Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

sábado, 18 de agosto de 2012

Real Hospicio, Casa de Huérfanos, Acogidos y Mujeres de mal vivir de la ciudad de Badajoz




Vamos a asomarnos en este artículo a lo que fue el Real Hospicio de la Piedad de Badajoz, antiguamente sito en el edificio de futuro incierto de la actual Plaza de Minayo, aglutinador de los antiguos Hospitales y demás instituciones de Beneficencia de la ciudad.

Ya desde antiguo se buscaban medios, y se dictaban leyes, tanto para limpiar España de holgazanes y vagabundos, como en socorrer a los verdaderos mendigos, para emplearlos y hacerlos útiles en la Agricultura, en las Fábricas, en los Arsenales y en las Armas.

Entre los siglos XIII y XV, con el fin de reformar las costumbres del Clero, establecer y sostener la verdadera disciplina de la Iglesia, Badajoz cumplía con las Obras de Misericordia: Tres hospitales o albergues se erigieron, llamados de la Concepción, de la Piedad, y de la Cruz, agregándose posteriormente otras tantas Cofradías, ampliando la de Piedad con nuevas disposiciones y el llamado de Misericordia, con motivo de la peste general que padeció España en los años de 1506 y 1507.

Los nobles y caritativos ciudadanos Seculares y Eclesiásticos daban dotes a las huérfanas; erigían hospitales; hospedaban peregrinos, y alimentaban mendigos; sin importar si eran válidos o inválidos; sí eran verdaderos o fingidos; de buena o mala vida, ni buscarles algún trabajo de futuro y hacerlos útiles.

Esto les libraba en parte, o así lo creían, de la pesada carga de ser ricos entre tanta pobreza, y con estas acciones podían disfrutar, sin miedo al poder Divino, de sus cuantiosas fortunas.

Cuando en el siglo XVI el Emperador Carlos V, y la Reina Doña Juana, su madre, imponían y recargaban penas a los ociosos, haraganes y malentretenidos, y cuando Felipe II oía las súplicas del Reino, dirigidas a que se formasen albergues en que se refugiasen los pobres, entonces los nobles y ciudadanos de Badajoz corrían gustosos a los pies de sus Obispos para formar juntas y fundar obras pías, ofreciendo sus rentas con el apreciable afán de casar huérfanas, enterrar muertos, visitar y alimentar a los infelices emancipados en las cárceles.

Entonces el Ayuntamiento proponía arbitrios, y se admitió por sus Majestades que se recogiesen y lactasen los expósitos de esta Capital, con el producto de la dehesa llamada Pie de Yerro.

En esta caridad, al parecer, fundaba su asilo la ociosidad y sus secuaces los fingidos pobres. Los piadosos hijos de Badajoz querían seguir teniendo presentes aquellas disposiciones del siglo XIV de Enrique II:

"Los rufianes y los vagabundos sean echados de las Ciudades, Villas y Lugares donde estuvieren, y ninguno sea osado de los defender y amparar: pero algunos hay que por menester que han por su trabajo podrían ganar de que viviesen ellos é otros, é no lo facen, antes quieren andar por casas agenas gobernándose é a estos tales por mayor derecho tiene Santa Iglesia del estirar el comer que ge lo dá, porque ellos dexan de la ganar, pudiéndolo facer, é no quieren".

La idea, por tanto, era la de que había que “corregir” a estos hombres y no darles limosna.

Ya el Señor Bobadilla, siendo Corregidor de Badajoz, en el año 1668, procuró investigar e informarse de las circunstancias de los que aparecían mendigos, escribiendo “que llegando a pedirle limosna un pobre muy cuidado con un brazo vendado, reconociéndole de su orden un Cirujano, y hallándole sano, y muy bueno, le envió a que los ejercitase en el remo de las galeras”. Empezó a limpiar la Ciudad de hombres vagabundos, y de mujeres de mala vida, entregadas a mendigar.

Los Expósitos de toda la Provincia en lo antiguo no tuvieron otro alivio ni socorro que el haber cuidado de los de Badajoz su Ayuntamiento, y después su Cabildo Eclesiástico. El Obispo Juan Marín del Rodezno, el Cabildo y Ayuntamiento solicitaron la fundación de una Obra pía a favor de los Expósitos. Carlos II concedió para los Niños Expósitos quinientos ducados, sobre las medias annatas en 1673 y un año después concedió a la Ciudad que arrendase el Baldío de los “quatro millares de pie de hierro” durante seis años, y de lo que produjese, diera al Cabildo cuatrocientos ducados para ayuda de la educación y crianza de los Expósitos.

