Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

lunes, 24 de febrero de 2014

Lápidas sepulcrales musulmanas de Badajoz. 2ª parte: El ocaso de los almorávides



Vimos en la primera parte las lápidas conservadas del reino taifa de Badajoz, reino que desaparece en el año 1094.

Eran tiempos del último rey aftásida, Umar al-Mutawakkil. Ya vimos que cuando Alfonso VI conquistó Toledo en el año 1085, los reinos taifas pidieron ayuda a los almorávides saharianos de Yusuf, que derrotaron a Alfonso VI en la batalla de Zalaca en el año 1086. Yusuf tiene que regresar apresuradamente a África al morir su hijo.

En el año 1088 regresan los almorávides a la península, pero son derrotados en el cerco de la fortaleza de Aledo con la deserción de muchos de los reyes de las taifas musulmanas, lo que motivó que, en el tercer desembarco de 1090, el emir viniera con la decisión de destituirles a todos y quedarse él como único rey de todo al-Andalus.

Entre los años 1090 y 1092 caían en la órbita almorávide los reinos de Granada, Córdoba, Sevilla y otras pequeñas taifas del Sur y el Levante peninsular.

En Badajoz, al-Mutawakkil se veía acorralado entre la presión de Alfonso VI y la de los almorávides, intentando salvar la soberanía sobre su reino jugando a dos barajas. Después de colaborar con los almorávides en la conquista de Sevilla, pacta con Alfonso VI a cambio de las plazas de Lisboa, Sintra y Santarem, que son entregadas en el año 1093.

Los almorávides no se decidieron a atacar Badajoz por miedo a que Alfonso VI acudiera en su ayuda, y prefirieron utilizar el soborno y el descontento que había en la ciudad para tramar un complot.  En 1094 al-Mutawakkil fue detenido y asesinado en su traslado a Sevilla. Termina con el Reino de Badajoz la época más espléndida en la historia de nuestra ciudad.

Los almorávides acabarán recuperando gran parte de al-Andalus, pero las luchas con los cristianos son constantes.

Hacia el año 1125, un nuevo poder estaba surgiendo en el Magreb, el de los almohades.  El empuje bélico de los almohades comienza a imponerse en África en la década de 1130, lo que obligó a los almorávides a disminuir las fuerzas militares de la Península, lo cual es aprovechado por los cristianos.

En lo que a Badajoz respecta, podemos destacar que en 1134 se vuelve a dar una encarnizada batalla a las puertas de Badajoz, nuevamente cerca de Zalaca (Sagrajas), en el mismo lugar que la batalla del año 1086. Se enfrentaron importantes huestes cristianas reclutadas por nobles salmantinos, que habían devastado el territorio, haciéndose de abundante botín. Tasufin, futuro tercer emir almorávide, nieto de Yusuf, derrota nuevamente con su ejército a los cristianos.

En 1135 Alfonso VII, se corona Imperator totius Hispaniae, y al igual que el futuro primer rey de Portugal Alfonso Enríquez, redoblará la presión bélica hacia el Sur, reconquistando Coria en 1142.

En 1143 muere el emir almorávide Ali, sucediéndole su hijo Tasufin, que tiene que intentar hacer frente en África la imparable ofensiva almohade. Como al perro flaco todo se le vuelven pulgas, el muladí Ibn Qasi inaugura en agosto de 1144, en el Algarve, las rebeliones en al-Andalus contra los almorávides.

Bueno, este es el contexto en el que nos vamos a mover para poder entender mejor la información que tenemos de la lápida sepulcral de este periodo encontrada en Badajoz, y que temporalmente la podemos disfrutar en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz.

En las excavaciones hechas para las obras que se ejecutaban en el cuartel de la Bomba de Badajoz, que estaba situado en el baluarte de San Juan, hoy desaparecido, se encontraron en Octubre de 1876 dos lápidas de mármol con inscripciones arábigas.

Las lápidas fueron descubiertas en la obra para el ensanche del cuartel de la Bomba dirigida por el coronel, comandante de Ingenieros, Juan Quiroga. Se encontraron el 23 de octubre de 1876, a tres metros de profundidad, en terreno de acarreo, en la zanja practicada a espaldas de la cara izquierda del baluarte de San Juan, para cimiento del muro circular de entrada a las dependencias del citado cuartel, hacia donde estaba proyectada la cocina (Las obras fueron terminadas en 1881). Bajo las piedras se encontraron huesos, ladrillos rotos y dos candiles de barro también quebrados.  Al no encontrar más restos, se pensó que debía ser un sitio especial y privilegiado, y no un cementerio.

