en la dehesa de Cantillana en 1580. 1ª parte

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Observamos en foto en blanco y negro la pintura que está en la Sala de Batallas del Monasterio de San Lorenzo del Escorial, concretamente en el 9º paño de la pared Norte, en la que se ve representado el campamento de Doullens de Felipe II en 1558, que nos puede dar una idea de como fue visualmente el alarde y revista general que Felipe II pasó a sus tropas en la dehesa de Cantillana el 13 de junio de 1580.


Tras la muerte del rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir de 1578 sin herederos directos que le sucedieran, el trono de Portugal fue ocupado por su tío-abuelo el cardenal Enrique I el Casto. A la muerte de éste en enero de 1580, también sin herederos, sobrevino una crisis sucesoria en el país.

Felipe II añoraba, como sus antecesores, la anexión a la corona española del reino de Portugal, y tenía derechos dinásticos gracias a su madre Isabel de Portugal, hija del rey luso Manuel I.

Se formó un consejo de regencia en Portugal favorable a entregar el trono al rey español, sin embargo, Antonio, Prior de Crato, un hijo bastardo del infante Luis de Avis y, por tanto, nieto de Manuel I, se proclamó rey en junio de 1580. Felipe II estaba preparado, y llamó a sus mejores hombres de armas a Badajoz para entrar en Portugal y hacer prevalecer sus derechos dinásticos.

Los virreyes de Nápoles y Sicilia aprestaron tercios y galeras, levantando en Toscana y Umbría 4.000 Infantes que mandaría Pedro de Médicis.

El Conde de Lodron alistaba 6.000 lansquenetes, que por Milán vendrían a embarcar en Génova.

A la vez que 72 capitanes recorrían la península para levantar 14.000 Infantes que se organizarían en Tercios.

Estas tropas inicialmente fueron concentradas en Andalucía con el pretexto de que luego realizarían operaciones militares en África.

Para el mando de las tropas el Rey volvió a confiar en el ya anciano Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel (1507-1582), vencedor de la Jornada de Túnez, de Muhlberg y de Gemmingen. Era el mejor general de su época y uno de los mejores de la historia. Auténtico señor de la guerra, famoso e intrépido pero, al mismo tiempo, brutal, implacable y severo al extremo.

Aceptado el encargo se dirigió a Llerena, lugar de concentración de las tropas, donde también llegaron Sancho Dávila, nombrado ya Maestre de campo general y el Marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán y Guzmán (1526-1588), para concertar el plan de operaciones combinadas de mar y tierra.

El Rey sale de Madrid el 5 de marzo para Guadalupe, a donde llegó el 24. Entró en Mérida el 4 de mayo.

En estos comienzos de mayo sale el Duque de Alba de Llerena para Badajoz, hacia donde fueron concentrándose las tropas, exceptuando los tercios de Martín de Argote y Rodrigo de Zapata, que marcharon a Cádiz para embarcar en la escuadra del Marqués de Santa Cruz.

Francés de Álava, que era el general de Artillería, se daba prisa para que se reuniesen a tiempo las piezas traídas de Italia a Gibraltar y las costas andaluzas.

La corte Real estuvo 15 días en Mérida, continuando luego hacia Badajoz, haciendo una parada para descansar en el convento extramuros de San Gabriel, antes de entrar en Badajoz el sábado 21 de mayo.

El antiguo convento de San Gabriel se edificó alrededor de 1520, en la meseta que hay a la falda de la colina de los Montitos de la carretera de Sevilla, situada a unos dos kilómetros del puente del mismo nombre, arroyo arriba, y en su margen izquierda. Todavía subsiste la edificación, aunque muy reformada al convertirse en depósito militar de pólvora.

Salió la Ciudad a recibir al Rey fuera de la puerta de Santa Marina, entrando el Rey, la Reina, el príncipe D. Diego, el Cardenal infante Alberto, el obispo de pontifical con el cabildo y demás eclesiásticos.

La puerta de Santa Marina estaba situada aproximadamente en la actual plaza de los Dragones Hernán Cortés, y era la puerta principal de la Ciudad, por donde entraban las personas ilustres bajo palio, recorriendo después de forma recta el camino hacia la Catedral.

En el campo de San Francisco había fuentes, frutales, con diversión de festejos.

Para poder imaginar con más detalle como debió ser el recibimiento y la entrada de la comitiva, podemos remitirnos a lo ya descrito para la entrada de 1576 del rey de Portugal D.Sebastián.

Al llegar al campo de San Juan, había varios arcos de diferentes hierbas, flores y pinturas.

Cuando llegaron a ver la Cruz se desmontaron y siguieron la procesión hasta la puerta, adonde en un majestuoso sitial hicieron adoración a la Cruz que en manos tenía el Obispo, y habiendo entrado en la Iglesia, y cumpliendo lo que dispone el ceremonial, fueron por las calles principales a su aposento, y después el cabildo besó la mano al Rey.

