En esta entrada quiero viajar a aquellos años del Badajoz que comenzaba el primer milenio, cuando Badajoz estaba en su mayor apogeo, cuando sus calles eran bulliciosas, cuando la cultura rebosaba por los cuatro costados de su Alcazaba, cuando Badajoz era reino, cuando su nombre traspasaba fronteras…
Para esta ocasión, para ayudarnos en este viaje, he querido rescatar un texto de Francisco Vaca Morales (1891-1969), sacado de su libro recopilatorio "Al lado del Guadiana" de 1943.
Esta es quizás una faceta algo desconocida del que fue arquitecto municipal. Su huella todavía queda en su casa modernista de la calle Menacho, el edificio de la UGT (antigua cámara urbana), la iglesia para la Parroquia de San Roque, el Seminario Diocesano de la Cañada de Sancha Brava… o sus remodelaciones de Puerta Palma y su entorno, Puerta Pilar e Iglesia de Santo Domingo.
En el prólogo del libro, López Prudencio destaca de Vaca Morales su "facultad de penetrar con profundidad en el fondo de las bellezas que se esconden en el alma de las cosas que nos rodean y que suelen pasar inadvertidas para la vulgaridad de las gente", describiendo sus páginas como un "buceo delicado y paciente en las cendras recónditas de las bellezas, los encantos del alma de nuestro pueblo".
He de advertir que aunque se ve en Vaca Morales un profundo conocimiento de nuestra historia, es verdad, que mezcla algunas personas y lugares que no son contemporaneos, pero no por ello pierde el texto la esencia importante de hacernos soñar con el Badajoz del siglo XI. Animo a algún paciente lector a entresacar, en los comentarios, estas "licencias" que se toma Vaca Morales en sus descripciones.
"En aquellos años de Mil y tantos de la juventud el siglo once, el Bataliús, la ciudad mora y rica en lo alto del cerro que deja caer rápidamente sus laderas escarpadas hacia los dos ríos, era un armonioso conjunto encantador de vida cultural, de fe religiosa, de poderío militar y de arte depurado. Calles estrechas y onduladas como sierpes cruzaban el cerro en todas direcciones, limitadas por casas de fachadas planas, de blanco deslumbrador, con huecos pequeños y geminados de arcos de ladrillo rojo sobre la delgada columna central de mármol blanco y capitel calado con el trépano, ajimeces encuadrados en ornamentación de filigrana, alféizares de azulejería menuda, verdes celosías de maderas cruzadas, escaleras al exterior, balcones de mirador cerrado con tablas de taraceas, arcos que cruzan la calle, suelos empedrados con los redondos royos del río y enlosado central de lanchas planas de las canteras del cerro del frente, tiendas en las puertas, calles en sombra que terminaban en los torreones cuadrados de las murallas que, en su euritmia de planos almenados, presentan el prestigio de su poderío y belleza.
En lo alto, emergía el conjunto de los grandes edificios de la medina oficial, religiosa y real con todo el esplendor que correspondía al muy poderoso señor el rey Mudaffar, el magnífico de los Aftásidas, tercero de su estirpe y dinastía, cuyos dominios de taifas se extendían hasta El – Algar, siguiendo a todo lo largo del tranquilo y caudaloso Guad-el-Annas y por las orillas del turbulento Tajo hasta el gran mar, donde terminaba el mundo. El Bataliús era una ciudad de realeza, medina koránica, acrópolis guerrera, corte de arte y cultura: la Gran Mezquita, patio de naranjos y limoneros, fuente ritual de abluciones que precede a la nave de columnas y arcos enlazados en herradura, ante el sagrario del mhirab ornamentado de las frases del korán, de que no hay más que un Dios y que sólo Él es vencedor, escritas con las bellas letras estilizadas en oro sobre fondos azules de cobalto y rojos de bermellón.