Estaban bastante bien conservadas, y parecía que eran epitafios de “personajes moros de importancia”. La Comisión de Monumentos reclamó las lápidas para el Museo, pero el coronel Quiroga dispuso que se trasladaran al Museo del Cuerpo de Ingenieros, para que pudieran trocarse con otros objetos del Museo Arqueológico Nacional.

Vamos a ver en esta ocasión la más antigua de las dos, dejando para una 3ª parte la otra lápida encontrada. Las dimensiones de esta primera piedra son 57 centímetros de alto, 28 de ancho y 3 de grueso. El capitán de Ingenieros, Carlos Vila, dibujó unos facsímiles, que fueron remitidos a la Comisión de Monumentos junto con certificados y la traducción hecha por el Padre Lerchundi.

La lápida es rectangular con los lados verticales más largos. Las epigrafías ocupan todo el cuerpo de la lápida, que está rodeada por un filete tallado en relieve. El texto tallado en relieve, se divide en 9 renglones separados por filetes igualmente tallados, en un cúfico simple muy evolucionado.



Una primera aproximación de la traducción de la lápida podría ser:

En el nombre de Dios clemente y misericordioso. Este es el sepulcro del mártir asesinado injustamente. Séale Dios misericordioso, Ubayd Allah ibn Mohamed ibn Ahmed, hijo del asesinado, de Mérida. Le mataron los almorávides, el día de su salida y esto sucedió el domingo día veintinueve del mes de Ramadán el Grande, del año de quinientos treinta y nueve.



En el texto, a los almorávides se les llama los mulattamun, los velados, es decir, los que llevan el litam, el velo, en el que uno de sus extremos pasa por debajo de la barba y cubre el rostro dejando al descubierto solamente los ojos, que no sólo protege las vías respiratorias y la parte baja cara del sol, sino que también impide la entrada por la boca de los malos espíritus.

Los almorávides adoptaron esta costumbre de llevar velo de los bereberes sanhaya, llevándolo en cualquier lugar, incluso en los entornos urbanos, como forma de mostrar sus credenciales puritanas. Prohibieron que nadie más pudiera portarlo, convirtiéndolo en la prenda distintiva de la clase gobernante almorávide.


Según la lápida, nuestro protagonista falleció a manos de los almorávides el 25 de marzo de 1145.

Como hemos avanzado, el muladí Ahmad ibn Qasi inauguró en agosto de 1144, en el Algarve, las rebeliones en al-Andalus contra los almorávides, haciéndose con el control de Mértola, dónde se proclama imán.

Ibn Qasi hace un llamamiento a la rebelión, al que responde Sidray ibn Wazir, que se hace con el control de Évora, e Ibn al-Mundir, que hace lo propio con Silves. Ambos conquistan después Beja por cuenta de Ibn Qasi, que pasa así a controlar el actual Algarve y gran parte del Alentejo portugués.

En octubre de 1144, Ibn Wazir y Ibn al-Mundir juran fidelidad a Ibn Qasi en Mértola, recibiendo el gobierno de Beja y de Silves respectivamente con sus territorios.

El 22 de febrero de 1145 muere el emir almorávide Tasufin combatiendo a los almohades, y el 3 de marzo de 1145, Ibn Hamdin, que se había rebelado contra los almorávides en Córdoba, se autoproclama emir.

Sidray ibn Wazir traiciona y rompe los lazos con Ibn Qasi, reconociendo a Ibn Hamdin como emir, a lo que responde Ibn Qasi enviando un ejército al mando de Ibn al-Mundir contra Sidray, que es derrotado, yendo después Sidray contra el propio Ibn Qasi al que le arrebata, ya en 1146, Mértola y Silves. Ibn Qasi huye a África a buscar el apoyo almohade. Sidray ibn Wazir se convierte en el Señor de Occidente.

Bueno, he intentado hacer un pequeño resumen de los acontecimientos que sucedieron alrededor de la fecha en que nuestro protagonista de la lápida muere, aunque es difícil establecer con toda seguridad los acontecimientos ya que, algunas veces, las fuentes se contradicen.

De la información que tenemos de la lápida, podemos extraer que nuestro protagonista difunto fue considerado un mártir, muerto por los almorávides, y que le mataron “el día de su salida”.