El Rey se alojó en la casa solariega de Pedro Rodríguez de Fonseca y Ulloa, llamado “El Viejo”, Señor de la casa de Fonseca, del Mayorazgo de las Tercias del Obispado de Badajoz, de la Lapilla y de Guadalperal, Caballero de Santiago, Aposentador Mayor de Castilla y Alcaide de la Fortaleza de Azagala, entre otras cosas.

El palacio ocupaba casi la totalidad de una gran manzana que daba a la por entonces Plaza de los Fonsecas, actual plaza de la Soledad, entre la calle Portería de Santa Ana (actual calle Duque de San Germán) y San Agustín (actual José Lanot).

La Casa de los Fonsecas tuvo gran arraigo en Badajoz. Tiene su origen en el portugués Pedro Rodrigues da Fonseca (c.1330-1419), alcalde mayor de Olivenza y descendiente de los primeros linajes de Portugal, 10º nieto del rey Ramiro II de León, exiliado de Portugal y origen de la estirpe de los Fonseca de Badajoz.

En la crisis sucesoria de Portugal de 1384, Pedro Rodrigues da Fonseca se puso a favor de Juan I de Castilla y su mujer Beatriz, hija del fallecido Fernando I y Leonor Téllez de Meneses. Esta crisis ya la comentamos cuando vimos la historia de la caldera del portugués.

Como hemos dicho, Pedro Rodrigues da Fonseca era el alcalde mayor de Olivenza, y en 1388 aguanta un asalto de Joao I de Portugal, pero en las treguas de 1389 se estipula que Olivenza sea devuelta a Portugal.

En 1390 tuvo que dejar Portugal perdiendo definitivamente sus posesiones en Olivenza y otras villas y que poseía en señorío. Recibe de Juan I de Castilla una serie de propiedades y rentas, entre las que se encuentra las “tercias del Obispado de Badajoz”, para compensar en parte sus pérdidas de Portugal. Además sería nombrado posteriormente Guarda Mayor y Capitán de la Guardia Real y Aposentador Mayor y de su Consejo. Tuvo 9 hijos, a los que transmitió en su testamento el valor de la honra como un patrimonio a conservar por sus hijos y transmitir a las generaciones futuras. Sus descendientes harán de este documento un emblema de las cualidades del linaje Fonseca.

Las tercias reales son un ingreso concedido por la Iglesia a la Corona consistente en dos novenos de los diezmos eclesiásticos recaudados por la misma. La Corona podía enajenar en favor de algún noble estas Tercias, como ocurrió en este caso con las Tercias del Obispado de Badajoz.

Su hijo Juan Rodríguez de Fonseca (c.1390-), Guarda Mayor del Rey Juan II de Castilla y de su Consejo Privado, constituyó el 1 de abril de 1468 mayorazgo con las Tercias de Badajoz, convirtiéndose así en el 1º Señor de las Tercias del Obispado de Badajoz.

Los mayorazgos, en principio, permitían mantener un conjunto de bienes vinculados entre sí de manera que no pudiera nunca romperse este vínculo. Los bienes pasaban al heredero, normalmente el mayor de los hijos, de forma que el grueso del patrimonio de una familia no se diseminaba, sino que sólo podía aumentar.

Aprovechemos la ocasión para hacer un pequeño recorrido por los sucesores del Señorío de las Tercias de Badajoz y dar algunos apuntes de la Casa de los Fonseca en Badajoz.

Le sucede como 2º Señor de las Tercias del Obispado de Badajoz su hijo Pedro Rodríguez de Fonseca y Ulloa, guarda mayor de los Reyes Católicos y de su consejo, alcalde mayor de Badajoz.

Su hijo Cristóbal Rodríguez de Fonseca y Manuel de Villena, 3º Señor de las Tercias de Badajoz, fue también alcaide mayor y guarda mayor de los Reyes Católicos. Murió en 1489 sin descendencia.

A la muerte de Cristóbal, le sucede al frente de la casa de Fonseca su hermano Juan Rodríguez de Fonseca y Manuel de Villena, 4º Señor de las Tercias de Badajoz, también alcalde mayor de Badajoz, procurador a Cortes, y Contino de los Reyes Católicos, asistiendo a la toma de Granada en 1492 llevando pendón real. Este es el padre de nuestro anfitrión de Felipe II en Badajoz Pedro Rodríguez de Fonseca y Ulloa, 5º Señor de las Tercias de Badajoz.

Pedro Rodríguez de Fonseca y Ulloa unió en 1546 al Mayorazgo de las Tercias del Obispado de Badajoz, entre otras propiedades, las casas principales y accesorias de Badajoz, la cerca del monasterio de San Agustín y otras rentas diversas. Además dejó escrito la obligatoriedad de que los herederos del Mayorazgo llevaran el apellido y armas de los Fonseca. Las primitivas y puras armas de este linaje son de oro, con cinco estrellas de gules, puestas en sotuer o aspa.