La gran Alcazaba militar, amurallada y con los airosos salientes de las torres albarranas y los apéndices de las puertas en ángulo doblado, propicias a la fácil defensa de la entrada. Más arriba, el palacio del Mexuar, con gran sala del consejo, de alto techo en forma de barca volcada y tribuna para el público, cuando se utilizaba como sala de justicia, destacándose en su frente, el relieve de la mano simbólica de los cinco dedos representativos de los cinco preceptos fundamentales del korán, mandamientos de sabiduría y caridad. En el centro de la ciudad oficial, en la parte más alta, destacaba el palacio real, en una composición exterior de torres flanqueando muros y puertas y en un interior de patios de arquerías labradas y caladas y salas de bóvedas en cúpula por donde se filtraba la luz a través de las celosías que daban a los jardines del rey, esmaltados azulejos en las albercas y en las fuentes rodeadas de cipreses. Palmeras, mirtos y arrayanes, jazmineros y madreselvas bordeando los paseos de suelo de ladrillo y de canto y piedras menudas, por los que cruzaba el lento andar de las altas grullas de penacho blanco sobre seda de ceniza y el arco iris de las abiertas colas en abanico de los majestuosos pavos reales.
Y al final, fuera de murallas, allá en un apendiz, enlazada por el alto paso entre doble fila de almenas, bella y airosa, la gran torre octogonal, de esbelto minarete abierto y cuadrado, sosteniendo el alto mástil de lanza terminado en media luna, en que se mueve, con ondulaciones de mar, la bandera verde del profeta.
Era este día de gran fiesta y el poderoso rey aceptaría el pleito homenaje de los súbditos, la nobleza, el ejército, los sacerdotes, el pueblo y los embajadores de los reyes vecinos, en ocasión de fechas marcadas para este jemis, día segundo de la luna de Ramazán de este año de la hégira.
Al salir el sol, cuando la gran torre se destacaba en silueta oscura sobre el fondo del cielo de oriente nacarado por resplandores de amanecer, ya el gentío llenaba el zoco de abajo en la puerta porticada fuera de murallas, pasada la gran puerta de arco de piedras, en donde por acertado capricho conservador, incrustaron un bello capitel romano de mármol blanco, zoco abigarrado, de griterío gutural de gentes que vinieron de la vega baja con toda la abundancia derramada de las huertas de las llanuras y los ejidos entre ríos, regadas en completa red de acequias en cintas de agua canalizada, vertidas por las norias de ruedas de madera, como grandes ruecas de hilanderas medievales sentadas a la puerta de cabañas de cuentos de hadas. Toda la gran plaza era zoco de la rica ciudad y sus campiñas: canastos de mimbres oscuras rebosando el fino terciopelo de los higos morados, las redondas ciruelas amarillas reventadas de tanto azúcar, las uvas color de cera cubiertas todavía del impalpable polvo protector en grandes racimos de conos invertidos, los melones de un amarillo de cadmio en forma de huevos alargados y las barrigonas sandías en un tesoro de amaranto salpicado de manchitas negras, guardado entre las turgentes cáscaras verdes. Todo el sol que cae sobre las tierras que rodean la ciudad, que se hace agua dulce a través de las raíces trabajadoras. Gritos de vendedores con chilabas pardas y babuchas amarillas y de mujeres envueltas de blanco, cara tapada y grandes sombrerotes picudos de paja trenzada, que ofrecen telas de colores vivos y zapatillas de tafilete con fantasías, rojizos montones de cacharros de arcilla de la vega en revuelta alfarería, cazuelas y barreños de madera vaciados de los troncos de encinas de Albalá, pellejos grasientos hinchados con el limpio aceite dorado de los olivos del cedeño, grandes panes tostados, color de canela, de los trigos de las Cuestas de Orinaza, cestos con huevos y gallinas javadas de La Corchuela junto a la belleza incomparable de los orgullosos gallos de gran cola azul metálico y crestas de escarlata caída sobre la cabeza barbada de los colgantes marmellas color de tomate. Jaulas de cañas con los conejos de las madrigueras de Bótoa, doradas carpas y bordillos grises del charco de Jamaco, arroz de las pantanosas márgenes del Rivillas, naranjas y limones de los pequeños valles del Zapatón y colgando de ganchos de madera los grandes pedazos de carnes de borregos de Sagrajas, sacrificados con arreglo al precepto koránico. Los ochavos de cobre, los zequíes de plata pasan de mano en mano, interrumpidos, a veces, por el sonido inconfundible de las monedas de oro, pequeñas y delgadas, mandadas acuñar por los aftásidas de Badajoz. Los compradores tropezando unos con otros, abriéndose paso a codazos, cargados de cestas, sacos y talegas con las típicas alfojas árabes, marchaban por las callejas que bajaban a los llanos o subían despacio para la rampa de la puerta que mira al río, protegida por la coracha escalonada sobre la ladera.