¿de la salida de quién?, ¿del difunto?, ¿de los almorávides?

Saavedra (1877) traduce “en día de perfidia y tribulación” en vez de “el día de su salida”, y Codera (1884) siguiendo esta traducción, interpreta que nuestro protagonista era de las huestes de Ibn Qasi y que tuvo la fatalidad de introducirse en Badajoz “para probar fortuna por su partido”, interpretación que también comparte Matías Ramón Martínez Martínez (1905).

Traducción del Padre Lerchundi
El Padre José Lerchundi traduce “el día de su salida” en vez de “en día de perfidia y tribulación” de Saavedra, siendo publicada esta traducción por Rodrigo Amador de los Ríos (1883), aunque en su propia traducción dice “en el día de la desolación y de espanto”.

Tomás Romero de Castilla publica en el catálogo del Museo de 1886 la traducción de Lerchundi, y en una carta de 1878 dirigida a la Real Academia de la Historia, interpreta que es el día que expulsan a los almorávides, en el contexto de la rebelión comenzada en el Algarve.

Nicolás Díaz y Pérez (1887) publica tanto la traducción de Amador de los Ríos como la de Lerchundi.

Lévi-Provençal (1931) lo traduce como “el día de la salida de ellos”, y Ramón Revilla (1932) lo traduce como “en día de turbulencia y espanto”.

Terrón Albarrán (1991), siguiendo la traducción de Lévi-Provençal, sostiene que Sidray ibn Wazir se hace al comienzo del año 1145 con el control de la ciudad de Badajoz, añadiéndola a sus dominios, suponiendo que esto se debe producir entre mediados de enero y finales de febrero de 1145, deduciendo que la muerte del difunto es a causa de un motín de los almorávides contra los seguidores de Sidray ibn Wazir.

M. Ángeles Pérez Álvarez (1992), que se basa en Lévi-Provençal y en Lerchundi, traduce “el día de su partida” e interpreta que el difunto debió morir al abandonar la ciudad de Badajoz sumida en conflictos. Maria Antonia Martínez Núñez (2013) también sostiene esta traducción, pero interpreta que son los almorávides los que salen de Badajoz.

Las fuentes árabes no dicen claramente cuando Badajoz se rebela contra los almorávides, o cuando pasa bajo el control de Sidray ibn Wazir, pero me inclino a pensar que esta lápida es la prueba de que pudo ser el 25 de marzo de 1145 el día del alzamiento, fecha de la muerte de nuestro protagonista, que se alzaría ese día contra los dirigentes almorávides de la ciudad, que intentaron en un primer momento sofocar la rebelión sin éxito y fueron expulsados. De hecho, es en el mes de Ramadán de este año, del 24 de febrero al 25 de marzo, cuando se da el alzamiento general en el resto de al-Andalus, pues, después de Córdoba, lo hace Murcia, después Valencia, y por los mismos días Málaga, Almería y otras muchas ciudades, según los cronistas.

A diferencia de cuando se crearon las primeras taifas del siglo anterior, en la que lo hicieron los jefes militares, ahora la revuelta contra los almorávides la encabezan los religiosos, jueces (qadíes) y hombres de letras.

El considerar a nuestro difunto como mártir refuerza la idea que las revueltas tienen un origen religioso.

Para terminar, como extraña curiosidad, me llama la atención que en el cuarto renglón empezando por arriba, esté borrado el término “Ibn” (hijo de) de la filiación “Ibn Ahmed”, y que sobre esta filiación, está escrito en caracteres más pequeños el texto “hijo del asesinado” (ibn al-maqtul).

Finaliza este renglón con al-Maridi, lo que podría indicar que debió ser natural de Mérida, o de familia de Mérida.


Espero volver pronto con la siguiente lápida…


sábado, 21 de diciembre de 2013

Lápidas sepulcrales musulmanas de Badajoz. 1ª parte: Reino de Badajoz


Mil años hace.
Sabur, gobernador de la región occidental Al-Tagr al-Adna, la Marca Inferior, seguía los pasos de otras coras (provincias) de Al-Ándalus, y se independizaba del califato de Córdoba proclamándose hayib. Nacía así en el año 1013 el reino de Badajoz.