Felipe IV concedió en 1694 cuatrocientos ducados al año, a lo que se añadió el Cabildo Eclesiástico con doscientos, y el Secular con cuatrocientos. Se funda este año el "Copatronato de Niños Expósitos de Badajoz". Este mismo año de 1694, gracias al Mayorazgo dejado por el capitán Don Sebastián Montero de Espinosa, Regidor de esta Ciudad, también se fundó el originario Hospital de San Sebastián, para medicinar pobres de enfermedades curables, donde el Arcediano titular de la Catedral Don Juan Vázquez Morcillo le agregaría una Obra Pía para curar mujeres.

El Canónigo Penitenciario de la Catedral Don Nicolás Montero de Espinosa solicitó un Hospicio para la corrección de los hombres y mujeres de mal vivir, y por fin, Fernando VI mandó se erigiese en 1757 un Hospicio en esta Ciudad, bajo su Real protección, con el título de Nuestra Señora de la Piedad, dotándolo con el producto de las “creces de Aguardientes estancados” en el territorio que comprende este Obispado y el de Coria, y los Pueblos de los Maestrazgos y Prioratos de las Ordenes Militares de Mérida, Llerena y la Serena, continuando además la anterior Obra Pía fundada por el Prelado y los dos Cabildos Eclesiástico y Secular, mandando también reunir los residuos que quedaban de los tres Hospitales y cuatro Cofradías de Concepción, Piedad, Cruz y Misericordia.

Se compraron en 1758 las casas de Don Gonzalo de Carvajal, adyacentes a donde estaba por entonces el Hospital de San Sebastián, en la actual Plaza de Minayo y por entonces Campo de San Francisco, que hasta este lugar llegaba, y en 1759 las siguientes, del marqués de Velamazán.

El obispo Don Manuel Pérez de Minayo, que ejerció entre 1755 y 1779, fue fundamental en la búsqueda de arbitrios para levantar la Casa Hospicio, en la actual “Plaza de Minayo”.

Carlos III en 1773, estableció para el gobierno del Real Hospicio una Junta.

Debido a las necesidades de ampliación, el Patronato del Hospicio compró los corrales que daban a la calle Lagares, actual calle Zurbarán. En 1774 compró parte del corral del colegio de San Atón y en 1778 el llamado "corral del Parque", ubicado frente a Puerta Pilar.

En diciembre de 1774 comenzaron a levantarse las paredes del Real Hospicio y Casa de la Piedad.

Se celebraron desde 1777 corridas de toros en la plaza de madera construida en el Campo de San Francisco, concedidas por el Rey, para continuar la obra, que hasta ese momento esdtaban a expensas del obispo Minayo.

En 1779 el Ayuntamiento cede al Hospicio la calleja interior entre la calle Lagares y el Campo de San Francisco, completando así la manzana que hoy ocupa el edificio. En junio de 1780 se entrega y ocupa eledificio.

Se agregaron Obras Pías que estaban mal administradas en el Obispado para acrecer sus rentas en 1780, y en los años 1794 y 1795 hubo el impulso del que será Príncipe de la Paz, Manuel Godoy, entonces Duque de la Alcudia, y primer Secretario de Estado, dentro de su afán en beneficio de los Hospicios y Casas de Expósitos.

Se fueron venciendo y superando las dificultades, aumentando rentas, colocando Cunas en toda la Provincia, pagando a las Nutrices, estableciendo escuelas de primeras letras, fomentando las fábricas, vistiendo a los infelices, proveyéndoles del necesario alimento. Se agregaron otras Obras Pías, aumentó sus Camas, y organizó finalmente el refugio y asilo de todos los necesitados, dictando providencias, y las ordenanzas para su gobierno y estabilidad.

Se había conseguido erigir en una sola institución el Hospicio, la Casa de Expósitos, de Huérfanos, de Peregrinos, de Inválidos y de Enfermos, y también en 1795, se mandó agregar el Hospital de San Sebastián al Real Hospicio, quedando así reunidas todas las instituciones de Beneficencia.

Durante la Guerra de la Independencia fue utilizado el edificio del Hospicio como Hospital Militar.