En la ciudad alta, en el alcázar de maravilla, el gran rey Mudaffar ha rezado las primeras oraciones de la salida del sol, y está ahora en la sala que guarda su biblioteca de amante y protector de las bellas literaturas. Sobre largos estantes de madera de ciprés se alinean los libros que le consuelan cuando, a veces, no le es propicia la suerte de sus batallas y su espíritu delicado se siente sumergido en la melancolía.
Son libros traídos de la desmembrada biblioteca cordobesa de Hixem, de los centros culturales de Damasco y de Fez, y algunos meditados y formados en nuestro Bataliús. Hojas de papel oriental cosidas formando tomos y volúmenes, algunos forrados con pieles suaves, largos pergaminos arrollados en finas varillas de madera pulimentada o de marfil tallado, colocados en cilindros de bronce como macetas o cortos morteros, tablas delgadas cubiertas de letras enlazadas en negros caracteres, telas preparadas para conservar la escritura, cajas con hojas sueltas de papel y cartulina, pedazos de cuero al estilo de los cordobanes, con letras en relieve, y algunas láminas de bronce o plata con escritura grabada con punzones de acero. En lugar preferente estaban colocadas las obras de los escritores de Badajoz y de su reino. La gran enciclopedia escrita por el mismo Mudaffar, en cincuenta volúmenes, y a la que había puesto el título de Memoria; los libros de Abdalos, el que fue valí de Badajoz en la época de califato y prefirió la soledad ascética en el Algarbe a los honores de la corte; los escritos de gran cultura y eruducción de Benasafar; el Libro del ornato de las Asambleas, de Abenadelbar; las Poesías de Zaidum y las delicadezas de la Despedida, de Ben Chaj. Todas las creaciones de la pléyade de sabios, eruditos y poetas de Badajoz. En lugar oculto, que sólo el rey conocía, estaban otros escritos del mismo Mudaffar, algunas poesías de tristeza y dolor por el luto de la ciudad cuando la nobleza murió en la cruel lucha contra Motamid, el rey de Sevilla, que arrasó todos los alrededores de la ciudad y alguna composición de gran intimidad personal en que parecía lamentarse de su probable origen berebere. La cultivada sensibilidad del rey de Badajoz encontraba en estos libros y en el ambiente de sabiduría y sentimentalismo de su biblioteca un descanso de sus preocupaciones políticas, guerreras y familiares.
Muchas noches le interrumpió sus lecturas y meditaciones un rayo de luna que entraba por el ajimez abierto, al descender el disco de plata su camino en las aguas del río, allá por Madrevieja." […]
Para esta ocasión, para ayudarnos en este viaje, he querido rescatar un texto de Francisco Vaca Morales (1891-1969), sacado de su libro recopilatorio "Al lado del Guadiana" de 1943.
Esta es quizás una faceta algo desconocida del que fue arquitecto municipal. Su huella todavía queda en su casa modernista de la calle Menacho, el edificio de la UGT (antigua cámara urbana), la iglesia para la Parroquia de San Roque, el Seminario Diocesano de la Cañada de Sancha Brava… o sus remodelaciones de Puerta Palma y su entorno, Puerta Pilar e Iglesia de Santo Domingo.
En el prólogo del libro, López Prudencio destaca de Vaca Morales su "facultad de penetrar con profundidad en el fondo de las bellezas que se esconden en el alma de las cosas que nos rodean y que suelen pasar inadvertidas para la vulgaridad de las gente", describiendo sus páginas como un "buceo delicado y paciente en las cendras recónditas de las bellezas, los encantos del alma de nuestro pueblo".
He de advertir que aunque se ve en Vaca Morales un profundo conocimiento de nuestra historia, es verdad, que mezcla algunas personas y lugares que no son contemporaneos, pero no por ello pierde el texto la esencia importante de hacernos soñar con el Badajoz del siglo XI. Animo a algún paciente lector a entresacar, en los comentarios, estas "licencias" que se toma Vaca Morales en sus descripciones.