Retrocedamos un poco. El que será llamado Abderramán III (891-961), después de ser proclamado emir de Córdoba (912), dentro de las medidas para restablecer el orden interno del emirato, introdujo en la corte cordobesa a los saqalibah o eslavos, esclavos de origen europeo, con la intención de introducir un tercer grupo étnico y neutralizar así las continuas disputas que enfrentaban a sus súbditos de origen árabe con los de origen bereber.

Ya como califa, en 930 Abderramán III recuperó el control sobre la ciudad y el territorio de Badajoz, que hasta ese momento era controlado por los marwánidas, descendientes del fundador de la que será la ciudad árabe de Badajoz, levantado sobre un antiguo hisn al que llegaron por primera vez en el año 875. La cerca defensiva de adobe fue derribada para asegurar la sumisión de la ciudad.

Con las luchas por el poder en tiempos del califa Hisham II (965-1013) el poder omeya va a llegar a su ocaso definitivo. En el periodo 1009-1031 habrá 9 califas en medio de una anarquía total que traería la independencia paulatina de las taifas. Badajoz, bajo el mandato de Sabur, uno de los saqalibah o eslavos introducidos por Abderramán III hizo lo propio en Badajoz en el año 1013, y es por ello que este año celebramos el milenario del reino de Badajoz.

De Sabur, nos ha quedado su lápida sepulcral de mármol que observamos en la foto inicial, conservada en el Museo Arqueológico Provincial de la Alcazaba. Mide 0,41 m por 0,35 m, y fue encontrada en 1880 al tirar las rasantes para las obras del paseo de convalecientes, entonces en construcción, del Hospital Militar de Badajoz de la Alcazaba, y actual Biblioteca de Extremadura.

El oficial Sr. Moreno, que prestaba servicio en el Hospital Militar, cedió la lápida a D. Eduardo García Florindo, que se la vendió a  D. Luis Villanueva. Pasó en herencia a D. José Mendoza Botello, que la donó al museo arqueológico al comienzo de 1939.

 El epitafio, que está tallado sobre esta estela tabular con la parte superior arqueada, presenta un cúfico simple de tradición cordobesa, aunque con rasgos arcaizantes y mayor rigidez en su factura. El contenido de la lápida es típico de las inscripciones funerarias andalusíes en las ciudades.
En el nombre de Allah, el clemente, el Misericordioso,
éste (es) el sepulcro de Sabur el háchib, compadézcase de él
Allah. Murió en la noche del jueves
a diez noches pasadas de xaâba
del año tres y diez y cua
tro cientos (413); y testificaba
que no (hay) Dios sino Allah

 La fecha corresponde al 9 de noviembre del año 1022.
 
Sabur dejó confiada la tutela de sus dos hijos menores a su hombre de confianza Ibn al-Aftas, pero lejos de guiarlos al trono, se autoproclamó rey de Badajoz, adoptando el título de Al-Mansur o Almanzor (1022-1045 d.C.). Con Ibn al-Aftas se inicia la dinastía de los Aftásidas, que durará hasta el año 1095 en que fue derrocada por los almorávides.
 
En el museo arqueológico tenemos una estela en forma de dintel, o de friso, que perteneció al sepulcro de al-Mansur. Tiene una longitud de 1,11 m; un ancho de la cara en que tiene la inscripción de 17 cm y un grueso de 30 cm.

Esta inscripción arábiga, de un solo renglón en caracteres cúficos florido tallado en relieve, dice así: “Este es el sepulcro de Almanzor, apiádese Dios de él; murió año de siete y treinta [y cuatrocientos] (1045)”.
La palabra cuatrocientos no aparece por estar incompleta la lápida en la parte final izquierda de la inscripción (recordar que en la escritura árabe se escribe de derecha a izquierda, además de que es cursiva, enlazándose las letras unas con otras formando, siempre que sea posible, un trazo continuo llamado habitualmente ductus. Algunas letras pueden unirse tanto a la que les precede como a la que les sigue. Otras sólo pueden unirse a la anterior, pero no a la siguiente, rompiendo así la continuidad del trazo).
Fue encontrada en la Alcazaba en abril de 1883, al practicar unas excavaciones y ejecutar obras de reparo en la sala de autopsias del Hospital Militar. Estaba empotrada en un muro de ladrillo, sobre un arco de los subterráneos, a un metro de profundidad del suelo. Se llevó al museo arqueológico. Tenía restos de cal y barro. 