Se casó con Beatriz de Figueroa, nieta de Lorenzo Suárez de Figueroa y Mendoza, nuestro famoso embajador en Venecia, cuya lauda sepulcral podemos admirar en el claustro de la Catedral. Se entronca aquí dos de las familias más notorias de nuestra Ciudad.

Lorenzo Suárez de Figueroa y Mendoza, que se casó con Isabel de Aguilar, no tuvo descendencia de este matrimonio, pero fuera de él, además de a Gonzalo Ruiz de la Vega, padre de Beatriz de Figueroa, tuvo a Leonor Laso de la Vega y Figueroa, abadesa fundadora en 1518 del convento de Santa Ana, donde como veremos serán enterradas las entrañas de Ana de Austria, esposa de Felipe II.

La familia Fonseca era patrona del convento, donde también está enterrado uno de los 12 hijos de Pedro Rodríguez de Fonseca y Beatriz de Figueroa llamado Cristóbal de Fonseca, fallecido en 1583. Actualmente su lápida sepulcral de mármol con la inscripción latina y su escudo nobiliario así como la de su mujer Beatriz Manuel de Solís está en el presbiterio.

Lorenzo Suárez de Figueroa y Mendoza dejó un mayorazgo heredado por su nieta Beatriz de Figueroa, que pasaría a otro de los hijos que tuvo con Pedro Rodríguez de Fonseca llamado Lorenzo de Figueroa y Fonseca, que por este motivo antepuso el apellido de su madre al de su padre. Esta es la explicación de porqué la capilla mandada construir por Lorenzo Suárez de Figueroa y Mendoza en 1501 en la Catedral, y donde estuvo originariamente su lápida y sepulcro nunca usado, pasó a llamarse capilla de los Fonseca, ya que a esta familia pasó la propiedad y patronazgo de esta capilla.

De otros hijos de Pedro Rodríguez de Fonseca y Beatriz de Figueroa, tenemos noticias del canónigo de la catedral Sancho de Fonseca, fallecido en 1600, que gracias a su Fundación se creó la primera escuela pública de Gramática en Badajoz en 1610; de Antonio de Fonseca, caballero de Alcántara y alcalde mayor de Badajoz, y de Alonso de Fonseca, caballero de Santiago y alférez mayor de Badajoz.

El hijo heredero de la Casa de los Fonseca fue Juan Rodríguez de Fonseca y Figueroa, que será 6º Señor de las Tercias de Badajoz. Participó en la jornada de Inglaterra de 1588 junto con su hijo Gonzalo Rodríguez de Fonseca y Manrique de Figueroa, que falleció en esta campaña.

Otro hijo de éste y nieto del anfitrión de Felipe II, llamado Pedro Rodríguez de Fonseca y Manrique de Figueroa, que será 7º Señor de las Tercias de Badajoz, se le concederá el título de Marqués de Orellana en 1610 (Su madre era la 9ª Señora del mayorazgo de Orellana la Vieja).

Costados de Pedro Rodríguez de Fonseca, I marqués de Orellana, caballero de Alcántara, gentilhombre de boca de Felipe III
 
Al morir sin descendencia el Marqués de Orellana, pasó el título a su primo hermano Pedro Rodríguez de Fonseca y Figueroa, 2º Marqués de Orellana y 8º Señor de las Tercias de Badajoz.

A causa de un pleito sobre el mayorazgo de Orellana la Vieja en 1643, Felipe IV renombra el título de Pedro Rodríguez de Fonseca y Manrique de Figueroa con el nombre de Marqués de la Lapilla, y es esta la razón por la que el palacio de Badajoz de los Fonseca pasó a llamarse palacio de los Marqueses de la Lapilla a partir de entonces.

El palacio fue casa del General de la Caballería en la Guerra de Restauración portuguesa. En 1639 la torre que hacía esquina entre la plazuela y la calle que va a San Agustín estaba muy deteriorada y con hendiduras, amenazando ruina.

Sufrió la desamortización de Godoy de 1798 (que poco antes había sido adquirido por el Rey para instalar un cuartel), para así conseguir dinero para la guerra con Inglaterra, vendiéndose por lotes, aunque ya el año anterior el marqués de Lapilla y Monasterio había cedido una casa, seguramente perteneciente al palacio, al gobierno, para redimir la obligación de pagar el servicio de lanzas por la Grandeza de España que disfrutaba el Marquesado de la Lapilla desde 1780, destinándose a oficinas de Hacienda).

Lo que quedaba del palacio será derribado en 1856 por su estado ruinoso, abriéndose así el espacio de la plaza. Pocos años después, en los años 80 de este siglo XIX comenzaron a construirse edificios en la parte donde estaba el antiguo palacio, de los cuales sólo queda de esa época el que fue Banco de España, Consejería de Agricultura y actualmente Conservatorio de Música.

 Continuará...