"En aquellos años de Mil y tantos de la juventud el siglo once, el Bataliús, la ciudad mora y rica en lo alto del cerro que deja caer rápidamente sus laderas escarpadas hacia los dos ríos, era un armonioso conjunto encantador de vida cultural, de fe religiosa, de poderío militar y de arte depurado. Calles estrechas y onduladas como sierpes cruzaban el cerro en todas direcciones, limitadas por casas de fachadas planas, de blanco deslumbrador, con huecos pequeños y geminados de arcos de ladrillo rojo sobre la delgada columna central de mármol blanco y capitel calado con el trépano, ajimeces encuadrados en ornamentación de filigrana, alféizares de azulejería menuda, verdes celosías de maderas cruzadas, escaleras al exterior, balcones de mirador cerrado con tablas de taraceas, arcos que cruzan la calle, suelos empedrados con los redondos royos del río y enlosado central de lanchas planas de las canteras del cerro del frente, tiendas en las puertas, calles en sombra que terminaban en los torreones cuadrados de las murallas que, en su euritmia de planos almenados, presentan el prestigio de su poderío y belleza.
En lo alto, emergía el conjunto de los grandes edificios de la medina oficial, religiosa y real con todo el esplendor que correspondía al muy poderoso señor el rey Mudaffar, el magnífico de los Aftásidas, tercero de su estirpe y dinastía, cuyos dominios de taifas se extendían hasta El – Algar, siguiendo a todo lo largo del tranquilo y caudaloso Guad-el-Annas y por las orillas del turbulento Tajo hasta el gran mar, donde terminaba el mundo. El Bataliús era una ciudad de realeza, medina koránica, acrópolis guerrera, corte de arte y cultura: la Gran Mezquita, patio de naranjos y limoneros, fuente ritual de abluciones que precede a la nave de columnas y arcos enlazados en herradura, ante el sagrario del mhirab ornamentado de las frases del korán, de que no hay más que un Dios y que sólo Él es vencedor, escritas con las bellas letras estilizadas en oro sobre fondos azules de cobalto y rojos de bermellón.
La gran Alcazaba militar, amurallada y con los airosos salientes de las torres albarranas y los apéndices de las puertas en ángulo doblado, propicias a la fácil defensa de la entrada. Más arriba, el palacio del Mexuar, con gran sala del consejo, de alto techo en forma de barca volcada y tribuna para el público, cuando se utilizaba como sala de justicia, destacándose en su frente, el relieve de la mano simbólica de los cinco dedos representativos de los cinco preceptos fundamentales del korán, mandamientos de sabiduría y caridad. En el centro de la ciudad oficial, en la parte más alta, destacaba el palacio real, en una composición exterior de torres flanqueando muros y puertas y en un interior de patios de arquerías labradas y caladas y salas de bóvedas en cúpula por donde se filtraba la luz a través de las celosías que daban a los jardines del rey, esmaltados azulejos en las albercas y en las fuentes rodeadas de cipreses. Palmeras, mirtos y arrayanes, jazmineros y madreselvas bordeando los paseos de suelo de ladrillo y de canto y piedras menudas, por los que cruzaba el lento andar de las altas grullas de penacho blanco sobre seda de ceniza y el arco iris de las abiertas colas en abanico de los majestuosos pavos reales.
Y al final, fuera de murallas, allá en un apendiz, enlazada por el alto paso entre doble fila de almenas, bella y airosa, la gran torre octogonal, de esbelto minarete abierto y cuadrado, sosteniendo el alto mástil de lanza terminado en media luna, en que se mueve, con ondulaciones de mar, la bandera verde del profeta.
Era este día de gran fiesta y el poderoso rey aceptaría el pleito homenaje de los súbditos, la nobleza, el ejército, los sacerdotes, el pueblo y los embajadores de los reyes vecinos, en ocasión de fechas marcadas para este jemis, día segundo de la luna de Ramazán de este año de la hégira.