En 1852 se aprueba el traslado del Hospital de San Sebastián a los locales del Hospicio, abandonando éste su primitivo lugar, compartiendo así el mismo edificio.


 El edificio sufrió diferentes reformas, fundamentalmente las realizadas en 1891-1892 y en 1925.

A finales de los años 40 del siglo XX se produce el traslado de la Maternidad, Jardín Infantil y Hogares a los nuevos locales construidos en la por entonces carretera de Olivenza y hoy avenida María Auxiliadora, quedando así el edificio como Hospital de San Sebastián, que debe su aspecto actual a las obras de los años 80, al que añadieron una nueva planta y se derribaron los edificios adyacentes (antiguo hospital de San Sebastián y casa de los Ordenandos).

Portada del Edificio
El diseño del edificio se atribuye a Diego de Villanueva, arquitecto de la Corte, al realizar el primer proyecto, pero por motivos económicos la obra no pudo empezar hasta diciembre de 1774, ya con el impulso de la recien creada Junta nombrada por Carlos III un año antes. Se realiza un nuevo proyecto del arquitecto local Nicolás de Morales Morgado, el cual diseñó la portada al gusto de dicha Junta de Gobierno del Hospicio. El obispo Minayo donó 140.000 reales para que pudiesen empezar. La obra se entregaría y ocuparía casi 6 años después, en junio de 1780.

Está compuesta por dos cuerpos, siguiendo así la composición de la fachada de dos plantas. Está labrada con mármol blanco de Borba por el maestro cantero Gaspar de las Nieves.

Coronando el cuerpo superior, hasta la República de 1931, en que se desmontó, había un escudo de Manuel Pérez de Minayo y Zumela, obispo de Badajoz desde 1755 hasta su muerte en 1779, el gran impulsor de la construcción del edificio. Estaba situado bajo la cornisa curva que cobija la portada. Actualmente está conservado en el Museo Arqueológico Provincial, aunque sin la mitra episcopal que lo timbraba, como vemos en la imagen.

Portada del Hospicio y Hospital Provincial a comienzos del siglo XX

La imagen de la Virgen de la Piedad, que aún se encuentra en la portada del edificio, era la del antiguo Hospital de la Piedad situado en el campo de San Juan. Está situada en una hornacina con arco de medio punto enmarcada por pilastras que sostienen un frontón triangular a modo de tejado a dos aguas con un angelote.












El cuerpo inferior el acceso al edificio se hace por un arco escarzano o corvado, reforzado con un dintel.

 El escudo real situado en el dintel es el de Carlos III. En muchos lugares se dice erroneamente que es el escudo de Fernando VI (1713-1759), que fue quién mandó erigir el Real Hospicio como vimos, pero mi tocayo murió dos años después de su mandato de 1757, y realmente se edificó ya durante el reinado de su medio hermano Carlos entre los años 1774 y 1780.

Puede observarse claramente los cuarteles correspondientes a los Ducados de Parma y Toscana introducidos en las reforma del escudo durante el reinado de Carlos III (1759-1788).

 El cuartel de los Ducados de Parma-Médicis (de oro y seis flores de lis de azur distribuidas de arriba a abajo, tres, dos y una) está en la parte izquierda central y el de Toscana-Farnesio (de oro y cinco roeles de gules distribuidos en el campo de arriba a abajo, dos, dos y uno, un tortillo de azur en jefe cargado de tres flores de lis de oro) en la parte derecha central. Representan su herencia italiana.



Carlos III también sustituye en el escudo el Collar de la Orden del Espíritu Santo (con su característica paloma) por el de la Orden de Carlos III, creada mediante Real Cédula de 19 de septiembre de 1771, manteniendo el Toisón de Oro, que es esa piel de cordero que cuelga de la parte inferior.

Otra diferencia es que partir de Carlos III,  las armas de Castilla, León y Granada ocupan la posición central en el escudo junto con el escusón con los lises de la casa de Borbón.
 
 Al escudo real le falta la corona, también desmontada en la República de 1931, de cuya época, sin embargo, se conserva los escudos republicanos con la corona mural labrada en las puertas de madera.






Tanto la corona real como el escudo de Minayo, como hemos dicho, están custodiados por el Museo Arqueológico Provincial. Sería interesante que en una futura restauración pudiesen volver estas piezas a su lugar original.




Funciones del Real Hospicio de Nuestra Señora de la Piedad

La primera era la de lactar y criar a los niños expuestos.

