Cuaderno de bitácora de un viajero a lo pasado de la ciudad que le vio nacer. Pequeñas cápsulas del tiempo, pequeñas curiosidades que voy descubriendo en el papel de los libros y periódicos de aquellos que fueron testigos de otro tiempo, y que con estos artículos vuelven a la luz. Quedan invitados a acompañarme en este viaje.

jueves, 16 de junio de 2011

El ciclista Newman que llega a Badajoz en 1936 y los cerdos comedores de víboras

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Muchos libros de viajes se han escrito sobre España por ingleses, pero quizás hay uno que se sale de lo habitual por dos cuestiones: recorre España de norte a sur en plena guerra civil casi sin hablar de ella ni de política, y no intenta hacer una descripción típica de los lugares.

Por supuesto, que ni siquiera en este caso atípico, puede evitar mencionar a Wellington y compañía, así como alguna descripción somera de lo más importante de los lugares que visita, pero intenta dar una visión más cercana, una visión diferente, quizás provocada por la velocidad de su medio de transporte, que le obliga a no tener prisa: su bicicleta “George”, como así la llama.


El autor de “I saw Spain” (1937), Bernard Charles Newman (1897-1968), fue un escritor británico que había servido en los servicios secretos durante la Primera Guerra Mundial, se convirtió en un viajero apasionado visitando más de sesenta países, muchos de ellos en bicicleta. ¿Una tapadera?. Mucha casualidad cuando este autor ha sido considerado como uno de los mayores conocedores del mundo de los espías, como así ha quedado reflejado en su numerosa bibliografía sobre esta temática.

Planeó recorrer durante 1936 España desde los Pirineos hasta Gibraltar, para luego pasar al Marruecos español, acompañado nuevamente con George, su inseparable bicicleta, con la que ya había recorrido 23 países por Europa.

Tras una primera incursión por Navarra, pasó por Bilbao, Santander, León, Salamanca, Plasencia, Cáceres y Mérida, antes de dirigirse hacia Badajoz:

“El viaje a Badajoz prometía ser fácil, unos sesenta y cinco kilómetros de distancia, el camino seguía muy de cerca el curso del río Guadiana. Hice parada pronto, ya que poco después de salir de Mérida estaba a la vista de la Sierra de las Víboras, que sonaba interesante. Esta serie de colinas bajas están infestadas por miles de víboras, que se convertirían en una amenaza si no fuera por el hecho de que son matadas y comidas por los numerosos cerdos que encuentran sustento en la región. Yo había oído esta historia en otras partes de Europa, pero nunca había visto un cerdo comer una víbora.”

Las sierras a que se refiere el señor Newman son las sierras que están al suroeste de Calamonte y que pueden verse, si miramos a la izquierda, cuando vamos de Mérida a Badajoz hasta llegar a la altura de Arroyo de San Serván.

Debe de ser antigua la leyenda de los cerdos comedores de víboras ya que decían que el delicioso sabor del jamón de Montánchez se debía al hecho singular de que los cerdos que se criaban en su término se alimentaban especialmente de reptiles, a los que perseguían fieramente, y que abundaban extremadamente. Alfred Germond de Lavigne, autor de un Itinerario descriptivo histórico y artístico de España y Portugal, publicado en 1866, y que sirvió de guía durante varios lustros a los extranjeros que recorrieron España, y base de guías posteriores, divulgó este hecho en Europa, contando que Carlos V, cuando vivía en el monasterio de Yuste no podía pasarse cada día sin comer varias veces jamón de Montánchez procedente de estos cerdos que se alimentaban exclusivamente de reptiles.

Los campesinos más madrugadores que conocí me aseguraron que la hazaña no era leyenda, sino un hecho real. Si no me importaba esperar, dijeron, no tendría ninguna dificultad en ver los cerdos comiendo víboras. Las víboras, sin embargo, no estarían en movimiento hasta que el sol estuviera más alto, pare un rato y un par de horas más tarde acepté la invitación. Dos hombres me llevaron a un bosquecillo, donde cientos de cerdos caminaban entre la hierba salvaje. Por desgracia, las cosas raramente funcionan como estaban planeadas. Los cerdos no saben que los espectadores estaban esperando comprobar su fama, pero seguro que están ansiosos por defender el honor de su raza, y lo demostrarán probablemente pronto, pero no hay víboras. De hecho, toda la zona tiene fama de estar infestadas, pero sólo vi una en el transcurso del paseo de la mañana, y no necesito decir que ningún cerdo estaba cerca en ese momento.

Más tarde, sin embargo, en dos ocasiones, comprobé que la historia no es sin duda una leyenda, viendo engullir a un cerdo una víbora, como si se tratara de una mangel-wurzel [una especie de remolacha para alimentar ganado] suculenta. Por lo que pude ver, él la mató primero agarrándola con los dientes justo detrás de la cabeza. Luego se lo tragó a la manera que lo hacen las aves con un gusano, y aunque la serpiente debía estar muerta, por supuesto, siguió retorciéndose frenéticamente hasta su total absorción en la gran boca del cerdo.