Al salir el sol, cuando la gran torre se destacaba en silueta oscura sobre el fondo del cielo de oriente nacarado por resplandores de amanecer, ya el gentío llenaba el zoco de abajo en la puerta porticada fuera de murallas, pasada la gran puerta de arco de piedras, en donde por acertado capricho conservador, incrustaron un bello capitel romano de mármol blanco, zoco abigarrado, de griterío gutural de gentes que vinieron de la vega baja con toda la abundancia derramada de las huertas de las llanuras y los ejidos entre ríos, regadas en completa red de acequias en cintas de agua canalizada, vertidas por las norias de ruedas de madera, como grandes ruecas de hilanderas medievales sentadas a la puerta de cabañas de cuentos de hadas. Toda la gran plaza era zoco de la rica ciudad y sus campiñas: canastos de mimbres oscuras rebosando el fino terciopelo de los higos morados, las redondas ciruelas amarillas reventadas de tanto azúcar, las uvas color de cera cubiertas todavía del impalpable polvo protector en grandes racimos de conos invertidos, los melones de un amarillo de cadmio en forma de huevos alargados y las barrigonas sandías en un tesoro de amaranto salpicado de manchitas negras, guardado entre las turgentes cáscaras verdes. Todo el sol que cae sobre las tierras que rodean la ciudad, que se hace agua dulce a través de las raíces trabajadoras. Gritos de vendedores con chilabas pardas y babuchas amarillas y de mujeres envueltas de blanco, cara tapada y grandes sombrerotes picudos de paja trenzada, que ofrecen telas de colores vivos y zapatillas de tafilete con fantasías, rojizos montones de cacharros de arcilla de la vega en revuelta alfarería, cazuelas y barreños de madera vaciados de los troncos de encinas de Albalá, pellejos grasientos hinchados con el limpio aceite dorado de los olivos del cedeño, grandes panes tostados, color de canela, de los trigos de las Cuestas de Orinaza, cestos con huevos y gallinas javadas de La Corchuela junto a la belleza incomparable de los orgullosos gallos de gran cola azul metálico y crestas de escarlata caída sobre la cabeza barbada de los colgantes marmellas color de tomate. Jaulas de cañas con los conejos de las madrigueras de Bótoa, doradas carpas y bordillos grises del charco de Jamaco, arroz de las pantanosas márgenes del Rivillas, naranjas y limones de los pequeños valles del Zapatón y colgando de ganchos de madera los grandes pedazos de carnes de borregos de Sagrajas, sacrificados con arreglo al precepto koránico. Los ochavos de cobre, los zequíes de plata pasan de mano en mano, interrumpidos, a veces, por el sonido inconfundible de las monedas de oro, pequeñas y delgadas, mandadas acuñar por los aftásidas de Badajoz. Los compradores tropezando unos con otros, abriéndose paso a codazos, cargados de cestas, sacos y talegas con las típicas alfojas árabes, marchaban por las callejas que bajaban a los llanos o subían despacio para la rampa de la puerta que mira al río, protegida por la coracha escalonada sobre la ladera.
En la ciudad alta, en el alcázar de maravilla, el gran rey Mudaffar ha rezado las primeras oraciones de la salida del sol, y está ahora en la sala que guarda su biblioteca de amante y protector de las bellas literaturas. Sobre largos estantes de madera de ciprés se alinean los libros que le consuelan cuando, a veces, no le es propicia la suerte de sus batallas y su espíritu delicado se siente sumergido en la melancolía.
Son libros traídos de la desmembrada biblioteca cordobesa de Hixem, de los centros culturales de Damasco y de Fez, y algunos meditados y formados en nuestro Bataliús. Hojas de papel oriental cosidas formando tomos y volúmenes, algunos forrados con pieles suaves, largos pergaminos arrollados en finas varillas de madera pulimentada o de marfil tallado, colocados en cilindros de bronce como macetas o cortos morteros, tablas delgadas cubiertas de letras enlazadas en negros caracteres, telas preparadas para conservar la escritura, cajas con hojas sueltas de papel y cartulina, pedazos de cuero al estilo de los cordobanes, con letras en relieve, y algunas láminas de bronce o plata con escritura grabada con punzones de acero. En lugar preferente estaban colocadas las obras de los escritores de Badajoz y de su reino. La gran enciclopedia escrita por el mismo Mudaffar, en cincuenta volúmenes, y a la que había puesto el título de Memoria; los libros de Abdalos, el que fue valí de Badajoz en la época de califato y prefirió la soledad ascética en el Algarbe a los honores de la corte; los escritos de gran cultura y eruducción de Benasafar; el Libro del ornato de las Asambleas, de Abenadelbar; las Poesías de Zaidum y las delicadezas de la Despedida, de Ben Chaj. Todas las creaciones de la pléyade de sabios, eruditos y poetas de Badajoz. En lugar oculto, que sólo el rey conocía, estaban otros escritos del mismo Mudaffar, algunas poesías de tristeza y dolor por el luto de la ciudad cuando la nobleza murió en la cruel lucha contra Motamid, el rey de Sevilla, que arrasó todos los alrededores de la ciudad y alguna composición de gran intimidad personal en que parecía lamentarse de su probable origen berebere. La cultivada sensibilidad del rey de Badajoz encontraba en estos libros y en el ambiente de sabiduría y sentimentalismo de su biblioteca un descanso de sus preocupaciones políticas, guerreras y familiares.