Después, se han de mantener y educar en él todos éstos y los demás pobres miserables y desamparados.

Y por último, se tenían que corregir y mantener los que se apliquen por las Justicias, o por aquellos a cuyo cargo esté su educación, en el caso que se puedan habilitar en la casa Hospicio departamentos para ello, y que sus rentas fueran suficientes.

Estaban separados los dos sexos, con oficinas de Fábricas de lana y lino, de Zapatería, de Carpintería y Sastrería, y Escuela de primeras letras, además de los correspondientes Dormitorios y Refectorios para el descanso y alimento.

Se les daba una ocupación honesta, además del servicio y limpieza de la casa, en las Fábricas de hilados y tejidos de paños groseros, picotes, estameñas y lienzos, según su edad, robustez, inclinación y disposición en estas manufacturas, señalándoles alguna tarea diaria.

Los enfermos del este Real Hospicio se pasaban para su curación al agregado Hospital de San Sebastián, y cuando moría alguno, se enterraba en el Cementerio o Campo Santo de dicho Hospital.

La vestimenta de los varones tenía que ser camisa interior de lienzo basto, chupa y calzón de los paños groseros que se labraban en dichas Fábricas, medias de lana, o en su lugar calcetas de hilaza, zapatos ordinarios, y un ropón del mismo paño pardo o de mezclilla, con su valona, y tenían que tener cosido al lado izquierdo un medallón con la efigie de nuestra Señora de la Piedad. Las mujeres podían ser vestidas con camisa del mismo lienzo, pañuelo de tela gruesa de algodón o lino, enaguas de bayeta, y jubón de estameña o picote pardo, procurándose que hubieran algunas basquinas y mantillas, para que fueran saliendo en algunos días festivos, con la licencia del Rector, acompañadas de la Superiora o Maestra, que debían cuidar de la compostura y juicio, para que viera el público la buena educación que se les daba.

Como hemos dicho, la lactancia de los Expósitos era el principal motivo de la fundación; por ello, para poder recogerlos, había tornos con su cuerda y campanilla, en casa y sitio proporcionado de los Partidos de Badajoz, Mérida, Llerena, Villanueva de la Serena, Zafra, Alcántara, Fregenal, Alburquerque y Jerez, en cuyas Casas-tornos tenían personas que cuidaban de vestir, limpiar y buscar prontamente quien les diera el pecho, o les administre otra especie de alimento, mientras encontraban Amas saludables. Había habitaciones dentro de estas mismas casas en que se podían ocultar las mujeres frágiles el tiempo preciso, hasta que salían del lance, guardando todo sigilo, para que de este modo no padeciesen deshonor ni hiciesen abortos, o infanticidios.

Los niños entregados eran bautizados aunque se dijese que ya lo estaban, incluso aunque trajesen su cédula de identidad. Se anotaban en un Libro, expresando el día, hora y nombre que traía la cédula que se le encontrase, y no habiéndola, el día en que se bautizó, y nombre que se le puso, y las señas por si fuera necesario averiguar su identidad, así como el nombre y habitación del Ama que se encargue de su lactancia.

En Badajoz se hacían mensualmente los pagos a las Amas en una Oficina del Real Hospicio, donde el Médico y Cirujano informaban sobre la salud de los Infantes, y sobre la buena o mala calidad de la leche de las Nutrices.

Los Expósitos podían ser cuidados por las Amas hasta que cumplieran los seis años (de los que tenían que lactar dieciocho meses). Por falta de educación, mala conducta, etc…, se le podía quitar el niño.  Si las Amas, llevadas del cariño y amor que esto engendraba, quisiesen quedarse con ellos, podían adoptarlos, siempre que estas y los maridos no fueran viciosos, blasfemos, ni obscenos, y que pudieran, aunque sea pobremente, criarles y mantenerles.

Cuando llegaban los niños varones a la edad de catorce años, se debía procurar darles destino, fuera del Hospicio, para que no le fueran gravosos, ni a ellos la perpetua reclusión, excepto los que fueran útiles en las manufacturas y Fábricas, para que estas no tuvieran decadencia, pero los que no fuesen necesarios se debían aplicar a las que hubiera en la Provincia, a los Astilleros y Arsenales, a las Fábricas de Lonas y Jarcias, al Real servicio, o reemplazo de Milicias o a la Marina.

