Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

domingo, 23 de octubre de 2011

El Viernes de Zalaca. 23 de octubre de 1086

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El rey Alfonso VI ocupa en mayo de 1085 la ciudad de Toledo, la amenaza cristiana retumbaba por todos los rincones de las fronteras taifas. Los ejércitos cristianos estaban ya en el Tajo. Las taifas musulmanas estaban cada vez más agobiadas por los continuos ataques y exigencias tributarias cristianas posteriores.

Es entonces cuando los soberanos andaluces deciden pedir auxilio a los almorávides saharianos de Yusuf. En junio de 1086 los aguerridos guerreros almorávides cruzaban el estrecho.

El rey Alfonso VI, al enterarse de la llegada a la península de los almorávides, envió misivas a todos los cristianos. Acudieron gentes de Castilla, Alvar Fáñez vino desde Valencia, y otros ejércitos desde los sitios más lejanos. Parten al encuentro de los africanos.

Yusuf, tras descansar en Sevilla, marchó con sus ejércitos y alguno de los taifas, hacia Badajoz, pues prefirió esperar al rey cristiano en este lugar sin internarse en campo enemigo: "sus soldados no distinguían aún a sus aliados de sus adversarios".

Vino a la capital aftasí por camino directo, por Jerez de los Caballeros, donde se le unieron las tropas granadinas con su rey Abd Allah al frente. Los almorávides y sus aliados acampan junto a Badajoz a la espera que el rey cristiano avanzase, siendo atendidos por el rey aftásida de Badajoz Umar al-Mutawakki, que también preparó a sus mesnadas para el encuentro.

Mientras Alfonso VI llega a Coria y espera también la llegada de los almorávides, le llega una carta de Badajoz en la que le invitaban al Islam y a entrar en la religión de Mahoma, o bien pagar la chizya y entregar el dinero y tesoros que poseía.

Como era de esperar, Alfonso VI se negó a ello, y marchó al encuentro penetrando en la actual provincia de Badajoz por Aliseda, avanzando hacia Badajoz con su ejército, en el que también militaban caballeros franceses, normandos e italianos. Esperan en Badajoz los almorávides de Yusuf junto con contingentes de los reinos taifas de Badajoz, Granada y Sevilla.

Llegando a las llanuras de Sagrajas, al Norte y ligeramente a Este de Badajoz, ya a la vista de la ciudad aftásida, Alfonso emplazó su campamento y envió al caudillo almorávide a través del rey de Badajoz Umar al-Mutawakkil, una misiva retadora: “aquí me tienes que he venido a encontrarme contigo y tú en cambio te escondes en las cercanías de la ciudad”.

Yusuf, en un principio apostado sobre la ciudad, pasa entonces el Guadiana para situarse sobre los espacios de la margen derecha, a cuatro o cinco kilómetros de donde se encontraba el campamento cristiano.

El jueves 22 de octubre de 1086, musulmanes y cristianos se encontraban frente a frente. Hay acuerdo entre ambos bandos, siguiendo la costumbre de la época, de fijar el día del combate. Al parecer por iniciativa de Alfonso VI se propuso posponer el combate al ser el viernes la fiesta musulmana.

Los reinos taifas de Sevilla, Granada y Badajoz tenían sus efectivos de infantería y caballería regular, conocedores del adversario y acostumbrados a moverse en los cánones de la guerra peninsular. Yusuf traía su flamante y poderoso ejército almorávide, compuesto principalmente por lamtuníes, a los que se unían los sinhacha y las cábilas bereberes de Masmuda, Zanata y Gumara.

Yusuf Ibn Tasufin, el emir almorávide, era un viejo de 70 años, de tez oscura, enjuto, con una voz aguda y una fina barba caprina, que una dolencia dorsal le hacía cabalgar encorvado en su montura. Había nacido pagano, pasando su vida entre los arenosos ergs y los pastos ashab del Sahara, y su única comida consistía en tortas de cebada y carne de camello. Llevaba el velo Tuareg que cubre el rostro de los ojos hacia abajo, y no hacía nada si consultar a sus hombres santos. Hacía tan sólo unos cuarenta años que los almorávides, una tribu nómada de los tuaregs, los velados beduinos que viven en el Sahara, habían sido convertidos al Islam.

Al amanecer del 23 de octubre Alfonso VI, sin respetar el acuerdo de la fecha de la batalla, atacó imprevistamente y a fondo con sus vanguardias de caballería pesada y enlorigada, al mando de Alvar Fáñez de Minaya, futuro lugarteniente del Cid.

Los escuadrones cristianos llenaban el horizonte, encorsetados en sus lorigas de combate, atadas grebas en las piernas y con las barrigas llenas de vino.