¿Por qué un cerdo es insensible a la mordedura de una víbora? A mi parecer, este espécimen en particular no ha sido mordido, pero me dicen que cientos de cerdos son mordidos por víboras todas las semanas, y sin embargo no muestran el más mínimo efecto nocivo. Es de suponer que los científicos ya han investigado este fenómeno.

No sabemos si quizá el reptil era una víbora o una culebra no venenosa, ya que hay frecuentes confusiones. De todas maneras, la única serpiente verdaderamente peligrosa en Extremadura es la víbora hocicuda, que es un reptil extremadamente difícil de ver, tranquilo y poco agresivo, y muchas de las mordeduras defensivas son “secas”. Una vez satisfecha la curiosidad el señor Newman, prosigue su marcha hasta Badajoz:

Estaba esperando ver Badajoz, y su posición dominante promete la emoción de la Historia. No es que la colina sobre la que se alza sea alta, pero domina completamente el amplio valle del Guadiana, que en este espacio está a punto de entrar en Portugal. Tampoco me decepcionó esta antigua ciudad. Desde el punto de de vista de una guía de viajes, hay muy poco que ver. Su catedral se asemeja a una fortaleza y no una iglesia, y la historia de Badajoz justifica plenamente su arquitectura, las estrechas calles de la ciudad son interesantes, pero sin embargo no son especialmente pintorescas, y están muy sucias. Su mercado es interesante, como un mercado español que siempre lo es.

Pero encontré mi mayor placer en las ruinas de la fortaleza. Esta fue de fundación Mora, y aquí y allá hay amplias huellas de su arquitectura, particularmente la gran puerta por la que se entra. El interior del castillo es una masa de ruinas, la mayor parte de él ha sido demolido. Contiene algunas chabolas y montones de basura. La mayor parte, sin embargo, me dio escalofríos.


El estado que presentaba la Alcazaba en 1936 dejaba bastante que desear. Estaba convertida en un basurero, donde tiraban toda clase de inmundicias todas aquellas familias que en chozas de madera y cuevas de las murallas, habitaban o más bien malvivían en esta zona.

El Ayuntamiento pocos meses después, en 1937, hará desaparecer la basura y las chabolas, cuyos habitantes fueron indemnizados y trasladados. Se explanó la zona y se acordó ajardinar la Alcazaba, proyecto que se le dio a Torres Balbas en 1938.

Yo nunca había visto una congregación tan grande de cigüeñas en sus nidos del tejado, y, más emocionante, las paredes de la fortaleza estaban llenas de agujeros, como si fueran cicatrices por la metralla. Pero no era metralla moderna la que había impactado en estos antiguos muros, esas fueron las marcas del bombardeo de Wellington, cuando, el 6 abril de 1812, capturó Badajoz al asalto. Badajoz era una fortaleza clave que había que tomar. En su historia ha cambiado de manos una docena de veces, siempre con enorme derramamiento de sangre. El asalto Wellington no es una excepción, pues perdió más de cinco mil hombres, entre muertos y heridos, en ese día terrible hubo las víctimas terribles de las batallas de la época. Una vez capturada, sus tropas no podían ser controladas y la disciplina se rompió, y las calles de Badajoz se tiñeron de rojo con la sangre, y al final del día, los soldados apenas podían caminar de regreso a su campamento, cargados con el botín.

Me ha decepcionado el descubrir que los primeros obstáculos de las antiguas murallas de Badajoz que Wellington tuvo que superar, han sido casi completamente destruidos y sólo aquí y allá pude observar escasos restos. Esto era un inconveniente para quien recordara que Ben Battle dejó una de sus piernas en las operaciones de Badajoz, y siempre existía la remota posibilidad de que pudiera obtener una reliquia interesante. Es muy fácil desde lo alto del castillo seguir el curso de la batalla y fijar dentro de un centenar de metros más o menos, los puntos en que las brechas fueron hechas. Un poco de imaginación en Badajoz y toda la historia de ese día de armas puede ser reproducida frente de tus ojos, con las siguientes escenas posteriores de saqueo y asesinato, que se pueden imaginar con demasiada facilidad por las estrechas calles irregulares de Badajoz, que parecen hechas para tales fines ilícitos."

Ben Battle es el soldado protagonista del poema titulado Faithless Nelly Gray (Infiel Nelly Gray) escrito por Thomas Hood que pierde sus piernas por una bala de cañón en las brechas de Badajoz, y al encontrarse de nuevo con la mujer que amaba (Nelly Gray), ésta lo desprecia por tener ahora piernas de madera.

Y prosigue su camino el señor Newman montado en su bicicleta George en dirección a Zafra por la carretera de Sevilla...

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4 comentarios:

Samuel Rodríguez Carrero dijo...

Enhorabuena por la entrada. Has sabido conjugar el aprendizaje con el disfrute de la lectura. Me ha encantado. Un saludo!

dunk low dijo...

vous fashion.thank pour le partage

Álvaro Meléndez dijo...

Curioso. Desconocía totalmente al viajero... y su testimonio. Gracias

Mariodehter dijo...

Interesante Lectura