Las niñas o mujeres Expósitas y Huérfanas tenían que ser educadas por Maestras útiles, ocupándolas en las labores propias de su sexo, como era coser las ropas, hilar, hacer calcetas de hilo, medias de lana, tejer lienzos, mantelerías, tranzaderas, cordones… Debían de permanecer en el Hospicio hasta la edad de quince años, y no debían salir de él sino para tomar estado con persona honrada, y que tuviera oficio, u otro arbitrio con que mantenerlas,  o para servir en alguna casa decente bajo sueldo mensual, o bajo el trato de vestirla y alimentarla, y pasados cinco años en su servicio, la tenía que dotar con la cantidad de cincuenta ducados.

Todos los últimos Lunes y Martes de cada mes se tenían que pelar los muchachos y hombres Hospicianos: en el Miércoles y Jueves inmediatos se registraban todos sus vestidos de lana por las mujeres del Hospicio, y en el Viernes y Sábado siguientes tenían que mirar y reconocer por dichas mujeres las tablas, jergones y demás ropas de las camas.

Los pobres del Hospicio de uno y otro sexo, así niños como adultos, se tenían que poner ropa limpia todos los Domingos. Todos los meses tenían que mudar calzones y demás ropa exterior, para que se refrescara la que se quitaban, y las mujeres pudieran registrarla y limpiarla con mayor facilidad.

La hora de levantarse de los Hospicianos y Hospicianas era desde primero de Octubre a las seis y media, y desde primero de Mayo a las cinco, y media de la mañana. Había por semanas dos individuos con el cargo de Despertadores, los cuales, luego de oir la hora señalada de cinco y media o seis y media, en voz clara cantarán el Alabado, a cuyas voces se vestían los demás, e hincados de rodillas se persignaban todos en comunidad, cantando el Trisagio y pasando luego a lavarse las manos y cara, y enseguida a barrer, limpiar y asear sus departamentos, para lo que también se destinaban por meses o semanas los que habían de cumplir con este servicio; y los demás pasaban a entretenerse en sus respectivos patios hasta las seis o las siete, según la estación del año, a la que se tocaba y acudían a Misa de comunidad, con separación de sexos; y concluida ésta, y dadas gracias a Dios, seguirá el desayuno, también en comunidad, hasta que se hiciese la señal de abrir sus oficios y talleres.
Todos los primeros días de cada mes se había de poner limpia una sábana de las dos que tenía cada cama, y lo mismo la almohada, y para el primer día de cada tres meses se tenía que mudar y poner el jergón limpio.

Los dormitorios de hombres y mujeres se tenían que barrer todos los días, y en cada dormitorio de hombres había un Celador; y en cada uno de los de mujeres una Celadora, para que cuidase del barrido, aseo y limpieza, y de que se hiciese las camas, y asimismo de impedir que en los dormitorios de hombres y mujeres hubiera fuego de braseros de noche o de día. También tenían que cuidar de la modestia, silencio, juicio y buen orden con que tenían que estar de noche las personas de su dormitorio.

Los referidos Celadores y Celadoras, y los Maestros y Maestras y Rectora tenían que cuidar de que todos los pobres se laven las manos y caras en la hora señalada, y que las mujeres se peinasen.

Los Refectorios se tenían que barrer todos los días por las mañanas y después de comer por aquellos y aquellas que respectivamente se señalase, y tenían que poner manteles limpios todos los Domingos.

Entraban por las mañanas en las Escuelas y Oficinas, después del desayuno, permaneciendo hasta que se tocase a comer; y por la tarde desde las tres hasta las siete, desde primero de Mayo hasta fin de Octubre, y desde primero de Noviembre hasta fin de Abril a las dos de la tarde hasta las cinco.

Se cantaba todos los días, una hora antes de comer, la Doctrina Cristiana por el Catecismo acostumbrado del Padre Gerónimo de Ripalda, llevando uno la voz, y repitiendo todos, para que de este modo la aprendiesen con más facilidad.

Desde primero de Noviembre hasta fin de Abril se tocaba a cenar a las ocho y desde primero de Mayo hasta fin de Octubre a las ocho y media, habiendo antes rezado todos en comunidad el Rosario, y cantado la Salve en los Sábados.

Los Niños y Jóvenes del Hospicio, si lo permitía el tiempo, salían juntos los Domingos y días de fiesta por la tarde con el Rosario por la calle, cantando devotamente, y después iban al campo.