En el ejército musulmán, en primera línea estaban los ejércitos de al-Andalus de las distintas taifas, con el rey sevillano al-Mutamid en el centro, en su ala derecha los badajocenses del rey Umar al-Mutawakkil y en su izquierda los de Levante, entre os que estarían Tamín de Málaga y Abd Allah de Granada. Detrás debían encontrarse las fuerzas de caballería almorávides mandadas por Dawud Ibn Aysa, y al final Yusuf con todo el grueso de su ejército con las cábilas bereberes, fuerzas lamtiníes y su guardia negra personal.

A pesar del cansancio de los cristianos por el peso de sus armas, debido a la gran distancia recorrida hasta su adversario, en la que emplearía cerca de una hora, el choque frontal fue tremendo. El primer encuentro con la caballería árabe que intentó frenar el avance no fue obstáculo. Los cristianos deshacen las primeras líneas musulmanas formadas por las tropas andalusíes que fueron cogidas por sorpresa al no esperar la batalla ese día.

El rey sevillano al-Mutamid aguantó la embestida a duras penas. Durante las primeras horas el ejército cristiano continúa la pelea ventajosamente, y muchos musulmanes corren a Badajoz ante la creencia de una inminente derrota.

Yusuf es informado de la derrota inicial de los ejércitos taifas, pero dijo: “dejadlos un poco que perezcan, pues los dos grupos son de los enemigos”.

Se produce el encuentro, inmediatamente, de las tropas cristianas con las almorávides de Dawud, que tampoco resisten el empuje cristiano, replegándose y atrayendo así a las vanguardias de Alfonso VI, que penetran en el campamento enemigo.

Es entonces cuando el caudillo almorávide ordena actuar a sus cábilas Zanatas, Musmudas y Gumaras, que con sus escuadrones de caballería realizan un hábil movimiento envolvente sobre los flancos cristianos, ocultos tras las alturas próximas, cerrándose como una tenaza por la espalda de ellos.

Yusuf cae sobre el campamento de los cristianos. Alfonso tiene que detener su avance y volver atrás hacia su retaguardia, donde se va a encontrar con el grueso de la armada lamtuní avanzando a tambor batiente y banderas desplegadas, con sus masas compactas de soldados.

El olor de los camellos aterroriza a los caballos de los cristianos, produciéndose una estampida. En masivas formaciones, la infantería africana empezó a hacer presión sobre sus flancos, mientras el retumbar de los tambores africanos hacía que el aire vibrara y se estremeciera. Las filas cristianas empezaron a resquebrajarse cuando la guardia de Yusuf, de cuatro mil senegaleses negros, armados con espadas indias y con escudos de piel de hipopótamo, avanzó en una compacta masa, con los tambores resonando y los estandartes ondeando, contra los caballeros cristianos. Se abrieron camino hasta donde estaba Alfonso. Sus huestes se baten en retirada. Un joven negro logró alcanzar al rey cristiano asestándole una puñalada en el muslo. Con mucha dificultad los compañeros de Alfonso lograron formar una guardia en torno a él, y con las sombras del anochecer buscan refugio en los montes cercanos para después regresar a Coria.

Este mismo día en Sevilla se celebró el triunfo musulmán. El rey sevillano al-Mutamid, al atardecer, cuando la victoria estaba decidida, envió una paloma mensajera con la noticia a su hijo al-Rasid.

Los campos de Zalaca quedaron sembrados de cadáveres. Se apiñaron, al parecer por orden de al-Mutamid, las cabezas de los cristianos formando montones desde cuyas lomas los almuédanos llamaron a la oración. Luego las cabezas fueron cargadas en carretas y llevadas a las ciudades musulmanas de España y África, como había sido la costumbre en los días de Almanzor.











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7 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero la batalla fue en Sagrajas, Zalaca, o Azagala (cerca de Alburquerque)? Qué es Zalaca o donde está?

Fernando de la Iglesia Ruiz dijo...

En las crónicas, al lugar de la batalla, lo llamaron los musulmanes al-Zallaqa y los cristianos Sacralias.

Durante algún tiempo se discutió si dicho lugar estaba en los alrededores del castillo de Azagala (Villar del Rey), pero hoy en día ya no se discute que el lugar fue Sagrajas, a unos 15 kilómetros al NE de Badajoz.

Capitán Veneno dijo...

En los colegios Marruecos los niños estudian esta batalla y la ubican entre el vértice Calatraveja, aproximadamente en las alturas del Tesorero, al comienzo de la carretera de Cáceres, cuando deja la zona de Gévora, y la zona de la actual localidad de Sagrajas.
Magnífico relato Fernando...

Samuel Rodríguez Carrero dijo...

Estupendo relato y toda una lección de historia. Enhorabuena!

Titerroy dijo...

Muy interesante.

Un saludo.

Amparo dijo...

Echo de menos la bibliografia.

Santiago Méndez dijo...

Es posible saber en qué crónica se basa está narración de la batalla? Al Mutamid no parecía muy dotado para la batalla. El caso es que estos tipos saharianos y bereberes liquidaron al rey de Badajoz y cargaron de cadenas a Al Mutamid llevándolo al exilio. No sé si estoy en lo cierto...