Originalmente debió estar emplazada en una pequeña Mezquita árabe (probablemente la entrada a la rawda o Panteón de los reyes árabes de Badajoz), que se conservaba aun en pie hasta el primer tercio del siglo XIX, según testimonio de D. Gerónimo Mendaña, maestro ebanista, el cual se encontraba en el Museo cuando fue llevada la lápida, y dio testimonio de haber visto muchas veces dicha Mezquita. Debió formar cuerpo con la Iglesia de Santa María de Calatrava como después veremos. 

Como hemos dicho, este dintel debía formar parte originariamente del sepulcro del Al-Mansur, y debía ser una versión resumida del epitafio de otra lápida desaparecida. 

Sobre esta lápida perdida de Al-Mansur, sabemos que hacia el año 1809, un canónigo llamado D. Manuel de la Rocha, sacó copia fiel de una inscripción árabe que se veía entonces en una “iglesia abandonada dentro del castillo de Badajoz”. En 1865, el ya citado Sr. D. Luis Villanueva, ilustrado correspondiente de la Real Academia de Historia, envió el dibujó original a D. José Moreno Nieto, quien se apresuró a traducirla, siendo publicada por el Sr. Barrantes, primero en la pág. XXXV de su prólogo a los Discursos patrios de Dosma Delgado [1870], y después en la pág. 317 del tomo I de su Aparato bibliográfico para la historia de Extremadura. En árabe ha sido impresa casi en totalidad por el Sr. Codera en la pág. 359 del tomo IV del Boletín de la Academia. 


La traducción del primero, dice así: “En el nombre de Dios piadoso, misericordioso. Este es el sepulcro de Almanzor Abdallah—ben—Mohamed—ben—Maslama, apiádese Dios de él y del que haga oración en su favor. Murió el Martes 19 de Chumada 2º del año 437 (30 de Diciembre de 1045)”. La traducción de D. Eduardo Saavedra, difiere poco de la anterior: “En el nombre de Dios, clemente y misericordioso. Este es el sepulcro de Almanzor Abdalá, hijo de Mohámmed, hijo de Maçlama; apiádese Dios de él y de quien pida para él su clemencia: murió en la noche del martes once noches por andar de chumada postrero del año cuatrocientos treinta y siete, que fue el día penúltimo de diciembre.


Es singular que en la inscripción se anote la correspondencia de las fechas mahometana y juliana.
Con el dibujo de la inscripción vino una nota: “En el castillo de la ciudad de Badajoz hay una iglesia antigua que llaman Calatrava, aunque en ella no se ve insignia alguna de esta orden; se halla sin uso y no se tiene noticia de cuándo le tuvo: está bien reparada por haber servido en distintos tiempos para guardar pólvora y otros pertrechos de guerra. Dentro de esta iglesia hay una puerta tapiada por donde, al parecer, se subía a la torre; sobre dicha puerta se ve una piedra de alabastro con los caracteres aquí dibujados, que su relieve será el grueso de un peso fuerte. Tocándola sonaba hueco, y creyendo sería sepulcro, y este su epitafio, se levantó la piedra, pero solo se halló una alhacena sin señal alguna de haber estado depositado en ningún tiempo cadáver alguno”.

Esta lápida, por lo tanto, se quitó de su sitio aún antes de que el edificio fuese demolido y desapareció. En la demolición de este edificio se debió caer y desportillarse por un extremo la piedra con inscripción árabe de 70 cm de largo por solos 13 de ancho, que se halló al hacer las excavaciones de 1883 y que se conserva en el museo. 

La lápida primeramente conocida era con seguridad el epitafio, y la sencilla y concisa del museo debió ser un letrero que en la fachada declarase el carácter y destino del edificio. Tal vez, por estar cubierto con cal o yeso, no fue reparado por nadie este pequeño recuerdo histórico, que confirma el contenido de la lápida perdida. 

En el año de 1845 la Junta de Monumentos dispuso hacer unas excavaciones en la Iglesia de Santa María de Calatrava, ya arruinada, donde, según la expresión del Vocal encargado de practicarlas, D. Nicolás Giménez, “existían hacía poco tiempo algunas lápidas con inscripciones árabes». Aun cuando las excavaciones se profundizaron hasta 15 o 16 pies [4’20 a 4’48 metros], encontrándose tres pavimentos de diferentes épocas, el más antiguo, de la árabe, columnas, capiteles y basamentos, las lápidas no fueron entonces descubiertas. 

Es posible que, oculta la inscripción con una capa de cal y barro, de la que conservaba señales cuando llegó al Museo, no hicieron los Investigadores alto en ella, tomándola por el dintel de una portada, como, en efecto, tal era su colocación cuando fue descubierta en 1883. 