Otro de los objetos que tenía el Hospicio, en virtud de la unión y agregación que tenía con los cuatro Hospitales, era la de recoger los Peregrinos y pobres caminantes, el costear sepultura a los que se entierran de Misericordia, y el curar y medicinar a los pobres que padezcan enfermedades, que exijan el remedio de las unciones. Se disponía de una sala y cocina a la entrada del Hospital de Concepción, e inmediata a el patio, para que en ella se hospedasen, por un máximo de tres días.

Los cuatro Hospitales llamados de la Piedad, Misericordia, Cruz y Concepción, por Real orden de doce de Abril de 1757, se agregaron al Real Hospicio, como vimos.

Siendo una de las obligaciones del Hospital de la Piedad el hospedar a los pobres Peregrinos, y no existiendo dicho Hospital, por haberse vendido, se previno una Sala para este objeto en el Hospital de la Concepción.

En el Hospital de la Santa Cruz, en la Primavera de cada año, se suministraba la curación de Unciones a Pobres Galicados, naturales de esta Provincia, en las piezas de el de la Concepción.

Se ponían carteles en los puestos públicos diez días antes de la entrada, convocando Enfermos, los que se presentarán con certificación de su pobreza, explicando su estado, naturaleza y vecindad en el día que señale el mismo cartel, y el Médico y Cirujano, reconocerán a el pretendiente,  inquirirán si es enfermedad propia de esta curación , y con su informe verbal se decretará allí por el Juez Conservador su admisión o exclusión, y por números irán colocándose en sus camas, y matriculándose en el Libro, que a este fin tenía el Administrador. 

Las Fábricas

Las Fábricas eran uno de los objetos principales de los Hospicios para dar honesta ocupación a los pobres de ambos sexos, para que sus manos ayudasen a su manutención, y para que, instruidos de estas elaboraciones, pudieran hacerse útiles.

Para el Establecimiento de la Fábrica de Tejidos había un Mayordomo que cuidaba los Telares, Tornos, instrumentos y demás muebles y materias de las Oficinas destinadas para dichas Fábricas, desmotado, lavado y cardado de Estambres de Lanas, y para los Tejidos groseros de Paños, Bayetillas y Sargas, que son los únicos artículos que se tejían; también eran buenos en el batanado, tundido y prensado , y en el tintado de las Telas por las sumas en que contribuía el Público, por ser el único refugio que tiene la Capital, y asimismo en los Hilados y Tejidos de Linos, Estopa y Cáñamo, y en los de labor para mantelería, de que hay mucha falta en esta Ciudad, y por lo mismo producía muy bien a el Hospicio,

La gran fama que tenía la Fábrica de Tintes, hacía que se mirase este ramo con la mayor atención, por haber sido de mucho el provecho que rendía a esa Real Casa. Para su fomento, desde su fundación, se estableció, que fuese a medias el producto entre el Maestro y el Hospicio, deduciendo primero los gastos, y de este modo seguirá mirando como parte de sueldo del Maestro de la Fábrica las utilidades que le rinde.

Las Ordenanzas de las Fábricas de Sastrería, Zapatería, Carpintería y Herrería decían:

Con el justo objeto de estimular la aplicación de los Niños Expósitos y Acogidos, observando ellos el premio que se les concede, y el aprecio que se hace de los que se adelantan en sus oficios, fomentándoles y haciéndoles capaces de subsistir por sí, con utilidad propia y del Estado, para evitar la corrupción de costumbres que se advierte en los que hasta aquí han salido a enseñarse fuera de la Real Casa con Maestros particulares : Y para que en algún tanto vayan acreciendo los fondos piadosos, o por lo menos no sean tan costosas las ropas, calzones, y demás obras indispensables, para reparar los edificios, se han establecido Escuelas de Sastrería, Zapatería, Carpintería y Herrería, en donde, sin salir de su propia Casa, y de la vista de sus Jefes, puedan los pobres aprender un oficio capaz de sostenerles, y al mismo tiempo radicarles mas y mas en la sana moral, y en las buenas costumbres.

Dentro del Real Hospicio había una Academia de Aritmética, Geometría práctica y Dibujo, con el fin de que los demás Maestros y Oficiales de dentro y fuera de la Real Casa se instruyesen en estas Artes, y pudieran perfeccionarse en sus oficios.

Hasta la siguiente historia...