Muchas noches le interrumpió sus lecturas y meditaciones un rayo de luna que entraba por el ajimez abierto, al descender el disco de plata su camino en las aguas del río, allá por Madrevieja." […]
6 comentarios:
Una nueva sorpresa. No conocía este relato. La ilustración es preciosa, la descripción del ambiente de Badajoz es casi fotográfica, o mejor, cinematográfica. Magnífica la recreación de ambientes, los rincones y hasta los sonidos y olores del zoco.
Un nuevo acierto.
Saludos y hasta el lunes.
Yo tampoco conocía este relato.
Como canto literario a esta gran ciudad está muy bien, pero desde luego es muy fantasioso e idílico.
El dibujo que muestras, que sin duda es la calle es San Lorenzo, poco debe asemejarse a cómo tuvo que ser en realidad esa calle, caso de existir, en época árabe.
Desde luego, y eso es indudable, el campanario mudéjar de la torre Atalaya o de Espantaperros, no existía en el año mil.
Pero lo importantes, Fernando, es que has rescatado un documento muy valioso y poco conocido sobre cómo pudo ser esta gran ciudad de Badajoz hace mil años
Hay una cosa que me tiene un cierto intranquilo.
Cerca del Metido, en la parte oriental de la Alcazaba, a cosa de dos metros de la actual muralla, por su parte interior, podemos ver, a ras de suelo, los cimientos de otra muralla posiblemente más antigua.
¿Qué muralla es ésa? ¿a qué época del periodo árabe pertenece? ¿desde dónde arrancaba y dónde terminaba? ¿Cuánta gente ha andado por encima de ella sin saber que pisa piedras inmemoriables de la más antigua historia de Badajoz?
¡Cuántas cosas quedan por saber e investigar de esta ciudad nuestra!.
Supongo, que como tú ya intuyes desde que publicaste la posibilidad de que en el Metido hubiera habido una puerta prealmohade, de este punto pudo discurrir la muralla prealmohade de la parte norte de la Alcazaba que enlazaría con la puerta de Yelbes, en la cual, también quedan los restos de un muro, quedando así antes de la ampliación Almohade, donde está "tu puerta" del Metido, empezaría a rodear el cerro y llegaría a donde esta la puerta de Yelbes.
La torre que aún queda en pie junto a la antigua ermita del Rosario pudo a lo mejor edificarse sobre una de las torres que defendían la parte Norte de la Alcazaba antes de la ampliación Almohade del siglo XII.
Habrá que esperar a ver que nos cuenta Julián de la puerta de Yelbes, ya que creo que desde hace tiempo puede barajar también esta idea.
Hola Fernando:
buscando noticias sobre el libro de Francisco Vaca Morales he encontrado tu blog y me ha encantado leer este relato del que fuè mi tio-abuelo. El era el hermano de mi abuela materna Nicolasa Vaca a la que nunca conocì porque se muriò cuando su hija, mi madre Amalia Fuentes, tenia poca edad. Pero si que lo conocì a èl cuando era ya muy mayor.
Yo estudiaba entonces arquitectura en Sevilla y fuì a conocerle a Badajoz. Me encantò el personaje y la cantidad de cosas que me contaba.
Yo terminè arquitectura y como fuì siempre muy anarquica y durante el franquismo eso no estaba muy permitido que digamos, me vine a Italia donde vivo y donde me casè y tuve una hija.
Desde hace tiempo no me dedico a mi antigua profesiòn: soy periodista y estudiosa de gastronomia y tradiciones, temas sobre los que he publicado algunos libros.
Mi madre ha muerto hace solo un mes y entre sus cosas encontrè la portada del libro de su tio Francisco y quise saber màs.
Ahora que ella no està me ha entrado una especie de ansiedad por encontrar mis raices y las de mi familia y Badajoz forma parte de todo ello.
He sabido tambien, leyendo otros papeles suyos, que mi abuelo, Gabriel Fuentes Ferrer, participò a la "toma" de esa ciudad al principio de la guerra civil y me gustarìa tambien saber mas cosas.
He abierto un blog hace pocos dias porque creo que me ayudara en esa tarea y la verdad es que he empezado bien encontrando el tuyo.
Ciao,
Marina
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