La iglesia de Calatrava fue edificada con todas las paredes de piedra y tenía tres naves, con arcos de ladrillos descansando sobre pilastras de mármol, y encima de ellas tapiería de tierra con hormigón de cal. El cuerpo de la iglesia estaba cubierto con madera, cabrios y cañas con sus tijeras entrantes a tejavana. 

 La iglesia debió abandonarse a finales del siglo XV o primera veintena del XVI, ya que en 1530 ya no tenía feligreses. En 1567 el cuerpo de la iglesia ya estaba descubierto. La capilla era de bóveda y en el arco toral, que era de ladrillo, tenía una reja de palo con una cruz encima, con sus puertas con cerradura y llave. En el cuerpo de la iglesia había tres portadas de arcos de ladrillo, dos cerradas y la otra tenía unas puertas de castaño con su clavazón de hierro, con cerrojo y cerradura por fuera, y aldaba por dentro, y cuatro aldabos [gradas] de ladrillo y piedra por donde se baja para entrar en la iglesia. 

A la derecha de dicha puerta había una portada pequeña debajo de un arco de ladrillo, por donde se entraba a una habitación pequeña que estaba debajo de la torre que servía de sacristía. En 1567 vivía una mujer que barría la iglesia. La torre era de cantería y de mampuesto de piedra y ladrillo y cal, y no había escalera para subir a ella, y encima del arco toral estaba el esquilón con su cadena. 

La iglesia estaba solada de ladrillo, pero en 1567 la nave de en medio estaba por algunas partes solada y por otras partes no, y las otras dos partes estaban llenas de tejas que se habían caído del tejado y lleno de hierba, y la pila de bautizar estaba ciega, que es de ladrillo y cal.  

Al lado de la Epístola, es decir,  en el lado derecho desde el punto de vista de los fieles mirando hacia el altar, había una alacena pequeña de piedra de mármol y encima de ella una piedra de mármol llena de letras antiguas.

En el siglo XVI al describir los arcos de ladrillo que había sobre las columnas de mármol, decía que eran como los de la mezquita de Córdoba. 

En este lugar pudo estar la Rawda o cementerio principesco de la alcazaba. 

Tras la guerra de la Independencia se producen una serie de reparaciones del Hospital Militar, pero no es hasta el proyecto de Manuel Ubiña de 1850, que se construyen dos crujías reaprovechando parte de los muros existentes, obra que finaliza en 1853. Es el proyecto de Javier Ortiz de 1859 el origen del aspecto y diseño del actual edificio, en el que se absorbía la torre de la iglesia de Santa María la Real. En 1857 dicha iglesia servía de almacén de paja del hospital, aunque la titularidad era del Ayuntamiento. Solicita la cesión del edificio para prisión militar, cosa que se acepta. Poco después se solicita la cesión del inmueble para incorporarlo a la estructura del Hospital, cosa que se hace a cambio de la reparación de la torre de Espantaperros. En 1864 las obras ya están completas. Los muros que sustentan las crujías, de 1 metro de espesor, se asientan en unos cimientos macizos de entre 3 y 6,5 metros de profundidad hasta alcanzar la caliza del terreno, atravesando escombros. 

Según Amador de los Ríos esta inscripción desapareció al construirse una nueva planta del Hospital Militar y supone que fue utilizada en la cimentación del mencionado edificio. 

Según Vicente Barrantes, las columnas de la iglesia se utilizaron como pedestales del alumbrado público y las sepulturas de los reyes moros se utilizaron en la cimentación del Hospital militar. La losa sepulcral se ha perdido hacía pocos años. Unos dicen que se metió en el cimiento del Hospital, donde se “aprovecharon” muchas piedras romanas y árabes, y otros en una cisterna de la calle Granado. 

Tanto el epitafio de Sabur como el dintel con el de al-Mansur forman parte del escaso número de inscripciones funerarias que se han conservado de soberanos musulmanes de al-Ándalus. 

Tomás Romero de Castilla dice que apareció otra lápida de piedra negra o azul, muy fina y muy pulimentada, con caracteres semejantes a los de las otras dos. Salió partida en cuatro pedazos, siendo triturada para aprovechar los cascotes en la obra del jardín que se estaba construyendo. Probablemente era una lápida sepulcral de alguno de los otros reyes de Badajoz...